Piedad Bonnett

Amalfi, Antioquia, 1951. Licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de los Andes y profesora en esta institución de 1981. Tiene una maestría en Teoría del Arte y la Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia. Fue merecedora, en 1992, de la Beca Francisco de Paula Santander para un trabajo de dramaturgia y en 1998, de una de las Becas de Investigación del Ministerio de Cultura, con el proyecto «Cinco entrevistas a poetas colombianos», que dio origen a su libro Imaginación y oficio, publicado por la Universidad de Antioquia en 2003. Ha publicado siete libros de poemas: Con el primero de ellos, De círculo y ceniza, que recibió una mención de honor en el Concurso Hispanoamericano de Poesía Octavio Paz, El hilo de los días, 1994, con el que ganó el Premio Nacional de Poesía otorgado por el Instituto Colombiano de Cultura y Las herencias (2008), entre otros. Tiene además cuatro antologías: No es más que la vida, Antología, Lo demás es silencio y Los privilegios del olvido. Es autora, de cuatro obras de teatro montadas por el Teatro Libre bajo la dirección de Ricardo Camacho y de cuatro novelas: Después de todo (2001), Para otros es el cielo (2004), Siempre fue invierno (2007) y El prestigio de la belleza (2010). En 2005 publicó El mundo según García Márquez, selección de definiciones del Premio Nobel. Recibió el Premio Casa de América de Poesía en 2011 con Explicaciones no pedidas (2011), su último libro de poesía. 


 

SIN NOVEDAD EN EL FRENTE  

 

En esta misma hora

Cecilio estaría sangrando la vaca:

le diría “quieta” con su voz nocturna. 

Y Antonio, en esta misma hora, escribiría

con su letra patoja, “recibido”.

¿Qué haría Luis? Quizá le ayudaría

a su hermano menor a hacer sumas y restas,

quizá se despidiera de su madre

pasándole la mano por el pelo.

 

(Cecilio, Antonio, Luis,  nombres conjeturales

para rostros nacidos de otros rostros)

 

Cecilio es negro como el faldón con flores de su madre.

Antonio tiene acné y sufre los sábados

cuando va a un baile y ve a una muchacha hermosa.

Luis es largo y amable y  virgen todavía. 

 

En esta misma hora,

uno mira hacia el sur, donde su hermana

ha encendido una vela. Un gallinazo

picotea su frente. El otro

parece que estuviera cantando, tan abierta

tiene la boca a tan temprana hora. La misma

en que el tercero,

                              (largo y amable y virgen todavía)

parece que durmiera

con una  flor de sangre sobre el sexo. 

Sobre su pecho hay un escapulario. 

 

Todo en el monte calla.

Ya alguien vendrá por ellos.

 

 
LOS ESTUDIANTES

 

Los saludables, los briosos estudiantes de espléndidas sonrisas

y mejillas felposas, los que encienden un sueño en otro sueño

y respiran su aire como recién nacidos,

los que buscan rincones para mejor amarse

y dulcemente eternos juegan ruleta rusa,

los estudiantes ávidos y locos y  fervientes,

los de los tiernos cuellos listos frente a la espada,

las muchachas que exhiben sus muslos soleados

sus pechos, sus ombligos

perfectos e inocentes como oscuras corolas, 

qué se hacen

mañana qué se hicieron

qué agujero

ayer se los tragó

bajo qué piel

callosa, triste, mustia

sobreviven                                                                                

 


  

LAZOS DE SANGRE

 

Atrévete

salta al vacío   mírale

los ojos al hermano a la hermana su hiel mansa

oye

al hijo entre su nube de rencores

                                                     al padre

y su silencio como piedra ardiente

 

y el reproche

del marido a la esposa

 

refinada mordedura del tedio y el eterno

balanceo del odio

 

ah la familia

 

siente

cómo su amor comete sus destrozos

cómo mastica  a secas tus tripas

se envenena

con la sangre que dentro de ti silba

como  un río que  baja con su carga de piedras

 


 

YA NO EL DOLOR SINO LA CERTIDUMBRE

                             

                              ¿Qué dolor dolerá

                                        si ella no duele?

                                       Eduardo Lizalde

 

Ahora,

apenas si el recuerdo,

no del amor,

sino de aquella forma en que te amaba.

 

Ahora,

ya no el dolor sino la certidumbre

de la dolida forma en que dolías,

 

del  vacío iracundo y de la pena

de la rama cortada. 

 

Ahora

la sed, no de tu lengua

sino de aquel deseo de tu lengua,

 

la sed, no del oasis de  tus ojos

sino de aquellas lágrimas caídas

 

sobre el desierto gris que me esperaba.