Alex Pausides


            Alex Pausides (Manzanillo, Cuba, 1950) 


Poeta y editor. Fue director de El Caimán Barbudo, importante publicación del movimiento de la poesía cubana generado por la primera generación en el contexto de la revolución cubana. Vicepresidente de la Asociación de Escritores, coordinador general del Festival de Poesía de La Habana. Dirige la Colección Sur Editores. Ha publicado más de quince libros. Entre sus títulos más recientes se encuentran: Pequeña gloria, Canción de Orfeo, Ensenada de mora, La extensión de la inocencia y Caligrafías. Obtuvo los Premios Gaceta de Cuba y de la Crítica, entre otros. Sus poemas han sido traducidos al portugués, francés, italiano, inglés, rumano, ruso y alemán e integran numerosas antologías.

 


 

 

 

BITÁCORA

 

Todo comienza el día que el mundo acaba

Las aves que alguna vez

cantaron serenas en los árboles de enfrente

comienzan a emigrar

Los días se acortan imperceptibles

y el agua gris de los crepúsculos cede el paso

a una noche que apenas llega

y es ya el misterio en las ventanas

No sé si han sentido esa falta de aire

que turba el equilibrio, ese temblor

en los músculos

El corazón queda exactamente en el abdomen

Uno debe estar listo para enfrentar

ese viento del sur que trae la ausencia

Rotas las amarras debe uno bajar de las naves

simplemente. Quemar las naves, un desastre

si tus pies no tocaron a fondo el continente

Fino y frágil fracaso en las manos flacas de la suerte

Bueno es hacerse a la mar detrás del cataclismo

Recoger del sargazo las ruinas, las fosforescencias ilesas

No detenerse a mirar los peces muertos

Aconsejable asir las algas dislocadas, los hipocampos truncos

Da coraje alzar las criaturas que rompió la tempestad

y no mirar al azul: que te da vértigos

No otear las estrellas

No tocar el cuerpo del viento, ese cómplice hipócrita

No mirar hacia atrás: las sirenas son bellas

inquietante la espuma de las islas

Ah pero yo ordeno el delirio

promulgo el horizonte sin límites

Indico al escándalo de las islas

qué fondos necesitan mis naos

Y nada de alisios

Nada de música de mar

Exijo catástrofes

Rones que intenten echar bruma en mi paso

Magias que me abran de nuevo a la inocencia

Blancos caballos de furia

que hollen la piel con sus cascos más duros

¿A ver qué mínimo dios podría doblegarme?

Vientos, vientos, tomen en mi pómulo

el grano fabuloso del maizal de mi sangre

Que la luz enferma no me alumbre

Ni me ampare la sombra

Yo anunciaré los caminos

las buenas nuevas que anoche trajo el verano

Yo traeré a la mesa las viandas más finas

Yo alzaré en los dedos el trofeo antiguo de la risa

Y estoy seguro será hermoso

 

 

 

TRIGALES

 

La fiebre derrite el paisaje

Los girasoles no siguen al sol esa silueta

El trigal que conoce  la ternura de una bala se ha espantado

El cielo no tolera más dioses que el azul

      azul enrojecido de la cólera

      azul donde los niños duelen

      azul de un misionero evangelista dormido en los caminos

      esperando el viento veloz que lo empuje al lienzo tembloroso

      más allá de la desolada geografía del olvido

      y la soledad es un viejo puerto adonde nunca irían los viajeros

      árbol virgen de pájaros

      paisaje taciturno y tosco encima de la vida

      que posee mulos muy finos y anda a pie

Los pañuelos Vincent se pudren sin ondear

      también el viento muere

Y el saludo semejante a una oreja huérfana como un ramo de flores

Me voy a tomar lecciones gratuitas en la gran universidad de la miseria

      pero ella era tan amplia

      pero ella era la gloria

      pero ella

Y el polvo fue dios

 

 

 

FUNDACIONES

 

fundaste un cuerpo a la medida de la necesidad

vasto territorio íntimo bajo el dominio de tu mano

 

en el interminable estío del trópico vimos crecer

pequeñas lunas duales como frutos en el páramo

y derramarse las fértiles riadas seminales en la raíz cárdena del día

 

se poblaron de cedros los valles que arbolaron el sueño

y amables las inhóspitas dunas dibujadas en el torso

de las novicias inhábiles tras la expulsión del paraíso

 

bajo el cielo era la apoteosis en una estación sin lindes

querría eternizar ese instante en que el sol se detuvo a contemplarnos