Entrevista a Óscar Hahn

                    ENTREVISTA A ÓSCAR HAHN [1]

 Por Marcela Meléndez

 



Considerado uno de los autores fundamentales de la poesía hispanoamericana, Óscar Hahn ha sabido indagar con asombrosa lucidez en los distintos lenguajes y metalenguajes para dar cuenta de una obra original que seguramente perdurará en la memoria colectiva como un testimonio vivo y revelador.

 

 


-Desde Esta rosa negra a La primera oscuridad vislumbramos un arco que comprende cincuenta años de creación. ¿Qué elementos nuevos distingue en su última etapa en relación a sus primeras publicaciones?

En mis primeros libros, Esta rosa negra (1961) y Arte de morir (1977), tenía una inclinación a usar un lenguaje bastante elaborado, cercano al barroco. A partir de Apariciones profanas (2002), noto una tendencia a emplear una expresión despojada de artificios o de figuras retóricas evidentes, lo que puede verse muy bien en mi libro más reciente, La primera oscuridad (2012). Es decir, hay una simplificación del lenguaje. Como los temas son más o menos los mismos, la diferencia se hace más notoria en la comparación. Eso en lo que se refiere a la forma. En cuanto al contenido, siguen dominando los mismos temas: el amor y la muerte, pero noto una penetración fuerte de la literatura fantástica. En mi último libro hay algunos poemas que hasta podrían ser catalogados de ciencia-ficción.      

 

-Llama la atención la manera de abordar el tema del amor a través de ese fantasma que se cosifica en las cosas cotidianas para volver donde su amada. ¿Qué nos puede decir al respecto?

Bueno, lo que ocurre sobre todo en Mal de amor (1981) es que cuando el amante es abandonado por la mujer, pierde corporeidad y se transforma en un fantasma. La relación amorosa era lo que le daba realidad, y cuando esa relación se trunca, el amante se irrealiza y se convierte en un ser incorpóreo que se materializa mediante sábanas, fundas de almohada y toallas para entrar en contacto erótico con la mujer, sin que ésta se percate de que es su antiguo amante el que está con ella. Puede parecer raro que un personaje sin cuerpo pueda tener experiencias eróticas, pero quizás ese mismo hecho prueba que el erotismo, más que un fenómeno del cuerpo, es una creación de la mente.

 

-El poema “Visión de Hiroshima” es un testimonio devastador sobre uno de los acontecimientos más dramáticos de la Segunda Guerra Mundial pero también inaugura la incorporación del tema bélico en su poesía, presente en la mayoría de sus libros posteriores.

Ése es uno de mis primeros poemas sobre la guerra atómica. Pero hay un poema anterior, escrito en 1955 y que se llama “Reencarnación de los carniceros” que también habría que considerar, aunque enfoca el tema bélico de una manera más bien alegórica. Es una advertencia a la humanidad sobre el peligro de una conflagración con consecuencias apocalípticas. Después, por el hecho de residir en Estados Unidos, la guerra pasó a ser algo mucho más cercano para mí, particularmente las guerras de Irak y Afganistán. Todo esto no es para mí una cuestión puramente literaria. Yo vi a algunos alumnos y ex alumnos míos de Iowa partir a la guerra y regresar en un ataúd. En 2007 junté todos mis poemas de tema bélico en un libro que se llama Poemas radiactivos.  

 

-¿Qué nos puede contar de su relación con algunos de los grandes referentes de la poesía chilena como Pablo Neruda, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas y Enrique Lihn?

Conocí a Neruda cuando yo era muy joven. Él fue generoso conmigo y con mi poesía.  Hace poco fui a su biblioteca personal que se conserva en la Fundación Pablo Neruda. Él recibía cientos de libros de todas partes, pero, por falta de espacio, donaba la mayoría y se quedaba con unos pocos. En esa biblioteca descubrí con emoción y sorpresa que uno de los libros que conservó fue Esta rosa negra. Con Nicanor Parra tuve alguna relación cuando joven, pero hace mucho tiempo que no lo veo. Con Gonzalo Rojas, en cambio, hubo un vínculo de afecto e intercambio intelectual desde siempre. Después de su fallecimiento el año pasado le dediqué un poema que se llama “Muerte de un poeta”. En cuanto a Enrique Lihn, fue un amigo entrañable. Mi admiración por su obra crece cada día. Como diría Vallejo: “Nos hace una falta sin fondo”.    

 

-Usted es un poeta que no ha dejado de reinventarse en cada libro, que nada le es ajeno a la hora de abordar la página en blanco. ¿Cómo nace la idea de incorporar elementos fantásticos, sobre todo en su última etapa creativa?

Siempre sentí una gran atracción hacia la literatura fantástica. Cada vez que encontraba un cuento de ese género lo fotocopiaba y lo guardaba en una caja. Con el tiempo reuní literalmente cientos de cuentos fantásticos. De esa caja salieron dos antologías. Después pasé de lector espontáneo a estudioso de lo fantástico. Publiqué artículos y dicté cursos sobre esa modalidad. Pero, claro, en algún momento todo esto empezó a infiltrarse en mi poesía de manera natural, sin que yo me lo propusiera. Puedo aseverar, aunque suene raro, que mi obra poética de las dos últimas décadas le debe más a la narrativa fantástica que a la poesía en verso.        

 

-¿Qué opinión le merece la poesía mexicana y cómo ha sido su relación con este país, donde sabemos cuenta con muchos lectores?

