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Juan Rulfo | Pedro Cueto

LA MIRADA ALUCINADA DE JUAN RULFO EN PEDRO PÁRAMO
Por Pedro García Cueto


Los fragmentos que integran la primera trama constituyen una plática en la tumba entre Juan Preciado y Dorotea. A veces los hechos se cuentan por sí mismos o están como grabados en las paredes o son reproducidos por los ecos. El diálogo evoca diversos niveles temporales: un pasado inmediato (desde la llegada de Juan a Comala hasta su muerte) y un pasado remoto evocado por Eduviges, Damiana y los ecos. Para el lector avisado esta discontinuidad temporal no es más que aparente.
    La cronología histórica de la primera trama dura tres días claramente indicados por el autor en la novela. Juan Preciado, una semana después de la muerte de su madre, llega a Comala en busca de su padre un tal Pedro Páramo. Es el mes de agosto, muchos años después de la muerte del cacique. Siguiendo el consejo de Abundio, el arriero, Juan se dirige a la casa de Eduviges Dyada donde pasa la primera noche. Al día siguiente, se entretiene con Damiana Cisneros que le habla de los ecos que inundan el pueblo. Al atardecer del segundo día, llega a la casa de los hermanos incestuosos. Permanece un día con ellos. Al día siguiente, Juan decide regresar a su pueblo pero, siendo ya tarde, la mujer le convence que se vaya a la madrugada. Durante esa noche Juan muere sofocado por los ecos de que le hablaba Damiana. Dorotea y Donis lo entierran. En el acto de enterrarlo, muere asimismo Dorotea, la cual es enterrada encima de Juan. Poco después, comienzan a platicar como dijimos. Los acontecimientos a que se refieren Damiana, Dorotea y Eduviges evocan hechos todavía más remotos que son recogidos por la segunda trama.
    Esta segunda trama cuenta la vida de Pedro Páramo: su niñez, su juventud, su vertiginoso ascenso al cacicazgo de la comarca y su muerte apuñalado por su hijo Abundio. A diferencia de la primera trama en que se carece de referencias históricas que puedan orientar al lector, aquí hay dos hechos que pueden encaminarlo: la Revolución Mexicana y la guerra de los cristeros. Bartolomé San Juan y su hija vuelven a la Media Luna poco después de estallar la Revolución, cuando ya «había gente levantada en armas». El padre Rentería se hace revolucionario, según indicios, en la fase constitucionalista. Se dice en la novela que Susana San Juan muere el 8 de diciembre, suponemos que entre los años 1911 y 1913. Pedro Páramo en un monólogo afirma que ha esperado 30 años el regreso de Susana, lo cual nos hace suponer que ella salió de Comala hacia 1880. Dorotea le dice a Juan que «cuando (a Pedro Páramo) le faltaba poco para morir, vinieron las guerras esas de los cristeros». Ello nos permite concluir que Pedro Páramo muere hacia 1930 y que el tiempo real de la segunda trama transcurre entre 1880 y 1930.
