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Aves exóticas. Reina Roffé

 A propósito de la reedición de

Aves exóticas. Cinco cuentos con mujeres raras y uno más

de Reina Roffé

Por Diana París[2]

 

 Es muy difícil que un pez descubra la existencia del agua,

 porque no tiene con qué comparar.

La antropología <la literatura> nos pone un espejo delante

 para vernos en nuestra infinita variedad.

KLUCKHOHN, C. [1]

 

            Tuve el gusto y el honor de presentar Aves exóticas en 2004, en su primera versión. Siete años después releo con alegría el volumen de cuentos y celebro que estemos frente a un acontecimiento literario que pone en relación escritura y efectos de lectura.[3]

Como editora y crítica literaria no puedo dejar de asociar ambos aspectos: la reedición de Aves constituye un nuevo libro. El texto incluido ahora opera en dialogismo con el original y reclama una nueva interpretación global de la obra.

El relato nuevo plantea el juego dialéctico entre lectura y relectura: “Dos de sus momentos: el de la primera lectura del poema chino traducido al español y el de la relectura casi veinticinco años después.” [4]

Shalman Rushdie dice que la literatura es la empresa de encontrar nuevos ángulos para contar la realidad. Cuando un libro crece es el mismo libro y ya no lo es, como nos sucede a las personas: con el tiempo seguimos siendo los mismos y no lo somos.

Ahora es imposible leer este libro como lo leímos en su primera versión. A aquellas “aves”-todas tan desposeías, silenciosas, invisibles casi, desapercibidas, oprimidas- les ha “nacido” una madre.

Yo, al igual que la protagonista, a fuerza de “registrar frases aisladas, de sustraer detalles a anécdotas en apariencia inocentes y de procesar letras robadas, he podido trazar itinerarios, darle luz y acción a algunas escenas”; yo como la protagonista, “ensamblaré las piezas”, porque la literatura se construye con pedazos, fragmentos, voces, relatos, otras literaturas, porque  “siempre hay, incluso, más de una historia.”

Y de eso se trata:  “Cada vez me importa menos llegar a la raíz  verdadera si puedo componer su historia, como Víctor Frankenstein –prefiero decir que fue Mary Shelley- compuso a su horrenda criatura, animando la materia muerta, zurciendo las roturas del tejido, regurgitando las sustancias amorfas y resignándome a las malformaciones insalvables.”

 Juego de espejos

 Las iniciales MS nombran a Mary Shelley, a la madre de la narradora: María S; es también cada María de Aves y es M de madre y de Madrid (donde suceden buena parte de los hechos de todo el libro). Madrid, Madre patria, madre biológica y cultural. Tanta “madre” y sin embargo, paradójicamente, si hay una figura emblemática que transita la literatura de Reina Roffé es la figura de las hijas. Son las hijas –extraviadas, abandonadas, solitarias, sin descendencia– quienes en el devenir de viajeras, a la intemperie y con los cielos divididos se renacen mientras construyen y buscan a sus madres: la necesidad de construirla, de armarla para mí, como un detective que merodea en torno de sus pasos, los roza, sin poder encajarlos”. Leemos: “…la espía que hay en mí”, “la espío de una manera indirecta, solapada.”

Las aves originales  -María, tía Reche, Silvita, la vieja del B, Teresa- se anidaron una madre. Era un imperativo: siempre hace falta tenerla o inventarla. Se inscribieron una madre pero no cualquier madre, sino una que nombra a una hija célebre, la escritora Mary Shelley.

Las raras, monstruosas, exóticas, rara avis, exiliadas, peregrinas, fronterizas le hicieron lugar, le abrieron el espacio cerrado del libro a esa otra monstruosa  –a la vista estandarizada de la sociedad, monstruosa de tanta “normalidad”, cotidianidad–  tan monstruosa como la imagen del pobre ser creado por el doctor Frankenstein. Un ser sin nombre, como mucho llamado “la Criatura”.

Y de criaturas se nutre la literatura.

            Esta nueva criatura de Reina Roffé es un caleidoscopio de hijas espiando a sus madres: Mary Shelley a la propia, Mary Wollstonecraft (escritora inglesa, feminista, 1759-1797), también espía la protagonista a María S; y los lectores a la autora y el círculo vuelve a recomenzar…

Así como la escritora inglesa decía en el siglo XVIII que las mujeres con derecho a una educación similar a la de los hombres podían haber "practicado la medicina, llevado una granja, dirigido una tienda, y serían independientes y vivirían de su propio trabajo", más de doscientos años después las mujeres vamos a la universidad, dirigimos empresas y somos científicas… y sin embargo seguimos siendo como las creaciones de Frankenstein para la sociedad de mirada monolítica: seres sin nombre, arrinconados, diferentes, raros.

