Nota para una antología

Por Armando Roa Vial(*)
Santiago de Chile, Chile

Foto Armando Roa

La poesía chilena, a partir del siglo XX, se transforma en una de las más señeras del continente, con figuras fundacionales y referenciales para la literatura en nuestro idioma. Una de sus características más interesantes es la diversidad y riqueza de registros, así como la audacia para mirarse críticamente a sí misma y rearticularse desde sus fundamentos, en una suerte de tensión sísmica nunca resuelta, donde la tradición no es un peso adormecedor sino un estímulo revitalizador. La presencia de figuras más visibles y canónicas –Neruda, Huidobro, Mistral- lejos de agotar o comprimir, nos abre a un paisaje mucho más vasto con estéticas que dialogan, se cruzan, se yuxtaponen, hasta formar un tejido denso y sólido que se sigue urdiendo hasta nuestros días. La poesía chilena más reciente, que Mario Meléndez aquí antologa, es un buen reflejo de ello. “No hay una sino muchas maneras de cantarle a la tribu”, decía Rudyard Kipling; ese sello se advierte de inmediato en esta muestra. A mí, en lo personal, me gusta hablar del “civismo republicano” de nuestras letras, donde la multiplicidad de sensibilidades ante lo poético tiende a contener las tentaciones monopolizantes y uniformadoras. No hay, entonces, visiones “instaladas” y monocordes, sino contrapuntos, polifonías. Esa fortaleza, tan saludable en cualquier literatura, en Chile se ha ido traspasando de generación en generación. Por eso no es casual que en esta antología haya voces provocadoramente divergentes que se asumen desde presupuestos y lecturas muy propias, donde los guiños y ecos transitan afluentes que cruzan diversas vanguardias y discursos críticos. Desde un punto de vista histórico, es interesante anotar que gran parte de la generación recogida por Mario creció bajo la dictadura militar y le tocó sufrir el impacto profundo que ésta tuvo no sólo para la institucionalidad política y social, sino también para el desarrollo de la cultura. El impacto cultural, en algún sentido, no tuvo variaciones significativas con la llegada de la democracia, ya que el modelo ideológico del gobierno militar, fundado en un liberalismo económico a ultranza, que asimilaba la realidad a criterios mercantiles y pragmáticos, a valores puramente productivos, tuvo un continuismo durante los años noventa. Desde ese esquema ideológico las artes y las humanidades ocuparon a lo sumo un valor ornamental, sin el impacto social que tuvieron en el Chile republicano. A ello se sumó una alicaída industria del libro nacional y espacios cada vez más exiguos para la discusión y el debate así como para el apoyo a la creación. Gonzalo Millán en alguna oportunidad afirmó que la poesía, en el Chile de fin de siglo, era un trabajo de catacumbas, aislado y artesanal. Aún así la poesía logró resistir. Y antologías como las de Mario lo prueban. Incluso, de esas adversidades pareció fortalecerse aún más, por varias vías: por un lado, impulsó a un trabajo de recuperación de voces olvidadas cuya lectura, al mismo tiempo, obligó a redimensionar los cánones, aunque siempre con un espíritu más filiador que de ruptura, para reconstituir un tejido intelectual disgregado y silenciado en dictadura; por otro lado, se situó en los nuevos contextos históricos con oído atento y abierto, tendiendo puentes, de manera sistemática, hacia tradiciones literarias ajenas al idioma castellano y, también, haciéndose eco de una serie de problemáticas que ha planteado la estética contemporánea, desde la desconstrucción de las estructuras linguísticas y la intertextualidad hasta la indagación en las posibilidades y límites del lenguaje y su referencialidad. La muestra que aquí se ofrece nos entrega un conjunto representativo y significativo. Son poetas situados entre el fin del siglo XX y la entrada del siglo XXI; su labor transicional no es menor de cara a los nuevos paradigmas epistemológicos y escriturales que genere el mundo hipertextual y globalizado de la era cibernética. Siento que la muestra de Mario Meléndez era necesaria al tratarse de una generación no fácil reunir dado lo dispersa de su obra, una obra que sólo muy recientemente ha comenzado a ser recopilada y estudiada con detención. Al mismo tiempo, el trabajo del antologador es muy destacable por ser “descriptivo y no prescriptivo” (según la feliz expresión de Eduardo Llanos), esto es, abierto y plural, lo que refleja muy bien el espíritu de Mario Meléndez, quien aparte de ser un poeta destacado, se ha transformado en un generoso e incansable embajador de nuestras letras.

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(*) ARMANDO ROA VIAL (Santiago, 1966): Poeta, narrador, antologador, ensayista y traductor. Ha publicado: Cartas a la Juventud (1993), antología; La Invención de Chile (1994), en coautoría con Jorge Teillier, antología; El Hombre de Papel y otros poemas (1994); Ezra Pound. Homenaje desde Chile (1995), en coautoría con Armando Uribe, ensayos y traducciones; El Apocalipsis de las Palabras/La Dicha de Enmudecer (1998-2002); Elogio de la Melancolía, (1999), ensayos; El Navegante (1999), traducción; Para no morir tan despacio (1999), relatos; Ezra Pound. Poesía Temprana (2000), traducción; Zarabanda de la Muerte Oscura (2000); El Mito y la Sombra (2001), novela; Robert Browning. Poesía Escogida (2001), traducción; Estancias en Homenaje a Gregorio Samsa (2001); Macbeth, de William Shakespere (2002), traducción; Lecturas Anglosajonas, (2002), traducción; Fundación Mítica del Reino de Chile (2002); This be the verse (2003), en coautoría con Marcelo Ríoseco y Diana Dunkelberger, traducción. Su obra ha aparecido en diversas antologías y revistas tanto nacionales como internacionales. Ha sido finalista en el Premio Altazor 2001, ha recibido el Premio Nacional de la Crítica (2000), Mención Honrosa en el Premio Municipal de Literatura (2001) y el Premio Pablo Neruda (2002).




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20 de enero de 2010

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