Enrique Anderson Imbert | A. García Ramos

                        Anderson-Imbert y la mímesis [1]

 


Por Arturo García Ramos 

Ensayista y crítico literario español


 

El primer crítico de la obra de Anderson Imbert es él mismo, de ahí que cualquier intento de explicación o de valoración del grado de imitación o la forma en que esta relación con la realidad se produce en sus cuentos, pase forzosamente por sus propias palabras críticas. En su ensayo Teoría y técnica del cuento,[2] así como en otros ensayos, hace frecuentes explicaciones de su propia obra, y adelantándonos al comentario de sus cuentos, hemos de apuntar que llega a comentar sus cuentos dentro de otros cuentos. Así puede apreciarse en el titulado "Coincidencias",[3] en el que se lee casi una exégesis de otro relato del propio autor: "Un navajazo en Madrid".[4] Esto y algunas explicaciones críticas que ocupan buena parte de sus relatos dan idea de hasta qué punto persiste en este creador y ensayista la vena crítica. A propósito de la relación de sus creaciones y la realidad que representan ha partido, como Jorge Luis Borges -escritor que le es más que afín-, de una posición escéptica respecto al grado de realidad que pueda aprehender el lenguaje. Casi pueden observarse idénticas palabras que las empleadas por el autor de Ficciones: "Es fácil decirlo: <<novela realista>>. ¿Realista de qué realidad? Porque hay una realidad no-verbal, y ésa siempre quedará fuera de la novela, que es pura verba".[5]

Puesto que la realidad es inaprehensible, la actitud de este escritor parece ser la de rebelarse contra su dominio en la obra que crea. Esta intuición queda confirmada si damos crédito de realización a las palabras siguientes:

"Sí; para mí, como para Benedetto Croce, hay un claro límite que separa en conocimiento lógico del conocimiento poético del mundo. El tema de mis narraciones, creo, es la libertad creadora de nuestro espíritu, la capacidad humana de rechazar la realidad natural e inventar un mundo propio, de pura fantasía".[6]

Parecería que, a juzgar por estas declaraciones, el mundo de Anderson Imbert es ajeno a la realidad en gran medida. Parecería que su contacto con la realidad es tan mínimo que difícilmente pudiera buscarse su entronque con ella. Sin embargo, conviene advertir que en el arte en general, y en el literario en particular siempre hay un mínimo de realidad. Esta declaración de principios en la que Anderson Imbert propone una autonomía total de su obra respecto a la realidad, se relativiza, no obstante, en declaraciones posteriores, cuando el artista se ve constreñido al empleo de la realidad en sus obras. Las siguientes palabras ya suponen una menor autonomía de lo real:

"...en mis relatos la realidad no se comporta de acuerdo a las leyes de la causalidad. Un personaje, de repente echa a volar; otro, puede saltar fuera del tiempo; otro, puede proyectar sus sueños al espacio y materializarlos, y así".[7]

Son palabras que el autor parece referir a su primer libro de relatos, con cuyos cuentos coinciden algunas de las causalidades mágicas que aquí se enumeran: "El leve Pedro" es, en efecto un relato que muestra la alteración de la ley de la gravedad en un personaje cuyo fin es la ascensión hasta más allá de lo visible; en "Oscurecimiento en Nueva York", el protagonista del relato comprenderá que es un sueño de Cecily -pero él y toda la ciudad de Nueva York que está viendo en ese amanecer antes de que su soñadora despierte-; en "Alejo Zaro se perdió en el tiempo" el tema del relato queda expresado en el propio título. En realidad, las palabras anteriores han reducido la autonomía de la literatura de Anderson Imbert respecto a la realidad en un solo punto: la ley de la causalidad. Es quizá la más importante de las leyes que sirven de mediadoras para el conocimiento del universo; en opinión de Hume "Es una máxima general en filosofía que todo lo que empieza a existir debe tener una causa de su existencia".[8] Jorge Luis Borges establecía la diferenciación entre la literatura realista y la literatura fantástica en la diferente causalidad que regía los acontecimientos de ambas tendencias. También Alfonso Reyes presta atención a este tema en El Deslinde[9]: 

"La causa, en su hondo estilo filosófico, es inseparable del suceder histórico y del científico, como condición impuesta por la "sinonimia" de las cosas. En la literatura, la causa - como nota creada o atribuida por la mente, supuesto que el suceder es ficción admite una elasticidad que va desde el rigor absoluto, imitado de la naturaleza y de la nota casual de la historia, hasta el capricho y aun hasta la indiferencia, que es peor".