La madre de Shelley -Mary Wollstonecraft- inicia una nueva era en el discurso feminista. Su hija, crea al nuevo Prometeo como un puente para nuestros días y le arroja el guante a Reina Roffé que redobla la apuesta.

Leer es armar la “contrabiblioteca secreta”. Toda lectura se construye en series de evocaciones y relaciones más o menos fraguadas por la memoria.

El nombre de Mary Shelley  remite a la biblioteca interna, personal, adolescente, lectura del período de formación de la personalidad. Me sucedió que releer de adulta la obra de Shelley en clave Roffé me estremeció: la terrible criatura nacida del científico Víctor Frankenstein somos nosotras, las mujeres. Tal vez por esta revelación –nunca antes había asociado Frankenstein con la situación femenina– sentí una profunda emoción con el hallazgo de Reina Roffé al incluir en Aves “La madre de Mary Shelley”, porque constituye una nueva constelación desde donde leer su obra.

Todas somos hijas de Mary Shelley, todas somos esa atormentada criatura creada por su pluma. La carencia de identidad  del monstruo es el reflejo de la situación de la mujer que no cumple con las expectativas estándar. Las mujeres –al decir de  Simone de Beauvoir- somos lo radicalmente otro. Y las mujeres que recorren la escritura de Roffé son fronterizas, raras, innombrables. ¿En qué consiste su rareza? Son extranjeras, adolecen de exilio, se extravían de incomunicación y reciben una mirada ajena lacerante cuando ejercen su libertad.

Por eso tienen aprendidas las tretas del débil -expresión acuñada por Josefina Ludmer en su estudio sobre Sor Juana- porque saben que serían rechazadas si se mostraran como diferentes. “Sabía, a conciencia, que aceptaba los consejos de los demás con ojos de carnero, para luego -con naturaleza de gato- hacer lo que le venía en gana.”

 

 Todas somos Mary Shelley

El ser humano es, tal vez, mitad espiritu mitad materia,

como el pólipo es mitad planta mitad animal.

Las más extrañas criaturas siempre

están en zonas fronterizas. LICHTENBERG[5]

 

La sabiduría popular no se equivoca. Hagan la experiencia de preguntar a cien personas quién es Frankenstein y el 90 %  responderá que es el monstruo de la novela. En la confusión, los lectores saben la verdad: Frankenstein es el nombre del creador del ser atormentado en la ficción de M. Shelley y en verdad es más monstruoso que el propio desgraciado sin nombre.

Lo diferente –la rareza– ocupa el centro de la escena y sin embargo ninguna de las “aves exóticas” es un monstruo, pero se las ve como tal porque se desvían de la norma. Son  raras, en busca permanente de la identidad, exóticas como aquel desdichado innombrable.

Por si hiciera falta profundizar la raíz de “exóticas”, recordemos lo que dice el DRAE: extranjeras, peregrinas, especialmente si procede de país lejano (del lat. exotĭcus, y este del gr. ἐξωτικός)-.

Ser diferente estigmatiza e impide el  reconocimiento por parte del otro. Ya lo sabemos, la identidad no se construye subjetiva y solitariamente, sino que precisa de la intersubjetividad, de la mirada del otro. [6]

            “¿Seré rarita yo?” se cuestiona la protagonista. La respuesta surge contundente:

 “…ser de otro lugar, tener un acento raro o diferente, una identidad extraviada y la capacidad engañosa para aceptar la extrañeza que producía con sólo abrir la boca.”

Andar por la vida de “polaca” –es decir, extranjeridad a cuestas- es un trastorno cotidiano para encajar en los moldes. El texto de Roffé lo representa con estas palabras: “…evitar así no sólo que cometieran errores de identidad en documentos y facturas, sino también la inquietud y el rechazo que despierta en ellos todo aquello fuera de lo común, de la norma. Aquello que se les presenta como rarito los descoloca…rarito, palabra con la que aquí designan de forma peyorativa lo diferente, sea algo o alguien”.

Recordemos las páginas de Shelley: la Criatura se verá obligada a sobrevivir sola, por sus propios medios: espía, observa para aprender de los demás, escondiéndose de las miradas que le cuestionarían la diferencia. Tiene una enorme curiosidad y deseos de saber.

