El modo vulgar de hacer historia

Notas sobre la participación mediática del historiador argentino Felipe Pigna

Augusto Gayubas *
(Buenos Aires, Argentina, OM)

Los mitos de la historia argentina

Felipe Pigna es un profesor de historia argentino graduado en el Instituto Nacional del Profesorado Joaquín V. González, que se ha hecho famoso recientemente por la publicación de sus dos volúmenes de Los Mitos de la Historia Argentina y, sobre todo, por su participación semanal en el programa radial "¿Cuál es?", conducido por Mario Pergolini, y por la realización conjunta con éste de la miniserie documental televisiva Algo habrán hecho por la historia argentina. Este carácter altamente mediático del profesor Pigna, lo hace un referente para un sector importante de la población argentina (mayormente joven) que carece de conocimientos históricos. Así, la palabra de Pigna deviene "la historia" para muchas personas que habitan este país.

Sin embargo, a pesar de lo interesante que resulta que los trabajos de Pigna aviven un interés general por la historia argentina, veremos que su modo de hacer historia (lo que yo llamo el modo "vulgar" de hacer historia) y su posición política tomada (aunque no siempre abiertamente reconocida), hacen de la masividad de su discurso, una herramienta para generar un tipo "dirigido" de conciencia histórica que tiende a reavivar viejos resentimientos.

Pigna se propone revelar los "mitos" de la historia argentina, y presentar la "verdad", concepto que en la actualidad predomina (todavía) en los círculos de historiadores del país y que, sin embargo, responde a una percepción del pasado como algo asible, aprehensible, algo "real" que está ahí y sólo debe ser revelado tal cual es. Esta concepción cuasi religiosa de la historia ha llevado a presentar determinadas interpretaciones de la evidencia histórica, como "la verdad"; la existencia consecuente de varias verdades (pues cada investigador se cree dueño de la verdad), no hace sino demostrar que la verdad, la historia, no es más que una construcción del investigador, y que probablemente existan tantas verdades como investigadores o como tradiciones historiográficas. Pero este discurso de la historia contada como la "verdad", a menudo responde a determinados intereses políticos creados; en un autor que está más cerca del periodismo que del estudio histórico, esto queda claramente evidenciado.

Pigna, aunque se declara ajeno a las pretensiones de objetividad, asegura que cuenta lo que realmente es, lo que realmente sucedió, porque (podría pensarse) él tiene un don que le permite seleccionar la evidencia adecuada y leerla del modo correcto. Esta presentación propagandística de su obra, en medios tan masivos como son la radio y la televisión y por medio de sus best-sellers, genera la creencia general de que efectivamente lo que narra es la verdad. Un sector importante de la población cree religiosamente en Pigna, porque Pigna y su grupo de trabajo en los medios tienen la inteligencia de difundir su propia "religión" histórica, de un modo prácticamente eclesiástico. He aquí el peligro.

Con esto en mente, podemos referirnos a elementos más puntuales de la labor mediática de Pigna. Primero, su posición al lado de un conductor de radio que carece de conocimientos de historia y cultura general, como es Mario Pergolini (aquí no queremos iniciar juicios de valor, sino ilustrar una estrategia de comunicación específica), lo muestra a Pigna como un hombre de gran erudición. Esto es importante, porque efectivamente Pigna puede conocer muchos datos y saber estudiar muy bien otros antes de presentarse en el programa radial de Pergolini y de grabar la miniserie Algo habrán hecho ..., pero definitivamente no es un intelectual fundamental, ni siquiera es un estudioso sobresaliente dentro de la tradición historiográfica argentina. Mediante el estudio de sus libretos, y su ubicación al lado de alguien que entiende muy poco, se presenta como un hombre de todas las luces. En cierto sentido, esto nos remite al scketch televisivo de "El contra" 1, en el cual Pergolini hace las veces de Renato (Juan Carlos Calabró), el bruto que no entiende nada, y Pigna hace de Antonio Carrizo, el intelectual que corrige constantemente a Renato (el "contra"). Esta fórmula se demostró exitosa desde tiempos remotos, en cine, teatro y televisión. Pigna y Pergolini se sirven, evidentemente, de ella. Y esto realza al primero y a sus "revelaciones" históricas.

Felipe Pigna

Con la figura de Pigna intelectual ya esculpida, el dúo se apresta a difundir su discurso "histórico". Aquí, las comillas no son casuales. Si bien Pigna se ase de evidencia y eventos históricos, la forma narrativa con que presenta sus resultados y la línea que estructura todo su trabajo, es un discurso "político". El autor, que pretende distinguir mito de historia en sus trabajos, no ha podido separar discurso histórico de discurso político. Este último se manifiesta claramente en su participación radial y televisiva. Su toma de posición cercana al revisionismo se combina con insultos directos y clamas vengativas. Su rechazo del neoliberalismo se presenta apriorísticamente, a menudo sin la fundamentación (no muy difícil de esgrimir) que requiere todo trabajo histórico. Su rechazo de la idea tradicional y de manual de próceres y mártires buenos (José de San Martín, Domingo Faustino Sarmiento) contra malvados (virrey Cisneros), concluye en su presentación reformada de otros próceres y mártires (Castelli, padre Mugica) contra malvados vendepatrias (Bernardino Rivadavia, José Martínez de Hoz). Es decir, reproduce la historia de manual con tan sólo algunas reformas. El Bien, representado por los personajes por los que simpatiza Pigna, contra el Mal, representado por los personajes políticamente contrarios a Pigna.

