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Ómnibus
Nº 2 Año I  marzo 2005



Diario de Iván

Por Martín Valle

Ilustración original de Juan Manuel Ortega

Día 1

        Manejaba borracho por la Panamericana, sin poder concentrarme. Los chillidos de Clara sonaban como cristales estallando en mi cabeza:
-¡SOS UN REVERENDO HIJO DE PUTA! -gritaba desde el asiento del acompañante, y no paraba de tirarme piñas.
Harto por el alcohol y los insultos, me di vuelta para pegarle un cachetazo y el golpe y el choque fue todo uno: me había desviado con el movimiento y le di de lleno a un camión que venía en sentido contrario.
Como en las pesadillas, una imagen panorámica desde arriba: mi cabeza incrustada en el volante, bañada en sangre. A pocos metros del Peugeot, Clara enroscada y deshecha. Sabía que atravesó el parabrisas. Sabía que estaba muerta.

Enajenado gritaba en sueños, desperté con su voz.
Ella sostiene que yo no paraba, una y otra vez: "¡No, Clarita, no te mueras! ¡No me hagas esto!". Hoy me pregunto si el accidente habrá sido exactamente así, como me lo cuentan.
Desde ese día, todo es confuso. El médico y mi mujer afirman que sufro de amnesia, y ahora sugieren que sería beneficioso, para una pronta recuperación, escribir un diario ... Un diario, precisamente. ¿Un diario para qué, si tengo claro que estoy loco?

Día 2

        Hoy voy a hablar de mí, lo necesito.
Mi situación es envidiable. Una mujer hermosa, una hija que se llama Sofía y un perro fiel. También, un departamento chico pero acogedor. Y no muchas preocupaciones, porque desde el accidente ya no puedo trabajar. Vivo del resultado del juicio que aún no sé cómo ganamos; es una de las tantas cosas que no recuerdo.
Mi mamá -una señora bastante especial en más de un sentido- nos visita en forma periódica, y afortunadamente habla poco. Se limita a sentarse a mi lado, preguntarme cómo estoy y mirarme un rato largo con ojos tristes. Después se va, prometiéndome una pronta visita.

En definitiva, soy relativamente feliz: no me hace falta nada.
Tan sólo -creo- me gustaría recordar.

Día 3

        Desperté otra vez con la voz de Clara.
La pesadilla se hizo más nítida que nunca, pero fue poco comparada con lo que pasó después.
Cuando abrí los ojos ella me acariciaba el pelo.
-Bueno, mi amor -me susurraba al oído-, ya está. Tranquilizate, que es nada más que un sueño.
Yo le devolví la caricia, y me levanté para ir al baño. Tenía sed y se me partía la cabeza: necesitaba una aspirina. Pasé por el cuarto de Sofi y la arropé, esa nena siempre se destapa de noche.
Me sentía inquieto. Asustado, creo. Pensé que debía ser por la negrura de la pesadilla.
Era extraño: la casa me resultaba grande y ajena. Entre al baño y busqué un par de genioles en el botiquín. Los tomé con un vaso de agua, mojé mis manos y me enjuagué la cara.
Entonces todo cambió.
El espejo ya no devolvía sólo mi imagen.
A mi espalda, mirándome fijo con ojos vacíos, vi un hombre vestido de enfermero.
Tuve un escalofrío. Aunque el pánico me paralizaba, logré darme vuelta.
Nadie.
Nadie, y aun así el terror no me abandonaba.
Salí del baño lo más rápido que pude.
Me aseguré de que mi hija dormía, recorrí el lugar comprobando que todo estuviese en orden y volví a mi habitación.
Me metí entre las sábanas. Apagamos la luz, pero no conseguía dormirme.
Clara habrá sospechado que algo pasaba.
-¿Te sentís bien, Iván?- me preguntó, acariciándome la frente, en medio de la oscuridad.
Le mentí que sí.
-Estoy bien -le dije-. Dale, dormite.
Me di vuelta, y minutos más tarde simulé la respiración del sueño.
No quiero que se dé cuenta de que estoy tan loco.

