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Ómnibus
Nº 1 Año I  enero 2005



El oidor prodigioso

Por Rosario González Galicia

        Entre las muchas cualidades de Cervantes hay una innegable, que envuelve a las demás y es el crisol de todas ellas. Se trata, claro está, de su extraordinario y magistral uso de la lengua, que consiste en la perfecta adecuación del registro escrito a las características y peculiaridades del habla de los personajes, bien se deban éstas a su origen, a su extracción social o a cualquier otra razón. No quiere esto decir que Cervantes sea un mero imitador, en el sentido de limitarse a copiar o registrar las formas de expresión de sus compatriotas. Va más allá para conseguir captar lo esencial. Lo que hace es "tener oreja", prestar oído a todo tipo de gentes, pertenezcan al pueblo llano, a la Iglesia, a las instituciones de la justicia o sean de cualquier otra procedencia, y dejarse empapar y guiar por la lengua. Y luego, al ponerse a escribir, lo que hace es dejarse hablar, dejar que la lengua hable por su boca (o por su pluma). No exagero al decir "hablar por su boca". Tomemos uno de los capítulos más famosos y conocidos de El Quijote, el VIII de la 1ª parte, el de la aventura de los molinos de viento, y leámoslo en voz alta. Yo lo he hecho recientemente con muchachos de doce años; por diversas razones que no vienen al caso se lo he leído yo a ellos: poco tuve que detenerme a explicarles, pues la lengua de ese capítulo difiere, en lo esencial, mínimamente de la de hoy: sonreían con lo que iban escuchando y entendían, porque aquello sonaba bien, como un cuento contado, sonaba a gloria.
        Este capítulo, como es bien sabido, incluye dos episodios: el de los molinos de viento y el del encuentro de don Quijote y Sancho, mientras van haciendo camino, con dos frailes de la orden de San Benito y, por detrás de éstos, con un coche en el que va una señora con un grupo de gente acompañante. En total hay cinco registros, cinco voces: en el primer episodio, las de don Quijote, Sancho y el narrador; en el segundo, además de éstas, las de un fraile y un escudero vizcaíno. Cervantes caracteriza a la perfección estas voces en función de lo que cada una de ellas representa o significa. Veamos con algún ejemplo cómo.

        La voz de don Quijote, de registro generalmente elevado, pasa de un tono más sobrio en el primer episodio a una expresión, en el segundo, más ampulosa y engolada, que, distinguida por un tanto de exageración y grandilocuencia, así como por usos arcaizantes, consigue arrancar la risa o incluso la carcajada del lector, especialmente en dos momentos: cuando don Quijote se dirige a la señora que viene en el coche, y en el encuentro con el escudero vizcaíno. Como muestra de lo dicho, veamos cómo se dirige a la señora: -La vuesta fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniera en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y por que no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso, y en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho.

       Sancho, que en este capítulo interviene brevemente pero con la precisión que le caracteriza, muestra, por un lado, una voz muy propia, independiente de la de los demás personajes, especialmente de la de don Quijote, a la que sirve, más que de contraria, de complementaria; pero, por otro, se erige en voz común, voz de cualquiera, voz que nos suena nuestra, de todos. Uno de los rasgos de esa voz es la utilización de la frase concisa y contundente, penetrante, aguda, que con pocas palabras llega al fondo de las cosas, a veces marcada con algo tan común en la conversación, en el habla de todos los días, como es la repetición, que no mera redundancia, pues sirve para enfatizar, recalcar o advertir de algo -lo que entre las figuras estilísticas se conoce como poliptoton o traducción-. Lo señalado podemos constatarlo en la siguiente intervención: -Por cierto, señor -respondió Sancho-, que vuestra merced sea muy bien obedecido en esto; y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. O en este otro ejemplo: Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe.
       Otro de los sellos del habla de Sancho es el uso tan popular, también hoy, de la frase votiva, ese encomendarse en busca de favor a las fuerzas o poderes que el hombre siente superiores, que, en el caso de Sancho es encomendarse a Dios, a quien ha de recurrir en no pocas ocasiones, dada la gran cantidad de desdichas, cuitas y penalidades por las que a él y a su señor don Quijote les toca pasar. Expresiones de este tipo puestas en boca de Sancho son la de ¡Válame Dios! o la de Dios lo haga como puede o la de A la mano de Dios.

