Eunice Odio

        

        Eunice Odio (Costa Rica, 1922 - México, 1974)



Poeta, ensayista y narradora. Por su obra Los elementos terrestres (1948) ganó el Premio Centroamericano de Poesía. Entre sus poemarios destacan: Zona en territorio del alba (1953), El tránsito de fuego (1957), El rastro de la mariposa (1970) y Eunice Odio. Antología (1975). En 1962 adquiere la nacionalidad mexicana. Sus poemas integran diversas antologías y han sido traducidos a varios idiomas. 








APRISIONADA POR LA ESPUMA

 

I

 

Aprisionada en cárceles de espuma,

en la medida de tu cuerpo,

no veo pasar la noche,

sólo veo el día

que entra por tus axilas transparentes

y te desnuda.

 

Veo, amor mío,

el lecho donde estamos

y compartimos

las dádivas,

los cielos...

Todo lo que nos negó y afirmó como lo que somos:

mil años de alegría corporal

y materia sin sombra

y palabras

que se dicen diurnamente porque vienen del aire

y hay que oírlas y decirlas

a través de los árboles

y en lo que no se escribe porque aún no se inventa su

nombre;

porque su júbilo

todavía no ha sido descubierto

y las flores de su alrededor

aún no son cosas del viento

(aún no han ido a un invierno ni regresado a la primavera).

 

 

II

 

Voy a tu cuerpo igual que ir a los ríos,

igual que van los ríos a los pájaros

y ellos al espacio desatado y florido.

 

Vengo de ti a la era

donde todo es de todos:

los que llegan, los que se han ido,

los que aún no han venido,

los que no volverán...

 

Porque eso es tu cuerpo:

un adentro, un afuera compartido

por mí y por el viento,

por el mar y los seres que lo guardan;

por el color y las embestidas del otoño,

y las andanzas del verano

¡que viste cosas silvestres

y es custodio de las abejas

y funde las hierbas en un crisol matutino,

en una prolongación de azucenas.

 

 

  

DECLINACIONES DEL MÓNOLOGO

 

I

 

Estoy sola,

muy sola,

entre mi cintura y mi vestido,

sola entre mi voz entera,

con una carga de ángeles menudos

como esas caricias

que se desploman solas en los dedos.

Entre mi pelo, a la deriva,

un remero azul,

confundido,

busca un niño de arena.

Sosteniendo sus tribus de olores

con un hilo pálido,

contra un perfil de rosa,

en el rincón más quieto de mis párpados

trece peregrinos se agolpan.

 

 

II

 

Arqueándome ligeramente

sobre mi corazón de piedra en flor

para verlo,

para calzarme sus arterias y mi voz

en un momento dado

en que alguien venga,

y me llame...

pero ahora que no me llame nadie,

que no quepo en la voz de nadie,

que no me llamen,

porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,

a la raíz complacida de mi sombra,

porque ahora estoy bajando al agónico

tacto de un minero, con su media flor al hombro,

y una gran letra de te quiero al cinto.

Y bajo más,

a las inmediaciones del aire

que aligerado espera las letras de su nombre

para nacer perfecto y habitable.

Bajo,

desciendo mucho más,

¿quién me encontrará?

Me calzo mis arterias

(qué gran prisa tengo),

me calzo mis arterias y mi voz,

me pongo mi corazón de piedra en flor,

para que en un momento dado

alguien venga,

y me llame,

y no esté yo

ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo.

y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,

y mi alto corazón

de piedra en flor.