Marcos Reyes Dávila



            Marcos Reyes Dávila
(Bayamón, Puerto Rico, 1952)


Catedrático de la Universidad de Puerto Rico, director de la Revista Exégesis y miembro del Grupo Guajana. Es autor de Pájaros de invierno (1978), Goyescas (1980), Estuario (1981), volúmenes recogidos en Una lluvia tan grande de campanas (2002) junto con Para un día sin réquiem y sin sombras, Los códices secretos y Poemas del auxilio mutuo. Posteriormente ha publicado Del fuego sobre el agua (2012), selección de los libros La llama en llamas, El puerto en el laberinto y Poemas de la luna nueva. En Paraguay apareció una antología general titula Las cuerdas del aguacero (2013) que incluye además poemas del libro El colibrí de piedra.

 


 

 

 



UN NARDO EN LAS SABANAS

 

    Una misma uña furiosa

parece haber dibujado la Alhambra

que serías finalmente,

y las estelas de piedra mayas

que te imaginaron

y el océano agreste donde te encontré.

Un jardín quebrado como los desiertos

se añora y se adivina en sus nostalgias,

y una sed de muerte asida a sus escarabajos

desea todavía

las flores prometidas

de la estrella ¿cansada? de ser nueva

que creara el mago en nuestro nombre

para perpetuar por todo el orbe de mi vida

tu eclipse de azucena

y el nardo insomne de tu ausencia.

Percibo el aroma de tu vuelo y sus almendras

como una luz que titubea sus manzanas

en la distancia aún sin luna

donde fuiste amazona de mi alhambra

antes que escaparas del sueño en tus halcones

como un sol de limonero en la mañana

una rosa solitaria en tu incensario

un mito de jade maya que te encubre

y un océano de palmas blancas

--naturalmente caribe-- como tú,

que sacudes todavía con tu olor a las sabanas.

 

 

 

 

ERES EL VIENTO QUE ERAS

                                           

Has llegado siempre

–y diré que dije siempre–

a este lugar en que habitan

mis costumbres más mapuches

porque habita aquí mi memoria gastada

y mis medidas más exactas

y cada una de las líneas de mi mano

con su sueño torcido de ónix

y su desvelo todavía suspirando

    la sombra de mis luces

    de casi medio siglo

la acuarela de las piedras

    que recogí al pie de tu pirámide

la cítara y los arcos

    de la mezquita de Córdoba...

 

Has llegado siempre

como dije que diré

sin residuo ni migaja

y como siempre te encontré

reinita o quetzal

que igual cantabas en lo alto

de las ruinas de Misiones

aquel atardecer de nuevo cielo

que rondaba el río Paraná.

 

Porque vuelves

como la línea que se cierra casi

en herradura

y porque vengo a ti

por la suerte que me das

somos la aguja en el tejido

que rebota y retoza en los minutos

como un colibrí de fuego que no quemas

una fugacidad que no termina

una intermitencia repetida al infinito

un ritmo de alabanza

    para ellos y para su patria

una red de pentagramas de agua

que enreda y teje la ternura

 

Subí a tramos breves

y a tragos hondos por esa pira

de tu cuerpo en que me quemas

y supe allí, en ti,

en lo alto de tu Pirámide del Sol

que el horizonte era un punto recogido de tus pechos

el horizonte era el punto de lo alto donde estabas

Teotihuacan era la altura enardecida de tu pecho

y que todos los vientos venían hacia ti,

del páramo abierto del norte

del páramo abierto del sur

del este persiguiendo los oestes

del oeste que se escurre hacia el sol que nace.

Decir que vivo en ti y a barlovento

y que llegas siempre

como el viento que desordena los papeles

fluida, ágil, impenitente

algo que derrama el agua en la mesa

algo que se mueve, se inclina, encarrila

y se descubre en la sorpresa

Siempre llegaste a mi vida,

barlovento,

como ahora

    ahora mismo

estás llegando

Un surco que se abre

una pendiente que arrastra

y ese viento, viento fuerte

que hincha las velas que me llevan

y muestran mi rumbo    a sotavento                               

sobre la mano abierta del océano

y enardece mi bandera

que me recoge el cuerpo debajo del abrigo

o me revuelve, se me escurre

y me lame bajo las ropas mis erizos.

Siempre llegas a mi vida

como el viento aquel de Teotihuacan

un poco entre el susto y la sorpresa

el viento que apaga a veces y a veces enciende

la vela en la tormenta

la vela en las iglesias

la vela de los sustos

la vela de aquel lecho

    y tantas noches

la vela de la mañana aquélla

    y de mis pasos

la vela de nuestros sábados de gloria

la vela grande de mi vida

de mi vida en pie

que en ti, viento, y por ti, Velita,

encuentra su sentido.

 

 

 

 

ESE CORAZÓN

 

La hoja que no cae

         prendida y victoriosa

la rosa encendida en la floresta

el susurro de un beso

    que renace

el sueño que brota de lo oscuro

la ansiedad que sacude sus cenizas

los pasos que animan el camino

la nuca que se vuelve

los ojos que se anidan

la memoria transparente

    de un abrazo

la sangre de un te quiero

    herido en su ternura...

 

Pero aún eres más...

la palabra que anula la distancia

la ansiedad de un tiempo eterno

     y sin nostalgia

el salto que se entrega

en el vacío

y ese corazón que canta siempre

al compás del mar

y el sol de la mañana.

 

 

 

 

COMO SALTA EL AGUA EN LA CASCADA

                               

Nunca se extravía un colibrí

Busca en el convite del camino

y llama como un dedo desde allá

en la mano de las flores

 

Me llama con cara de mimo

y bigote de chaplín

Me llama desde allá

coqueto y payasito

Con cara de melo

de trapecista del viento

y flautista de hamelín

cuando atajado en la poza

no hallamos sombra

para un sueño

y oímos pasar los pájaros

toda la noche

aferrados a la orilla de un desahucio

 

Sí, el tiempo es humo extraviado

en el archivo fugaz del calendario

Me llama desde allá...

Pero huele a aguacero

en el granero

y los ojos de mis luciérnagas

aún te buscan un cielo mudo

para amarte 

Y aún soy vega y quebrada

y puente

y agua llovida

Y habita en mí el río vivo de los días

sordo a la queja de las sombras

y aferrado a la memoria

del viento

de la luz

y de las aguas

Pues cuando se ama de oído

cuando se palpa en la vena

las cuerdas de un madrigal

y mana lentamente el manantial

nada nos roba el sueño de cantar

como salta

jubilosa

el agua en la cascada

 

Me llama desde allá

muy pajarito.