Leonardo Rossiello

El exilio interior en la costa baldía: 

Los refugios atlánticos del perseguido en la cuentística de Leonardo Rossiello 

        

Por Giuseppe Gatti [1]

Università La Sapienza – Roma

 

Nos resulta menos difícil imaginar haber sido algo que saber lo que somos, 

y más fácil proyectar esa imagen huidiza sobre la roca de una existencia 

maciza cuyos contornos aprehendemos con un simple vistazo, que perseguirla 

en los meandros de la memoria. 


(Marc Augé, Travesía por los jardines de Luxemburgo)

 

El examen de la producción narrativa del escritor uruguayo Leonardo Rossiello[2], segundo prosista oriental en ganar, después de Hugo Burel,  el premio Juan Rulfo (en 1996 obtiene el Premio ‘Casa de América Latina’ en el concurso por su cuento “Bicicletas Románticas”), va demostrando cómo una posible salvación de las distintas formas de represión, físicas e ideológicas, puestas en práctica durante los años de la dictadura militar (1973-1985) puede lograrse fuera del ámbito urbano, y precisamente en un contexto espacial que a partir de la década del ‘60 ha ido ocupando con frecuencia creciente las páginas de la ficción nacional: nos estamos refiriendo a los pequeños pueblos pesqueros que salpican la costa oriental del Uruguay, hasta la frontera del noroeste, donde el país linda con Brasil. La construcción de una geografía ficcional fundada en la representación de los micromundos de los balnearios se apoya en un proceso mental de creación de fronteras frágiles y límites territoriales abstractos que se conecta con la experiencia autobiográfica del exilio en Suecia del autor; así, el topos de la comarca atlántica aplicado a la realidad sociohistórica uruguaya de los años setenta y ochenta se enlaza con la a veces ilusoria y siempre irrenunciable necesidad del ser humano sitiado de desaparecer de las zonas de más aguda fricción política: las grandes ciudades. El aislamiento en la costa se consolidaría, en una primera lectura, como una barrera defensiva artificial que cada sujeto levanta siguiendo el trazado que más refleja sus miedos. Puesto que “hay tantas formas diferentes de fronteras como sujetos que incluyan y delimiten, o espacios que incluyan o excluyan” (Schlögel, 2007: 141), se verá en las páginas que siguen cómo la presencias de este topos en la escritura de Rossiello abarca dos vertientes analíticas: si bien, por una parte, consolida el vínculo con los motivos de la marginalidad del individuo y su aislamiento, tanto físico como existencial, no por eso deja de establecer una conexión en la distancia con la dimensión de un espacio-tiempo individual, internalizado, y que es parte de un más amplio espacio-tiempo cultural colectivo.

La relevancia –para nuestro enfoque– de la categoría de relatos que presentaremos reside en que, en ella, se suman dos de los motivos centrales de nuestro estudio: por un lado, se vislumbra la experiencia del in-silio en personajes que viven una suerte de destierro en el interior de las fronteras del Uruguay; por otro, se evidencian los rasgos de una escritura des-localizada, escrita desde una relegación geográfica que no oculta referencias específicas a la topografía nacional. Desde Suecia, Rossiello mantiene una mirada focalizada en el horizonte transatlántico en relatos que muestran la representación de la patria lejana a través de la descripción de un lugar típico de la geografía y la idiosincrasia cultural del país, desde la perspectiva alejada del expatriado.