Día 4

        Es claro, ya no tengo control sobre nada -¿acaso alguien puede no descontrolarse cuando de la noche a la mañana todo carece de sentido?-. Me asombra con qué facilidad uno enloquece, arrastrado por la angustia del desconcierto.
Hoy vino mi médico, y a él sí le conté lo que había pasado. Dijo que no debía preocuparme, que era normal -"postraumático" fue la palabra que usó, creo.
Pero, al rato de haberse ido, la realidad que me rodea cotidianamente perdió su curso. Yo estaba solo en casa y miraba la televisión, cuando de pronto una gota de agua cae sobre mi mano. ¿Una gotera? Por reflejo miré hacia arriba. Nada, ni siquiera humedad.
Cuando baje la cabeza, casi sufro un ataque al corazón.
El enfermero de anoche había vuelto.
Venía hacía mí deslizándose bajo el resquicio de la puerta que comunica la cocina con el living. Pude verlo claramente: alto y gordo; para nada tenebroso, se podría decir. Pero, en esa situación, qué carajo no es tenebroso. Temblando, me levanté del sillón y cerré los ojos. Y, aunque sabía que nada podía ser real, grité como nunca en mí vida.
Entreabriendo los párpados, descubrí que estaba solo.
¡Mierda! Todo se está yendo a la reverendísima mierda.

Más tarde.
En medio del living, sin nadie a mi alrededor, me serví un whisky. Lo tragué como si fuese agua. Más calmado, me puse a cocinar algo para esperar la llegada de Clara. Vino enseguida, y entonces todo se tranquilizó: cuando ella está conmigo, sé que nada raro va a pasarme. Y se lo dije. No le conté nada, pero le dije eso, que me hacía sentir feliz.
-Vos vas a estar bien, Iván -me dijo-. La bebé y yo te necesitamos. Y te necesitamos acá, con nosotras.
-No entiendo -dije.
-Nada -dijo ella tapándome los labios, besándome con la piel de sus dedos-. Vos tenés que estar bien y quedarte.
Era cierto que no entendía qué quiso decirme, pero su sola voz me tranquiliza.
Ahora me voy a dormir. Espero que mañana todo esté mejor.

Día 5

        Día tras día mi locura empeora.
No es que hoy haya visto algo. Pero escuché. Y fue más que suficiente.
Estaba como todos los días mirando la televisión, tomaba whisky -ahora siempre que estoy solo tomo whisky-. Entonces el puto aparato empezó a emitir sonidos que nada tenían que ver con mis dibujos animados.
Eran voces.
Voces, y el ruido típico de esos aparatitos -pi-pi-pi-pí, no sé si soy claro- que te dicen que seguís con vida cuando estás en un hospital.
Pero lo que más me llamaba la atención eran las voces.
No estaban en mi cabeza. Venían del aparato:
-por qué no descansa señora y se va a dormir a su casa, su hijo hoy no se va a despertar y usted sabe que no sabemos si en realidad lo hará algún día
- pobre vieja este tipo es casi un fiambre si no fuese porque lo tenemos todo conectado
-doctor Flores doctor Flores se lo necesita urgente en cirugía
No entendía un carajo. ¿Que tenía que ver eso con el Correcaminos? Apague el televisor, y espere a que llegara mi mamá. No habíamos acordado nada, pero supe que vendría. En efecto, a los cinco minutos entró en mi casa.
Se pasea por la habitación y, sin mirarme, me saluda afectuosa con un beso en la frente. Y ahí es que empieza con su ritual: acomoda flores en un jarrón de la mesita junto al sofá, y mientras tanto parlotea sin parar chismes de la familia. A mí me importan un carajo. Entonces me dice que me recupere pronto, me dice que tengo que salir de ahí, que mucha gente me espera y que afuera hace un día espléndido y que bla, bla, bla. Me cansa, no logro entenderla. Jamás me deja decirle una palabra. Actúa su monólogo interminable y desaparece tan pronto como vino.
No sé, tengo la sensación de que cada una de sus visitas es intercambiable por otra cualquiera. Y eso no me pasa solamente con mamá: es como si todo el tiempo todos supiesen algo que yo ignoro, como si algo en el mundo hubiese estallado fuera de estas cuatro paredes, y mi gente se hubiera complotado para que yo no me enterara.
Aun así, no pienso salir. La sola idea de cruzar esa puerta me hace temblar de pánico, aun más que mis voces y mis fantasmas -al menos, ellos están en mi cabeza- ¿o no?
Después, lo de todas las noches: duermo a Sofía, y acá estoy escribiendo este estúpido papel que hasta ahora no me hace estar menos loco.

