Susana Reyes

(San Salvador, El Salvador, 1971)

Licenciada de Letras por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), profesora de lenguaje y literatura. En 2001 recibió el reconocimiento Joven Talento año 2001 en el área de Literatura. XIX Edición en el Arte de la Literatura, otorgado por Galería 91 y el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte CONCULTURA (2002). Actualmente es la Subcoordinadora académica de la Escuela de Jóvenes Talentos en Letras (programa auspiciado por el Ministerio de Educación y dirigido por el C-Innova de la Universidad Dr. José Matías Delgado). Trabaja como gestora cultural. Ha publicado Recuento de relaciones (Alkimia, 2003, en coautoría con Juan Ramón Saravia), Historia de los espejos (DPI, San Salvador, 2004), Los solitarios amamos las ciudades (Índole editores, 2009)



Álbum de niñas con abuela (fragmentos)

Los solitarios amamos las ciudades
los pisos altos
y el escándalo de los parques.

I

Solo quedan las fotografías
Una aventura de sal y la cuna de tu boca

Bajo el ángel 		un sueño postergado
una mano que no fue
y el abismo hecho de silencio

II

La ventana
mira la ventana
detrás de ella aquel tren estacionado
aquel tren de bahareque y hueso
la claridad de octubre
y tu rostro en penumbra

VII

Las cartas bajo la raíz del árbol
La niñez escrita en el invierno

Las noticias eran escasas
Sueños de papel en un inventado anonimato
Semillas de tinta y tierra en las manos inquietas.

IX

Intenté atrapar con la red de los sueños
aquella casa que construías cada noche
ahí te sentabas en el corredor amplio

más allá
una sabana de nubes y un volcán
el valle de cobre era solo una prolongación del sueño
la espuma de las fábricas
la nieve insólita de esta latitud
tu cansado corazón
un solitario recuerdo de la infancia en el país lejano
mi necedad de verte en la terraza
el olor de la tarde de invierno

todo ello es tu casa, la única, 
la que guardo en este desordenado hangar que palpita.

X

Venías  con octubre en los labios
con el corazón hecho una bóveda
con el tropiezo de los días.

Te sentabas como un perro
que espera al amo ausente
a quien oye en sueños llamarlo en la llanura

Compartías la mesa
con el gesto de los niños hambrientos
con la angustia del vagabundo

Llorabas el mar en la madrugada

Te acostumbraste a desprender una luz
(que te mata cada noche)
porque te acostumbraste a su dolor
a un incómodo resplandor en las entrañas
a su forma de amar y acomodarse
y te sabes fuerte 
porque eres capaz de tragar luz y no llorar.

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20 de agosto de 2010

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