La posibilidad de nombrar lo vivido (el exilio, la condición de desterrado) puede provocar en el narrador la pérdida de las capacidades discursivas, en el sentido de causar en los que vivieron los traumas de aquellos años una dificultad de uso de la palabra misma, que se hace incapaz de (re)narrar. Este proceso, visto desde la perspectiva cronológica de la postdictadura, ha sido analizado con particular detenimiento por Tomás Moulián, quien aplica al caso chileno las anteriores reflexiones y considera cómo: “El bloqueo de la memoria es una situación repetida en sociedades que vivieron experiencias límites. En ellas, esta negación respeto al pasado genera la pérdida del discurso, la dificultad del habla. Existe una carencia de palabras comunes para nombrar lo vivido. Trauma para unos, victoria para otros” (Moulián, 1998: 31). En Rossiello, las dinámicas de rememoración no se apagan: al contrario, la memoria deviene campo de búsqueda y espacio para una reescritura que no plantea un “cuestionamiento desde lejos” de los acontecimientos y las cronologías oficiales, sino que articula una narración basada en la definición de espacios ya fantasmáticos pero mensurables por su conexión con la “épica atlántica nacional”.


Al fin de analizar en detalle este ámbito de la producción ficcional del autor cabría analizar brevemente el marco cultural en el que se instala: no es de olvidar cómo el enfrentamiento dicotómico campo/ciudad, típico de la literatura uruguaya de la primera mitad del siglo XX, y el consiguiente proceso de

polarización que Fernando Aínsa evidencia entre “la narrativa urbana y nativista de corte realista” (Aínsa, 1993: 42) han permitido la invención de espacios ficcionales míticos que, a partir del exemplum de la Santa María onettiana, han edificado una serie de lugares recónditos en la geografía literaria uruguaya. En algunos autores, la aldea marinera se convierte en escenario recurrente de las historias relatadas, como es el caso del pueblo de Villamar, en la obra de Hugo Giovannetti Viola, de San José de las Cañas en la narrativa de Mario Delgado Aparaín, de El Paso en los relatos de Fernando Aínsa o de Marazul en la cuentística de Hugo Burel. Existen, además, otros casos en los que las representaciones ficcionales de la costa uruguaya –aun deteniéndose en la descripción de un pequeño puerto pesquero o un balneario sin nombre y casi deshabitado en invierno– utilizan este escenario sólo como trasfondo ocasional de una aventura puntual sin que exista la voluntad de una continuidad narrativa en la representación del territorio, y sin que los personajes vuelvan a visitar este espacio: tres ejemplos de este segunda línea ficcional, en la que el balneario es sólo un telón de fondo ocasional para las historias contadas, son Pepe Corvina, que Enrique Estrázulas publica en 1974, el conjunto de la producción narrativa de Juan Carlos Legido y el pueblo de Arenales, presente en una sola novela de Burel, Diario de la arena (2010).  Es precisamente este último el título que permite enlazar el motivo del aislamiento en ese “sistema de lugares” con las dinámicas de búsqueda de salvación que muchos de los personajes colocados en estos entornos físicos ponen en práctica: en Diario de la arena, el inhóspito pueblo de Arenales es presentado por Burel como un escenario desolado donde seres perseguidos por detectives políticos encuentran un precario refugio, sustrayéndose momentáneamente a algún tipo de persecucion, que por lo general tiende a reflejar en la ficción los allanamientos policiales de los años del Gobierno Militar. Así, el protagonista principal de la historia, también narrador en primera persona, relata su inestable condición:

 

La visita al pueblo y el tiempo transcurrido desde que llegué han hecho desvanecer aquella sensación de seguridad que me alentó los primeros días. Por más empleo que sea y más aislado que pueda estar, mi ocupación en la arenera no deja de ser una especie de variante del miedo. En realidad soy un fugitivo que se ha anticipado a su castigo por una culpa todavía no formulada. Nadie me ha acusado de nada y sin embargo ya estoy en la cárcel” (Burel, 2010: 55).