Alfonso Reyes admite cuando menos tres grados en el tratamiento que la causalidad puede tener en las obras literarias: rigor histórico, capricho, indiferencia. El mayor o menor grado de mímesis parece proceder de esa actitud. Por lo que a la obra de Enrique Anderson Imbert se refiere, hemos de señalar una primera clasificación que nos permita transitar con cierto orden en su obra: no se establece la misma relación entre las primeras creaciones (El Grimorio y El gato de Cheshire) y las que viene después de La sandía y otros cuentos. En el prólogo a esta, su tercera colección de cuentos, señala:

"En mis anteriores libros de ficción predominaron las situaciones fantásticas. Para recordar a los amigos que el mucho jugar al fantasma no me había afantasmado del todo, incluí entonces unas pocas situaciones realistas. Ahora, en El estafador se jubila, (...) la realidad se deja ver con más frecuencia, pero incluyo irrealidades para que esos mismos amigos no crean que he cambiado de juego y me estoy alejando de la fantasía. Simulacros de vida normal o testimonios de vida mágica, todo es invención. Lo importante es que el lector no se escape de la trampa que se le ha armado".[10]

Los primeros intentos de una literatura fantástica sin ningún contacto con la realidad parecen ir cediendo y dar paso a posturas más moderadas, confirmando así la regla de que el arte remite de algún modo a la realidad, se somete a ella tarde o temprano, vuelve a beber en la fuente de la naturaleza. Este sometimiento de lo fantástico a lo real ha sido apreciado por Fernando Aínsa Amigues en la obra de Enrique Anderson Imbert, quien a su vez lo ha reconocido con respecto a la cuentística fantástica de Rubén Darío, en el estudio "Modos de lo sobrenatural en Anderson Imbert. Ensayo de una revuelta del contorno", donde se afirma: "Este ejemplo (habla de "Esquema de lo posible", de G Ch), como el anterior, prueban que el cuento fantástico, no puede emanciparse totalmente de la realidad. "Si el cuento se sometiera a las leyes del mundo real dejaría de ser literatura, pero si escapase de las leyes naturales y psicológicas dejaría de ser inteligible", ha sostenido el propio Anderson Imbert en "Los cuentos fantásticos de Rubén Darío" (Mundo Nuevo núm. 54. París, diciembre, 1970; p. 30). "El cuento fantástico inventa, sí, pero con elementos reales". La tarea crítica, puede consistir, en este caso, en medir el ángulo de desviación entre el tema de un cuento y la realidad de todos los días. Estos grados de distanciamiento irán de lo probable a lo posible, de lo posible a lo improbable y de éste a lo imposible".[11]

El primer capítulo de la estética de Theodor W. Adorno alude a este mismo hecho mostrando para su certificación el divorcio surgido en este siglo entre el arte y la realidad como consecuencia de los movimientos de vanguardia: 

"La ampliación de su horizonte (habla del arte) ha sido en muchos aspectos una auténtica disminución. Los movimientos artísticos de 1910 se adentraron audazmente por el mar de lo que nunca se había sospechado, pero este mar no les proporcionó la prometida felicidad a su aventura".[12] 

Tal aventura no es otra que la de la proclamación de la autonomía del arte, una idea que es cara a todo escritor de literatura fantástica - ha sido comprobado en el caso de Macedonio Fernández, quien defiende esta idea con encono en sus teorías del Bellarte -. El mismo Enrique Anderson Imbert proclama: 

"El oficio del narrador no es conocer o comprender la realidad, sino complicarla o complementarla agregándole nuevos objetos -personajes, situaciones, circunstancias -: el cuento es un añadido a la realidad".[13] 

Pero el creador, aunque autónomo de la realidad, se somete a ella, y en el fondo lo que manifiesta con esta actitud de rechazo no es otra cosa que su propia incapacidad para dar la realidad a sus creaciones que da un dios a las suyas. Por otra parte, el propio Anderson Imbert ha reconocido la vinculación de la imaginación creadora a la realidad,[14] al modo en que lo ha hecho también Alfonso Reyes en sus ensayos.

