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Nº 0 Año I



LA INVESTIGACIÓN

Por Juan Santos Cánovas

                          Y el torno volvió a girar con su crujir de madera ya cansada de dar vueltas, y al rato se escucharon sus primeros llantos, multiplicados por el eco que producían la bóveda y las altas paredes. Horas más tarde, una sombra cruzaba los oscuros pasillos, tratando de no hacer ruido, de que nadie la escuchase. Sabía todos los huecos donde esconderse, los lugares más oscuros del largo corredor, la hora más propicia. Poseía el manejo de alguien acostumbrado a ocultarse, a caminar en la sombra. Tras comprobar que no había peligro alguno, posó su mano sobre la manivela de la puerta, la accionó de forma rápida, con una maniobra seca, precisa y abrió lo suficiente como para que su pequeño cuerpo pudiese penetrar en la habitación. Se acercó a la cama, se arrodilló junto a ella y con un movimiento rápido tapó la boca de alguien que dormía plácidamente.

·Despierta Pipo, ha llegado otro.-susurró

                          El muchacho la miró aún medio dormido. Sacó su mano de debajo de la sábana y apartó la de su compañera.

· ¿Qué haces aquí? Como nos pillen nos la vamos a cargar.- replicó él.
·Eres un miedica.- casi no había terminado la frase Andrea cuando creyeron escuchar algo, quizá pasos que se acercaban. La muchacha empujó con fuerza a Pipo haciéndole caer de nuevo sobre la cama. Apartó las sábanas y se metió bajo ellas, en ese momento se abrió la puerta, alguien penetró unos metros en la habitación, para volver a salir tras comprobar que todos dormían. La muchacha saltó de la cama.

· Se ha ido. Vamos.

                          Pipo se levantó, se puso unas zapatillas y siguió a Andrea. Sabía que cuando ella tomaba una decisión, no quedaba más remedio que seguirla, de todas formas nunca los habían pillado.

·Lo he escuchado llorar, debe ser muy pequeño.
·¿Estás segura?
·Si, ayer desapareció otro. Este debe ser su sustituto.

                          Pipo miró a Andrea y ambos se quedaron callados. Estaban en un pasillo oscuro, de pie, en pijama y en silencio.

·¿Sabes cual ha sido? - preguntó Pipo
·Peter Pan- afirmó Andrea.

                          El muchacho volvió a quedarse en silencio. Él le había puesto ese nombre la noche que le vieron por primera vez, incluso en alguna ocasión le llevó galletas a escondidas, luego supo que no le gustaban. Tenía ganas de llorar, notaba como sus ojos se llenaban de lágrimas y en realidad eso era lo que le apetecía; llorar, gritar o correr. Sin embargo no podía hacerlo, no se grita en plena noche cuando todos duermen, tampoco se corre por los pasillos a esas horas, y por supuesto no podía llorar delante de Andrea, creería que era un crío.

·Vamos, no podemos quedarnos aquí. - dijo ella en voz baja comenzando a andar.