 

            Las breves referencias anteriores a la novela de Burel permiten observar cómo la narrativa de Rossiello, dentro de su naturaleza proteica, sigue el cauce de la creación mítica de un lugar indefinido, abierto al mar, aislado de todo “centro” y capaz de proporcionar un ilusorio amparo. Su diminuto condado atlántico, situado en la costa de Rocha, es el balneario de Cabo Frío y surge de un proceso de “acumulación de datos pertenecientes a diferentes lugares [de la costa uruguya]: Punta del Diablo, Cabo Polonio, La Paloma” (Raviolo, 1993: 6). El pueblo de Cabo Frío constituye en la obra de Rossiello un entorno geográfico estable, en el que el autor sitúa –en una dinámica de regreso estacional a un lugar conocido– las vivencias de sus protagonistas: ese espacio marítimo imaginario, que todavía conserva los rasgos esenciales de autenticidad típicos de las pequeñas poblaciones costeras uruguayas[3], se configura como el escenario de tres cuentos de la recopilación Solos en la fuente y otros cuentos (1990), su primer libro de relatos (“Maravillosa ocupación”,[4] “Retazos de Maruja” y “Resaca”), de dos cuentos en La horrorosa tragedia de Reinaldo y otros cuentos (1993), su segunda recopilación (“El salvavidas”, “Modestas alegrías”), y de dos en La sombra y su guerrero, del mismo año (“El desconsiderado egoísmo de la señora Morley” y “Casino Fonseca”). En esta narrativa de desplazamiento hacia una singularidad geográfica nacional, la que propone Rossiello es una forma peculiar de mirar el pueblo costero desde la distancia: una modalidad que se coloca en una posición intermedia entre la evocación nostálgica de un espacio físico concreto y la representación abstracta de un lugar interiorizado que pertenece a una geografía subjetiva. Las descripciones del autor pueden, así, coincidir con los inventarios de ciudades evocadas en la distancia, tal y como observa José Carlos Rovira en su ensayo Ciudad y literatura en América Latina, en el apartado que dedica a “La mirada exilada y emigrante”:

 

Es una mirada evocadora en la que se activa la nostalgia y la indagación sobre el lugar y sus transformaciones. Consiste en un mecanismo de la memoria que está fijo en una imagen del pasado que generalmente está anclada no solo al escenario urbano, sino al humano, con frecuencia la memoria familiar, los amigos, las caras que lo poblaban (Rovira, 2005: 132).

 

En lo que se refiere a la relación con el pasado “oriental” del autor, que se inscribe inevitablemente en la más compleja dialéctica que hace de su reconstrucción una forma la memoria, otras representaciones rossellianas demuestran una suerte de “pérdida de la transparencia” de aquella realidad exterior que se ha dejado atrás, en pos de una mayor complejidad en la mirada del sujeto, quien desarrolla la autorreflexión y la introspección. El nuevo núcleo de la inspiración del ser exiliado vendría a ser un eje situado en su interioridad, que trasciende el contexto de referencia y se conecta con lo que Friedrich Nietzsche afirmaba hace ya un siglo y medio: “todo el mundo interior, originalmente delgado, [...] fue expandiéndose y extendiéndose, adquiriendo profundidad, ancho y altura en la medida en que el hombre fue inhibido en su descarga hacia afuera” (Nietzsche, 1995: 73). En este sentido, la inhibición del individuo, debida al exilio o ¿por qué no? al in-silio, no debilita la memoria sino que la convierte en una esencia internalizada que puede prescindir de referencias topográficas definidas y que se constituye como una suerte de reconocimiento hacia todo lo que es recuerdo íntimo.


Siguiendo el mismo camino de continuidad en la definición de los escenarios que había sido trazado por los escritores de su promoción, en los cuentos de las recopilaciones que se han mencionado Rossiello no sólo sienta las bases para la prosecución de una saga marítima ubicada en un cronotopo sesgado, sino que, además, expresa la preocupación por injertar –aunque sea parcialmente– esos pequeños territorios en el mundo, así como observa Aínsa cuando evidencia la preocupación de distintos autores nacionales “para trascender lo local en lo universal sin perder los signos de una identidad reconocible a través de los vínculos sutiles de una atmósfera y un tono común” (Aínsa, 1993: 43). Una atmósfera y un tono comunes que coinciden –como rasgo frecuente cuando no dominante– en la constancia de una representación ficcional del balneario fuera de temporada, según una estrategia narrativa que superpone la representación de un espacio-tiempo colectivo compartido a la de un espacio-tiempo psicológico individual. Ambos vendrían a pertenecer a un espacio-tiempo cultural que convierte los desolados pueblos pesqueros de la narrativa oriental, azotados por intensas ráfagas de viento y la oscuridad precoz del invierno, en ámbitos atemporales en los que encuentran refugio seres desamparados y a menudo perseguidos por la ley.