Día 6

        Hace días que no veo al perro.
Creo que no está más. O que nunca estuvo, mejor dicho, porque cuando hoy le pregunté a Clara por él, se alzó de hombros y no dijo nada.
Cómo puede ser que ella no note que no está el perro.

Ilustración original de Juan Manuel Ortega

Día 7

        Creo que la locura o el miedo me están dotando con poderes mentales.
Hoy la televisión volvió a tener esa interferencia hospitalaria.
-doctor Flores Doctor Flores urgente presentarse en guardia
-a ver muchacho que le vamos a limpiar el culo
Pero lo raro viene ahora.
No toqué ni un botón ni me moví de mi sofá. Sólo quise que el televisor se apagara, y así fue: cesaron las imágenes, las voces se diluyeron en una pantalla cada vez más blanca.
Entonces decidí hacer un pequeño experimento.
Pensé en el perro. Y vino.
Vino y me lamió la mano. Quise que ladrara, y ladró con ganas. Después quise que hiciera el muertito y lo hizo.
Y después, que me visitara mamá. Y me visitó. Y quise que llegase Clara y llegó. Y en cuanto llegó me descubrí diciéndole:
-No sé lo que hago, Clara, pero te juro que todo lo que quiero pasa.
-Por supuesto, Iván. Nosotros estamos acá porque vos querés,
y porque nosotros te queremos.
No entendí, pero tampoco quise preguntar: el sonido de su voz me tranquiliza.
Qué extraño: recuerdo haber escrito estas palabras.

Día 8

        ¡Volvió, hoy todo volvió! Todo lo que me ha estado sucediendo me sucedió en un solo día.
Primero la gota de agua cae de la nada sobre mi mano. Esta vez la chupé: era salada, y supe de inmediato lo que iba a pasar. Pero nunca hubiese podido imaginar lo que realmente sucedió.
Sentí repentinamente una mano en el hombro. Giré y ahí estaba: me miraba fijo.
Al principio, al verlo bien de blanco, pensé que se trataba de un religioso o de un sicario de alguna secta. Pero enseguida reconocí al enfermero. Con su aterradora cara de gordo boludo, clavaba en mí sus ojos vacíos sin siquiera una palabra.
-¡MIERDA! -grité, y la tele se encendió...... doctor Flores...... doctor Flores...... -¡CARAJO! -dije, tratando de levantarme-. ¡CARAJO!
Miré a mi alrededor, me mareé con ese cuarto lleno de gente. Entre la muchedumbre reconocí a mi médico, al enfermero y a mi vieja.
-¡MIERDA, MIERDA, QUE PARE!
Una camilla en el centro de la habitación daba a mis alucinaciones un toque más extraño: todo lo que sucedía era de este lugar. El terror me impulsaba a huir.
Pero no hacia afuera.
Yo necesitaba escapar, escapar dentro de mí, en mi hogar, en el lugar de siempre.
-Mierda, mierda, mierda -dije en voz baja hasta quedarme sin aliento. Y me arrodillé llorando. Cerré los ojos y me propuse abrirlos cuando todo terminase.
Quiero que venga Clara y la nena y el perro y mi vida por favor quiero mi vida.
-Iván, mi amor -la voz de mi mujer retumbó en mi cabeza como un eco lejano. Un zumbido, que creció de adentro hacia afuera en mis pensamientos ocupando ahora todo el espacio-. Ya estoy acá, cielo.
Abrí los ojos-
-y ahí la vi a ella con la nena en su regazo y el perro echado a su lado.
Me arrojé en brazos de la mujer de mi vida, sin dejar de llorar. Le conté todo, desde el primer instante.
-Vos, Iván -dijo sin soltarme-, tenés que quedarte con nosotras. La bebé y yo te necesitamos. No existimos sin vos. Es así de simple.
Creo que siempre supo que yo estaba loco. Pero me tranquilizó, como todas las veces.
Tengo que dormir. ¡Dios mío, quiero dormir!

Día 9

        No sé qué está pasando, hoy la casa amaneció vacía: ni muebles ni Clara ni la bebé ni el perro. Ni siquiera los fantasmas vienen hoy.
En el cuarto inmenso, pálido y vacío, percibo cómo todos me rondan. Pero yo no puedo verlos, creo que perdí la razón. Quiero usar mis poderes y tampoco resulta, como si todo hubiese desaparecido por fin, dejándome librado al pánico, al azar de mis reflexiones.
No logro que mi mujer aparezca.
Sospecho que, en cualquier momento, incluso puedo desaparecer yo mismo.