                          Pipo la siguió. Le gustaba ir tras ella, sobre todo esas noches en las que tenían que investigar. Estaban solos, todo era secreto. En esos momentos eran los dueños absolutos. Las paredes se convertían en altos muros, las luces en antorchas, el viejo edificio en un glorioso castillo y Andrea en la más hermosa de las doncellas. De repente, la muchacha se detuvo, asomó su cabeza tras la esquina con mucha cautela, e hizo la señal de continuar. Llegaban a la zona peligrosa. Un fallo, un error sería catastrófico, los podrían descubrir y desaparecerían como los demás. Ese pasillo no era muy grande, tenía unas pequeñas luces de emergencia, lo suficiente para ser sorprendidos. Ellos no necesitaban luz alguna, se habían acostumbrado a la oscuridad y se conocían todos los rincones a la perfección. Avanzaron muy despacio, las zapatillas hacían un poco de ruido, pero si se las quitaban a la mañana siguiente descubrirían las huellas de sus pies descalzos, ya ocurrió una vez. Tenían que pasar delante de tres puertas, si cualquiera de ellas se abría todo habría acabado. Andrea suspiró, no podía pasar eso, sería injusto. Les había costado mucho trabajo ganarse su confianza, que hablasen delante de ellos, por supuesto no todo, pero si lo suficiente para ir atando cabos, que no cerrasen las puertas con llave o que les dejasen recorrer alegremente todo el recinto. No sería justo que ahora cuando estaban tan cerca de averiguarlo todo los descubriesen. Estaban llegando al final del pasillo, sólo quedaba abrir la puerta sin hacer ruido. Andrea se acercó a ella, miró atrás y esperó a que llegase Pipo. La acción tenía que ser rápida y completa, torcer la manivela hacia abajo, despacio y muy lento, y cuando notabas que el pestillo se había desenganchado abrías la puerta de golpe y rápido, deteniéndola de forma seca a mitad de su recorrido, de esa forma apenas si se oía un chasquido. Así lo hizo y la maniobra salió perfecta. Cerraron la puerta tras de si y permanecieron unos momentos sin moverse, esperando a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad de aquella habitación. Poco después Andrea tomó la mano de Pipo para conducirlo a través de la penumbra mas absoluta, si hubiese habido un poco de luz y Andrea se hubiese vuelto, en ese instante habría descubierto a un Pipo sonrojado y pletórico de felicidad. Se acercaron a las cunas y Andrea señaló con la mano una de ellas. El muchacho bajó de su nube y contempló a un bebé de pocos meses.

·¿Es este el nuevo?

                          Andrea afirmó con la cabeza. Se quedaron mirando al pequeño bastante tiempo. En el cabecero de la cuna colgaba una tarjeta de plástico en blanco. No tenía nombre, tendrían que ponérselo ellos para después anotarlo junto con el día y la hora de su llegada en sus archivos secretos. Era el procedimiento normal, el enemigo era listo, no dejaba ningún tipo de datos que pudiera comprometerlos, pero más tarde o más temprano cometerían un error. Tenían que marcharse de allí, ellos tampoco escapaban a esa posibilidad. Andrea se inclinó hacía el bebé, lo besó y se giró para marcharse cuando el pequeño comenzó a llorar. Empezaron a escucharse ruidos, a abrirse puertas y las luces del pasillo se encendieron. La muchacha cogió el brazo de su compañero y lo arrastró tras ella, descorrieron el cerrojo de la pequeña puerta que había al fondo de la habitación y cruzaron corriendo. En un instante estuvieron en el jardín. Se escondieron tras el tronco del castaño y esperaron en silencio su captura. Pasaban varios minutos sin que nadie apareciese, veían las luces encendidas en el edificio desde la lejanía, al rato se apagaron y tras esto se escuchó un cerrojo que se cerraba. Estaban atrapados. Volvieron a cogerse de la mano, pero esta vez Pipo no se sonrojó, no fue felicidad lo que sintió, tenía miedo, mucho miedo. Comenzaron a andar, los jardines no los conocían tan bien como los pasillos, pero tenían que buscar una salida aunque ambos sabían que no la había. Recorrieron todas las esquinas del jardín, caminaron junto a la pared intentando descubrir un agujero, un hueco, una posibilidad que no existía. Visitaron todos y cada uno de los árboles, en ocasiones habían observado una escalera junto a ellos, la utilizaban para cortar las ramas mas altas, pero el resultado también fue nulo. Pensaron entonces que si golpeaban la pared que daba al exterior con algún objeto alguien podría escucharlos. No se atreverían a hacerles nada en presencia de un extraño. Les contarían todo a la policía, les entregarían toda la información que poseían y ellos finalizarían la investigación; quizá incluso les diesen alguna recompensa. Estuvieron casi dos horas golpeando el muro que daba a la calle, primero lo hicieron con una de sus zapatillas, luego utilizaron las dos, después una piedra y por último un madero que encontraron en el suelo y que al final desesperados arrojaron al exterior pero sin ningún tipo de resultado. Estaban solos. Cansados y decepcionados se sentaron en el suelo.

