Llamarse García con pasaporte colombiano

Por Manuel Vicent *
(Madrid. España)

Manuel Vicent

La catarata de mermelada en forma de elogios que ha soportado Gabriel García Márquez desde la publicación de su famosa soledad me exime de añadir una cucharada más. Cada palabra de su literatura parece tallada a punta de navaja sobre madera de ceiba, y él mejor que nadie ha sabido interpretar los gruñidos de chanchitos que se expanden en el interior del silencio precolombino. Pero no todo es gloria. Felizmente este premio Nobel tiene a veces que enfrentarse con alguna dificultad que lastra sus alas y lo desciende a tierra. Se trata de la aventura de llamarse García con pasaporte colombiano.
Estuve con Gabo la última vez en La Habana en una cena compartida con Mercedes, su mujer, mi hijo Mauricio, corresponsal de El País de Madrid en Cuba, y el escritor Reynaldo González. En la sobremesa le dije que durante el viaje desde Madrid, medio avión venía leyendo Memoria de mis putas tristes, su última novela, cosa que pareció complacerle. Él acababa de regresar de Los Ángeles en cuyo aeropuerto se había repetido el mismo percance. Contó que al llegar allí el aduanero le había escudriñado hasta el último entresijo de sus cuatro maletas y él mismo fue sometido a una exhaustiva inspección corporal. Llamarse simplemente García, llegar en primera clase con un bagaje copioso y exhibir un pasaporte colombiano hizo que saltaran todas las luces rojas. Un policía inmenso con la cintura rodeada por toda una ferretería lo condujo a una habitación para someterlo a interrogatorio. En esos casos García Márquez se deja llevar porque sabe que al final siempre hay algún pasajero anónimo que lo reconoce y arma un escándalo al comprobar que a un premio Nobel lo tratan como a un camello.
Gabo es un militante de su pasaporte colombiano, siempre bajo diez lupas en cualquier aeropuerto. No se aviene a ninguna ventaja diplomática y tampoco ha aceptado ofertas de compartir otra nacionalidad. Tal vez lo excita ser sospechoso durante una hora en medio de una expectación general. Al llegar un día a París, el aduanero se fijó en que este tal García llevaba en la solapa la insignia de la Legión de Honor y le dijo:
- Le advierto que en este país llevar distinciones falsas es un delito.
- Lo sé- contestó Gabo.
- En ese caso, no juegue. Quítesela ahora mismo.
El otro día tuve una sorpresa. Recibí una fotografía tomada en La Habana en la que mis dos nietos cubanos se hallan en brazos de Gabriel García Márquez, quien está sentado en su casa del barrio de Cubanacán en la misma mecedora que usaba Fidel Castro cuando iba a visitarlo. Estos dos niños, Miguel y Camila, tampoco saben quién es todavía ese señor García. Algún día lo sabrán.




* Manuel Vicent (Villavieja, España, 1936). Es uno de los más importantes novelistas y periodistas contemporáneos en lengua castellana. Premio Nadal y Premio Alfaguara de Novela, es uno de los más destacados columnistas del diario El País de Madrid. De su obra sobresalen sus novelas Balada de Caín y Son de marzo.

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15 de abril de 2007

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