La Página del Lector


Cartas y más

EL DEBATE LITERARIO

José Güich Rodríguez
Miraflores

En relación con el artículo de Germán Coronado (Perú.21, 20 de julio), me alarma que el director de Peisa considere "francotirador" a quien expresa sus opiniones libremente y, además, que solo recurre a lo establecido como un consenso en el ámbito literario local (incluso antes de que Miguel Gutiérrez rompiera los fuegos del debate y se enfrentara a Fernando Ampuero). Germán es un hombre ilustrado y sabe que nadie tiene el monopolio de las ideas. El tema de los hegemónicos y de los independientes, centrales o periféricos (ya no usaré limeños versus andinos, porque genera enfados y malos entendidos) es antiguo y siempre ha despertado un sinnúmero de reacciones. Aunque les moleste a los principales involucrados, la polémica es patrimonio de aquellos que, como quien escribe estas líneas, se dedican a la creación literaria, a la crítica y a la docencia universitaria. En consecuencia, no hay espontáneos ni mucho menos compradores de pleitos ajenos. Si algo positivo surge de este accidentado intercambio, es que la literatura, de modo sorprendente para un medio de tan escasa lectoría como el nuestro, se haya convertido (al menos por algunas semanas) en un atractivo mediático, aunque no sea precisamente por la elevación del debate sino por lo meramente anecdótico. Me preocupa que Germán sugiera que todo se reduce a la fórmula de exitosos contra resentidos o marginados. No se trata de explotar maniqueísmos que están hoy fuera de lugar. Nada ni nadie asegura que un sello de prestigio siempre acierte en sus lanzamientos. Germán crea, a lo mejor sin percatarse de ello, la impresión de que las grandes editoriales solo publican libros de incuestionable calidad. Y quienes no tienen la suerte de ingresar a ese catálogo olímpico, constituyen una partida de fracasados o de malos escritores. Eso no es cierto y me permito refutarlo con el respeto de siempre. Hay una talentosa generación de jóvenes escritores que ha encontrado en los sellos alternativos una válvula de escape maravillosa ante la cerrazón de los monstruos de la industria, que apuestan solo por 'lo seguro' -aunque, insisto, no todo lo rentable es de primer orden-. No pocas de esas casas alternas distribuyen sus productos de manera eficiente, los difunden en la prensa y, sobre todo, los venden y hasta, asombroso, generan utilidades. Y no estamos hablando de literatura convencional, políticamente correcta o de fórmulas previsibles (respetables por cierto, tanto como quienes consumen esos libros) sino de propuestas diferentes por las cuales las grandes editoriales nunca arriesgan, porque consideran que no existen posibilidades comerciales. Germán, a quien considero una persona honesta, se ha apresurado en sus juicios. Todo escritor, sin desvirtuar su trabajo y vocación o hacer concesiones a sus principios, aspira a vivir de sus libros o por lo menos recuperar lo invertido (esa es la triste realidad de la mayoría de autores en nuestro país). Por supuesto, tampoco las editoriales alternativas garantizan que cualquier obra que salga de la imprenta es de nivel superlativo o excepcional. Solo el transcurso del tiempo determinará quién se incorporará al canon y quien no; sin embargo, la historia también requiere de críticos serios, de la capacidad reflexiva -y hasta deportiva- de los propios autores, y como no de las editoriales, que deben ser incorporadas a un diálogo que exige sensatez y no iras desbocadas o vendettas entre gente de letras. Los primeros pasos, felizmente, ya se han dado.

Posición expresada.

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30 de junio de 2005

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