    Como regla general, Rulfo desprecia el tiempo objetivo; diríase que intenta desorientar al lector a sabiendas. Para ello se sirve de la técnica contrapuntística yuxtaponiendo diferentes niveles temporales; otras veces condensa el tiempo o lo paraliza o lo proyecta sobre la eternidad. A veces recurre al tiempo interior de los recuerdos en un completo olvido (pensamos que premeditado) de la cronología tradicional. Algunos ejemplos: para Pedro Páramo, todo su mundo gira en torno a los recuerdos de su amor nunca logrado por Susana San Juan, recuerdos infantiles y de adolescencia desde que se fue de Comala. Pasa 30 años pensando en ella, en la frase que dijo al irse: «Lo (Comala) quiero por ti». Muerta Susana, la vida, el cacicazgo, Comala pierden sentido para él: «se pasa el resto de sus años aplastado en el equipal mirando el camino por donde se la habían llevado al camposanto». Desaparecida ella, Pedro Páramo se recluye en su mundo interior, sin preocuparle la vida real de Comala. Rulfo, en cierto sentido, ha logrado detener el tiempo, enfatizando dos momentos: la despedida de Comala («lo quiero por ti»), y la despedida de Susana de la vida hacia el cementerio. Lo mismo ocurre a Susana San Juan: se encierra en sí misma, reviviendo en un solo instante de felicidad al lado de su marido Florencio, el momento en que se bañaron en el mar durante la luna de miel. Lo demás, lo exterior, ni lo siente, ni lo vive, ni le interesa. Esta misma misión desmitificadora del tiempo, la tienen los ecos. El pasado se proyecta en el presente como si estuviera escrito en las paredes. Cuando Juan Preciado se acuesta en la habitación trasera de la fonda de Eduviges, no logra conciliar el sueño porque oye rumores como si estuvieran «untados a las paredes». Damiana Cisneros le dice que «será algún eco que está encerrado aquí» y que en aquel cuarto habían ahorcado a Toribio Aldrete. Esta es la explicación según Eduviges, que queda confirmada en el párrafo siguiente en que vemos a Fulgor Sedaño y sus hombres ahorcando a Toribio. El pasado se intercala en el presente, pues como dice Damiana: «Este pueblo está lleno de ecos tal que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras». Así pasado, presente y futuro se proyectan en el mismo plano y tienden a complementarse. Cuando Pedro Páramo es niño vive en casa de la abuela; en un monólogo interior habla de Susana San Juan como si ya estuviera en el cielo: «Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras». Esta reflexión no puede ser hecha por un niño de diez o doce años cuando todavía Susana no se ha ido de Comala. Es el comentario de un hombre maduro que evoca el recuerdo de Susana después de muerta.
    
Rulfo trastrueca los acontecimientos, fragmenta la cronología, crea un caos temporal con la intención de enredar al lector en una maraña de superposición de tiempos. Por ejemplo, Juan Preciado llega a Comala en el tercer fragmento de la novela, pero se despide del arriero, que le ha servido de guía, en el cuarto. El mismo Juan va a visitar a los hermanos incestuosos, Donis y su hermana. Durante la noche, dice que «por el techo abierto al cielo vi pasar parvadas de tordos... después salió la estrella de la tarde y más tarde la luna... la estrella de la tarde se había juntado a la luna». Al día siguiente, al despertarse, vuelve a ver la misma escena: «Como si hubiera retrocedido el tiempo, volví a ver la estrella junto a la luna, las nubes deshaciéndose, las parvadas de tordos y enseguida la tarde llena de luz». Este caos cronológico a veces coincide con un abrupto cambio de espacio y de personajes. En el fragmento 43, Bartolomé San Juan habla con su hija, Susana, y termina diciendo: «¿No lo sabías?» El fragmento siguiente comienza así: «¿Sabías?» El lector cree que se trata de la conversación entre el padre y la hija. No es así, pues los nuevos interlocutores son Fulgor Sedaño y Pedro Páramo.
    Volvemos pues a nuestro punto de partida: sólo una lectura cuidadosa permitirá al lector advertir estos saltos en el tiempo y en el espacio y darse cuenta de los nexos entre las dos tramas. La primera, como se dijo, introduce la historia, los personajes, los temas. La segunda trama sirve de contrapunto, de apoyo, confirmación o contradicción, de la primera. Nos da una nueva perspectiva de un mismo hecho, si bien los dos hilos narrativos son independientes. La conexión suele ser un personaje, un tema, la estructura misma.
    En los primeros cinco fragmentos de la novela, se cuenta la llegada de Juan Preciado a Comala en busca de su padre, Pedro Páramo. Siguen tres fragmentos (los fragmentos 6, 7 y 8) en que se describen escenas de la niñez del cacique. Es pues evidente que aquí el nexo entre las dos tramas es Pedro Páramo. En la yuxtaposición de las dos Comalas (la infernal del presente y la paradisíaca del pasado) el nexo es temático (Comala), y estructural: en ambas visiones se trata de una evocación contada por distintos personajes: Juan Preciado recuerda a su madre y Páramo a Susana San Juan; en ambas también interviene una voz ajena, en la primera, la de Dolores, en la segunda, la de Pedro Páramo adulto.