Un elemento constante que es posible identificar en esta poética de balneario reside en la representación reiterada de espacios no sólo baldíos y desapacibles, sino sobre todo despoblados (siendo la soledad y la incomunicación objetivos esenciales de los fugitivos y tránsfugas), así como se desprende del siguiente fragmento perteneciente al relato “Casino Fonseca”: “La costanera, apenas iluminada por unos pocos faroles, sin auto, sin gente, seguía castigada por ráfagas violentas que parecían arrojadas por el sur [...] Miró hacia donde debía estar el horizonte: ninguna luz de barcos o faros” (Rossiello, 1993: 74-75). La confrontación de los espacios permite observar cómo también el pueblo bureliano de Marazul cumple con los mismos requisitos, según de desprende de las palabras de su ocasional frecuentador, un fugitivo que allí se esconde a la espera de cruzar la frontera con Brasil: “Es un lugar casi primitivo y sin embargo tiene algo fundamental para mí en estos momentos: está prácticamente aislado del resto del país” (Burel, 1998: 36). En ambos casos, la elección de la ubicación geográfica por parte de los narradores remite con claridad a las reflexiones de Gastón Bachelard acerca del diálogo entre el ser humano y el agua y las dinámicas de desaparición que con esa sintaxis comunicativa se vinculan; en El agua y los sueños (1942), el filósofo francés recuerda cómo “desaparecer en el agua profunda o desaparecer en un horizonte lejano, asociarse a la profundidad o a la infinitud; tal es el destino humano que busca su imagen en el destino de las aguas” (Bachelard, 2003: 25). Si es demostrable que el entorno ambiental –la costa y las aguas atlánticas– pertenece a la geografía prototípica uruguaya, no se puede negar que los antihéroes de Rossiello no son simplemente la manifestación de un escapismo alienado; al contrario, se encuentran ya ubicados fuera del contexto geosocial nacional: (sobre)viven dentro de los límites fronterizos del país experimentando una condición anímica de exilio interior en un territorio que tiene los “halos connotativos” de todo espacio “alejado de lo propio”.


La costa solitaria y casi despoblada, el clima destemplado, las ásperas condiciones de vida llevadas por los personajes de la ficción se descubren como singularidades inherentes al lugar, espacio de supervivencia para individuos que no sólo huyen de condenas (como en el caso de fugitivos por motivos políticos o ladrones y estafadores), sino también de los miedos que surgen dentro de existencias que comienzan a derrumbarse, así como reflexiona uno de los personaje del relato “El desconsiderado egoísmo de la señora Morley”: “Había ido allí, como otros años antes, a disfrutar de la naturaleza, a olvidarme de la oficina, de las personas impertinentes, del transporte colectivo. También, había que reconocerlo, de los bazucazos de la muerte en torno de mí, cada vez más abundantes y cercanos con el paso de los años” (Rossiello, 1993: 46)[5]. Aun si el objetivo de estos individuos perseguidos consiste en sustraerse a las amenazas (externas o subjetivas) que los apremian, la atracción que el agua –en un sentido de sinécdoque del universo marítimo– ejerce sobre ellos trastoca sus esperanzas iniciales: en vez de consolidarse como refugio seguro y elemento arropador, el agua atrae a estos seres como un destino inevitable, según palabras de Bachelard: “El ser consagrado al agua es un ser en el vértigo. Muere a cada minuto, sin cesar algo de su sustancia se derrumba. La muerte cotidiana no es la muerte exuberante del fuego que atraviesa el cielo con sus flechas; la muerte cotidiana es la muerte del agua” (Bachelard, 2003: 15). Espacio de refugio utópico y a la vez parte constituyente de la identidad y la memoria, el balneario no puede liberarse de la historia que lo contextualiza y superpone la representación de lo recordado a la naturaleza ambigua de su geografía.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

-          AÍNSA, F. (1993). Nuevas fronteras de la narrativa uruguaya. Montevideo: Trilce.

