William Ospina, un poeta indispensable (breve diálogo con la crítica) [1]

Por Nelson Sánchez
 

Poeta, ensayista y traductor, nacido en 1954, en Padua, Tolima, en los Andes colombianos. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en Cali, pero abandonó la carrera para dedicarse a la literatura y al periodismo. Vivió en Europa entre 1979 y 1981, y desde su regreso vive en Bogotá. Ha publicado diez libros de ensayo: Aurelio Arturo, 1991; Es tarde para el hombre, 1992; Esos extraños prófugos de Occidente, 1994; Los dones y los méritos, 1995; Un álgebra embrujada, 1996; ¿Dónde está la franja amarilla?, 1996; Las auroras de sangre, 1999; Los nuevos centros de la esfera, 2001, Obteniendo en 2003, el Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas por este último libro; La decadencia de los dragones, Alfaguara, 2002; y, América Mestiza, Aguilar, 2004. Su traducción completa de los sonetos de William Shakespeare fue publicada en Buenos Aires en 2003. Ha publicado también cuatro libros de poemas: Hilo de Arena, Colcultura, 1986; La luna del dragón, La Cierva blanca, 1991; El país del viento, (Premio Nacional de Poesía del Instituto Colombiano de Cultura, 1992; y ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?, 1995. Y, una novela histórica: Ursúa, Alfaguara, 2005. (“La mejor novela del año”, de acuerdo lo manifestado por Gabriel García Márquez).

WILLIAM OSPINA, es un ser especial tocado por los Dioses; nacido específicamente en estas nobles tierras; en una de las épocas de mayor violencia en Colombia, y, con un único fin: despertar en nuestros corazones, el amor hacia la naturaleza; a nuestros orígenes y nuestra identidad, que dejemos de querer tener una nacionalidad diferente a la que tenemos; y complementando con sus propias palabras: “Después de siglos de un esfuerzo vergonzoso y esnob por fingir ser lo que no somos, es urgente descubrir qué es Colombia; que surja entre nosotros un pensamiento, una interpretación de nosotros mismos, una alternativa de orden social,  de desarrollo, un sueño que se parezca a lo que somos” (1).

William, es un poeta dotado de genialidad, que no necesita agotar toda una vida, para entregarnos sus más elaborados pensamientos; pues, cuenta con una compañía permanente: Numen, la musa que guió a Píndaro, Virgilio y a Fray Luis de León; lo acompaña a donde quiera que vaya, y, sin importar si está trabajando en periodismo, o, como nos dice Humberto Marín:  “Ejerciendo con proba dedicación la publicidad, como Aurelio la judicatura o Eliot el trabajo bancario…[sin dejar]…de acercarse al ideal de sus amados Borges y Browning, para quienes la literatura fue, más allá de distinciones o reconocimientos, no sólo la vida sino el arduo trabajo de la vida”(2); o simplemente, y siguiendo a Humberto Marín en su introducción a la antología Poetas de Colombia y América; como un “Verdadero peregrino…[que]…recorre con minucioso amor la ciudad…[Paris]…haciendo encuestas, repartiendo revistas…[visitando]… cementerios, ruinas, plazas y bibliotecas de Europa, tras las huellas de Verlaine, de Hölderlin, de Dante, de Quevedo…” (3); y, concluyendo como diría el anteriormente mencionado crítico literario: “William, destinado, como tantos colombianos del último medio siglo, a una existencia nómada, a viajar constantemente para escapar al viaje definitivo” (4). 


Basta con leer cualquiera de los poemas en sus tres libros: Hilo de Arena (Colcultura, 1986), La Luna del Dragón (La Cierva Blanca, 1991), y El País del Viento (Premio Nacional de Literatura Colcultura, 1992); para que disfrutemos -sus lectores y sus críticos-,  de la alta poesía con que nos transporta  –apoyándome en las palabras de Alba Lucía Tamayo -: “…por las huellas y los senderos de los dioses, la naturaleza, el tiempo, el cosmos, el mundo, el arte, la filosofía, la estética, la ética, la historia, la literatura, la geografía, la política, la economía, la ciencia, las religiones, el alma, los sueños, la vida y la muerte”(5).