    Con Eduviges Dyada regresamos a la primera trama (fragmento 9). Dyada cuenta las tribulaciones de que es víctima Dolores Preciado como esposa de Pedro Páramo. Humillada y despojada de sus tierras se ve forzada a huir de Comala con su hijo Juan. El fragmento diez sirve de contrapunto al nueve: se cuenta la salida de Susana San Juan con su padre. De este modo Rulfo contrapone dos salidas de Comala que tanta significación van a tener para Pedro Páramo: la huida de Dolores deja al cacique en posesión de las tierras de la Media Luna que serán la base de su poder en la comarca. Las consecuencias de la salida de Susana San Juan serán más trágicas: Páramo se sumirá en la tristeza, la amargura y el rencor contra todo y contra todos.
    El fragmento once retrotrae al lector a la primera trama en que Eduviges cuenta la muerte de Miguel, hijo de Pedro Páramo. En el doce, se describe la muerte del padre de Pedro Páramo. Estas dos muertes se identificarán con más detalles en el fragmento 38. De nuevo, Rulfo usa un nexo temático para enlazar las dos tramas: la muerte. En los fragmentos 13-16, se sigue contando la muerte de Miguel Páramo aunque ahora en forma dramática. La narradora ya no es Eduviges. La muerte de Miguel volverá a presentarse en la segunda trama más adelante (fragmentos 36 y 38), pero desde otro enfoque con nuevos detalles.
De los fragmentos 17 y 18 que refieren la muerte de Toribio Aldrete ya se habló al mencionar a los ecos grabados en las paredes. Los fragmentos 19-23, integrados en la segunda trama, narran la llegada al poder de Pedro Páramo: el principal actor es Fulgor Serrano que arregla la boda con Dolores Preciado y «tranquiliza» a los vecinos acreedores de los Páramo, entre ellos Toribio que es ahorcado. Aquí Toribio, personaje secundario, que apenas actúa o habla, es bisagra estructural entre la primera trama (fragmentos 17-18) y la segunda (fragmentos 19-23).
    En el fragmento 24 regresamos al diálogo entre Damiana Cisneros y Juan Preciado (primera trama). Damiana describe el pasado inmediato del pueblo; poco a poco, en los tres fragmentos siguientes, la voz de Damiana es ahogada por los ecos que repiten escenas vividas en un pasado lejano. Al final Damiana desaparece y Juan queda a merced de los murmullos. Desorientado por tantos ruidos se pierde y llega como por casualidad a la casa de Donis y de su hermana, los únicos personajes vivos que encuentra en Comala y con los cuales permanece casi dos días (fragmentos 29-34). Esta transición del mundo fantasma al mundo de la realidad no dura mucho. En el fragmento 32, Juan oye la voz de su madre con la cual empieza a dialogar y en el fragmento 34 muere sofocado por los murmullos; en el 35 Juan dialoga en la tumba con Dorotea, un personaje todavía no introducido que sin embargo va a servir de conexión con la segunda trama, a que nos envía el autor en el fragmento 36. En él se cuenta la vida disoluta de Miguel Páramo y es precisamente Dorotea «la cuarraca» quien contribuye a este desenfreno, procurándole muchachas a cambio de la comida. Dorotea, una alcahueta, una mujer simple y pobre, no es personaje principal, pero, como en el caso de Toribio Aldrete en los fragmentos 19-23, es enlace que permite a Rulfo el salto de una trama a la otra.
    No muy lejos de la tumba de Juan y Dorotea yace enterrada Susana San Juan, cuya voz oímos. Cuenta su niñez, el velorio y la muerte de su madre. Dorotea explica a Juan quién es Susana y la importancia que tuvo en la vida de Pedro Páramo. La mayoría de los fragmentos que siguen se integran en la segunda trama y sirven de fondo a la historia de un amor nunca correspondido entre Pedro Páramo y Susana San Juan.
