Síguenos

A propósito de Joseph Conrad

Prolegómenos

 



Leer la historia en sentido retrospectivo, se sabe,es un estéril vicio intelectual. Leer la literatura en el mismo sentido, por elcontrario, es una fuente inagotable de descubrimientos. Antes de ingresar depleno en la lectura de esta sección monográfica de Ómnibus, dedicadaal escritor anglo-polaco de comienzos del siglo XX Joseph Conrad (1857-1924), yal Realismo Mágico latinoamericano, haga la experiencia el lector de mirar atentamentelos párrafos que siguen:

 

Algunos puertos del mundo son de difícil acceso porsus traidores bajíos y por las tempestades de sus costas. Sulaco había halladoun santuario inviolable contra las tentaciones del mundo del comercio en laaugusta quietud del Golfo Plácido, como si se encontrara dentro de un enormetemplo circular y sin techo, abierto al océano, con sus muros de altanerasmontañas, de las que colgaban crespones de nubes.

 A un lado de esta dilatada curva, en el rectolitoral de la República de Costaguana, el último espolón de la sierra costeraforma un cabo insignificante, llamado Punta Mala. Al otro lado, algo que pareceuna mancha aislada de bruma azul flota levemente sobre el resplandor del horizonte.Es la península de Azuera, caos bravío de afiladas rocas y pétreas terrazas,cortadas aquí y allá por simas verticales. Se adentra mucho en el mar cualtosca cabeza de piedra que se estirara desde una costa tapizada de verdor alfinal de un delgado cuello de arena cubierto de matas de espino.

 Los pobres, asociando por un oscuro instinto deconsuelo las ideas de mal y de riqueza, os dirán que aquel sitio fatal es lacausa de sus tesoros prohibidos. La gente del pueblo llano de sus cercanías,peones de las fincas, vaqueros de las llanuras litorales, indios sumisos queacuden al mercado haciendo kilómetros con un haz de cañas de azúcar o una cestade maíz por unos centavos, están convencidos de que montones de oro relucienteyacen en las tenebrosidades de los profundos precipicios que cortan las rocosasterrazas de Azuera. 

La tradición refiere que muchos aventureros deantaño perecieron en su búsqueda. También cuenta que en época reciente dosmarineros errantes –norteamericanos, tal vez, pero seguro que gringos de algúntipo– se entendieron con un mozo, inútil y jugador, y los tres robaron un asnopara que les llevara un haz de leña, un odre de agua y provisiones suficientespara unos cuantos días. Así pertrechados, y con revólveres al cinto, habían salidoa abrirse camino con los machetes por los matorrales de espino del cuello de lapenínsula.

 La tarde siguiente se vio, por primera vez que serecordara, una espiral de humo (sólo podía proceder de la hoguera de sucampamento) que se elevaba contra el cielo, vertical y borrosa, por encima dela encimada cresta de la pétrea cabeza. La tripulación de una de cabotaje queyacía encalmada a tres millas de la costa la contempló con asombro hasta elanochecer. Un pescador negro que vivía en una choza solitaria de una bahíacercana había visto la partida y estaba al acecho de alguna señal. Llamó a sumujer justo cuando el sol estaba por ponerse. Observaron el extraño portentocon envidia, incredulidad y terror.

 Los impíos aventureros no dieron más señales de vida,pero se cree que los dos gringos aventureros, vivos y fantasmales, siguenhabitando hasta el día de hoy entre las rocas, bajo el fatal hechizo de suéxito. Sus almas no pueden arrancarse de sus cuerpos, que montan guardia sobreel tesoro descubierto. Ahora son ricos, y están hambrientos y sedientos:extraña teoría de tenaces fantasmas gringos que sufren en su carne, hambrientay reseca, de herejes insolentes, mientras que un cristiano, al renunciar,habría sido liberado.

 Y un poco más adelante:

 Al cruzar la línea imaginaria que va desde puntaMala hasta Azuera, los barcos de Europa con destino a Sulaco pierden deinmediato las fuertes brisas del océano. Se convierten en presa de vientoscaprichosos que juegan con ellos, a veces por espacio de treinta horasseguidas. El fondo del encalmado golfo aparece ante ellas cubierto de una granmasa de nubes inmóviles y opacas, la mayoría de los días del año.

 En las raras mañanas despejadas, otra sombra caesobre la superficie del golfo. El amanecer raya en lo alto por detrás de laelevada y serrada muralla de la cordillera, una nítida visión de oscuros picoslevantando las escarpadas laderas sobre un alto pedestal de jungla que surge alborde mismo del litoral. Entre ellos se alza majestuosa contra el azul la blancacima del Higuerota. Desnudas aglomeraciones de enormes rocas salpican dediminutos puntos negros la lisa cúpula de nieve.

 Después, cuando el sol de mediodía retira del golfola sombra de las montañas, las nubes empiezan a emerger de los valles más bajos.Envuelven en sombríos jirones los desnudos picos de los precipicios por encimade las boscosas laderas, ocultan los picos y cruzan humeando en franjastempestuosas las nieves del Higuerota. La cordillera desaparece de la vista,como disuelta en grandes cúmulos de vapores grises y negros, que avanzanlentamente hacia el mar y que se desvanecen en aire claro a lo largo de laplaya entre el ardiente calor del día. El frente del banco de nubes luchasiempre por llegar al centro del golfo, pero rara vez lo alcanza. El sol –comodicen los marinos– se lo come.[1]

Hombre, mito y paisaje tropical entrelazados. Estopareciera ser el sustrato –natural y sobrenatural– sobre el que se asienta laimaginación literaria del Realismo Mágico latinoamericano, una corrienteestética que se merece sus mayúsculas, como el Romanticismo francés, elUltraísmo  español o el Expresionismo alemán.Pero el autor de estos párrafos, entrecortados de una novela hoy clásica, no esninguno de sus reconocidos narradores latinoamericanos que prosperaron en lasegunda mitad del siglo XX.  

Fueron publicados en Inglaterra, en 1904, ypertenecen a lo que en ese momento fue una novela por entregas, publicada en unperecedero periódico semanal popular: la novela se conocería definitivamente refundiday ampliada en un libro en 1917, se titula Nostromo, fue escrita por elautor anglo-polaco y antiguo oficial de la marina mercante Joseph Conrad  (1857-1924), y permanece a una trilogíatropical integrada por otros dos títulos, tal vez más conocidos hoy: Theheart of darkness (1898) y Lord Jim (1900).

 La última frase de la cita que se lee más arribapodría pertenecer a una novela de Gabriel García Márquez, como de HoracioQuiroga, Miguel Ángel Asturias o Juan Rulfo. Sirvan estos párrafos como acordeinicial de este esbozo con el que este monográfico de Ómnibus aspira arecuperar la obra de Conrad desde una perspectiva literaria latinoamericana.Sirvan también a contribuir a colocar a García Márquez (1928 - ), el reputadofundador de la moderna novela realista mágica latinoamericana, en el contextode la literatura de la Era Contemporánea, precedente y posterior, que su mismafama ha involuntariamente ocultado a parte de los lectores, como se verá en losartículos que siguen.



[1] De la traduccióncastellana de Nostromo, de JosephConrad, por Rafael Santervás (Madrid: Valdemar, 2003)