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Orlando J. Addison

En Defensa de los Afrolatinos

 

Por Orlando J. Addison

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La presencia africana en Latino América data desde el periodo de la conquista europea hasta nuestros tiempos. Su historia ha sido triste, la raza deshumanizada y su contribución sociopolítica y económica a los pueblos Latinos muchas veces ignorada y discriminada tanto en nuestro entorno social como también en la literatura.

Es muy común, por ejemplo, en Latinoamérica llamar “negro” o “negra” a los afrodescendientes y las personas que utilizan este término no lo consideran racista o discriminatorio. Muchos justifican que lo hacen por cariño o sin intención de ofender.  Sin embargo, para muchos afrodescendientes, el término es ofensivo y repugnante ya que detrás de las palabras “negro” “negra” hay una oscura historia relacionada con una fuerte expresión discriminativa que data desde el siglo XV. 

La palabra “negro” o “negra” es un vocablo que pasó a describir la condición social y económica de un grupo étnico, poniendo a un lado su importancia racial. Es una expresión que marca el pasado histórico de nuestra raza y que halló raíces en el vulgo. Es muy importante aclarar que no es la palabra “negro” o “negra” la que causa ofensa, ya que todo negro y toda negra estamos conscientes de nuestro cromatismo; el repudio radica en la condición inhumana con la que fue asociada el término en siglos pasados y la que aún permanece atrapada entre los rincones de cada letra y entre el sonido del que lo verbaliza.

La razón por el cual los afrolatinos repudiamos los términos “negro” y “negra” es por su asociación, en nuestra cultura, con el ocultismo, lo prohibido, la tristeza, la muerte, el demonio y el esclavismo. Todos estos calificativos están asociados con lo negativo. Aun en nuestros días, cuando las sociedades latinas se refieren a los afrolatinos como “negros” o “negras” nos ubican entre los más pobres, entre la sociedad servil, y otras clases sociales inferiores. La palabra “negro” o “negra” tiene una gran conexión con el esclavismo, la segregación y la discriminación en el continente americano. Sin embargo, para otras culturas, el color negro tiene un significado muy diferente. Por ejemplo, en la antigua China era símbolo del Norte y del agua, y en la cultura japonesa, Kuro, es símbolo de aristocracia, edad y experiencia. Esto contrasta su significado en la cultura latinoamericana. 

La presencia de la población Africana en América Latina tuvo su origen como resultado del comercio de millones de africanos trasladados forzadamente al continente americano para trabajar como esclavos en sustitución de la comunidad nativa. La idea de introducir africanos al continente surgió de la Iglesia a través de Fray Bartolomé de las Casas, quien vio esta población como una alternativa para detener la explotación y exterminación de los nativos de la región.  Lo que Las Casas consideró “opción”, se convirtió después en pesadilla para los africanos y subsecuentemente para el mismo sacerdote, quien al ver la injusticia por la que fueron sometidos los africanos, luchó sin éxito para eliminar su inicial propuesta.

Al trascurrir los años, surgieron intelectuales quienes desarrollaron teorías filosóficas y sociales para justificar la esclavización y la inferioridad de los africanos y sus descendientes. Uno de estos filósofos fue el Alemán Christoph Meiners, quien dividió las razas en dos grupos: al primer grupo consideró “la hermosa raza blanca” y al segundo lo catalogó como “la horrible raza negra.” Meiner declaró en sus escritos que una de las principales características de las razas es  que, o es hermosa o es horrible, por la que concluyó que la única  raza hermosa es la raza blanca. Las razas horribles las consideró inferiores, inmorales, parecidas a los animales, es a partir de este concepto que se asocia a los africanos con los monos.  Otro filósofo que introdujo similar teoría contra la raza africana fue el Francés Joseph Arthur de Gobineau. Designó a los africanos como una raza claramente inferior basado en el tipo de alimento que la comunidad consumía. 

