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El primer medio siglo de Macondo

El primer medio siglo de Macondo[1]

 



Por Ilan Stavans[2]

 Amherst College, Massachussets, EEUU


Cien años de soledad, la novela de Gabriel García Márquez, cumplirá su primer medio siglode vida en esta misma década de 2010. El mismo año 2007 en que el libroalcanzaba su cuarta década García Márquez celebraba su 80 aniversario y elprimer cuarto de siglo de su Premio Nobel de literatura. Estos números pudieronser mera coincidencia, pero Gabo, como el escritor es conocido entre susamigos, nunca ha gozado de tanta popularidad como en estos tiempos. España,Cuba, Colombia y México, entre otros países, le han dedicado actoscelebratorios. Y en todo el mundo de habla hispana entró en circulación unaedición de Cien años de soledad conmemorativadel aniversario, publicada bajo el patrocinio de la Real Academia Española,supervisada por el autor, con un tiraje de un millón de ejemplares y un preciopromocional.

 La fama de Gabo no es nada nuevo. Surgió casi de la noche a la mañanaen 1967, con la algarabía que produjo la publicación de su novela en BuenosAires por la Editorial Sudamericana. Pronto fue traducida a una treintena deidiomas. Durante un tiempo parecía que todo el mundo estaba leyendo el libro.Pero, con una población de más de 450 millones de hablantes, el mundo hispanoes hoy más grande y más complejo que entonces. Ningún escritor se acerca siquiera a la fama de este autor.

 Antes de la aparición de Cienaños de soledad, Gabo era respetado como periodista y autor de un puñado delibros. Entre ellos figuraba El coronelno tiene quién le escriba, acerca de un militar pobre y olvidado y de suesposa, que viven en un pueblo tropical. Mientras espera la llegada de supensión de militar retirado, el coronel medita acerca de la posibilidad devender su gallo de riña, cuyo valor en los reñideros podría ser la única vía desalvación para la familia. En esta novela y en los cuentos de Gabo aparece yaMacondo. Y después de 1967, cuando Gabo promediaba su carrera como novelista,parecía imposible que pudiera ya superarse a sí mismo. Sin embargo continuóproduciendo una admirable ringlera de novelas, desde El amor en tiempos del cólera hasta Memoria de mis putas tristes. Tal vez sean más contenidas, másmaduras, pero cuando se trata de profundidad palidecen cerca de la obra maestrade Gabo.

 No hace falta ser un hispanohablante para apreciar la belleza ycomplejidad de ella. La traducción inglesa de Gregory Rabassa, publicada en1970 por Cass Canfield Jr., un osado editor de Harper & Row, ha sidocalificada –tal vez con un toque de ironía– como mejor aún que el original. Sinembargo, como en el caso de la MadameBovary, de Flaubert, o Guerra y paz,de Tolstoi, no hay mejor forma de apreciarla que despojada del velo de la traducción.

 

La leyenda que rodea su proceso de creación no es muy diferente de lade Kubla Khan, el poema de SamuelTaylor Coleridge.[3]  Gabo y su esposa, Mercedes, vivían en Méxicodesde mediados de la década de 1960. Iban en su Volkswagen camino de unas vacacionesen Acapulco, cuando la musa de la inspiración se apoderó de Gabo. Giraron enredondo y en los meses subsiguientes Gabo se ocultó del mundo. Con dineroprestado, Mercedes se convirtió en su ángel guardián, llevándole comida yahuyentando a los visitantes importunos. Media docena de capítulos comenzaron acircular entre amigos –Julio Cortázar y Carlos Fuentes, entre ellos– quienes calificaron lo que leían como producto demagia.