Así pues, la literatura fantástica se debate entre el dilema de querer apartarse de la realidad, ser otra realidad o responder a leyes distintas, y, al propio tiempo no poder hacerlo porque el arte de un modo u otro remite a nuestra circunstancia empírica. Es consciente de esta situación paradójica Enrique Anderson Imbert, por la que el creador de ficciones no quiere ser rebajado a la mera imitación de un simplísimo mundo empírico, al tiempo que no quiere tampoco que se niegue el carácter de realidad de sus creaciones.

Quien mejor se ha defendido de tal brete ha sido Jorge Luis Borges; primero, proclamando que no sólo sus ficciones son irreales, también lo que llamamos realidad lo es, y segundo, sometiendo sus ficciones a fórmulas de semejante explicación a aquellas que se aplican a la comprensión del universo para mostrar que la argumentación de lo fantástico es tan sólida como la del mundo real.

Remontándonos al origen de la actitud del escritor de literatura fantástica frente a la realidad, habrá que encontrar la explicación a su rechazo del mundo empírico en el convencimiento gnoseológico de que el conocimiento de la realidad es falso, e inseguro por estar basado en una serie de percepciones limitada y, en consecuencia. Esto hemos visto al tratar de la influencia que el idealismo de Hume y de Berkeley ha tenido en la obra de Borges, y no es otra la posición de Enrique Anderson Imbert ante el conocimiento humano cuando evoca a Ortega y Gasset en el siguiente texto: 

"Ortega y Gasset al recordarnos que por mucho que nos esforcemos en conocer objetivamente la realidad sólo conseguimos imaginarla había dicho que el hombre “inventa el mundo o un pedazo de él. Ni más ni menos que un novelista por lo que respecta al carácter imaginario de su creación. Un plano topográfico no es más o menos fantástico que el paisaje de un pintor... El hombre está condenado a ser un novelista".[15] 

El mismo escepticismo frente al conocimiento de la realidad se manifiesta en estas reflexiones que incluye en su Teoría y técnica del cuento: 

"Qué es la realidad en sí, no sé. Ni siquiera sé cómo es la realidad que me toca más de cerca: el planeta Tierra, la vida, mis congéneres, yo mismo. Es evidente que existo en una circunstancia real en la que hay otros hombres como yo pero no podría demostrarlo con argumentos racionales. Supongo que no necesito demostrarlo porque, según parece, mi evidencia es común a la especie humana. La evidencia de que existimos en un mundo real se nos da en una actividad nerviosa que llamamos "conciencia". Analizándola creo saber que apenas nacemos empezamos a llenarnos de sensaciones y a reaccionar con señales..."[16] 

A esta reflexión cabe añadir la que citábamos de Anderson Imbert sobre la imposibilidad de reflejar la realidad con el lenguaje, o puede formularse de nuevo con estas palabras del mismo autor: "Con artificios lingüísticos, pues, se refiere a una realidad que esencialmente es a-lingüística".[17]

En síntesis, autonomía de la literatura y de la realidad, pero una autonomía que apunta a la proclamación de la realidad de la propia literatura. Una separación que, dados los límites borrosos entre la realidad y la fantasía, puede desembocar en la sanción misma de "la prepotencia de esa misma realidad empírica".[18] Al querer divorciarse de la realidad la literatura fantástica está, paradójicamente, apelando a ella de forma continua. Habría, además que distinguir en las palabras de Anderson Imbert lo que son lugares comunes de las ideas sustentadas racionalmente. En el texto citado, el creador se impone al crítico, como puede inferirse de la lectura de Teoría y técnica del cuento.

Tal vez por eso uno de los temas que más se repiten en las creaciones de Enrique Anderson Imbert sea las relaciones de la literatura y la vida, o realidad. Lo que verdaderamente cabe interpretar de la actitud de autores fantásticos como Enrique Anderson Imbert, como otros autores incluidos en este trabajo, es el hecho de que de la realidad se sabe tan poco que es poco menos que absurdo el concebir una fe absoluta en nuestros sentidos o en las ciencias.

Anderson Imbert, en sus creaciones fantásticas parece escribir para escándalo nuestro y de las ciencias, y la explicación de su actitud frente a la realidad puede hacerse desde esta afirmación incluida en una recreación del pasaje bíblico del "hijo pródigo" incluida en El Grimorio, en la que José afirma que "en el niño se da con plenitud esa fe en sí mismo y en las cosas".[19] Esta es la fe contra la que atenta el relato fantástico de Anderson Imbert: ¿Quién soy? ¿Qué es la realidad? Nos plantea.