La falta de relaciones afectivas de la infancia que otorgan al sujeto autoconfianza, autoestima, autorrespeto generan al “monstruo”: un ser cuya pulsión de saber lo domina. Así la hija de María S. -como la Criatura- es abandonada y debe buscar en soledad  la identidad,  fuente de toda inquietud y temor  cuando se niega la expresión de la singularidad de cada sujeto como le ocurre a los excluidos por sus diferencias raciales, sexuales, culturales, religiosas.

Ante esta situación de soledad y sufrimiento insoportables, la narradora-espía debe darse nueva vida, auto-nacerse. “Ser hija de mí misma”, dice el texto, entonces aparece una primera tesis de interpretación: si MW muere al dar a luz de MS, la autora de Frankenstein  refleja su orfandad en la representación más monstruosa.

 “Romper aguas nuevamente”  y reconocerse una identidad. Y entonces lograr un imposible: “ver a su madre, no como madre, sino como persona. Ya lo dije, mi ambición es enorme. Con el propósito de exorcizar el instinto filial, y ceñirme a la persona.”

Como Víctor, María S. abandona a su hija. La niña exiliada de toda protección crece a la intemperie. La amiga de la madre –Silvia, la amiga del alma de María– la tranquiliza: “El cariño es tiempo y costumbre”, juicio que destruía la idea preconcebida sobre el amor espontáneo y natural que exigen las filiaciones de sangre.”Aristas de parentesco largamente buscadas con la lente de pesquisa para reconocerme en esta mujer, que es mi madre.”

 Andar por la vida de polaca, saberse rara, sentirse diferente, acusar recibo de la mirada diferente de los otros es perturbador. En el final del cuento titulado “Aves exóticas” aparece contundente la definición: “una mujer afincada solamente en su mundo particular es una extraña para todos en todas partes”.

Decía en otra parte[7], que los textos de Reina Roffé constituyen verdaderos observatorios para dirigir la mirada hacia un panorama narrativo y ensayístico de resonancias múltiples: los proyectos nacionales y el país como identidad colectiva, los efectos que la lectura produce en la construcción de la subjetividad, el exilio, la lengua, la política, el sexo, la herencia sociocultural femenina, los mandatos y lo silenciado por el sistema.

En sus novelas y cuentos hay escritoras, locas, viajeras, exiliadas, niñas, amantes, cautivas; hay mujeres que no vuelan como en la saga de Aureliano Buendía, pero que son raras aves exóticas que deslumbran por su infinita lucidez en medio del desamparo y el olvido.

En esta nueva edición de Aves sobrevuelan mujeres –mensajes, que actúan bajo otros nombres, en una vida clandestina, como aves migratorias que trasladan en sus plumas secretos…La lectura devela algunos, la relectura genera nuevos secretos. La buena  literatura se nutre de las múltiples búsquedas e in-certezas que cada texto nos revela.

Leer buscando huellas de raras aves en la arena húmeda de las páginas es disfrutar como lectores en la aventura gozosa de la ficción.


[1]  Antropología, México, Fondo de Cultura Económica, 1971, p. 21.

[2] Buenos Aires, 1958. Es profesora y licenciada en Letras. Psicoanalista. Editora. Crítica literaria, investigadora y docente universitaria. Es Profesora invitada regularmente a dar seminarios de literatura argentina en las universidades checas de Praga, Brno y Olomouc. Ha sido panelista en diversas Ferias del Libro y Congresos de educación, edición y literatura (Argentina, México, Puerto Rico, Cuba, República Dominicana, España). Ha estudiado y recibido premios por su trabajo de investigación sobre los poetas Federico García Lorca, Juan L. Ortiz, Alfonsina Storni, Sor Juana Inés de la Cruz y Alejandra Pizarnik. Es autora de libros de psicoanálisis y literatura: Norman Holland y la articulación Literatura/ psicoanálisis. (2004); Julia Kristeva y la gramática de la subjetividad (2003);  ¿Freud y Kafka tangueros? Un interrogante acerca de esta relación. (2003).Se especializa en la investigación del tango como manifestación artística integral y su interrelación con la literatura.

[3] El 18 de agosto de 2011 en CCEBA, Buenos Aires.

[4]  Las citas en bold son del manuscrito original de Reina Roffé.

[5] LICHTENBERG, G. C., Aforismos, ocurrencias y opiniones, Madrid, Valdemar, 2000.

[6] HONNETH, A., La lucha por el reconocimiento, Barcelona, Critica, 1997.

 [7] Presentación del libro en 2004.


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