       Una única y muy breve intervención es la que hace uno de los frailes de la orden de San Benito que van de camino y nada tienen que ver con el coche que sigue detrás, por más que don Quijote se empeñe en que van todos juntos. El registro de esta intervención tiene un tono reposado y sereno, de expresión clara y al mismo tiempo respetuosa, acorde con alguien perteneciente a la Iglesia.

       La hilarante escena entre el escudero vizcaíno y don Quijote muestra bien a las claras cómo Cervantes ponía la oreja en todas partes. Aquí aguza el oído y nos da un buen ejemplo de un uso dialectal del castellano. Antes de que el vizcaíno se ponga a mal hablar, ya avisa el narrador: Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno; el cual (...) le dijo en mala lengua castellana y peor vizcaína (...). Tras de lo cual se lanza el vizcaíno en su trastornada y peregrina habla: -Anda, caballero que mal andes; por el Dios que criome, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno. Y un poco más adelante: -¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa. Bien debía de conocer Cervantes la forma de hablar de los vizcaínos (usados además, en los siglos XVI y XVII, como tipo cómico por su manera de expresarse en castellano), cuando, no sólo los trata aquí, sino también en el entremés El vizcaíno fingido y en la comedia La casa de los celos, y cuando tan bien recoge no ya incorrecciones, sino todo tipo de realizaciones contra la gramática: falta de artículo, concordancias anómalas y desatinadas, orden de palabras desconcertante o que da a entender otra cosa, etc. No quiero dejar de señalar que no se trata únicamente de la reproducción imitativa -que podría pensarse exagerada- de una forma de hablar con fines cómicos y propia sólo de la época de Cervantes: antes bien, esta forma de hablar podía oírse en España hace cuatro o cinco décadas, cuando, por ejemplo, mozos procedentes de las Vascongadas, que no habían salido nunca del valle en el que habían nacido y del caserío en el que se habían criado, se incorporaban a filas para hacer el servicio militar en cualquier parte de España y tenían que tratar con el resto de mozos y mandos en español.

Portada 1ª edición del Qijote de 1605

       El narrador, que en este capítulo es especialmente descriptivo y va siguiendo las acciones de los personajes como si de un ojo de amplia visión se tratase, amolda su discurso al momento, fijado a modo de escena teatral, y al personaje en el que centra su objetivo. Centrémonos en la escena de arranque. Con una concisión pasmosa -un par de frases le bastan al narrador-, levanta el telón y hace que dirijamos nuestra mirada desde lejos hacia un escenario enfocado en un plano general, en el que dos actores, mano a mano, van a interpretar la escena, y da la entrada a uno de ellos (don Quijote) para que comience a hablar: En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero. Y -como antes decía- el narrador, sin dejar de ser el ojo que ve a los otros y que ve lo que ocurre, y haciendo de su ojo voz propia e independiente de las otras voces, va matizando su discurso con los usos de uno u otro personaje, según su foco de atención esté dirigido sobre don Quijote o sobre Sancho.
       Así, puede entreverse la voz de don Quijote en las palabras con que el narrador cuenta la arremetida de éste contra el primer molino que se le ofrece al paso y el resultado del ataque: Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo.
        Y, en cambio, se hace presente la voz más popular y socarrona de Sancho cuando, tras el desdichado final de la aventura de los molinos y de nuevo en camino, molido por la caída don Quijote y apenado Sancho por la triste suerte de su señor, después de conversar brevemente sobre hazañas y dolores y quejas, el narrador refiere que Sancho, a pesar de las penas, siente gana de comer, y, con un lenguaje de resonancia y sabiduría popular, relata magníficamente así: Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondiole su amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. Y en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen.

        "Oidor" significa 'que oye' o 'el que oye'; y también significaba -precisamente en la época de Cervantes-, 'ministro togado de justicia que en las audiencias oía y sentenciaba las causas y pleitos'. Todo eso es Cervantes: el que oye (y, además, escucha) y el que con su arte inigualable dicta sentencia a favor de la lengua común, de la lengua del pueblo, que es su misma lengua.

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15 de enero de 2005

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