En un mundo postmodernista, como el nuestro, en donde la mayoría de la gente no tiene tiempo para fascinarse con la diversidad natural, que a veces hasta tiene a unos pocos metros, sino que esta misma naturaleza es vista y tratada como una fuente “inagotable” de recursos; y que nuestros antepasados sí valoraban y veneraban como parte de sus Dioses; o sin tiempo también, para profundizar sobre nuestros orígenes, por ejemplo, leyendo “…la poesía de Juan de Castellanos, considerado por lo general como un cronista metido a poeta, componedor de versos de escasa calidad y alejado por completo de las tendencias de su época…[y quien]…el crítico de finales de siglo, en este caso William Ospina, se encuentra con un poeta de inmenso interés y revalúa su obra con buenos argumentos y gran entusiasmo” (6); -la anterior cita, recordando a nuestra inolvidable María Mercedes en su Historia de la Poesía colombiana (Fundación Casa de Poesía Silva, 2001)-; y entre los múltiples caminos para encontrar “…el paisaje que nos abre la ventana…[a un]… redescubrimiento de la memoria, de símbolos históricos, a través de la palabra y las inquietudes de la sensibilidad moderna”(7), -refiriéndose a la poesía de William Ospina, el crítico literario Guillermo Linero-; está también, el estudiar  directa o indirectamente a los Cronistas de Indias -no sin antes, guardar las respectivas distancias hacia algunos de estos coronistas, por sus  compromisos políticos-; siendo lo anterior, en mi concepto, los requisitos sine qua non para adentrarnos hasta nuestras más remotas semillas, como sí lo ha hecho y sigue haciendo William Ospina; quien, como un enamorado de su América, de su pasado;  entristecido por su presente y un tanto optimista por el futuro, cree “…en el poder mágico de la poesía”(8); y apropiándonos de una bella frase de Alba Lucía Tamayo, William “…logra que cada momento histórico y cada situación humana referida sea también la cifra de una vida que nos conmueve y alienta a buscar en la tradición, en la naturaleza y en las divinidades las posibilidades del futuro que en estos tiempos de tinieblas se encuentra amenazado”(9).  Y para cerrar esta idea, en cuanto a su optimismo, nada más oportuno que traer sus palabras, registradas en el prólogo a su primer libro de poemas: Hilo de Arena: “He llegado a pensar que acaso es cierto lo que escuchamos alguna vez: que tal vez el mundo volverá a fundarse sobre las conmovedoras e inconmovibles verdades de la poesía y ya no sobre los frágiles atisbos de la razón ni sobre las pueriles seducciones del lucro” (10).

Cañones contra arcos y flechas, y cuchillos de pedernal; armaduras y mallas de acero, contra cascos de madera con figuras de animales y jubones de algodón; esplendorosos días paradisíacos, transformados en angustiosas noches oscuras e inacabables; una religión desprestigiada en su propia casa y convertida en una utopía renovada sobre los mismos altares de Quetzalcoatl, Viracocha, o Chiminigagua, entre muchos otros.

[Última estrofa del poema América, En: Hilo de Arena]:

Y oigo al fin los cañones. Acorazados cuerpos

vienen ya y una nube cubre las grandes tierras.

Cristo sangra en las proas, rebrillan las espadas

y he de callar al soplo de banderas y salmos

de hombres en cuyos rostros despiadados, morenos,

nuestros rasgos se acercan (11).

 

Este hermoso fragmento, preñado de verbos en presente, tiene múltiples significados: obviamente, en primer lugar, está hablando del choque de dos mundos, el occidental con el mundo precolombino; pero también podría referirse a las invasiones que hacen las potencias a países de otras culturas, o inclusive, a sus propios vecinos, con el pretexto de llevar la democracia, la libertad, o restablecer el orden quebrantado; cuando hasta un niño de doce años, sabe los verdaderos motivos.