Día 10

        Nota mental: muerto de miedo, no recuerdo haberme dormido, pero es evidente que sueño, o me volví definitivamente loco. Abrí los ojos y me encuentro acostado en una camilla, lo se por que a mi alrededor es todo un puto hospital.
Mi mamá, sentada a mí lado, me acaricia el pelo y la frente mientras escucho su voz:
-viste que te ibas a poner bien hijito, viste que mamá te dijo- llora, y sus lagrimas caen como gotas pesadas sobre mi mano, como las que caían desde el techo en mi casa.
Ya sé -pienso- un ataque, y fui a parar al hospital, pero, ¿donde están Clara y la nena?.
Con dificultad le pregunto a mi madre:
-Cl...-dudo- ¿Clara? - pregunto al fin y el sonido de mi voz me duele en la garganta y en los oídos como si hiciese meses que no la uso.
-Ya va a haber tiempo para hablar de eso-me contesta-vos tenés que poner fuerza y recuperarte-
El terror se apodera de mi.
El enfermero gordo, tenebroso y con cara de bueno entra en la habitación para sacarme el papagayo-según dice- no le creo.
Empiezo a temblar violentamente, agito los brazos y sacudo la cabeza en todas las direcciones. Siento como la saliva corre por la comisura de mis labios y las lagrimas mojan mis mejillas-no es tristeza, ni dolor, es desesperación- , percibo en el estomago como mi cuerpo se cubre de convulsiones.
Otro enfermero entra en la habitación y me ata a la camilla con unas correas de cuero, por que no dejo de temblar y revolear trompadas mientras el gordo carga una jeringa.
Mierda, mierda, mierda.
-¡¿DÓNDE ESTA CLARA?! -grito, de fondo el llanto de mi madre empieza a hacerse oír-Clara, Clarita-digo hasta quedar sin aliento. El liquido que el gordo me inyecta en el brazo muy a mi pesar, empieza a hacer efecto, mis extremidades se entumecen y el cosquilleo que ahora me recorre el cuerpo me anuncia que estoy perdiendo el conoci ...

Día 11

        Abro los párpados y las astillas de luz entran en mis ojos, convocando a los objetos que me rodean para que recuperen sus formas.
No quiero hablar.
Anoche volví a soñar con el accidente, con ella y su cráneo destrozado contra el asfalto.
Pero a pesar de los sollozos, no desperté con sus caricias y su voz que siempre me tranquilizaban.
Recupero los sentidos y entiendo.
A mi izquierda una mucama del hospital termina de abrir las cortinas de la ventana que da a la calle independencia, mientras otra -ambas visten de bordo- pone la bandeja del desayuno en la mesa rodante.
-No quiero comer-le digo antes de que la acerque a mi cama.
-Tiene que comer muchacho-me dice el enfermero gordo, desde la puerta y entra despacio en la habitación esperando ver como reacciono.
No hago, ni digo nada. Ya entendí.
-Tiene que comer-repite-así se pone fuerte y sale lo antes posible.
-¿Mi mujer? -pregunto, a todos. A nadie.
-No es momento para eso muchacho, usted tiene que alegrarse de haber salido de un coma como el suyo-Responde el gordo haciéndose cargo de mi pregunta.
Confirmé mis temores, pero repetí la pregunta, necesitaba oírlo:
-¡Mi mujer!
-No ... -al enfermero le temblaba la voz y el pulso, podía verlo en sus gestos mientras sus manos intentaban llevarse el pelo hacia atrás-no ...
-Esta bien, no digas mas nada-le dije entrecerrando los párpados- déjame dormir por favor.
No me hizo falta saber mas.
Clara había quedado en el asfalto aquella noche del accidente.
Aquella noche en la que me contó que tenia dos semanas de embarazo, aquella puta noche en la que yo le gritaba que no quería ser padre y que no me viniera a endosar un pendejo que podía ser de cualquiera.
-Usted tiene que agradecer y pelear amigo, porque tiene toda una vida por delante- me dijo el gordo antes de irse.
-Yo ya tenia una vida - pensé.
Y dormí, esperando inútilmente despertar en casa.

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15 de febrero de 2005

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