Reseñas


Reseña a La inteligencia de las flores de Maurice Maeterlinck

Primer libro de la colección Libros del Duende

Por Santiago Mutis

Maurice Maeterlinck

Durante milenios se le achacó la creación del universo a Dios, y de este mundo también, por supuesto, que con sólo ver sus árboles -bastaría un solitario Samán- muchos aceptamos que se trata sin duda de un prodigio, o de un milagro, si siguiéramos creyendo que la Tierra es una turbulenta oración. Después el joven Darwin, recorriendo los mares y sus islas, con los ojos muy abiertos, observó transformaciones en el mundo animal que le sugirieron un secreto, que poco a poco fue cobrando las evidencias de una nueva revelación: el mundo se ha ido haciendo a sí mismo; la Creación continúa, como una especie de rompecabezas vivo, impulsado por una indescifrable e indetenible voluntad de vida. Árboles y tigres, huracanes y colibríes, calamares gigantes y silenciosos boababs ... siguen al pie de la letra una misteriosa partitura musical, escrita por ellos mismos y para todos, de oscuro origen y materializada en miles de millares de formas, muchas más de las que podrían caber en la más ardiente imaginación, que componen este acorde de insondable armonía que para nosotros suena con una sola voz: la Vida.

Todas las culturas "primitivas" ya lo sabían, por eso saludaron la araña, el viento o el bejuco, como a un hermano, o mejor, como se saluda a un dios, a un dios real, que gobierna con todas sus fuerzas para imponer su existencia, entre millones de otros dioses -la luz, la ballena, el agua, la orquídea, el aire, la serpiente, el fuego, la hormiga- que se han levantado no como criaturas solitarias, libres y autónomas -ese es un sueño nuestro-, sino como hermosas y terribles formas que no pueden vivir unas sin otras. Si una sola pieza viva de este rompecabezas de siete dimensiones se altera o desaparece, la realidad entera se conmueve.

Cuando los afiebrados cazadores de oro y los no menos afiebrados magnates del progreso exterminaron las tribus indígenas de Norteamérica, imponiendo un progreso que hoy ha puesto en riesgo la vida misma, medio mundo -o quien quiso- se enteró de lo que pensaban esos "indios ignorantes" que los Blancos encerraron en pobres reservas y alimentaron con carne podrida. En esta carta-testamento de los pieles rojas dirigida al presidente de los Estados Unidos y publicada en sus periódicos, el jefe Seatle decía : "He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas muertos a tiros por el Hombre Blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no entiendo cómo una máquina ... puede importar más que el búfalo, al que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué será del hombre sin los animales? Si... fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todas las cosas están conectadas ... Si los hombres escupen en el suelo se escupen a sí mismos ... la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos. Todas las cosas están conectadas, como la sangre que une a una familia ... Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo".

Pero nosotros los hombres, que surgimos de todo esto, que nacimos del limo, hemos logrado ignorarlo, sobre todo los científicos, y sobre todo sus hijos más aprovechados, los técnicos que sostienen y empujan este desastre "natural" del progreso, que no es más que una trocha de cemento estéril que comunica el infierno con el paraíso.

Aunque fuimos la última especie invitada a la Creación, ya hemos dado al traste con ella; no sólo la hemos dado por terminada, sino que ahora pretendemos iniciar una nueva, otra, supuestamente bajo nuestro control. ¡Y hay que ver cómo van las cosas!

En esta nueva edad de la Creación, llamada "reconfiguración de la sociedad contemporánea", la punta de lanza más hiriente es la invención de los transgénicos, la manipulación del ADN de plantas y animales, afectando ecosistemas y culturas -además, claro, de economías regionales y nacionales, a las que se ajusta a una nueva dependencia-. El profesor Tomás León afirma que "la liberación de plantas transgénicas constituye una ruptura cultural sin precedentes en la historia de la humanidad ... Todo puede ser genéticamente modificado". El dios de la Creación ahora se esconde tras los laboratorios de biotecnología. "La selección natural dejará definitivamente la vía libre a la selección artificial por ADN recombinante y el mismo concepto de especie se evaporará en el aire". Lo cual creo que es no sólo irresponsable, monstruoso, insensato, sino francamente aterrador. Vamos a sustituir la Naturaleza por un menú elaborado por transnacionales. No sólo la Creación toda quedará en patentes ajenas expropiadas a la vida, sino que la tecnología -quienes la financian- tomará en sus manos las riendas y el destino del mundo, que hasta hace poco era natural. Las mismas manos que han despertado a los huracanes, el cambio climático, el calentamiento global. Leyendo el extraordinario estudio de Maurice Maeterlinck -bello, sabio e inocente- comprendemos la dimensión de este desmesurado disparate, de esta vanidad y prepotencia suicida de la ciencia, que pretende inclinar la balanza de la existencia a favor de una economía que no nos favorece y que tampoco favorece a las miles de especies vegetales y animales que hicieron el mundo que ahora reclaman para sí un puñado de magnates. Es un golpe de Estado a la Razón, a la imaginación, a la inteligencia, y una perversión del conocimiento, un descarrilamiento de la cultura. Maeterlinck se hubiera colgado de una viga si hubiese visto semejante fracaso, o hubiera puesto su pequeño libro de La inteligencia de las flores en las manos de todos y de cada uno de los habitantes del arrogante occidente (made in Usa) para que comprendieran que las consecuencias de manipular un mundo cuya riqueza y complejidad desconocemos, o que fingimos ignorar para ocultar nuestra codicia, podría ser, además de una docta estupidez, una hecatombe.

Maeterlinck no nos propone regresar a la humildad del "salvaje" panteísmo pielroja, que fuera aniquilado por ignorante y por habitar unas tierras codiciadas por otros -lo cual, para mí, no estaría nada mal, recuperaríamos sus viejos "conceptos sobre la necesidad de la convivencia sosegada y la opción por el equilibrio"-, pero no, Maeterlinck nos propone aguzar la razón, hacerla crecer y hacerla sentir, para poder volver a gozar el asombro que nos rodea y al que sin duda pertenecemos.

Ante el servilismo o el posible envilecimiento de una parte poderosa del "saber", he aprendido a respetar al sencillo jardinero, con su ética humilde o salvaje, simple, y sin fórmulas para triunfar sobre la naturaleza ni para conquistar el futuro: apenas una forma honesta de convivir. Los dejo con la deslumbrante frase con la que Maeterlinck definió las inteligentísimas orquídeas: "llama que alumbra en la oscuridad que separa los reinos".






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