La posición política de Pigna también determina su decisión sobre qué es mito y qué es historia. Por ejemplo, respecto a uno de los eventos más horrorosos de la historia argentina, como es la desaparición de personas durante el gobierno militar de los años 1976-1983, Pigna adhiere casi automáticamente al discurso sobre los 30.000 desaparecidos inaugurado por los organismos de derechos humanos y defendido por las Madres de Plaza de Mayo. De acuerdo con Pigna, y aunque las fuentes históricas documentan alrededor de diez mil desaparecidos, el número 30.000 está asentado históricamente. Sin presentar justificación alguna, toma dicho número como "dado". Aquí entra el discurso político, pues el discurso de los 30.000 desaparecidos es un discurso político, y en este sentido no está ni bien ni mal, es político; lo que resulta incorrecto es confundir el discurso político con el discurso histórico. Si las Madres de Plaza de Mayo tuvieron un motivo político específico para construir este número 30.000, un número impactante que no cambia en nada lo que sucedió históricamente (uno o 30.000 desaparecidos hacen igualmente reprobable la represión militar de aquellos años), uno como historiador no puede tomar aquello como hecho histórico. En este sentido, sería lo mismo aceptar como histórica toda declaración formal de un alto funcionario político en un discurso sobre los logros alcanzados durante su última gestión: el interés político estará por sobre el interés histórico. El investigador debe confrontar el discurso con otros tipos de evidencia, y debe abordar el discurso político como algo construido históricamente pero no como una narración o descripción de hechos históricos, para comprender qué procesos llevaron a la construcción de dicho discurso.

Lamentablemente, la herida de los conflictos de los años 1960 y 1970 está muy presente en la actualidad, y no resulta extraño que se tome posición al respecto. Pero aquí es en donde se debe diferenciar historia de política. Se puede emplear la primera en favor de la segunda, pero no confundir ambas, que es, en definitiva, lo que hace Pigna. Sus "veredictos" sobre personajes de la historia reciente, padecen de lo mismo. Se condena a quienes representan el bando "contrario" no sólo en el campo de la política, sino también en el campo de las ideas (todo representante del liberalismo es a priori denigrado, por sus ideas antes que por sus actividades políticas), y aquí vemos lo que decíamos más arriba sobre este modo "vulgar" de hacer historia: el recurso empleado a menudo para definir a estos personajes "malvados" (es decir, contrarios a las ideas del investigador), por parte de Pigna y de Pergolini, es de hecho el recurso más fácil, el insulto. Más allá de que la historia como disciplina no gana absolutamente nada con esta modalidad discursiva, el insulto directo actúa sobre el convencimiento generado en el público mediante la comunicación de esta "historia-verdad revelada" de la que hablábamos más arriba, y aviva viejos resentimientos en nuevas generaciones. Este uso del insulto fácil va de la mano de las comparaciones arbitrarias realizadas sobre todo en el programa televisivo, entre situaciones y personajes del pasado remoto del país y situaciones y personajes más recientes, marcando una "continuidad" en la lucha de los Buenos contra los Malos. Estos anacronismos de escuela primaria encajan muy bien, sin embargo, con el recurso al detalle intrascendente que rellena el programa televisivo como las figuritas de los próceres y de las formaciones militares rellenaban las revistas infantiles en fechas patrias, recurso tomado de la historiografía argentina general contemporánea.

Hay quienes, aun reconociendo estos puntos negativos de la obra de Pigna, resaltan su capacidad de generar un interés previamente inexistente en el público general por la historia argentina. Sin embargo, quisiera cerrar este escrito haciendo dos observaciones. La primera es que la obra de Pigna es más bien una "consecuencia" que una causa del interés general por la historia que se avivó luego de los hechos de diciembre de 2001 2. Pigna tuvo, en todo caso, la inteligencia de subirse al barco (con más éxito que cualquier otro) de la publicación editorial sobre los recovecos menos explorados de la historia argentina que pudieran explicar la situación sociopolítica y económica actual. Y como segunda observación, tiendo a pensar que, si bien es positivo mantener vivo ese interés general por la historia, hacerlo del modo en que lo hace Pigna, como una suma de datos sólo rellenados con insultos y mediante un discurso netamente político que parece más una comunicación para un mitin político que un trabajo de historia, conduce a una confusión general que sólo puede crear una conciencia políticamente dirigida y reavivar viejos resentimientos.

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* Augusto Gayubas, Universidad de Buenos Aires, Argentina.

1 Sketch de la televisión argentina en el cual Juan Carlos Calabró interpretaba a un porteño fanfarrón, cholulo y desinformado que se caracterizaba por llevar siempre la contra, y que debía ser soportado por el personaje de Antonio Carrizo, un hombre serio y correcto cuyo alto nivel de conocimientos contrastaba con la ignorancia de "el contra".

2 En un contexto de crisis económica y de altos grados de inoperancia política durante el gobierno del presidente Fernando De la Rúa en la Argentina (1999-2001), en diciembre de 2001 estalló el descontento social bajo la forma de saqueos a supermercados por parte de sectores de las clases bajas, y de manifestaciones que solicitaban una solución a diversos problemas puntuales que afectaban a las clases medias. El "cacerolazo" de la clase media, sumado a una estrategia política subterránea de algunos sectores del peronismo y del radicalismo y a la falta de tacto del presidente De la Rúa, concluyó en la renuncia apresurada de éste y en un vacío aparente de poder ocupado sucesivamente y en poco tiempo por distintos presidentes interinos, que condujo a una ineludible crisis de representatividad. Estos hechos avivaron el interés de la clase media por la historia argentina, en la búsqueda de los orígenes de los problemas sociopolíticos actuales o de los ideales perdidos que podrían ser recuperados.



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15 de septiembre de 2006

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