Estas y otras teorías filosóficas dieron paso al debate religioso sobre el alma de los africanos y el alma de los nativos de América. De manera de poder solventar el debate, la Iglesia llegó a la conclusión que las personas de raza negra no tienen almas, mientras que los indígenas de América estaban dotados de almas, por este motivo no podían ser esclavizados. Todo esto contribuyó a crear un concepto negativo hacia la raza negra, catalogándonos como seres inferiores, sin almas, sin derechos y de propiedad mercantil. Desafortunadamente, una gran porción de estas filosofías aún viven en la sociedad latinoamericana y se manifiestan en el trato institucional hacia las comunidades afrodescendientes que residen en la mayoría de los países latinos.

La aportación de los africanos y sus descendientes, en cuanto a lo tecnológico, la fuerza de trabajo, la cultura y la participación en las luchas de las independencias, son desconocidas por la mayoría de los latinos. Esto se debe al enfoque académico y cultural concentrado únicamente en el período de su esclavización, con el objetivo de mantener a los afrodescendientes sumisos y al pueblo, en general, ignorante sobre el aporte de los africanos y afrodescendientes al desarrollo político, económico y social de cada país Latino Americano.

La mayoría de los afrodescendientes latinos viven en lugares aislados o en comunidades pobres. Esto no es casual, tampoco se debe asumir que los afrodescendientes deseamos vivir bajo estas condiciones de pobreza, al contrario, todo esto es debido a un proceso sistemático institucionalizado por gobiernos de la región. La mayoría de los gobernantes del hemisferio no se han interesado en proveer a nuestras comunidades una adecuada educación; no promueven modelos que contribuyan a la inspiración de afrodescendientes a alcanzar posiciones de prestigio y de liderazgo en nuestras sociedades; héroes y heroínas, destacados empresarios, líderes en la televisión, y muchos otros medios que ayuden a despertar el interés de niños y jóvenes afrodescendientes a ocupar estos espacios. No se incluyen lecturas positivas de afrodescendientes en las academias, no hay estatuas de personajes afrodescendientes en los parques y museos, ni tampoco figuran en las monedas. El único medio en donde se nos permite brillar es en los deportes.

En muchas sociedades latinas los afrodescendientes son totalmente ignorados, países como Argentina, Chile, Bolivia, Brasil, Uruguay, Paraguay, Panamá, México, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua y otros. La mayoría de los gobiernos y sus gobernantes no han hecho nada o muy poco para cambiar la filosofía discriminatoria hacia los afrodescendientes impuestas por siglos pasadas. Aunque esta filosofía discriminatoria no se verbaliza en nuestro medio, es innegable su presencia en nuestras sociedades con el trato desigual que algunos gobernantes y la sociedad dominante tratan a nuestra raza. 

Comparto con ustedes el siguiente poema publicado en mi poemario bilingüe, La Noche Tuvo Miedo.


NO ME LLAMES NEGRO

 

No soy una percepción visual

generada por el cerebro

mediante los fotorreceptores,

ni color que devora la luz

al esconderse el sol tras el orbe,

donde las estrellas cuelgan del vacío

y la luna flota sobre un mar de tinieblas.

 

No me llames negro,

porque la palabra se asemeja a lo prohibido,

a la manzana que pintó la piel de Adán,

cicatrizó la silueta de Eva,

a los monstruos que vomita la noche

cuando llora la niebla,

al corazón calcinado por el odio

y a la boca del alma que mastica venganza.

 

No me llames negro,

con este tono marcaron la piel de África,

robaron de su seno a sus hijos,

depilaron su espíritu guerrero,

usurparon su reino,

los declararon hijos del fuego.

No me llames negro,

este no es mi nombre,

mi nombre quedó adherido

a los látigos que mordieron mi espalda

con los dientes de la noche.

Fue flor pisoteada por la bestia

que fluía del pecho nevado,

por los carruajes que circularon las calles

de sueños truncados.

 

No me llames negro,

porque soy más que eso.

Soy un mortal que por mis venas

corre sangre de ilusiones

que declara la guerra al fracaso.

Un hombre sostenido por los huesos

del amor,

que respira aliento de poesía

y en los adentros un tambor que repica gozo.

No me llames negro,

porque este no es mi nombre.

