Literatura y violencia: La paradoja del escritor colombiano


Por  Alejandro José López *

 

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Nos abruma la cantidadde hechos violentos que pueblan nuestra vida cotidiana. Y más aún cuando, alasomarnos en el balcón de la historia, descubrimos que los de ahora sólocontinúan una interminable saga de acontecimientos atroces. Vivimos en un país quese ha empeñado en mantener vigentes de una década a otra, de un siglo a otro, lasprerrogativas a la crueldad. La nuestra es una memoria repleta de cicatrices ynuestro presente, una herida que no para de sangrar.

          Todosen Colombia hemos vivido de cerca, en una forma u otra, los tormentos queinflige la barbarie. Unos más directamente: las víctimas, cuyo sufrimiento ymemoria han de repararse y honrarse. Algunos hemos sido testigos consternados enesta visceral tradición de la infamia y otros han tenido que despedir a lossuyos, obnubilados por su propio dolor. En nuestra aciaga historia como Nación,el signo de los tiempos ha operado no pocas veces su papel de noria,transmutando a los dolientes en nuevos verdugos ansiosos de revancha. Reconoceresto no exime de su responsabilidad a quienes han ostentado el poder en estepaís, pero indica su cuota de sangre. Y esto exhorta, precisamente, a subrayarla insensatez del pacto social precario que se han empeñado en mantener, un sistemacuya médula sigue siendo la exclusión de la inmensa mayoría y los privilegiosde un puñado de gentes.

                Sinembargo, este patente y lamentable escenario nacional no nos permite discernir porcompleto las atrocidades de nuestra violencia, ni los laberintos de nuestraruina moral. Durante años se han ensayado interpretaciones diversas y se handesplegado análisis profusos, más o menos interesantes, muchas vecesinteresados. La inequidad y la injusticia son las semillas del odio; pero esverdad que luego éste sabe tener vida propia, sabe expandirse y sofisticar sus artilugiosde muerte. La pobreza no explica la sevicia, la ambición no justifica el delito,el interés no implica la vileza, el poder no amerita la maldad.

                Elestremecimiento producido por el salvajismo diario que estalla frente anosotros nos lleva a buscar explicaciones urgentes. Los colombianos hemosasistido a la entronización del crimen en todos los ámbitos de la vida social yreclamamos respuestas que nos permitan comprender esta realidad, que nos ayudena salvar ese abismo feroz significado en la violencia. De allí provienen todasaquellas voces que claman por un arte comprometido, por una literatura que seimplique, curiosamente, en estos tiempos tan reacios al compromiso.

               

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               Ha sido frecuente en lahistoria de nuestras letras que algunos supervivientes de calamidades puntualesfunjan como improvisados novelistas. El dolor, la rabia y la consternación hancondicionado esta escritura, apremiada por la denuncia de unos hechosatestiguados o padecidos. De allí han surgido relatos de indiscutible valordocumental. No obstante, la gran mayoría de las veces, la impericia literariaha dado al traste con las posibilidades estéticas de dichas obras, incluso cuandofueron asesoradas o coescritas. Así ocurre con el abultado catálogo de quieneshan sobrevivido a la ignominia del secuestro o a las masacres perpetradas porlos distintos ejércitos que asolan el país.

              Tambiénes cierto que un buen número de obras proviene de autores altamente ilustrados.Para mantenernos en el ámbito de la novela, hemos de señalar el ampliorepertorio de narraciones firmadas por eruditos. En estos libros, dichosautores han dejado constancia de sus conceptualizaciones en torno a lasdiferentes violencias de nuestra historia. Suelen ser ficciones de escrituraimpecable y tersa, pero lastradas por la demostración de alguna tesis. Dicho deotro modo: los personajes y las situaciones que allí se cuentan viven subordinadosa las opiniones previas de quienes los han compuesto, lo cual les impide volaren esa aventura gobernada por la intuición que está en la base de toda grannovela. Sin aquel riesgo imaginativo que es inherente a la creación novelística,estas indagaciones de la condición humana carecen de auténtica perspicacia.

                Entiempos recientes, la hegemonía de lo comercial ha pretendido circunscribir elarte a los dominios del entretenimiento. Se ha privilegiado, entonces, laedición de novelas ligeras y divertidas. La industria del Best Seller ha proscritolas narrativas de mayor densidad al considerarlas poco rentables. De estasuerte, las librerías han terminado inundadas de obras baladíes, incapaces deperdurar en las vitrinas y menos aún en la memoria de los lectores. En estetipo de relatos, la violencia sirve apenas como telón de fondo para el suspensoy, en muchas ocasiones, acaban siendo banalizados los dramas que allí seabordan. Son

narraciones cuyos personajes no sobrepasan el estereotipo, cuyoslenguajes alcanzan apenas un valor de uso.

