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Julio Ortega

 “La Literatura es el espacio de la libertad”

Entrevista a Julio Ortega

 

Por Marcos Fabián Herrera [1]


 

El ensayo  encuentra en sus libros la más lograda concreción literaria. Todas sus obras  desentrañan los rastros seminales de nuestra ficción continental. En su escritura, la tan macerada crítica literaria, adquiere un nuevo cariz de deleite, se transmuta en pensamiento y se emparenta con la historia y la filosofía. José Lezama Lima anotó que “su crítica recorre una metamorfosis paralela con la obra estudiada. Una metamorfosis no en el sueño sino con la lucidez de un metal que absorbe y refracta el corpúsculo solar”. Julio Ortega es desde su inaugural libro, La contemplación y la fiesta, quien descifra, siempre con perspicacia,  la génesis de nuestras letras hispanoamericanas. Nacido en Perú en 1942,  su vida es un agitado periplo por las más prestigiosas universidades del mundo. Entre sus múltiples publicaciones críticas sobresalen El discurso de la abundancia (1992), Una poética del cambio (1992), Arte de innovar (1994), Retrato de Carlos Fuentes (1995), El principio radical de lo nuevo (1997) y Caja de herramientas. Prácticas culturales para el nuevo siglo chileno (2000).

 

Marcos Fabián Herrera: En ese libro angular para la crítica literaria Latinoamericana Una Poética del Cambio, señalas que: No es poco lo que hemos tenido en América Latina de escisiones y maniqueísmos, monstruos engendradores de las conciencias culpables y las posturas grandilocuentes y frustradas. ¿Continúa  Latinoamérica castigada a un  letargo de demagogias y endogamias culturales?

Julio Ortega: Yo creo que, por un lado, estamos viviendo los peores tiempos: la corrupción, por un lado, que es el otro lado del mercado neoliberal, exento de controles; y, por otro, la violencia contra la vida cotidiana, tanto de los habitantes de la ciudad, que pierden su calidad de hábitat, como en contra de los campesinos, indígenas y migrantes internos, cuyos espacios son expoliados y sus estilos de vida criminalizados. El neoliberalismo es una conquista con buena conciencia, impune y hecha a nombre del mito de la modernidad. Y sin embargo, la literatura es uno de los pocos espacios capaces de cierta libertad y ejercicio crítico, donde se resuelven los dramas que la justicia ni el estado de derecho pueden resolver. La literatura se ha hecho la prueba de nuestra sobrevivencia moral.


M.F.H.: También has dicho que es nula la participación de Suramérica en el debate de las estéticas contemporáneas…

J.O.: Quizá hasta antes de las vanguardias y el "boom" de la novela latinoamericana. Lo que se puede hoy decir es que no nos debemos a una genealogía sino a un proceso en construcción, no a un archivo construido o un museo autorizado, sino a espacios abiertos en construcción, al flujo procesal de una fuerza de reinscripción. Es claro que la gran poesía nuestra, desde César Vallejo hasta Nicanor Parra, desde Lezama Lima hasta José Emilio Pacheco, así como la narrativa, desde Borges y García Márquez, hasta Fuentes y Diamela Eltit, han construido escenarios de lectura operativa donde la estética de la lectura ha reformulado las articulaciones y codificaciones canónicas con una capacidad subversiva que otras literaturas no han conocido. Nuestra literatura es la mayor refutación de lo real tal cual, y la más poderosa convocación del "homus dialogicus," del sujeto de las comunicaciones, de la apuesta por un lenguaje capaz de rehacernos.


M.F.H.: Tu ejercicio crítico está profundamente eslabonado con la labor de escritores como Alfonso Reyes, José Enrique Rodó y José Carlos Mariátegui. ¿La inexistencia actual de cultores del ensayo  nos aleja del diálogo y el debate cultural?

J.O.: Todos ellos, y muchos más, ejercieron la vida intelectual como crítica desde el espacio de las comunicaciones, de las revistas y los diarios. Hoy la información se ha convertido en entretenimiento. El trabajo crítico se disuelve en los blogs, en pequeñas publicaciones, sin alcance continental. Y, con todo, hay una nueva generación de ensayistas, con capacidad crítica radical y con capacidad de diálogo entrañable. Es notable, por ejemplo, la emergencia actual de ensayistas en México, todos ellos vivificados por la calidad apelativa del ensayo como ejercicio personal de la sensibilidad ética, de la indignación y la simpatía. En cada país nuestro empiezan a oírse estas nuevas voces de reafirmación individual, capaces de recuperar el valor gratuito de los afectos, las filiaciones y las empatías.


M.F.H.: En un reciente artículo haces una defensa de Alfredo Bryce Echenique, ante las acusaciones de plagio que enfrenta este autor. En la nota de prensa anotas que: Los ataques descarnados que se hacen a Bryce dicen más de los indignados sin dignidad que de los mismos autores glosados, reapropiados o reescritos en la minucia de unas notas de prensa, cuyos autores no se han quejado con tanto odio como estos odiadores del talento ajeno ¿Lo de Bryce es un  Divertimento intelectual, palimpsesto escritural o desvarío etílico?

J.O.: No es inteligente hacer de juez de la intimidad de un escritor. Mi defensa de Bryce es, primero, la de un amigo, que fue abandonado a la furia vindicativa de los defensores de la propiedad privada, entre ellos, connotados marxistas; y, segundo, la de un lector, que demanda las proporciones debidas a un escritor íntegro, antiautoritario y fundamentalmente noble. De pronto, se llenó de jueces; alguien tenía que denunciar esa violencia. En la actual conversión de la vida cotidiana en mercado, también la vida literaria se ha hecho inamistosa, y hasta feroz.