[Fragmento del poema El día se despide, En: Hilo de Arena]:

Conmovidos sentimos que en el cielo sin Dioses

Triunfará la tiniebla (12).


Estos versos, que no pasarán de moda, a menos que se erigiera una nueva sociedad, sobre las cenizas de la actual; representan la crisis del hombre después de la I guerra mundial, en donde predomina: la intolerancia, la pérdida de valores, el consumismo impuesto por los medios alienantes y masivos de comunicación -sin control alguno, por parte de quien debiera-, el oportunismo,  el arribismo, los malos hijos de Colombia que se deciden por la política y que logran el poder por y para el dueño que los compró; y demás conductas reprochables que terminan en “ismo”; sobre este aspecto, Myriam Almanza comentaba hace quince años en su tesis de grado:  “William Ospina se revela como poeta comprometido con la belleza de la palabra y con el despertar de las conciencias que ven en sus poemas el reflejo de la crisis que vive el hombre postmoderno” (13); y complementando de manera oportuna, nuevamente Humberto Marín concluye: “la serena poesía conceptual de William Ospina es un desesperado combate por salvar las cosas más queridas del caos, de la irrealidad, y de ese río que todo lo erosiona, el Tiempo” (14).

Y para finalizar este corto diálogo con la crítica de William Ospina, alejado de cualquier pretensión laudatoria, me permitiría agregar una oportuna frase de Alba Lucía Tamayo en su texto “Tradición, Presente y Futuro en los ensayos y en la poesía de William Ospina” en la Revista Actual: “…William Ospina, una de las voces más grandes y nítidas de la tradición milenaria de la poesía, el arte de pensar y de narrar, y estaríamos signados por una fatalidad  irremediable si no escuchamos y si no leemos al poeta esperado, ahora que lo tenemos vivo y cercano” (15).

 

FUENTES CONSULTADAS


(1) Ospina, William. ¿Dónde está la franja amarilla? Santafé de Bogotá: Editorial norma, 1999, p. 44. [Citado en la Introducción de Rubén López y Jhon Saldarriaga, al libro de William Ospina;  <<et al>>. Contra el Viento del Olvido. Medellín: Hombre Nuevo Editores, 2001. p. 9.

(2) Marín, Humberto. Introducción y selección. Poetas de Colombia y América. Colección de Poesía Quinto Centenario.  Antología Poética. Bogotá: Fundación para la investigación y la cultura. Editorial Tiempo Presente, 1990. p. 5.

(3) Ibíd.,  p. 4.

(4) Ibidem,  p. 3.

(5) Tamayo García, Alba Lucía. “Tradición, Presente y Futuro en los ensayos y en la poesía de William Ospina”. Revista Actual 34 (septiembre – diciembre 1996). p. 227.

(6) Carranza, María Mercedes. Historia de la Poesía colombiana. Bogotá: Fundación Casa de Poesía Silva, 2001. p. 11.

(7) Linero Montes, Guillermo. “La poesía de William Ospina”. Revista Ulrika 25 (1997). p. 42.

(8) Marín, op., cit.,  p. 6.

(9) Tamayo García, op., cit.,  p. 245.

(10) Ospina, William. Hilo de Arena. Bogotá. Instituto colombiano de cultura, 1986. p. 10.

(11) Ibíd.,  p. 22.

(12) Hilo de Arena. op., cit.,  p. 12.

(13) Almanza Camacho, Myriam Patricia. Tres Ensayos de crítica literaria. Trabajo de fin de programa de crítica literaria. Santafé de Bogotá: Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, 1993.  p. 28.

(14) Marín, op., cit.,  p. 7.

(15) Tamayo García, op., cit.,  p. 226.