Teatro novohispano del siglo XVIII (1)

Por M. Ángeles Vázquez (*)
Madrid, España

Calderon de la Barca

En la época que nos ocupa, existe gran abundancia de producción teatral en todas las colonias (pero especialmente en los virreinatos de Perú y Nueva España). El éxito de Calderón de la Barca y Lope de Vega en la península llega a América para convertir al maestro barroco y a sus discípulos en los autores más representados en el Nuevo Mundo, puesto que su teatro da cumplida cuenta de los gustos y criterios de la centuria del siglo, tanto por la espectacularidad de puesta en escena como por el exotismo de sus personajes, una dramaturgia que tiende a impresionar al público con hechos terroríficos y fantásticos en detrimento -según Giuseppe Bellini, Germán Viveros y otros crí (2) -, de la calidad del argumento. Son obras de gran aparatosidad y complejidad en las que prevalecen los elementos maravillosos o sobrenaturales, la temática mitológica, las pomposas alegorías, las hagiográficas o las de temática histórica, aunque en este sentido "[...] se observa una notoria debilidad por los temas relacionados con la Nueva España: La mexicana en Inglaterra de Francisco Gavila, Hernán Cortés en Tabasco de Fermín del Rey, Cortés triunfante en Tlaxcala de Agustín Cordero y sobre todo La conquista de México de Diego Sevilla [...]" (3) . No obstante, según Teodosio Fernández, no es Calderón como autor el que impone el canon de teatro en Nueva España, sino la inclinación del público hacia la ostentación y extravagancia de la puesta en escena de la que ya hemos hablado.

Teatro Principal

Desde el primer tercio del siglo XVIII la actividad escénica mexicana es muy intensa, motivada en parte por la reconstrucción del Coliseo, primer teatro oficial de la Nueva España, incendiado en 1722, que hasta entonces había abarcado una gran cantidad de piezas españolas (4) (consideradas de calidad superior a las novohispanas), para dar paso a una mayor producción mexicana. Aunque no se tienen datos muy precisos, así lo testimonia la lectura de los programas teatrales de la última década, lectura que evidencia "la doble perspectiva en la que se daba el teatro de la Nueva España en esa época. La primera representada por la dramaturgia de corte neoclásico [...] y con algo de historicidad o de mito" (5) , junto a las obras de Calderón, que es quién inaugura el edificio restaurado del Coliseo en 1753 con Mejor está que estaba. La segunda perspectiva a la que alude Viveros es la dramaturgia que podría llamarse de "raigambre popular", obras creadas por autores novohispanos y pensadas para amenizar (sainetes, entremeses, tonadillas y zarzuelas), con una temática que se desarrolla en torno a asuntos y a tópicos propios de la gente sencilla. Estas escenificaciones resultan muy atractivas para el gran público, porque se desenvuelven sin cuestionamientos o preocupación de otro orden que no fuera el del entretenimiento. "El propio gobierno virreinal permitía y autorizaba -la mayoría de las veces- esas representaciones, consciente de que el pueblo común tenía necesidad de esparcimiento y de ser apartado de disolventes ideas democráticas" (*) . Tan populares se hicieron estas piezas menores, que se interpretan en corrales y domicilios particulares, pero esta costumbre fue prohibida por temor a "peligrosas concurrencias", para proteger las finanzas del Coliseo y porque no pasaban censura previa alguna. Viveros enumera títulos tan peculiares representados en esta década como El sistema de los preocupados, Los caracteres opuestos, El peluquero y la criada, etc. Estos entremeses y sainetes criollos hacen florecer según Anderson Imbert, un nuevo tipo de costumbrismo literario.

Ya en las últimas décadas del siglo tanto con México como en otras ciudades de la colonia los gustos se acercan más hacia autores inmediatos a la época como Tomás de Iriarte, Jovellanos, García de la Huerta, Moratín o Don Ramón de la Cruz, interpretados junto a obras francesas e italianas. Este teatro, gracias a las licencias concedidas, convive, dentro de un contexto emancipador, con otras representaciones esbozadas para registrar lo burlesco, con historias de locos, monstruos y transformaciones, obras esgrimidas como instrumento satírico de los acontecimientos propios de cada localidad.

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(1) Publicado el texto en Centro Virtual Cervantes http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/noviembre_08/14112008_01.asp

(2) El juicio artístico de los críticos de la época era similar, aunque existía la conciencia de que a pesar de no ser un teatro de calidad, era necesario, por eficaz, que fuera representado, ya que complacía a la "ínfima plebe".

(3) Teodosio Fernández en "Magia y milagros en el teatro novohispano del siglo XVIII", Anales de literatura hispanoamericana nº 21, Universidad Complutense, Madrid, p. 168

(4) En el archivo del Coliseo en 1786 había registradas la representación de 62 comedias, además de otras 202 "impresas y reconocidas" de varios autores españoles, sin contar con 160 sainetes y 80 entremeses ("El teatro como instrumento educativo en el México del siglo XVIII" G. Viveros en Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, p. 172)

(5) Teatro dieciochesco de Nueva España, edic. de Germán Viveros, México D.F.: UNAM, 1990, p. XXXIV

(6) Germán Viveros, op. cit., p. XL




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20 de enero de 2011

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