Como tú, yo también soy humano,

hecho de las manos de Dios,

creado a su imagen para que juntos

construyamos un cielo.

 

No me llames negro,

llámame Orlando

porque este es mi nombre,

el que recibí cuando fui marcado por el agua,

cuando mis palabras se mezclaron con el llanto

y mis ojos veían marcianos a mi alrededor.

 

Por otra parte, una de las áreas en nuestra sociedad Latina donde es muy visible la ausencia de los afrodescendientes y donde también somos objeto de burla, en la mayoría de los casos, es en la literatura. En Latinoamérica contamos con excelentes escritores que han puesto muy en alto a nuestra comunidad: once de los cuales han sido galardonados con el Premio Nobel, como el peruano Mario Vargas Llosa; el mexicano Octavio Paz; el colombiano Gabriel García Márquez; el chileno Pablo Neruda; el guatemalteco Miguel Ángel Asturias; y la chilena Gabriela Mistral.  Todos han representado, con sus obras literarias, a la comunidad latina/hispana a nivel mundial. Sin embargo, dentro de  la literatura hispanoamericana la representación de los afrodescendientes ha sido excluida,  muchas veces  silenciada y la mayor parte de las veces estereotipada. Esta exclusión, este silencio y este estereotipo no son accidentales, son el resultado del concepto ideológico que estuvo vigente en Latinoamérica durante los siglos XIX y XX con la creación del modelo de estado conocido como la Nación Homogénea.

El modelo filosófico de Nación Homogénea, como lo expuso el filósofo mejicano, Luis Villoro,  declaró la igualdad de toda la población en cuanto a idioma, raza, costumbres y religión. Su objetivo fue transformar naciones heterogéneas en sociedades homogéneas, a través del proceso de la eliminación de toda clasificación racial y declarar a la población bajo un solo enunciado oficial: “todos somos mestizos”. Es durante este periodo en que se comienza a excluir del plano social, político y económico, a grupos étnicos que no compartían los rasgos raciales y culturales de la sociedad dominante.

Este modelo de sociedad homogénea inspiró a algunos intelectuales, que mostraron en sus obras un estereotipo de afrodescendientes latinos. Los representantes de esta comunidad fueron vistos como entidades subordinadas, fieles a sus amos, incultos, hechiceros, rebeldes, feos, malos, entre otros. Muchos de los estereotipos asignados a los afrolatinos fueron de carácter burlesco y peyorativo. En la obra Martin Fierro, del escritor argentino, José Hernández, encontramos un ejemplo  de lo expuesto anteriormente:

A los blancos hizo Dios,

a los mulatos san Pedro,

a los negros hizo el diablo

para tizón del infierno.

 

Durante este periodo también surgieron escritores afrodescendientes que a través de sus escritos presentaron una realidad diferente de su condición social y humana en la comunidad latinoamericana.

Después de la primera guerra mundial, nació el movimiento Negrista, o Negroide con influencias, según eruditos, de los poetas y escritores del Caribe. Este tipo de literatura incluyó las experiencias, el lenguaje y símbolos de la comunidad afrolatina. Algunas de sus características son: la profunda nostalgia hacia el África, los mitos, costumbres, y tradiciones de los afrolatinos. Expertos atribuyen a Ildefonso Pereda Valdés, escritor uruguayo, como el iniciador del movimiento literario Negrista, cuyas poesías contribuyeron al nacimiento de la literatura afrocubana. 

El poeta Pablo Neruda nos muestra en su obra, Bailando con los negros, el estilo de esta corriente literaria:

 

Negros del continente, al Nuevo Mundo

habéis dado la sal que le faltaba:

sin negros no respiran los tambores

y sin negros no suenan las guitarras.

Inmóvil era nuestra verde América

hasta que se movió como una palma

cuando nació de una pareja negra

el baile de la sangre y de la gracia.