De entre las posturas que tratan de separar la literatura fantástica de la realidad las más radicales son acaso las de Macedonio Fernández y ésta de Enrique Anderson Imbert: 

"El narrador de lo fantástico prescinde de las leyes de la lógica y del mundo físico y sin darnos más explicación que la de su propio capricho cuenta una acción absurda y sobrenatural. Permite que en la acción que narra irrumpa de pronto un prodigio. Se regocija renunciando a los principios de la lógica y simulando milagros que trastornan las leyes de la naturaleza. Gracias a su libertad imaginativa lo imposible en el orden físico se hace posible en el orden fantástico. No hay más explicación que la de su capricho. Ese narrador finge, como explicación de lo inexplicable, la intervención de agentes misteriosos. A veces lo sobrenatural aparece no personificado en agentes, sino en un vuelo cósmico que, sin que nadie sepa cómo, obliga a los hombres a posturas grotescas. En las narraciones sobrenaturales el mundo queda patas arriba. La realidad se desvanece en los meandros del fantasear. Es -como magia- una violenta fuga a la Nada".[20] 

Pero la literatura fantástica admite más explicaciones de las que sugiere el párrafo citado. Por una parte, pocas veces se muestra con el carácter de irracional alejamiento de la realidad, sino que si se aleja es para explicarla. Otras veces salva su irracionalidad a través del humor. Otras, a través de la cultura -mitos y leyendas- , o de las creencias -religión-. En el propio Anderson Imbert habremos de ver que si la literatura fantástica pura tiene sus manifestaciones más autónomas en El gato de Cheshire se ha sometido generalmente en sus producciones posteriores a alguno de los presupuestos explicativos que se mencionan.

Por otra parte, los creadores que se incluyen en este trabajo, difícilmente aceptarían el calificativo para la literatura fantástica de caprichosa, en el sentido en que Anderson Imbert se lo atribuye. El autor trata de expresar los logros que puede alcanzar el creador de ficciones fantásticas, su aspiración de libertad creadora. Sin embargo, el artista de cuentos fantásticos también se ve sometido a las reglas que imponen sus creaciones, a las reglas de coherencia que él mismo se ha impuesto para justificar su mundo fantástico. 



[1] Capítulo de El cuento fantástico en el Río de laPlata, pp.237-242  Madrid: Mirada Malva, 2010

[2] Teoría y técnica del cuento, Buenos Aires, Marymar, 1979.

[3] T T iii, p.255.

[4] T T ii, 35.

[5] En la recopilación de Helmy F. Giacoman: Homenaje a Enrique Anderson Imbert, Madrid, Anaya, 1973, p. 29.

[6] Id., p.26.

[7] Id., p.30.

[8] Tratado de la naturaleza humana, Barcelona, Orbis

[9] Op. cit., p.172.

[10] T T ii,p.7.

[11] Homenaje a Enrique Anderson Imbert, op. cit., p.341.

[12] Teoría estética, Barcelona, Orbis, 1983, p.9.

[13] Teoría y técnica del cuento, op. cit., p.233.

[14] Vid el artículo de Fernando Aínsa recogido en la compilación de Helmy F. Giacoman, op. cit.

[15] Teoría y técnica del cuento, op. cit., p. 12.

[16] Op., cit. p.7.

[17] Teoría y técnica del cuento, op. cit.,p.234.

[18] Theodor W. Adorno, Teoría estética, op. cit., p. 10.

[19] M E, p.59.

[20] Teoría y técnica del cuento, op. cit., p.244. 

 

breviaturas y ediciones citadas:

M E = El mentir de las estrellas, Buenos Aires, Emecé,1979.

G = El gato de Cheshire, Buenos Aires, Losada, 1965.

L J = La locura juega al ajedrez, México, Siglo XXI. 1971.

T T ii = En el Telar del Tiempo, Buenos Aires, Corregidor, 1985, volumen II.

T T iii = En el Telar del Tiempo, Buenos Aires, Corregidor, 1982, volumen III.

T T v = En el Telar del Tiempo, Buenos Aires, Corregidor, 1986, volumen V.                                       

L P = El leve Pedro, Madrid, Alianza, 1976. 

M = El milagro y otros cuentos, Buenos Aires, Kapelusz, 1985.