Las batallas en el desierto, jubilosa evocación de la infancia

Por Consuelo Triviño Anzola (*)
Madrid, España

Portada las batallas en el desierto

La literatura es ante todo un ejercicio de memoria y las novelas de infancia lo son de manera especial. Ellas transportan al autor hasta el mundo encantado donde transcurren los primeros años, que nos envía imágenes borrosas, voces que se llevan dentro y que nos hablan entre la bruma del tiempo, luces y sombras, presencias amadas, temidas y deseadas que constituyen el universo afectivo. Proust evoca la infancia que trae el gusto de la magdalena y el té, cuando va en busca del tiempo perdido. De allí arranca su extraordinaria narración, en un intento angustioso por recuperar los instantes vividos, pero también por sortear las trampas de la memoria.

De hecho, Las batallas en el desierto (1981) de José Emilio Pacheco se inicia con estas palabras: "Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquel?", lo que nos advierte de la dificultad de precisar los hechos pasados. El enunciado crea la atmósfera del relato en ese momento de la vida. El mundo del pasado se muestra diferente del presente y un halito de nostalgia invade el texto. Así como Proust se asoma a ese espacio fugitivo, interrogando al niño enfermizo que fue, evocando temores, deseos, miedos, José Emilio Pacheco hace un ejercicio de memoria en esa deliciosa joya que es Las batallas en el desierto, una novela brevísima que encierra un universo infinito, que el narrador recupera mediante la palabra escrita, dándole la forma del deseo, imprimiéndole verosimilitud a la narración, pese a la confusión, a la falta de certeza sobre la existencia de las personas recordadas. Para ello recurre, entre otras cosas, a la prensa de la época que voceaba noticias sensacionalistas, dando parte de la realidad del país, del clima generado por el impacto de la bomba atómica, entre la angustia y la esperanza, debido los cambios que arrastraba la modernización del país. En esa época llegan al país nuevos productos y nuevas palabras que se saborean, como los jotdogs, los pies y el icecream. Es el México de Miguel Alemán que alterna el entusiasmo por lo nuevo con la corrupción política, solapada en frases hechas con las que se pretende engañar a la opinión pública.

El relato da cuenta, a través de una familia, del empuje de esta clase media para alcanzar el ideal "moderno" de vida, que exige mayor capacidad de consumo. Acaso en ese contexto la economía de los afectos y las emociones impone un control y una vigilancia patológica sobre el erotismo y las emociones, a través de un sistema de vigilancia y censura en el que la familia juega un papel regulador. Y es de ese control que el niño intenta escapar cuando se adentra en el espacio de lo extraño, de lo censurado por su entorno.

Lo primero que viene a la memoria del narrador son los compañeros del colegio, el barrio llamado la colonia Roma, y entre los amigos uno muy especial. Se trata de Jim, un niño que pertenece a una familia disfuncional, nacido en el extranjero, que habla otra lengua y asume como padre a alguien que no es el padre biológico, sino el amante de la madre, un hombre de negocios importante vinculado a la política, sospechoso de corrupción, con quien la madre convive de manera clandestina. La vida de esta mujer se arma a base de rumores, de trozos que sugieren mucho más de lo que dicen. El protagonista también toma conciencia de las diferencias sociales cuando, al cambiar de colegio, se relaciona con otros compañeros. En medio está la modesta familia a la que pertenece, a un extremo la pobreza y la precariedad de los compañeros que viven en la miseria extrema; y al otro extremo, los ricos con sus rituales, con unos parámetros sobre las formas sociales que abruman a quien no está habituado a ellos. En cambio Jim no responde a ningún estereotipo, en cuanto está vinculado al mundo del poder, pero en una clandestinidad que lo somete al juicio de los otros.

El entorno del narrador es el de una familia numerosa, con una madre que no se siente cómoda en el barrio, entre vecinos que considera de condición inferior, y un padre, fabricante de jabones arruinado, que intenta sacar adelante a los hijos. La paradoja es que la economía familiar se viene abajo debido a la apertura económica del país y a la entrada de los productos americanos que destruyen la pequeña industria nacional. Pero gracias a ese sistema, el padre encuentra un trabajo que le permite resolver los problemas del hogar. De hecho, estudia inglés, por lo que puede integrarse al nuevo sistema. Sin embargo, hay algo que no funciona en esa maquinaria, ni en la familia ni en la Iglesia, ni en el sistema escolar, cargado de prejuicios e incapaz de comprender los sentimientos de un niño.

jose Emilio pacheco 1981

Cuando el narrador visita la casa de Jim, pasa de la oscuridad a la luz, al descubrir que la madre de su amigo es una mujer de gran belleza. Entre luces y sombras surge el primer amor que se impone con una fuerza desconocida. Mariana es como la imagen surgida de una película, todo en ella lo seduce: el orden de la casa, el perfume, los muebles modernos, la comida. "Cómo me hubiera gustado permanecer allí para siempre o cuando menos llevarme la foto de Mariana", comenta de vuelta a casa: "Los faroles plateados daban muy poca luz. Ciudad en penumbra, misteriosa colonia Roma de entonces". Conmueve la inocencia del niño que se escapa del colegio y corre a declararle su amor a la madre del amigo, poco antes de hacer la primera comunión, por lo que se ve obligado a confesar "su pecado". Ese episodio íntimo de la vida se hace público y expuesto a la voracidad del ambiente, remueve los cimientos del orden social. Se trata de un acto inadmisible y, por tanto, censurado, sobre el que caerá la carga de los prejuicios y después un manto de silencio. Sin embargo el recuerdo de ese momento permanecerá enterrado en lo más profundo del ser.

El papel de la memoria redime al narrador de la pena por la incomprensión, del dolor de haber sido arrojado de ese paraíso encantado, en un instante en que enfrentado a la belleza, se dejó llevar por sentimientos más puros. Las palabras transmiten la pena al descubrir, años después, que todo alrededor de Jim y de Mariana había sido destruido, que los dos desaparecen del barrio en extrañas circunstancias, en ese breve lapso de tiempo en que la familia se muda de barrio y deja atrás la colonia Roma. La ciudad cambia y ni siquiera los recuerdos coinciden. El hombre mayor que narra no puede eludir la nostalgia: "Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria de México de aquellos años".

Pero no es sólo el efecto devastador del tiempo lo que hace desaparecer a los personajes evocados, sino el rechazo soterrado de los otros, que borra de la memoria a quienes despertaron sus prejuicios: odio, envidia, miedo y deseo. Melancolía y honda emoción, todo en este sobrio relato está impregnado de un tono poético que lo vincula a muchos de los versos de José Emilio Pacheco, de modo que podemos concluir con el propio autor esta reflexión sobre la literatura y la memoria: "Como los peces muertos que la marea abandona,/ el reflujo de la memoria saca a la podredumbre/ lugares, rostros, fechas, voces, aromas. /Su resplandor se vuelve opacidad. El pasado / es un acuario, una prisión de fantasmas."

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20 de junio de 2010

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