Blas Matamoro: "De un saber melancólico"

Por Consuelo Triviño *
(Madrid. España)

Consuelo Triviño Foto Copyright © Marta Menoyo

Además de ensayista, Blas Matamoro es narrador, traductor y crítico musical. Destacan entre sus libros de narrativa, Hijos de ciego, Viaje prohibido, Nieblas, Las tres carabelas, Ambos mundos y Malos ejemplos; y de ensayo, La ciudad del tango, Oligarquía y literatura, Saber y literatura, Genio y figura de Victoria Ocampo. A raíz de la publicación de su libro Olimpo (1976) donde criticaba los mitos porteños, Matamoro debió exiliarse en Madrid, ciudad que hizo tan suya como el Buenos Aires de su nostalgia. Entre Buenos Aires y Madrid, conquistó ese lugar que le permite ser, nada más y nada menos que la escritura que fija su perfil. Su línea de trabajo desde sus años mozos, al decir de Juan José Sebreli, se perfilaba como una mezcla de marxismo heterodoxo, existencialismo y escuela de Frankfurt; y es que la heterodoxia parece ser la vía que encuentra para satisfacer su vocación multidisciplinar, su necesidad de mezclar todos los saberes, los sabores, los olores y las tonalidades.

Su Lógica de la dispersión parte de una reflexión en torno al pensamiento posmoderno (el discurso fragmentario sobre el mundo actual). Matamoro intuye que lo fragmentario no es tan posmoderno como podría pensarse y empieza a buscar antecedentes en el pasado. Así descubre que el pensamiento disperso y fragmentario se remonta hasta los griegos. Y él va dando saltos por distintos momentos, por nombres y estéticas diversas: Montaigne, Hegel, Nietzsche, la antigüedad clásica, el barroco, la modernidad y la llamada posmodernidad. Es esta una obra de madurez, síntesis de un mar de lecturas multidisciplinares, opuestas, contrapuestas y muchas veces contradictorias. Pero Montaigne parece darle la clave de ese pensamiento que se da a saltos y que se va haciendo en la escritura, que nos lleva del asombro a la maravilla; de la sospecha, sembrada por los indicios de lo siniestro, a la mera especulación filosófica, proceso que pone a funcionar todos los sentidos, como él mismo señala.

Matamoro nos propone una teoría del conocimiento muy sui generis. Una suerte geometría cuyo trazado une realidades, o vincula, momentos, o estéticas, que en apariencia no tienen relación y que por tanto despiertan en nosotros el asombro. Lo que tenemos es una arquitectura que refiere el intento del ser humano de acercarse a cuatro realidades intangibles, el Ser, el lenguaje, el inconsciente y el universo. Se trata del intento de dibujar sus contornos y establecer sus límites. Se trata de realidades que nos son esquivas y que no pueden aislarse en objetos, como tales, pero que actúan, se manifiestan nos envían señales, nos informan de algo. No se pueden nombrar ni concebirse como totalidad, pero se perciben a través de los sentidos, es decir del cuerpo que nos constituye.

La conclusión después de estas formulaciones de Matamoro podría ser que nos encontramos en una encrucijada respecto a la ciencia y el conocimiento, en tanto conceptos como el absoluto y la totalidad, se desmontan por la naturaleza de estas cuatro realidades intangibles e inaprehensibles. El pensamiento progresivo y las coordenadas de la mentalidad occidental están en crisis, pero esto no es una catástrofe, todo lo contrario, es un punto de partida. La ciencia que tiene por objeto el conocimiento universal, sigue funcionando en su devenir con objetos que son comunes para todos los sujetos y su quehacer, en verdad, tiene soluciones estéticas, en la medida en que busca límites, fija confines, contornos, perfiles, formas. Matamoro subraya, en consecuencia, la unión entre la ciencia y el arte en su afán de conocimiento y es este el punto de partida para nuevas especulaciones.

¿Y la melancolía, que tiene que ver con todo esto? Cuando le pregunté a Blas porqué la segunda parte del título de su libro era "un saber melancólico" me dijo que precisamente porque el objeto definitivo del saber es algo que se imagina como perdido, algo que se tuvo, pero ya no se tiene, o que quizás nunca se tuvo, como los paraísos perdidos que inventamos en la nostalgia. Y es que, a su juicio, en todo saber estaría presente la melancolía del origen, el lugar donde se estuvo y ya no se puede volver. Sigamos, pues intentando ese conocimiento del mundo con la ayuda de Blas Matamoro cuyo libro recomiendo a los aquí presentes.

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15 de febrero de 2007

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