Un encanto delicioso

Alexander Prieto Osorno (*)

Dulzura         Si dentro de diez años me preguntan por ti, tendré que aguardar un momento para rescatar tu imagen. Tendré que volver a caminar mis pasos para encontrarte en mis recuerdos. Registraré entre tantas cosas ocurridas y olvidadas, y te hallaré sonriendo sobre una pradera de mi mente donde jamás se oculta el sol y donde las aves dan volteretas entre las nubes: las penetran y vuelven a salir, como cosiéndolas con hilos transparentes. Y aun llegado ese instante, no responderé a la pregunta. Seguiré callando.
        Caminaré por mi memoria y, un poco aturdido, abriré la puerta donde te hallas. Te veré feliz y, a veces, preocupada por cosas insignificantes. Recordaré tu optimismo terco y tu cabello castaño, a veces corto y rizado y a veces largo, siempre sedoso, y tus dientes que no dejan de exhibirse. Te veré con angustias elementales que transfiguran tu rostro y te muestran tan frágil. Recorreré tus gestos, tu cuerpo pequeño y tus manos infantiles. Volverán tus enfados y esa forma tuya de ser tan posesiva, y tus cejas y tus dedos de arañita débil. Tus huesos también se harán presentes, y tus codos, y por fin hablarán esos lugares tuyos que no decían una sola palabra pero que sí me prestaban tanta atención.
        Si me preguntan por ti dentro de diez años, estoy seguro que no podré contestar de inmediato. Aún en silencio, recordaré nuestros sueños blandos y duros, y sufriré de nuevo por tus angustias ya calmadas. Y recobraré el sabor salado de tus felicidades y de tus tristezas, y retornará a mí tu imagen bañándose en experiencias muy dulces o marchando a salticos sobre el agua de un estanque. Tal vez te vea de rodillas, con las palmas juntas y mirando al cielo. Quizá te vea rezando una vez más así, en un templo budista, como jamás te vi hacerlo. Tus manos estarán unidas por el fervor de quien ruega soluciones a problemas sencillos, o salidas a laberintos creados por uno mismo, o felicidad para un mañana que nunca llega (o que ya llegó y uno no se atreve a enfrentarlo).
        En diez años, cuando me lo pregunten, lo más probable es que ni siquiera seamos nosotros mismos. Quizá, como yo, tú seas también una persona distinta, ojalá más feliz. Sin embargo, callaré todavía a quien me interrogue por ti.
        Volveré a ver tus pies diminutos y ese sitio perfecto que tienes en el rostro y que no mide más de seis o siete milímetros cuadrados de piel, situados en todo el centro de tu pómulo derecho. Y sólo entonces, recordaré que lo que más me gustaba de ti era tu imperfección; la deficiencia de ser endeble cuando era necesario ser fuerte, o de ser dura cuando era preciso ser tierna, o de ser amarga cuando valía la pena destilar dulzura. Tantas cosas equivocadas, imperfectas. De modo que otra vez me haré la pregunta que nunca pude responder: ¿cómo es posible que en ella tantas imperfecciones se mezclen de manera tan perfecta, tan maravillosa?
        Si en diez años me preguntan sobre ti, volveré a ser un hombre silencioso, melancólico y hasta aburrido. Porque, aunque tenga mucho por decir, preferiré callar.
        Mientras tanto, tus gestos estarán tan presentes que incluso haré esfuerzos vanos por alcanzarte con mis manos. Y por primera vez me daré cuenta de lo mucho que te quise decir y nunca te dije, y recordaré tus labios entreabiertos que se comieron tantas palabras que no pronunciaste. Me acordaré de los millones de minutos compartidos en completo silencio, donde sólo se encontraban nuestras presencias calladas en continua tibieza.
        Claro, cuando me pregunten por ti, recuperaré del pasado todo lo bueno, porque, dentro de diez años, habrá demasiadas cosas terribles por olvidar. Tus imágenes se irán tornando firmes a cada momento y te sentiré de nuevo junto a mí aunque estés tan lejos. Mi pasado se convertirá en una sola línea, en medio de la cual aparecerá tu rostro, impreciso por el mareo que produce escarbar en la memoria las cosas opacadas por los años. Sí, no lo dudes. Me agitaré un poco, mi cuerpo tal vez sude de recuerdo por encontrarse vacío de ti, pero a pesar de todo, desde el rincón de mi mente donde vives, me despertarás una sonrisa.
        Cuando me interroguen por ti, quizá me asalten unas ganas enormes por volver a verte. Pero estarás tan lejos y seremos tan distintos. Y no obstante, volveré a sentir tus manos delgadas jugando con mi cabello y acariciando estas manos, las mías, que estarán más arrugadas dentro de diez años.
        Callaré por mucho tiempo ese día que me pregunten por ti. Y no tendré que hacer esfuerzo alguno por recordarte, ya que nunca has salido de mí. Tuve que atraparte en mi memoria y, por eso, cuando no te dabas cuenta, yo abría mis ojos para capturarte toda y para quedarme con tu imagen para siempre. Por eso jamás estarás lejos y, cuando insistan en preguntarme sobre ti, mediré muy bien mis palabras, para que no comiences a evaporarte de mi mente, ni se desgaste tu sonrisa compradora.
        Si me interrogan sobre ti con rabia porque no contesto, dentro de diez años reiré de nuevo porque te tengo a mi lado todavía y diré con serenidad que tú eres un encanto. Sí, un encanto delicioso.

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15 de mayo de 2005

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