                Elmodo en que he abordado estas tres categorías hace que surjan algunas preguntasinmediatas. ¿Resulta indeseable que una novela sea divertida? ¿El hecho decontener una tesis anularía su validez literaria? ¿Debería sustraerse elnovelista a cualquier tipo de denuncia? Si echamos un vistazo a las grandesobras maestras de la historia, la respuesta obligada a cada uno de estosinterrogantes habría de ser negativa y los ejemplos se revelarían como pruebasirrefutables. El Quijote, la novela que funda el género, es la apología de lacarcajada. Grandes novelistas, como Albert Camus o Milan Kundera, han albergadodiferentes tesis en sus narraciones. Y una de las más valiosas novelas escritasen nuestro país, La vorágine, puedeleerse como una acusación fehaciente al horror que caracterizó las caucheríasamazónicas. Todo esto parecería indicar la poca fortuna de los planteamientossostenidos hasta aquí.

 

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Denuncia, demostración ydivertimento son objetivos bastante concretos. En ello radica el problema que estoyplanteando: el arte no se limita a la ejecución de un propósito. Puede cumpliralguno; pero, por definición, ha de rebasarlo. Una novela puede ser denuncia, acondición de que sea algo más; podría demostrar una tesis, siempre y cuandohaga algo más; le convendría generar diversión, mientras sea capaz de produciralgo más. Y a la postre, ese “algo más” es lo que le otorga su dimensiónestética, su condición de obra artística. Hay un conocimiento esencial sobre laexistencia, sobre la naturaleza humana, que sólo se produce en el arte. Sinembargo, éste jamás procede por vías explicativas. Su camino es el de la imaginación,de allí que se ubique en las antípodas del método científico. La crítica puedeluego interpretar una obra, puede comentarla, analizarla o evaluarla; pero todoesto sucede con posterioridad al acontecimiento artístico.

Por eso resulta tan discutiblela idea de un arte comprometido. Siempre que se invoca, la noción delcompromiso viene abrumada con requerimientos políticos, ideológicos, cívicos, religiosos;en fin, doctrinales. Estos requerimientos, ajenos a la búsqueda estéticapropiamente dicha, tienden a restringir la mirada del artista, del escritor,cuyo compromiso se remite a indagar la existencia en su vasto espectro y en suprofunda complejidad. En el caso de la novela, toda intención de carácterextra-literario es por lo menos dudosa: un escritor no está para transmitirmensajes ni para divulgar moralejas; por eso, ha de fortalecer su criterio.Sólo de este modo podrá resistirse a cualquier exigencia que pretenda alejarlode su propia imaginación creadora, sólo así podrá mantenerse fiel a sí mismo.

El novelista no es unredentor ni un profeta. Su obra puede iluminar la comprensión de fenómenos tandesconcertantes y dolorosos como la violencia de nuestro país, a condición deque no se proponga explicarlos. Y dado que la nuestra es una realidadabrumadora, todos quisiéramos hallar respuestas urgentes, directas.  No obstante, sabemos que desde la perspectiva literariaesto es un contrasentido: allí radica una de las mayores paradojas que puedeenfrentar un escritor colombiano. Aquel autor que se pretenda un reformador oun gurú estaría negando con dicha actitud su genuina condición de artista.Hablar de una literatura que se implica no es otra cosa que hablar de unaescritura dispuesta a indagar imaginativamente una realidad. Así lo ha hecho elmás importante maestro de nuestras letras, Gabriel García Márquez, quien supoentenderlo y sobreponerse a esta paradoja. Un escritor es alguien que vive ellenguaje como un camino para crear obras perdurables, capaces de penetrar enlos misterios de la condición humana; en última instancia, obras que puedantrascenderlo.

 

Valdemoro, Madrid, junio de 2012



* Alejandro José López (Tuluá, Colombia,1969). Ha publicado dos libros de ensayos: Entre la pluma y lapantalla (2003) y Pasión crítica (2010), dos de crónicas y entrevistas: Tierra posible (1999) y Al pie de la letra (2007), dos de cuentos: Dalí violeta (2005) y Catalinatodos los jueves (2012), y una novela: Nadiees eterno (2012). Entre los años 2004 y 2008 dirigió la Escuela de EstudiosLiterarios perteneciente a la Universidad del Valle. Profesor Asociado de estainstitución, ha residido en España y cursado estudios doctorales en literatura,en la Universidad Complutense de Madrid.