OPINIÓN‎ > ‎

La cárcel de la comunicación

            Lacárcel de la comunicación [1]

PorAmparo Osorio

 

En la era de latecnología, la informática y los circuitos integrados, las comunicaciones sehan convertido en el dios local mejor instalado en los escenarios del mundo consu cibernética, su ciberespacio y sus incontables millones de feligreses a lolargo y ancho del globo terráqueo.

    Pocos sinembargo se han detenido a pensar cuánto hemos perdido de comunicación, es decircuánto hemos ganado de incomunicación, en un universo donde la soledadparece ser el grave detonante del ser humano, una bomba de tiempo incursa ennuestros estadios mentales y a la que se atribuye el mayor índice de suicidioen el mundo, que según estadísticas de la Organización Mundial de la Saludasciende diariamente a 3.000 personas en el planeta, es decir un suicidio cada3 segundos.

La soledad es en definitiva, la tragedia de nuestro día a día, puestoque la palabra -es decir la comunicación verbal de los seres humanos con suentorno- ha quedado reducida al simple y amatorio monólogo con nuestros pasos.

Otros eran los tiempos del diálogo, de la vivencia compartida, de losinterlocutores con quienes se compartía un mundo, contradictorio sí, perosalvable según lo forjaban nuestras inocentes utopías y al que de una formaromántica pretendíamos y aún pretendemos cambiar -sólo a través de la magia quese desencadena en los sublimes lazos de la comunicación.

¿Pero desde cuando esta modernidad o post-modernidad irrumpió entrenosotros dejándonos en las periferias de un mundo con el cual, en razón de laexacerbada tecnología ya no nos comunicamos?

Lo que comenzó como una sana práctica (los conmutadores, por ejemplo) ycuyo oscuro fondo sólo pretendía desechar al ser humano para imponer a lamáquina, se ha vuelto uno de los ejemplos clásicos de hasta dónde podremosllegar en materia de incomunicación.

Usted digita un número y contesta una grabación. Luego de uninterminable menú de algunos minutos, debe pulsar la tecla de su necesidad,para volver a la pesadilla de ninguna respuesta. La máquina le habla: “Digite 1para comenzar. 2 para dejar su nombre. 3 tecleé su documento de identidad. 4para solicitar un servicio. 5 para reclamos. 6 para nuevo servicio. 7 parasuspensión del servicio. 8 para planes promocionales. 9 para hablar con unasesor y 10 (si aún no se ha suicidado) para escuchar un cínico mensaje “todasnuestras líneas se encuentran ocupadas”: insista de nuevo...

Si su conexión no es con una empresa del común, sino con una clínica ocentro de salud, por ejemplo, la máquina contiene nuevos menús, tanto o másdramáticos que el anterior, como tipo de medicina, si prepagada o planobligatorio, clase de especialista, si cita o urgencia, si puede esperar unprudencial tiempo de tres meses o requiere ambulancia, etc, amén de lostradicionales: nombre, identificación, sexo, estado civil, estatura y fecha denacimiento.

Pero este universo kafkiano aún no termina. Si desea hablar con unaentidad bancaria, es posible que descubra también que la máquina ha devoradosus últimos recursos económicos en complicidad con la piratería tecnológica.Comprenderá aterrorizado que su tarjeta ha sido clonada y no encontrará un serde carne y hueso que pueda darle respuestas de ninguna naturaleza, porque labanca mundial, amparada también en la incomunicación, ha tecnificado sus inquietudesy reclamos en líneas que no conducen a ninguna parte.

El tiempo de que disponíamos para vivir la vida, se agota en elinterminable andamiaje operativo ante el cual terminamos agotados, indefensos ysolos.

¿No queda con quién hablar en el planeta? ¿Qué se hizo ese ser quecreíamos humano, encarcelado ahora en el bunker de sus propias invenciones?

Lo práctico de la vida, choca con la premisa de solución a las múltiplesy fatigosas necesidades diarias.

Bajo la no muy sana pretensión de salvaguardia, extendible ahora eempresas cuya función social es precisamente el servicio, estamosrelegados al nefasto aparato que se extiende también al “ojo mágico dela cerradura, a la perversa alarma que se dispara incluso ante el inocentevuelo de un pájaro, a los circuitos cerrados de televisión, a los chips quepersiguen nuestros pasos, a los escáners que leen el contenido de nuestrobolso, y a la siniestra sicopatía numerológica” que pronto terminarámanipulando la intimidad de nuestro propio cerebro. El Homo Sapiens ha relegadosu rostro y en aras de una mal vendida privacidad, ha perdido incluso sumonólogo interrogativo con las estrellas.

La máquina ha devorado al hombre y lo que queda de los dos, seconvertirá en uno de los mayores e insostenibles vacíos a los que nos veremosenfrentados, en un mundo inviolable, impune y ciego, que obviamente dejará depalpitar para traernos tan solo el herrumbroso sonido de sus tuercas.

Pronto tendremos que huir, pronto habitaremos los solitarios universosbradburiamos y el robot a nuestro alcance decidirá si le da la gana o noservirnos un café, alcanzarnos un libro, o facilitarnos un cigarrillo que calmeeste nerviosismo profundo de la soledad a la que hemos sido relegados.

Entonces usted y yo, y el habitante de al lado, hundidos en laincomunicación que estamos creando, no encontraremos quién nos diga por quéderriban un árbol centenario o taponan un río o amurallan las ciudades. Seráuna voz muerta la que disponga de nuestro precario futuro.

Unos demiurgos mecánicos entrarán a nuestra casa y escucharemosestupefactos sus disposiciones de orden: Cafetera: objeto no identificado.Música: contaminante subversivo. Libros y poemas: artilugios del pasado.Veremos aterrorizados un dispositivo electrónico incinerando nuestros sueños.

La palabra vital será reemplazada por su grotesca parodia, erigiendo unabyecto museo de piezas petrificadas y para quienes pertenecemos a la “antiguageneración”, a la última generación comunicativa, solidaria y fraterna,anterior a este caos consumista, sólo quedará la contemplación metálica delmundo dominante y la evocación de las premonitorias palabras de Shakespeare:“lo demás es silencio”.



[1] *Especial para Confabulación- Periódico Virtual No. Bogotá,  Feb./2009