Selección de poemas de Miguel Ángel Zapata
Nueva York, USA




MIGUEL ÁNGEL ZAPATA. ha publicado los libros de poesía: Imágenes los juegos (Lima, 1987), Poemas para violín y orquesta (México, 1991), Lumbre de la letra (Lima, 1997), Escribir bajo el polvo (Lima, 2000), El cielo que me escribe (México, 2002), Cuervos (México, 2003), Los muslos sobre la grama (Antología personal) (Buenos Aires, 2005), A Sparrow in the House of Seven Patios (edición bilingüe) (Nueva York, 2005), y Un pino me habla de la lluvia (Lima, 2007). En crítica literaria destacan sus libros: Metáfora de la experiencia. La poesía de Antonio Cisneros (1998), Nueva poesía latinoamericana (1999), Moradas de la voz. Notas sobre la poesía hispanoamericana contemporánea (2002), La pirámide y el signo. Literatura y cultura de México, siglos XX-XXI (2005), El hacedor y las palabras. Diálogos con poetas de América Latina (2005), y Mario Vargas Llosa and The Persistence of Memory (2006). Es director de Hofstra Hispanic Review, y catedrático de literaturas hispánicas en la Universidad de Hofstra, Nueva York.





De Un pino me habla de la lluvia (Lima, 2007)

Ensayo sobre la Rosa

Unas rosas re-raras oh
Oscar Hahn

1

Busco siempre rosas raras para mis floreros de barro. Rosas que borren la tinta gris y los colores exagerados del cielo. Rosas que no lloren pero que sientan el vacío de los largos patios de la memoria, las puertas que se han cerrado y esperan una mano para volver a vivir. La lluvia nos moja sin saberlo, y la rosa piensa que tiene voz de oro, no sabe que es sonido de una silaba incolora.

2

Los mirlos le carcomen su pecho colorado y siente un dulce dolor inexplicable. La rosa de la ciudad es distinta a la rosa del campo. Una es mundana y le gusta la noche, los avisos luminosos y la gente que la mira con prisa. La otra es como la tinta verde de los geranios y conoce el cielo como su propia muerte. Por eso tal vez siempre busco rosas raras para mis floreros de arcilla: rosas mas calladas, menos presuntuosas, rosas de bosque o de patio privado.

3

En una época fui repartidor de rosas. Llevaba belleza a las casas. Alegraba los corazones de la gente, y muchas veces vi prenderse las ilusiones tras las puertas y las ventanas. Algunas veces llevé rosas a los cementerios donde la muerte se confundía con la hermosura de la hierba. También traje rosas en floreros de barro, tal vez por eso me atraigan tanto las macetas, los tulipanes y los pistilos de Georgia.

4

Mi madre es una rosa llena de ríos. Hermosa curiosidad su piel: una perfecta combinación de canela con miel, solo comparable con los interminables campos de Chulucanas. Mi madre es una rosa de noventaiseis pétalos bien dispuestos por el algarrobo y el mango. Cada espacio en su lugar: la voz que entona canciones del novecientos y el corazón abierto como una manzana. Es la rosa más bella de mi jardín.

5

En otra época coleccioné una exquisita variedad de rosas. Mis hijas fueron las rosas más bellas de California. Las rosas no caen ni se mueren, en cambio, se levantan como un roble cuando quieren, son el sol y la sombra de cada día: la trenza de las niñas, el sol del ingrato azar.

6

A veces pienso en la rosa de Blake y su gozo carmesí, o en los mares interiores de la rosa de Rilke y sus cámaras ardientes respirando el orificio de una tarde vana. Aquí mi lámpara de hierro no sofoca mis inquietudes, ni la ceniza ni la piedra estropea mi fe. Mas allá de todo están las rosas bermejas de Milton y de Borges rozándoles la cara mientras miran un cuadro del Bosco. Después de todo el camino es la piedra o la ceniza.

El florero nos suplica: déjame ver la ceniza, después la rosa.


De El cielo que me escribe (México, 2002)

El cielo que me escribe

Cielo blanco sin polvo ni memoria. Cielo que limpia la visión del ave clavada sobre la arena. Cielo de algas y peñas en el moho: aire de ninguna flor, brisa de ningún árbol donde no se escribe el poema ni el diario de la muerte. Cielo mío que calla a tiempo el sonido del ave sobre la arena. Cielo mío que no escribe su visión por el ave ni la arena, sino por el moho y el alga que verdea el espejo ya disuelto.