 Vivimos en una era de mal gusto mediático. Muchas más personas miranun episodio de una telenovela mexicana, en una sola noche, que todas las quehan leído la novela de Gabo, o incluso la totalidad de sus obras. Pero, como laluciérnaga, el culebrón sentimental perece casi en el mismo momento en que provocalas pasiones de su público. Cien años desoledad, en cambio, es una obra imperecedera. Pero al leer el texto decerca –como he hecho yo mismo un semestre en mi curso, con cincuenta alumnosextraordinarios, y comparándolo con la narración bíblica, el poema de Gilgamesh,las sagas islandesas– queda claro que, ante todo estamos frente a un melodrama,si bien magistral, con empalagosas escenas de amor no correspondido, odiosfraternales, y domésticas puñaladas por la espalda. El título que había elegidooriginalmente Gabo era La casa,aunque muy bien podría haberse llamado Sangre& Pasión. Pero, ¿acaso no es eso de lo que tratan todas las buenasnovelas: una avalancha de pasiones presentada detrás de una aparienciapretenciosa?

 La inconfundible mezcla de exotismo, magia y grotesco que Gabo emplea,sin embargo, no proviene del mundo del melodrama. Conocida como “realismomágico” –una expresión aproximadamente conectada con lo que el escritor cubanoAlejo Carpentier, tras un viaje por Haití, en el prólogo a su novela El reino de este mundo, describió como“lo real maravilloso”– esta categoría ha alcanzado una ubicuidad y unaelasticidad tales que ha perdido todo significado. Por un tiempo designó alesfuerzo por borrar la frontera entre realidad y ficción, entre lo natural y losobrenatural. Pero su uso actual es caótico: sirve tanto para agrupar a losbajos imitadores de Gabo como Isabel Allende, como para comprender esa denunciade la clase media de Franz Kafka que es Lametamorfosis, o la perversa inocencia de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Lamescolanza de barroco y nacionalismo de Salman Rushdie en Hijos de la medianoche, las laberínticas novelas sobre El Cairo deNajib Mahfouz o la fantasmagórica meditación de Toni Morrison acerca de laesclavitud en Beloved ha sido todasrelacionadas con el realismo mágico, con diverso grado de éxito.

 Gabo, sin embargo, es su indiscutido fundador, y con sobrado motivo.En el inicio de Cien años de soledad,Macondo es un pequeño, intrascendente pueblo de la costa caribeña de Colombia,compuesto por veinte casas levantadas junto a un río de aguas claras que corrensobre un lecho de piedras que parecen huevos prehistóricos. (El pueblo estáinspirado en Aracataca, el lugar natal de Gabo, que cuarenta años después deldebut de la novela seguía siendo un rincón polvoriento sin agua potable.) Enveinte simétricos capítulos, cada uno de ellos constituido por unas veintepáginas, un narrador en tercera persona –¿el gitano Melquíades, tal vez?–compone, con espantosa precisión, la crónica de su ascenso y caída, y explorasus dimensiones geográficas, temporales, ideológicas y culturales. A pesar desu título, la cronología de la narración se extiende más allá de cien años.

 El árbol genealógico de los Buendía abarca a decenas de figuras arquetípicas,acompañadas por un elenco de millares más. La tecnología llega a Macondo casidesde el inicio. Abarca desde el hielo hasta la artillería. La necesidad depertenecer moldea a cada uno de los Buendía y su entorno, desde el coronelAureliano Buendía, inspirado en Rafael Uribe Uribe, un héroe de la vida realque combatió en la colombiana Guerra de los Mil Días, hasta Remedios la Bella,cuya hermosura es tan avasalladora que acaba ascendiendo al Cielo. Hay unaepidemia de insomnio, una lluvia de pequeñas flores amarillas, una mujer quecome tierra, un clarividente, y un personaje obsesionado con fotografiar aDios. La matriarca de la novela es Úrsula Iguarán, una mujer paciente, con lospies en la tierra, lo más parecido a la Madre Naturaleza que hay en Macondo,que mantiene a flote a la familia por casi un siglo. A flote, pero no unida: laprogenie de Úrsula no sabe amar sanamente.