Por muchos años he sido un lector incansable de la poesía de Ramón López Velarde.  Nunca deja de sorprenderme. Pero también admiro poemas mexicanos específicos. Por ejemplo, “Muerte sin fin” de José Gorostiza, los “Nocturnos” de Xavier Villaurrutia o “Piedra de sol” de Octavio Paz. Y, claro, a José Emilio Pacheco, del cual soy amigo además de lector. Recién hablaba de la influencia de la literatura fantástica. Hay escritores mexicanos cuya lectura fue muy importante para mí poesía, como por ejemplo el Nervo cuentista, no el poeta, “La cena” de Alfonso Reyes, Pedro Páramo de Rulfo, algunos textos de Arreola y Aura de Carlos Fuentes. En México mismo, como visitante, he estado una sola vez, por una semana, disfrutando de la hospitalidad de la Casa López Velarde y del poeta Antonio Deltoro.    

 

-La muerte en México supone un desplazamiento desde lo solemne y formal hacia un terreno más lúdico y festivo. ¿De qué manera está presente en su imaginario?

Está presente más que nada en Arte de morir (1977), libro que tiene una clara influencia de la poesía medieval española, sobre todo de las danzas de la muerte. Pero los difuntos que bailan en esos poemas me los imagino como las calaveras de José Guadalupe Posada. La mezcla de risa y miedo que hay en Arte de morir se aproxima bastante, creo yo, a la visión mexicana de la muerte, lo que se refleja en una frase que usó Enrique Lihn para describir ese libro.  Dijo que era “una fiesta mortal del lenguaje”.  Por eso no es inadecuado que en la traducción al inglés de Arte de morir se haya elegido como ilustración de la portada un relieve azteca de tema funerario.

 

-El Fondo de Cultura Económica ha publicado varios de sus libros. Uno de los más recientes lleva por título Señales de vida (antología poética). ¿Por qué eligió partir por el final de su obra como una suerte de retrospectiva?

Paralelamente a Señales de vida estaba apareciendo en España otra compilación de mis poemas con el título de Archivo expiatorio, en el que los textos están ordenados de manera cronológica. En la edición del FCE quería forzar una lectura radicalmente distinta, yendo de los poemas más recientes a los más antiguos. Cosa un poco inútil quizás, porque muy pocas personas leen los libros de poemas siguiendo el orden en que están impresos. Pero de todos modos tenía la ilusión de que una lectura retroactiva conseguiría que Señales de vida fuera visto como un libro distinto a Archivo expiatorio, a pesar de incluir prácticamente los mismos poemas. 

 

-Usted tuvo que abandonar Chile luego del Golpe de Estado del 73. Llega a College Park, Maryland, e inicia estudios doctorales en la Universidad de Maryland. Después ejerció la docencia en la Universidad de Iowa por muchos años. ¿De qué manera la literatura anglosajona está presente en su obra y qué autores fueron determinantes en este proceso?

Cuando llegué a Estados Unidos mi poeta favorito era T. S. Eliot cuyos poemas había leído sólo en traducción. Con el tiempo pude disfrutarlos en su idioma original, lo que hizo que mi admiración por Eliot aumentara. Pero también me interesaron otros poetas, entre ellos algunos ya clásicos como Emily Dickinson, William Carlos Williams, Wallace Stevens y Robert Lowell. Más tarde agregué a mis relecturas aquellos poetas con los cuales sentía una cierta afinidad, como John Berryman, Mark Strand y Charles Simic. 

 

-Finalmente ¿Cómo ve su regreso a Chile, la relación con sus pares y su opinión sobre la poesía que están haciendo los nuevos creadores?

Mi retorno fue bastante complicado. Yo había vivido unos años en Santiago cuando era estudiante universitario, pero cuando estaba en Chile, vivía en provincia: en Iquique, donde nací, en Valdivia, en Rancagua y finalmente en Arica. Además, la ciudad donde he pasado la mayor parte de mi vida adulta ni siquiera es chilena. Es Iowa City, en Estados Unidos, donde residí más de 30 años. Llegué entonces a Santiago, una capital que nunca fue mi ciudad y me sentí como el “extranjero” de la novela de Camus. En lo que respecta a mi relación con otros escritores, eso no cambió nada, porque yo nunca me he sentido cómodo en el ambiente literario. Hay dos o tres escritores que son amigos míos, pero la mayoría absoluta de la gente con la cual me relaciono no tiene nada que ver con la literatura. En cuanto a los poetas jóvenes, hasta ahora no he encontrado ninguno que me llame la atención, excepto uno, que se llama Tamyn Maulén. Pero como dice Rimbaud en su carta del vidente, vendrán otros trabajadores.  

   


[1] Óscar Hahn (Iquique, Chile, 1938). Poeta, ensayista, crítico literario. Es Doctor en Filosofía por la Universidad de Maryland. Entre 1971 y 1972 fue miembro del Taller de Escritores de la Universidad de Iowa. Después fue docente de esa misma universidad por más de tres décadas. Actualmente es Profesor Emérito. Entre sus libros figuran: Esta rosa negra, Arte de morir, Mal de amor, Versos robados, Apariciones profanas, En un abrir y cerrar de ojos, Pena de vida y La primera oscuridad. De los múltiples reconocimientos a su obra destacan: Premio Casa de América de España (2006), Premio José Lezama Lima (2008), Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2011) y el Premio Nacional de Literatura (2012).