Efraín Huerta

        Efraín Huerta (México, 1914 – 1982)


Reconocido poeta y activista político. Fue periodista profesional desde 1936 y trabajó en los principales periódicos y revistas de la capital. Ejerció también como crítico cinematográfico. Perteneció a la generación agrupada en torno a la mítica revista literaria Taller (1938-1941), que incluyó, entre otros, a Octavio Paz, Rafael Solana y Neftalí Beltrán. Viajó por Estados Unidos y Europa. El gobierno de Francia le otorgó en 1945 las Palmas Académicas. En 1952 visitó Polonia y la Unión Soviética. Entre sus libros figuran: Absoluto amor (1935), Los hombres del alba (1944), La rosa primitiva (1950), Poemas de viaje (1953), Estrella en alto y nuevos poemas (1956), ¡Mi país, oh mi país! (1959), La raíz amarga (1962), Poemas prohibidos y de amor (1973), Estampida de poemínimos (1980).




EL RETORNO

 

Las paredes tienen oídos,

vientre y sangre.

Pero que no lo sepa el aire,

que lo ignoren el invierno

y el vendedor de esponjas;

que no se enteren mis fotografías que hablan;

que mi amor, oh montañas, oh cielos,

no levante su voz como raíz dulcísima.

 

Las paredes tienen oídos,

dientes, venas.

Pero que yo nunca, fumando,

diga su breve nombre de madera.

Que yo nunca sonriendo, pronuncie

su verdad: la cálida verdad.

 

Porque las paredes, como los sótanos,

tienen grandes oídos de herrumbre y frío,

desesperanza y pavor,

desconsuelo y locura.

 

Que yo nunca, en voz baja,

diga que he vuelto a amar.

 

 

 

LA MUCHACHA EBRIA

 

Este lánguido caer en brazos de una desconocida,

esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres;

este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol,

huella de pie dormido, navaja verde o negra;

este instante durísimo en que una muchacha grita,

gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya.

 

Todo esto no es sino la noche,

sino la noche grávida de sangre y leche

de niños que se asfixian,

de mujeres carbonizadas

y varones morenos de soledad

y misterioso, sofocante desgaste.

 

Sino la noche de la muchacha ebria

cuyos gritos de rabia y melancolía

me hirieron como el llanto purísimo

como las náuseas y el rencor,

como el abandono y la voz de las mendigas.

 

Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido

y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas

llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo negra barba

y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza:

llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas,

de la muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre,

de la muchacha que una noche

y era una santa noche me entregara su corazón derretido,

sus manos de agua caliente, césped, seda,

sus pensamientos tan parecidos a pájaros muertos,

sus torpes arrebatos de ternura,

su boca que sabía a taza mordida por dientes de borrachos,

su pecho suave como una mejilla con fiebre,

y sus brazos y piernas con tatuajes,

y su naciente tuberculosis,

y su dormido sexo de orquídea martirizada.

 

Ah, la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido

y la generosidad en la punta de los dedos,

la muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre,

como yo, escapado apenas de la violencia amorosa.

 

Este tierno recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos,

una fecha sangrienta y abatida.

 

¡Por la muchacha ebria, amigos míos!

 

 

 

LA ROSA PRIMITIVA

 

Escribo bajo el ala del ángel más perverso:

la sombra de la lluvia y el sonreír de cobre de la niebla

me conducen, oh estatuas, hacia un aire maduro,

hacia donde se encierra la gran severidad de la belleza.

 

Escribo las palabras y el penetrante nombre del poema,

y no encuentro razón, flor que no sea

la rosa primitiva de la ciudad que habito.

 

Nunca el poema fue tan serio como hoy, y nunca el verso

tuvo la estatura de bronce de lo que no se oculta.

 

Hacia el amor, las manos, y en las manos, gimiendo,

hojas de yerba amarga del pensamiento gris,

secas raíces de una melancolía sin huesos,

la danza del deseo muerto a vuelta de esquina

y un sollozo frustrado gracias a la ternura.

 

Hacia el amor, sonrisas, y en ellas, como almas,

el malogrado espíritu de un mensaje que un día

cobró cierta estructura, y que hoy, entorpecido,

circula por las venas.

 

Nunca digas a nadie que tienes la verdad en un puño,

o que a tus plantas, quieta, perdura la virtud.

 

Ama con sencillez, como si nada.

 

Sé dueño de tu infierno, propietario absoluto

de tu deseo y tus ansias, de tu salud y tus odios.

 

Fabrícate, en secreto, una ciudad sagrada,

y equilibra en su centro la rosa primitiva.

 

Al pueblo y a la hembra que enciendan cuanto hay en ti de hermoso,

y murmuren mensajes en tus oídos frágiles,

debes verlos con santa melancolía y un aire desdeñoso,

mandarlos hacia nunca, hacia siempre,

hacia ninguna parte...

 

Quédate con la rosa del calosfrío,

la rosa del espanto estatuario,

la inmaculada rosa de la calle,

la rosa de los pétalos hirientes,

la rosa-herrumbre del fiero desencanto,

la primitiva rosa de carne y desaliento,

la rosa fiel, la rosa que no miente,

la rosa que en tu pecho debe ser la paloma

del latido fecundo y el vivir con un pulso

de gran deseo hirviendo a flor de labio.

 

La rosa, en fin, de las espinas de oro

que nuestra piel desgarran y la elevan

hacia el sereno cielo de donde la poesía

nos llega mutilada, como ruinas del alba.