 En efecto, el motivo central de la novela es el incesto: los Buendíano parecen capaces de apuntar sus impulsos sexuales en otra dirección que laendógena. Este Jardín de las Delicias al estilo de Hyeronimus Bosch es narradocon un estilo extravagante pero con ecuanimidad, como si no se tratara de algofuera de lo común. Hay referencias a bucaneros y aventureros como Francis Drakeo Walter Raleigh, como también crónicas de los exploradores y misioneros de laAmérica de los siglos XVI y XVII. Pero Cienaños de soledad está también plagada de bromas. El mismo Gabo aparece en elfinal, y hace alusiones veladas a amigos y colegas suyos como Carpentier,Cortázar o Fuentes. Tal vez sea todo una broma, llegaa pensar sorprendido ellector, al acercarse al espectacular desenlace.

 Pero, ¿lo es? Afortunadamente, Cienaños de soledad no ha sido convertida aún en un filme, proceso quehabitualmente acaba disminuyendo el valor de su fuente literaria. En uno de susensayos periodísticos, Gabo escribió cómo había desechado una oferta de FrancisFord Coppola para comprarle los derechos de la adaptación cinematográfica. Larechazó, entre otros motivos, porque no quiso que Macondo quedara prisionero ennuestra imaginación bajo el aspecto de un elenco fijo. (Algunas de sus otrasnovelas, como La increíble ytriste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada o Crónica deuna muerte anunciada, han sido llevadas a la gran pantalla con atrocesresultados.)

¿Es lícito leer una novela como si fuera un mapa de la vida de suautor? En 2002, Gabo publicó el primer capítulo de su autobiografía: Vivir para contarla. (Por entoncesRabassa había sido sustituido por Edith Grossman como su traductor oficial, enparte como consecuencia con una disputa con el editor.) El libro contieneclaves para descifrar el origen de imágenes y motivos en la obra de Gabo. Pero,¿es legítimo buscar claves en una novela –que debiera ser leída de maneraautónoma– como si fuera la puerta de una realidad paralela?.  ¿No sería mejor dejarla existir libre eininterrumpida? Sugiero que mejor dejemos de lado la autobiografía. Tomemos, sino, el caso de las ideas políticas de Gabo, que para muchos lectores(especialmente los cubanos del exilio) son un factor perturbador. Desde sujuventud ha sido un izquierdista. En la década de 1960 siguió la corriente yadhirió a la Revolución Cubana. Pero al producirse el caso de Heberto Padilla,muchos cambiaron de bando, y denunciaron al régimen de Fidel Castro no solo porintolerante sino además, hipócrita. Gabo no siguió ese camino. Continuó siendoun fiel amigo de la Habana y se negó a condenar los abusos de Fidel. Inclusollegó a oficiar como ocasional intermediario en las relaciones diplomáticasentre los EE.UU. y Cuba.

 Al llegar un nuevo aniversario de los logros más sobresalientes deGabo, ¿debiéramos plantearlo como un referéndum sobre su ideología? La mismapregunta se ha planteado una y otra vez, como en 2004, cuando el centenario dePablo Neruda dio lugar a la acusación de que su obra no era poesía sinopropaganda. No es necesario ser especialmente perspicaz para comprender que enAmérica Latina la encrucijada donde se encuentran política y literatura esparticularmente complicada. Borges aceptó una medalla de Augusto Pinochet.Mario Vargas Llosa se presentó como candidato a las elecciones presidencialesperuanas de 1990 con un programa inspirado en el de la conservadora británicaMargaret Thatcher. Es imposible desmadejar estas complejidades. Pero, ¿tienesentido intentarlo? Mi impresión es que esa misma complejidad es lo que hacetan apasionante a Cien años de soledad:la novela misma afronta los obstáculos que América Latina ha encontrado en sucamino a la democracia.