La iguana de Casandra

Para Casandra Iris

Presiento que extrañas los arenales del desierto. No eres feliz, aún cuando mi hija te pone en el árbol de nuestro patio para que te sientas en casa. En tu mirada veo las dunas y una luna parda volando con la arena. A veces pienso dejarte ir pero no quiero ver triste a mi pequeña niña. Siempre recuerdo cuando te escapaste de tu tanque de cristal y luego te encontré meditando encima de mi ordenador: sorprendida mirabas mis palabras con luces y escuchabas las quenas de mi grabadora Quasar. Veo tus ojos plomos en los míos y pienso en el desierto: las dunas me atraen, sus líneas son femeninas, cada trazo es el pincel de un lenguaje sagrado que vive siglos bajo el sol. Así el mundo, la lengua, el poema que no quiero ya escribir. No sé si te compraré un tanque más grande, con algunos troncos elevados o te dejaré ir uno de estos días. Creo que morirías en este zoológico humano, además nadie te daría verduras ni lechugas frescas y calor. Ya quisiera volar al bosque de tu ensueño, dejar esta prisión de silencio y entrar en tus ojos plomizos para bailar en el desierto, donde alguna vez bailaremos desnudos bajo una tibia duna.

La ventana

Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Plantaré un árbol en medio de la calle, y crecerá ante el asombro de los paseantes: criaré pájaros que nunca volarán a otros árboles, y se quedarán a cantar ahí en medio del ruido y la indiferencia. Crecerá un océano en la ventana. Pero esta vez no me aburriré de sus mares, y las gaviotas volverán a volar en círculos sobre mi cabeza. Habrá una cama y un sofá debajo de los árboles para que descanse la lumbre de sus olas.

Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Así podré ver el cielo y la gente que pasa sin hablarme, y aquellos buitres de la muerte que vuelan sin poder sacarme el corazón. Esta ventana alumbrará mi soledad. Podría inclusive abrir otra en medio del mar, y solo vería el horizonte como una luciérnaga con sus alas de cristal. El mundo quedaría lejos al otro lado de la arena, allá donde vive la soledad y la memoria. De cualquier manera es inevitable que construya una ventana, y sobre todo ahora que ya no escribo ni salgo a caminar como antes bajo los pinos del desierto, aun cuando este día parece propicio para descubrir los terrenos insondables.

Voy a construir una ventana en medio de la calle. Vaya absurdo, me dirán, una ventana para que la gente pase y te mire como si fueras un demente que quiere ver el cielo y una vela encendida detrás de la cortina. Baudelaire tenía razón: el que mira desde afuera a través de una ventana abierta no ve tanto como el que mira una ventana cerrada. Por eso he cerrado mis ventanas y he salido a la calle corriendo para no verme alumbrado por la sombra.


De Los muslos sobre la grama (Buenos Aires, 2005)

Ya no tengo ángel de la guarda

Ya no tengo ángel de la guarda. Un día inesperado se perdió en la llanura buscando la plenitud y el reposo. A pesar de todo, el movimiento del cielo no cesa todavía. Sigo caminando por el bosque con los ojos abiertos, y a veces siento en el aire una breve eternidad. Pienso que mi ángel de la guarda - por ese inmenso cariño por las islas - está de custodio de las profundidades del mar, que después de todo, es la otra cara del cielo. Sé que no está en el monte Nebo contemplando el tiempo que vendrá. Mi ángel tenía una larga cabellera negra y sus ojos te seguían por todas partes. Cuando iba de paseo en mi bicicleta su cabello era una llamarada de fuego negro que llamaba la atención en todo el vecindario. Nadie la podía ver, excepto mi perro que agachaba la cabeza cuando volaba por encima de los geranios. Ya no tengo ángel de la guarda. Ahora camino solitario por las oscuras calles de los pinos y presiento que alguien todavía me vigila.

La lluvia siempre sube

¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?
César Vallejo

Ahora comprendo porque la lluvia
siempre sube por el corredor del cielo
para encontrarte.
Hoy quiero salir a caminar y volver
cuando sea necesario.
¿Por qué siempre hay que volver?
¿Por qué no esperar a que la lluvia se
suspenda como una acróbata en el malecón
para que nosotros podamos contarle nuestras
perlas al mar?

¿Y cuando la lluvia suba, por qué no retornar
a la casa que te espera?

Y allá arriba pareciera que todo ha muerto,
hasta el faro de la playa que te llama
con la neblina de la noche.

Abajo los perros soñolientos beben agua de
las calles, y los cuervos solitarios acampan
temerosos en la pradera de la playa.

Mi casa está sola: su luz amarilla se niega
a desaparecer en el pasillo.


De Lumbre de la letra (Lima, 1997)

Mis sílabas perdidas

Hoy el mundo es la caja de resonancia que flota con mis sílabas perdidas. Estas torres se trenzan en el aire mientras las campanas llaman otra vez y la capilla vacía, el sol se escurre con algún pájaro por la torre mayor y la lluvia oreada por fin desaparece.

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Texto, Copyright © 2007 Miguel Ángel Zapata
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15 de junio de 2007

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