-          --- (2012). Palabras nómadas. Nueva cartografía de la pertenencia. Madrid: Iberoamericana.

-          BACHELARD, G. (2003). El agua y los sueños. México: Fondo de Cultura Económica.

-          BUREL, H. (1998). El elogio del nieve y doce cuentos más. Montevideo: Alfaguara.

-          --- (2010). Diario de la arena. Montevideo: Alfaguara.

-          MOULIÁN, T. (1998). Chile actual: anatomía de un mito. Santiago: Lom ediciones/Universidad Arcis.

-          NIETZSCHE F. (1995). Genealogía de la moral. Madrid: Alianza.

-          RAVIOLO, H. (1993). “Prólogo”, en Rossiello, Leonardo: La sombra y su guerrero. Montevideo: Banda Oriental, 5 - 8.

-          ROSSIELLO, L. (1993). La sombra y su guerrero. Montevideo: Banda Oriental.

-          ROVIRA, J.C. (2005). Ciudad y literatura en América Latina. Madrid: Síntesis.

-          SCHLÖGEL, K. (2007). En el espacio leemos el tiempo. Sobre historia de la civilización y geopolítica. Madrid: Siruela.



[1] Doctor “Doctor Europeus” cum laude en Literatura española e hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, España. Actualmente es asistente (cultor de la materia) en la cátedra de literatura hispanoamericana de la Università La Sapienza – Roma. Dirección de correo electrónico: [email protected].

[2] En la obra de Rossiello es posible identificar dos ramas genéricas principales: su producción se puede así dividir entre los ensayos publicados como profesor en la universidades de Göteborg y Uppsala, y la narrativa; en esta última sección destacamos Solos en la fuente y otros cuentos (1990), La horrorosa tragedia de Reinaldo y otros cuentos (1993), La sombra y su guerrero (1993); Incertidumbre de la proa (1997), y sus dos más recientes novelas La Mercadera (2000), Premio Nacional de Literatura de Uruguay en ese mismo año 2000, y Aimarte (2003).

[3] Así describe Rossiello algunos rincones del pueblo: “Moyeja hacía el mejor pan casero de Cabo Frío, lo que justificaba el esfuerzo de subir el cerro donde tenía su puesto. La caminata proporcionaba algunas recompensas [...]: uno podía ver desde allá arriba el caserío que miraba al mar, los quinchados de los ranchos de paja extendidos sobre los arenales de la ladera suavemente convexa que continuaba la curva de la ensanada.[...] Considerado desde allí, el caos edilicio de aquel pueblo de pescadores con rumbo de balneario desaparecía para proponer una admirable perspectiva de conjunto” (Rossiello, 1993: 45-46).

[4] El título remite claramente a las cortazarianas “Maravillosas ocupaciones” incluidas en Historias de cronopios y de famas. En el relato, construido como una serie de greguerías, el autor inserta en cada párrafo una idea totalmente independiente de la anterior, logrando mantener la unidad del texto mediante la repetición de la anáfora “Qué maravillosa ocupación...”.

[5] El balneario desierto puede suponer, también, el lugar de redescubrimiento de fragmentos olvidados de uno mismo. Así lo destaca Burel en su relato “Marina”, ambientado en una Marazul silenciosa: “Lupe se debatía en un desorden de recuerdos que parecía fluir con el acompasado movimiento del mar. De cada rincón de la casa surgían ecos lejanos de vivencias irrecuperables, como si desde su lenta agonía, lejana e inconcebible, Rosalía convocará el pasado para volver a representarlo” (Burel, 1998: 142-143).