M.F.H.: Sostienes una profunda amistad con Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, además de ser uno de los más autorizados intérpretes de sus obras. ¿Has rastreado las aristas de la esquizofrenia y el paroxismo político que a diario derrochan?

J.O.: Con Fuentes, en efecto, somos amigos cercanos desde 1969. Yo llegué a México el año que el hombre llegó a la luna, y siempre digo que mi única virtud ha sido mantener las mismas amistades: Pacheco, Monsiváis, Margo Glantz ... Con Mario tuve un largo diferendo, de orden político, aunque hace un par de años nos hemos reconciliado. Ocurre con ellos que son intelectuales públicos, obligados a escribir y opinar permanentemente, porque conciben su función intelectual como un debate abierto, y muchas veces pasional. Tienen, claro, grandes diferencias. Pero probablemente no habrán en el futuro otros intelectuales tan públicos como ellos.


M.F.H.: El hipertexto, el ciberespacio y los nuevos alfabetos virtuales plantean un desafío a las pétreas coordenadas del lenguaje ¿Estamos presenciando una reinvención de los géneros?

J.O.: Sobre todo, una ampliación del ejercicio de la comunicación y de la escritura. El lector que se está creando en la tecnología me parece más importante que el escritor; ambos se confunden y amplían ese escenario de una palabra fluida, documentada como un presente perpetuo, que crece como nuestro nuevo sistema de referencia, casi como una nueva naturaleza.


M.F.H.: Has sentenciado que "El Hispanismo es una agencia de espíritu creativo y crítico". ¿Nos estará permitido atisbar la soñada raza Cósmica de Vasconcelos?

J.O.: No necesariamente, aunque América Latina, como dijo Bolívar, es una "pequeña humanidad." En todo caso, el Hispanismo es hoy internacional, incluye las culturas latinoamericana, española y latina de los EEUU. Ese triángulo del español futuro me interesa como el espacio donde las obras latinoamericanas adquieren nueva fuerza, transformación, irradiación. Leídas en su escenario nacional su sistema de información se agota y reduce; leídas en ese ámbito atlántico, se encienden como un precipitado químico, ganando nuevo lugar en el diálogo.


M.F.H.: Octavio Paz aseguró que  Julio Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso. ¿Crees al igual que Auden que reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter?

J.O.: Lo lamentable es que la reseña ha perdido valor. Me dicen los amigos en España que una reseña ya no vende un libro más. Y lo peor es que los suplementos literarios hoy están plagados de falsos críticos, cuyas reseñas revelan que no leen los libros. Empiezan comentando el titulo, se demoran en los epígrafes, cuentan historias del autor, lugares comunes de la crítica, y terminan sin una sola referencia a lo que hay en el libro. Felizmente, en América Latina todavía hay críticos que leen los libros y dicen lo que piensan. Yo lo que creo que es un peligro para la salud intelectual es reseñar libros que a uno no le gustan. Incluso para cuestionarlos. Al menos en mi caso, solo escribo sobre libros que me gustan, interesan, comprometen. Hay demasiada buena literatura como para ocuparse de la mala.


M.F.H.: Con motivo de un evento de relumbrón, publicitado hasta el cansancio, aseveraste que en Colombia a falta de una mejor literatura se están prodigando las escenas de protagonismo,  remplazando a la buena escritura. ¿Se sobrepuso la promoción editorial a la gravidez literaria?

J.O.: Me parece asombroso el derroche de recursos en un activismo cultural que ocurre en medio de la pobreza, que convierte a la literatura en espectáculo y al escritor en parte del entretenimiento. No entiendo por qué estas empresas culturales han elegido a Bogotá o a Cartagena como centros decorativos de una cultura autocomplaciente y de un público confirmado en su papel de masa satisfecha. Es una falta de respeto al público, al escritor y al libro. Lo más lamentable es que los protagonistas terminan luciendo más provincianos que nunca: se declaran los mejores y creen que su festival es el mejor del mundo. Evidentemente, son gente hecha de grandes desbalances afectivos, que requieren de reparaciones y compensaciones. Cada uno de estos festivales los retrata con horror.


M.F.H.: Eres el mayor defensor de la conversación literaria como una de las bellas artes. ¿Tus postulados le son endosables a este diálogo?

J.O.: Dentro de la conversación literaria siempre hay otra conversación literaria. Cuando Garcilaso de la Vega dialoga con Petrarca crea una interlocución en la cual el Inca Garcilaso y León Hebreo discurren sobre el platonismo y el amor de las partes contrarias en suma. Cuando Darío dialoga con el francés, incluye en su conversación las formas hispánicas y las músicas criollas, esa trama de sensorialidad y formas plenas. Y cuando Reyes dialoga con los clásicos, incluye a Borges, que a su vez incluye al inglés, y nos suma a los asombros y riesgos de su diálogo inventivo. Somos hechos en esa inclusividad abierta y liberadora.

 



[1] Marcos Fabián Herrera. Nació en El Pital Huila en 1984. Poeta y periodista cultural. Cofundador y asesor editorial del periódico virtual Con-fabulación. Sus artículos de opinión y sus trabajos periodísticos se publican en importantes revistas literarias y culturales de Hispanoamérica.  Autor del libro El Coloquio Insolente - Conversaciones con Escritores y artistas Colombianos (dos ediciones). Incluido en compilaciones y antologías de cuento, poesía y periodismo literario. La entrevista a Julio Ortega forma parte de Dialogantes, segundo volumen de conversaciones con escritores e intelectuales.