Luis Jorge Boone


            Luis Jorge Boone

Monclova, Coahuila; 1977. Es autor de los poemarios Traducción a lengua extraña (2007), Primavera un segundo (2010) y Los animales invisibles (2010), entre otros; del volumen Lados B. Ensayos laterales (2011); los libros de cuentos La noche caníbal (2008) y Largas filas de gente rara (2012); y la novela Las afueras (2011).

Becario del Programa de Jóvenes Creadores del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Ha recibido diez premios nacionales en las disciplinas de poesía, cuento y ensayo; entre ellos el de Cuento Inés Arredondo 2005, el de Poesía Joven Elías Nandino 2007, el de Ensayo Carlos Echánove Trujillo 2009 y el de Poesía Ramón López Velarde 2009.

 




ÚLTIMA ZOOLOGÍA

Cuántas veces preguntaste el verdadero nombre del amor
y temí ser devorado, 
esfinge, por tus ojos.

Cuántas veces te sorprendiste viva 
al día siguiente
y repudiaste el plumaje de fénix
que te hizo resucitar luego de unas horas tan oscuras
que creyeron ser las horas de tu muerte.

En cuántos días amargos tus alas de cera
se derritieron en mis brazos;
me volví estatua de piedra
buscando mi rostro en el fondo de tus ojos;
hipnotizado por tu canto te llevé lejos del mar,
donde tus escamas se secaron.
Cuántas horas me viste en armadura de caballero,
en mis trabajos de semidiós 
apenas sostenido en la montura de las leyendas.

Era verdad lo que decías: 
somos una bella especie en extinción.



DESDE HACÍA VEINTE años
vagaba por las calles,
predicaba el fin del mundo
o el regreso de los antiguos señores
y maldecía a los que le arrojaban piedras.   
Y fueron las ancianas quienes asistieron al entierro
del loco del pueblo.

Cinco pesos por el traslado en la carreta, 
quince del cajón, diez por cavar el hoyo 
y veinte centavos de propina. 
Para morirse necesitó también de caridades. 

El enterrador usó el rebozo de mi bisabuela
para bajar el cuerpo a la tumba.

Oscureció temprano y las mujeres rezaron a ciegas.
Alguien devolvió
a mi abuela —niña en ese entonces— el rebozo,
y cuando ella quiso regresárselo a su madre,
ésta le dijo:
“Déjalo. Tiene muerto.”
Empezó a llover.
Mi madre refiere esta historia
cada tanto,
como celebrando un aniversario que no recuerda;
y no deja de desconcertarme 
la imagen de mi abuela y de su abuela
rezando entre tanta oscuridad,
viendo como a través de otros ojos recién muertos
un rebozo enredado
sobre la cruz de la tumba,
y el viento que arrastra la lluvia
y arrastra las hojas
no se lo lleva.



DICE SZYMBORSKA que un hombre 
no debe morirse 
sin avisar al gato.
Nos previene del desconcierto del felino,
de sus paseos ansiosos por la casa,
su prolongada espera junto al tazón,
su ego lastimado.

Pero según los antiguos, 
los gatos eran guardas 
de las puertas del otro mundo,
con sus ojos vigilantes
a medias entre esta vida y la otra, 
guías en el camino de tinieblas.
Los gatos se despiden con un silencio más hondo
si saben que uno va a morir; 
debemos ser ante sus ojos
la sombra que proyecta 
la luz de una lámpara apagada.

Entienden que no volverás.
Adivinan el camino 
que nuestros ojos recién difuntos 
no alcanzan a ver 
en la más larga de nuestras noches.

II
La vieja gata sólo daba a luz crías muertas.  
Debíamos llevarnos los pequeños cadáveres
mientras dormía. 

La última vez
caminaba en derredor,
se lamentaba, hundía la nariz
debajo de las vendas que eran su cama
y nos miraba. 

Pensé que había extraviado el camino
en sus ojos ya ciegos.
Quizá cuando los gatos se hacen viejos
uno debe ser su guardavía,
llevarlos en sueños hacia la puerta, 
señalar el otro lado
y esperar que en nuestra hora
ellos 
nos regresen el favor.


PRUEBAS DE TODO ESTO

Te tomaría ahora mismo
de no ser por la guerra.

Te amaría intensamente esta semana
para que el lunes fuera una caída larga, intolerable.

Te seguiría a casa de tu amante
y te encontraría por casualidad 
 para acompañarte en el regreso.

Te escribiría un poema,
pero no sólo hablaría de ti.

Te contaría mi vida,
de no ser porque quiero olvidarla.

Arrasaría por hoy con tu tristeza,
si la mía no fuera invencible.

Me tatuaría tu rostro en el hombro,
pero las generaciones futuras tendrían pruebas 
de que me rompiste el corazón.

Atravesaría la ciudad envuelto en tu bandera
y te tomaría ahora mismo
de no ser por la guerra.