 Mi propia relación con el libro ha cambiado con los años. La leíinicialmente en mi adolescencia, y me sentí transformado por ella. Era a finesde la década de 1970. Por entonces se decía ya que el impacto de Gabo eranegativo. Había reinventado a América Latina con su pluma, impregnando demagnetismo a la región. Después de la II Guerra Mundial, la novela había caídoen un período de insuperable depresión; después de Kafka, Proust, Joyce oBeckett, parecía haber entrado en un callejón sin salida. Gabo y sus pares lahicieron resurgir con más vigor aún. La novela –proclamaron– gozaba de buenasalud, pero no en el Viejo Mundo sino en el Nuevo.

El talento de Gabo resultó tan extraordinario que escritores de segundalo imitaron de manera acrítica. Mi generación lo admiraba, todavía, pero noquería ser eclipsada por él. También seguíamos a William Faulkner, el modeloseguido por Gabo, pero proveníamos de centros urbanos y, así, no podíamos adoptarsu cosmovisión. No queríamos escribir acerca del Trópico, o desde allí, sinoacerca de todo y todas las cosas, como Jorge Volpi ha hecho con del Nazismo y lainvención de la bomba atómica de su novela Enbusca de Klingsor, o RodrigoFresán con Peter Pan en Jardines de Kigston; o como El delirio de Turing, ladiatriba contra la globalización de Edmundo Paz Soldán; y la partida de ajedrezen un tren militar del Imperio Austro-Húngaro que, en la I Guerra Mundialmarcha hacia el Frente Oriental, en Amphytrion,de Ignacio Padilla. La tensión con Gabo y el así llamado “boom literario latinoamericano” fue también un Leitmotiv en la vida de Roberto Bolaño, un exiliado chilenoresponsable de Los detectives salvajes,para quien Cien años de soledad resultabademasiado provinciana. Para Bolaño, la novela, como género literario, tenía queser beligerante, antagónica e irreverente.

 Cuando yo estaba en mi quinta década de vida, he vuelto sobre la obrade Gabo, y lo he hecho con ahínco. Lado a lado con el Quijote de Cervantes, Cienaños de soledad descifra el ADN de la civilización hispana en su conjunto.Es una “novela total” concebida por un demiurgo de crear un universo tan vastocomo el nuestro. He decidido ahora embarcarme en una biografía de Gabo. ¿Quiénes él? ¿Cómo llegó a escribir tal obra maestra? ¿Cómo logró convertir a Cien años de soledad en la mejor telenovela jamás imaginada? Esta novela,a mi juicio, ha logrado algo asombroso: ha sobrevivido acumulando innumerablesrelecturas conflictivas. ¿No es esto lo que constituye un clásico: un espejodonde cada uno de los lectores encuentra aquello que persigue?


IMÁGENES
Samuel Taylor Coleridge, Wikipedia

[1] Este artículo, publicado en forma ligeramentediferente con el título de ‘Macondo Turns Forty’ en The Chronicle of Higher Education (Junio 15, 2007), aparece en ellibro A Critic’s Journey (Universityof Michigan Press, 2010). Traducción del inglés de Martín F. Yriart.

 

[2] Ilan Stavans (México, 1961) Narrador,estudioso de la lengua, cultura y literatura latinoamericanas, y también latina de EE.UU., así como de latradición judía, es actualmente profesor en Amherst College, EE.UU.. En 2010, Stavans ha publicado el libro Gabriel García Márquez: The Early Years(Palgrave), un estudio sobre los inicios de la creación literaria del futuroPremio Nobel de Literatura.

 

[3] El memorable poema de Samuel Taylor Coleridge(1772-1834), que los niños de las escuelas inglesas recitan de memoria desdehace dos siglos, comienza con la ritual estrofa:

                                               In Xanadu did Kubla Khan

                                               Astately pleasure-dome decree:

                                               Where Alph, the sacredriver, ran

                                               Through cavernsmeasureless to man

                                                           Downto a sunless sea.