·¿Qué crees que nos van a hacer?- preguntó Pipo.
·No lo sé.
·Desapareceremos como los demás. Quizá nos lleven a algún lugar lejano.- sugirió el chico. Andrea se quedó mirándolo. El se dio cuenta de que su compañera no opinaba lo mismo.
·Dime que piensas.

                          La muchacha tardó unos segundos en comenzar a hablar

· Los demás eran muy pequeños. De todos los que han desaparecido el mayor fue Lusi y apenas tenía tres años. Ellos eran demasiado pequeños para comprender nada de lo que ocurría. Nosotros sí lo sabemos, somos mayores. Pipo somos peligrosos y suponemos un problema para ellos. No se arriesgarán a que hablemos.

                          Ambos bajaron la cabeza y se quedaron mirando al suelo. Él jugueteaba hincando la uña en la tierra, ella le arrancaba pequeñas bolas a su pijama. Pipo extendió el brazo y rodeó la cintura de Andrea.

· Yo te protegeré.- dijo casi tartamudeando.

                          Andrea sonrió. Así permanecieron mucho tiempo, asustados, tratando de imaginar su próximo destino. Pensando, Andrea en Pipo, en que sabía que estaba asustado, como otras veces lo había estado y la había seguido sin protestar, en su suerte, en que no dejaría que le hicieran daño, en que la culpa de todo era suya. Pipo en Andrea, en lo que le ocurriría, en los niños pequeños que no volverían a ver, esos de los que se burlaba delante de ella y que ahora en el silencio de su corazón se daba cuenta que quería, en los niños desaparecidos. De nuevo tuvo que librar una batalla para contener las lágrimas.

· ¿Crees qué alguien nos echará de menos?,- preguntó Pipo.

                          Andrea echó las manos hacia atrás y las apoyó en el suelo, dejó caer la cabeza entre los hombros y se quedó mirando el cielo.

· Una vez me contaron que las estrellas son el reflejo de las personas que se fueron, y por las noches se asoman para velar por la tranquilidad de sus seres queridos. Si las observas fijamente, en el cielo podrás ver, como una de esas estrellas se ilumina más que las demás. Es el espíritu de alguien que se fue y te observa, y ese resplandor, no es más que un guiño, que una sonrisa, que un sigue adelante, que un estoy orgulloso de ti.

                          A la mañana siguiente Sor Rosalía los encontró dormidos abrazados en el jardín. Los llevó hasta su cuarto evitando que nadie descubriese su travesura, acto seguido se presentó en el despacho de la madre superiora.

·Buenos días madre superiora.
·Buenos días madre Rosalía.
·Anoche, sobre las nueve tuvimos un nuevo ingreso.
·¿Quién lo trajo, asuntos sociales, algún hospital? - preguntó la superiora.
·No. Lo dejaron en el torno giratorio, no sabemos quien.
·Bien, que le hagan un reconocimiento médico y si no presenta enfermedad alguna haga los trámites necesarios para que alguien lo pueda adoptar rápidamente.- ordenó la madre superiora.

                          La madre Rosalía asintió con la cabeza y ya se dirigía a la puerta cuando la directora del orfelinato volvió a hablar.

·Por cierto, ayer quién fue el elegido.
·El pequeño Luis. - respondió la monja.
·Creí que serían Andrea o Pipo.
·Bueno, así era, pero madre, cuando los vieron tan grandes no quisieron. La gente quiere pequeños, cuando ven que ya tienen siete u ocho años se arrepienten. Nadie quiere niños tan mayores.

                          La madre superiora afirmó con la cabeza, aunque no pareció gustarle la respuesta. Sor Rosalía salió del despacho, sacó una carta de su bolsillo y la leyó. Solicitaban niño o niña con siete años aproximadamente. Al pasar junto a una papelera rompió la carta, al fin y al cabo Andrea y Pipo ya tenían ocho años.

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15 de noviembre de 2004

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