 

En el presente siglo una nueva corriente se abre camino en el mundo literario latinoamericano, Quince Duncan la denomina Afrorealismo. Según el escritor costarricense, esta nueva dimensión literaria se desvía del main stream latinoamericano, es totalmente diferente a la literatura Negrista, la corriente de Negritude y no forma parte del realismo mágico. Duncan define el afrorealismo como “una nueva expresión, que realiza una subversión africanizante del idioma, recurriendo a referentes míticos inéditos o hasta ahora marginales, tales como el Muntu, el Samanfo, el Ebeyiye, la reivindicación de las deidades como Yemaya, y a la incorporación de elementos del inglés criollo costeño.”   Algunas características de esta nueva corriente literaria, según Duncan, son la restitución de la voz afrolatina con uso de términos afro céntricos, reivindicación de la memoria simbólica africana, reafirmación del concepto de comunidad ancestral, la búsqueda y proclamación de la identidad afro, entre otras. 

No hay duda de que se ha iniciado una nueva era literaria para la comunidad latina en general y la comunidad afrolatina, en particular. Esta nueva corriente literaria, el afrorealismo, nos permite, a los afrodescendientes, compartir la literatura a nivel nacional e internacional, con voz propia y desde nuestra experiencia. También nos da la posibilidad de remover la máscara y las cadenas del estereotipo burlesco y peyorativo impuestas por las clases dominantes, a nuestros ancestros africanos y a los afrodescendientes. 

Para concluir, el verdadero problema no radica en el que se nos llame “negro”, o “negra”, el verdadero problema radica en el estigma histórico que la palabra “negro” o “negra” aun conlleva en nuestras sociedades. Mientras no se eliminan los patrones filosóficos y religiosos impuestas sobre nosotros en el siglo pasado, mientras no se reconoce en Latinoamérica, de manera positiva, la presencia africana, los afrodescendientes, y su contribución al desarrollo social, económico, y político,  llamarnos “negro” o “negra” continuará para nosotros teniendo las mismas características propuestas por filósofos de los siglos XV, XVI, XVII, y teologías discriminatorias impuesta por la iglesia, características como “horribles,” “inferiores,” “inmorales,” “de apariencia animal,” o sin “alma”. 

Entendemos que no podemos ni debemos esperar que otros hagan cambios por nosotros, estamos cocientes de la importancia de nuestra participación en todos los medios políticos, sociales y económicos ya que solo de esta manera podremos salir de la sombra que nos ha mantenido oculta durante todos estos años.  Es imperativo que los afrodescendientes incursionemos en la literatura produciendo poemarios y novelas literarias que resalten nuestra verdadera identidad y nos conduzcan a ocupar un lugar digno en nuestras sociedades.  Exhorto a los afrodescendientes de toda Latino América a unirse a este fuerzo humano y social para que juntos podamos lograr los cambios necesarios en nuestras sociedades y ubicar nuestra raza en lugares de prestigio y reconocimiento en Latinoamérica y los Estados Unidos.    


  


Orlando J. Addison es hondureño por nacimiento y ciudadano estadounidense; sacerdote episcopal, Vicario de la Iglesia Santa Fe en Port St. Lucie, Florida y egresado de la Universidad Autónoma de Honduras del área de Ciencias Sociales.  Es autor de varios libros, entre ellos la novela Happy Land, que relata la tragedia de hondureños del club social en el Bronx, NY; La Noche tuvo miedo, su primera colección de poesía bilingüe traducida al Inglés por la poeta Jane Roberts; la novela Ernesto Gamboa, ganadora del Premio Internacional del Libro Latino en la categoría de Mejor Enfoque Latino; y su reciente poemario bilingüe, Canto Afrolatino la que contó con la colaboración de la Lic. Lexy Medina de Baide. Addison ha publicado artículos sobre la comunidad afrolatina y su presencia en la literatura en el Nuevo Herald de Miami, La Red 21 de Uruguay  y otros periódicos hispanos en los Estados Unidos y América Latina. Addison trabaja en la edición al inglés de su novela Ernesto Gamboa. Su objetivo es cambiar la imagen negativa de los afrodescendientes en la literatura hondureña y Latinoamericana. Addison es padre de dos hijos, Nicole y Steven Addison.