Cacipa

Palabras para honrar la memoria de un mártir wayúu

A Chela Boscán,
en su dolor sin nombre;
a Gloria Boscán,
la princesa wayúu, madre de mis tres hijos;
a Ruby, a las viudas y huérfanas guajiras,
mujeres de arena y sal y penas infinitas

Por Ignacio Ramírez *

A mi compadre Cacipa lo siguieron, lo persiguieron, lo invadieron, lo emboscaron, lo amarraron, lo masacraron, lo martirizaron, lo asesinaron los miserables paramilitares.

manaureCuando vi por los noticieros de televisión a las mujeres con las manos en la cabeza -vestidas con sus mantas negras - y escuché su llanto hondo y prolongado y tétrico, supe que un escalofrío de pavor recorría la columna vertebral del desierto, que los montículos de sal en las playas de Manaure ennegrecían y que la más grande pertenencia de los wayúus, su dignidad enhiesta, había sido vulnerada para siempre y que el oprobio no tendrá perdón ni tendrá olvido, porque cuando se mancilla la cultura de un pueblo y por la fuerza se somete y se infama a los valientes, lo único que habita el alma de los sobrevivientes es una sensación de abatimiento al comprobar de qué manera desdichada el ser humano ha descendido y encarnado la condición de bestia carnicera.

Y lo más triste, lo más absurdo, lo más pueril e irresponsable: los dos o tres renglones de impiedad e ignorancia rampante con los cuales los periodistas apoyan las imágenes del drama, limitándose a salir del paso hablando de lo que no saben, lanzando al viento insensatas conjeturas que su imaginación calenturienta les dicta al ritmo impuesto por los dueños de los medios, el ritmo de un país indiferente a la tragedia de su pueblo, al dolor de su gente abandonada, desplazada, inconsolable y sola. Un país donde el fútbol dopado y delincuente, los realitys, la barbies, los desfiles de moda, las reelecciones y la medianía son el pan cotidiano, qué va a saber de humanidad, qué de respeto por la vida, de vigilia fraterna por el enaltecimiento de los derechos humanos. País de desalmados contra desarmados.

Cacipa era el sobreviviente hijo mayor y heredero Cacique de Franco Boscán, el patriarca guajiro acribillado en diciembre de 2001 en las calles de Maicao, por una cáfila de sepultureros a sueldo que le querían arrebatar sus tierras en los límites con Venezuela, ganadas con trabajo y con sudor honrado a través de la vida y de las leyes estrictas del honor wayúu.

Cuando Franco cayó ametrallado por sus asesinos, la Guajira entera se nubló de congoja, al tiempo que comenzaban épocas de miedo y de emboscadas medrosas como la que hace una semana le tendieron a Cacipa los asesinos de las impúdicas autodefensas, que ahora siembran pavor en las fronteras mientras los gobernantes de uno y otro lado montan y sustentan farsas para mantenerse a como dé lugar en sus puestos de mando, donde el poder proviene de la fuerza, la represión, la amenaza, la desaparición, la muerte.

Franco Boscán cacique wayúu asesinado en 2001Después de la masacre del 28 de diciembre de 2001 cuando los criminales derribaron a Franco Boscán, Cacipa y sus hermanos estuvieron en la sala de mi casa discutiendo si valía la pena dar la guerra o aún en medio del dolor buscar la concordia para que las generaciones que ahora se levantan no queden con la herencia nefasta del odio y la venganza. Para esta última había dos caminos: abandonar la tierra, que para los guajiros es la madre, la razón de la vida, o intentar lo imposible: el diálogo para la paz.

Y se hizo el milagro: el 29 de junio de 2002, ante una multitud de wayúus y de representantes de todos los rincones de la Guajira de Colombia y Venezuela, se firmó la tregua, que no sirvió de nada, porque si las partes cumplieron dentro de tensa calma, los bandidos paracos ya asediaban los territorios de frontera que les sirven ahora para intensificar el decálogo de sus fechorías: acechar, emboscar, intimidar, robar, perseguir, secuestrar, torturar, incendiar, bombardear, asesinar.

Bajo ningún argumento Cacipa quiso abandonar su tierra. Los wayúu saben que así como los capitanes se hunden con su barco en el naufragio, ellos se paran firmes sobre su arena, bajo su sol, entre sus vientos y sus cactus, y le hacen frente a la tormenta y luchan contra ella como el delirante Don Alonso Quijano contra los molinos agitados por las corrientes de los sueños.

Las mujeres se van quedando solas. Sus mantas negras, sus guaireñas de sombras, sus cementerios llenos de recuerdos. Sin esposos, sin hijos, sin hermanos, sin parientes, sin amigos. Solo la memoria que se convierte en llanto que no cesa.

Procesiones perpetuas de viudas y de huérfanas. Mujeres solas con su suma de muertos infinitos.

Aquí en la sala de mi casa aún retumba la voz fuerte y valiente de mi compadre Cacipa: "Yo no me voy de mi guajira, un wayúu no abandona a su tierra".

A mi compadre Cacipa lo siguieron, lo persiguieron, lo invadieron, lo emboscaron, lo amarraron, lo masacraron, lo martirizaron, lo asesinaron los miserables paramilitares.

Las mantas negras, el llanto, las plegarias, la soledad, los ojos resentidos, los gestos agraviados, los niños que no saben lo que pasa, el desfile perpetuo de la muerte que se desplaza sin rumbo por la noche siniestra.

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Notas:

* Ignacio Ramírez, escritor y periodista colombiano, director de Cronopios.


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15 de julio de 2005


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