Genuino y leal, un verdadero hermano del alma

Por Rhonda Dahl Buchanan
(University of Louisville.EE.UU)

Álvaro Félix Bolaños

Cuando recibí el mensaje de José Cardona López el 15 de mayo de 2007 contándome que nuestro querido amigo Álvaro Félix Bolaños había fallecido el día anterior, no pude creerlo, o mejor dicho, no quise creerlo. Fue por Félix que conocí a varios escritores colombianos en los años 80, entre ellos a José, quien pudo venir a vivir en este país gracias al estímulo y ayuda de su amigo, para estudiar primero la maestría en español de la Universidad de Louisville, donde enseñó, y luego el doctorado en la Universidad de Kentucky, como había hecho su compadre en 1988.

Recuerdo muy bien mi primer encuentro con Álvaro Félix, al principio de mi carrera en la Universidad de Louisville. Me escribió una carta muy formal informándome que mi propuesta para una ponencia sobre Pero sigo siendo el rey, una novela de David Sánchez Juliao, había sido aceptada para una sesión que él iba a moderar sobre literatura colombiana en el congreso anual de literatura de la Universidad de Kentucky en 1986. Recuerdo que al llegar a Lexington, como todavía no conocía personalmente a Álvaro Félix, yo andaba buscando a un profesor viejo con canas, y cuando finalmente nos vimos, me sorprendió conocer a un joven muy amable cuya sabiduría desmentía sus pocos años. Mucho después, al llegar los dos a medio siglo de vida, cuando podríamos considerarnos profesores "viejos", nos reímos recordando ese primer encuentro nuestro.

Bolaños con Jorge Arias, consejero del Cabildo de Huellas en Cauca, Colombia, 2005

Esto fue el comienzo de una larga y hermosa amistad que duró más de veinte años. Compartíamos el amor por Colombia, por la literatura latinoamericana, la música rock, los perros y las carreras de larga distancia. Por lo tanto, lo que más me sorprendió fue la manera en que mi amigo falleció, dejándonos huérfanos de su bella sonrisa y espíritu vital. Todavía me pregunto, ¿cómo es posible que a Félix le hubiera fallado el corazón corriendo cuando lo tenía tan enorme? Tal vez por querer y cuidar tanto a su familia, amigos, colegas y alumnos en esta vida, su pobre corazón simplemente no aguantó más. Álvaro Félix siempre me ayudaba cuando le pedía algún consejo y sé que hacía lo mismo con mucha gente. No sería una exageración decir que él me ha ayudado durante toda mi carrera, al principio leyendo manuscritos míos sobre narrativa colombiana con el ojo de buen editor que tenía, y enviándome artículos suyos sobre literatura colonial para usar en mis clases y mis presentaciones profesionales, estudios brillantes sobre Fray Pedro Simón, Juan Rodríguez Freile y Fernández de Oviedo. En los últimos años, cuando mi universidad decidió establecer un programa de Latin American and Latino Studies, Álvaro Félix me dio excelentes consejos y me mandó mucha información útil. Y con ese sentido de humor tan listo y sabroso que tenía, me recomendó que siguiera el modelo del programa de maestría en estudios latinoamericanos de la Universidad de Florida: MALAS. Recuerdo como si fuera ayer su risa cuando me contó eso y le pregunté si acaso estaba tomándome el pelo con el doble sentido de ese acrónimo.

Cuando se me pidió que escribiera un breve tributo a Álvaro Félix para esta revista, no sabía cómo comenzar a expresar la tremenda tristeza que siento por la pérdida de un amigo tan genuino y leal, un verdadero hermano del alma. Tampoco sé ahora cómo terminar de contar las infinitas virtudes de Álvaro Félix Bolaños. Tal vez con este soneto del maestro Julio Cortázar, otro ser entrañable de espíritu cristalino y generoso, cuyas palabras nos recuerda que una amistad auténtica es un regalo de la vida que no nos puede quitar la muerte.

Cortazar


LOS AMIGOS

En el tabaco, en el café, en el vino,
al borde de la noche se levantan
como esas voces que a lo lejos cantan
sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,
dióscuros, sombras pálidas, me espantan
las moscas de los hábitos, me aguantan
que siga a flote en tanto remolino.

Los muertos hablan más, pero al oído,
y los vivos son mano tibia y techo,
suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día, en la barca de la sombra,
de tanta ausencia abrigará mi pecho
esta antigua ternura que los nombra.

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15 de octubre de 2007

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