Vanessa Droz

            Vanessa Droz  (Vega Baja, Puerto Rico, 1952)


Es una de las voces más destacadas de la Generación del ’70 en Puerto Rico. Fue miembro de las revistas literarias Zona Carga y Descarga y Penélope o el otro mundo. En 1980, funda con Lilliana Ramos la Revista Reintegro de la cual fue editora. Ha publicado su poesía en revistas y antologías de Puerto Rico como del extranjero. Participa de Encuentros Literarios Internacionales. Es publicista, diseñadora gráfica y ha dictado talleres de poesía en la División de Educación Continua de la Universidad del Sagrado Corazón. Entre sus poemarios destacan: La cicatriz a medias (1982); Vicios de ángeles y otras pasiones privadas (1996), Primer Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña (compartido con el novelista Enrique Laguerre) y Estrategias de la Catedral (2009).

 

  

 

LAS BURLAS DE LA SELVA

 

Qué afán de retener la presa

tras la ardua jornada de ardides,

qué ardida la lucha urdida

para avasallar otro cuerpo.

Qué obsesión de vena,

qué voluptuosidad de garra

para retenerla, para descuartizarla,

destasar un ala,

que haya quebrar de piernas,

esparcimiento de extremidades,

vísceras alumbrándose ahítas de proyecto.

El ámbar, ese color que llaman quemado

y que no es otro vuelo

que el que la espiral del tiempo

nos coloca entre las manos,

es el adorno más solemne de la víctima,

su desamparo tan aparentemente primigenio,

tan glorioso, voluptuoso también,

como las ilustradas antenas de un sueño.

¿El de la sobrevivencia?

¿La ilusión de vivir a ras de pies de la especie,

de ésa que aspira al cielo?

De ambos es la ficción

pues el poder de la especie

es más vasto que sus sueños de combate

(he ahí el zapato como evidencia).

 

Una cucaracha a medio morir es un lenguaje,

casi una lección de historia, de lingüística,

y, en las tiernas fauces de un gato,

todo un poema,

la más lúcida de las burlas de la selva.

 

 

 

 

ENVIDIA

 

Hoy es lunes y hay algo que comienza

y hay preguntas que me hago.

¿Duermen las paredes susurrantes?

¿Qué sueñan los párpados de dios?

¿Por qué la mano que escribe resiste

las burbujas del hervor del agua?

¿Por qué cuando despierto huelo a orín y a mierda

y a sudor y a hombre que no recuerdo

y a cerveza y a polvo,

a ese olor que apenas defino

porque apenas me lo ha dado mi mejilla

aplastada contra el encintado de la acera?

¿Padecen de insomnio las cucarachas?

¿Por qué me besan?

¿Será cierta esta geografía que vivo,

sin sangre, sin infancia,

sin collares ni enaguas que me tienten suave,

con tanta calle, tanta noche, tanto miedo?

¿Será mía, sólo mía, esta eternidad que gozo?

 

 

 

 

FANTASÍA: EL LUGAR DE EURÍDICE

 

Del viento fue la mordedura pero en la mirada,

del mar y sí en la carne. Del delirio fue el instinto,

el enojo, la certidumbre de que los ojos, en tanto suspiros,

son destinos para siempre. La mordedura fue del tiempo.

Y es sabido que la de un pájaro sella con garantías

el sordo rumor de crimen que emite este lugar a todas horas.

Una paloma en un dintel de San Juan

es una gárgola sin ambición de eternidad

y esta ciudad, el laberinto que me ha sido dado,

el más arduo, el excelente, el más viciado, la catedral buscada,

una torre de Babel para mis juegos.

Mi voluntad de permanecer nunca ha triunfado en mejor prueba

pues este arrojo por mí fue decidido y todo rescate es innecesario.

¿Quién lo ha pedido? ¿Qué alarde es más risible que el de aquél

que se vanagloria de su intento de salvarme?

¿Quién es más pretencioso que aquél que, sin haberme visto nunca,

se atribuye un recorrido que sólo yo he podido hacer?

Por mí es que siete cuerdas tiene la cítara

y si la rueda de Itxión y la piedra de Sísifo se detuvieron

fue por mí, como por mi mandato fue que las sirenas

no cantaran. Quien no puede imitar a Alcestis

no osará entrar en la cuadrícula que he escogido,

perfecta para los crucigramas de la muerte.

En sus portentos he sido yo misma cientos, miles de veces;

cientos, miles de veces, he dejado de serlo,

del mismo modo que esta ciudad es todos los infiernos

deseados cientos, miles de veces.

¿Qué casa pone sus muertos a mirar al mar?

¿Qué infierno nos pone el mar de abrevadero?

¿Qué mar me ha dado mi legítimo reclamo de suspiros,

como del olvido una constelación?

A los habitantes les pregunto, ¿por qué tanta algazara

por alguien que terminará despedazado

cuando soy yo la que está en todas partes?

Los suspiros, que son un anticipo del desvarío,

son más poderosos que la envidia de Orfeo.

Esa mordedura fue lo que vieron mis ojos en sus ojos

cuando intentó asesinarme de nuevo.