    En el fragmento 42, Fulgor Sedaño anuncia la llegada de los San Juan (padre e hija) a Comala; en cambio en el 43 el lector les oye platicar de sus proyectos de regreso a la Media Luna. En orden cronológico tradicional el fragmento 43 debiera preceder al 42, pero Rulfo prefiere ser fiel a su técnica inversora del tiempo, lo mismo que hizo al contar la historia de Toribio y la despedida de Abundio.

    Los siguientes fragmentos (44-49) cuentan la locura de Susana, la muerte «accidental» de su padre por orden de Páramo, la llegada de los primeros revolucionarios que se hace sentir por el asesinato de Fulgor Sedaño. Pedro Páramo ya «viejo y abrumado» se dirige al lecho donde Susana, «la criatura más querida por él sobre la tierra» (fragmento 49), se desvela «maltratada por dentro». Este mundo de los recuerdos de Susana nos reintegra a la primera trama.
El fragmento 50 es un monólogo interior de Susana: su amor por Florencio, sus baños en el mar, sus deseos de purificación por el agua. El 53 reproduce el mismo tema pero contado por Dorotea a Juan en la tumba; en la segunda mitad del 54 volvemos a Pedro Páramo «fija la vista en Susana» queriendo penetrar en su mundo interior, «una de las cosas que Pedro Páramo nunca llegó a saber».
    En los fragmentos 51, 52, 64 y parte del 55, Pedro Páramo intenta ganarse la revolución y los revolucionarios. Lo consigue sólo en parte pues la llegada de nuevos grupos —villistas y carrancistas— destruye sus planes. Incluso el mismo capellán de la Media Luna, el padre Rentería, se hace revolucionario. Estos hechos históricos no podían ser ignorados en la novela: ofrecen al lector una nueva perspectiva del cacique para el cual todo es negociable con dinero, incluso la revolución.
    Los fragmentos 55-63 giran en torno a un solo tema: agonía y muerte de Susana San Juan (fragmento 62), con excepción de los fragmentos 55-56 en que se habla del fracaso del Tilcuate encargado por Páramo de eliminar al jefe de los revolucionarios; este fracaso hace que Gerardo Trujillo, abogado de los Páramo, quiera irse de Comala. Luego cambia de idea al no verse recompensado después de tantos años de encubridor de crímenes y violaciones.
En el fragmento 57 Pedro Páramo busca a una mujer para pasar la noche, «un puñadito de carne» para convertirla en la carne de Susana San Juan, «una mujer que no era de este mundo».
    La muerte de Susana es vista por distintos personajes y desde distintas perspectivas: junto al lecho de la moribunda, el padre Rentería se esfuerza por arrancarle un atisbo de arrepentimiento para poder administrarle la extrema unción. Detrás de él aguardan Pedro Páramo y el doctor Valencia. Justina, la sirvienta desde que Susana era niña, llora despiadadamente. Desde la calle, dos mujeres del pueblo comentan a su modo qué pueda estar ocurriendo detrás de aquella ventana «donde siempre ha estado prendida la luz».
    El fragmento 63 describe la reacción de los habitantes de Comala a la muerte de Susana. Mientras las campanas repican día y noche hasta romperse, unos se entregan al jolgorio, otro caminaban descalzos, otros se emborrachaban y jugaban loterías. Pedro Páramo «juró vengarse de Comala: Me cruzaré los brazos y Comala se morirá de hambre. Y así lo hizo».
    En los fragmentos 65-67, Pedro Páramo, «olvidado del sueño y del tiempo», espera el regreso de Susana. Lo que le llega es la muerte por el brazo armado de su propio hijo Abundio. Herido de muerte «se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras».
De este estudio de los fragmentos, se ve claramente que la novela no está dividida en dos partes, como algunos críticos habían sospechado; tampoco se trata de una serie de fragmentos entrelazados sin orden aparente alguno. En efecto, se trata de dos tramas distintas que abarcan dos niveles temporales, un pasado inmediato y un pasado remoto. Cualquier brinco o salto que se hace de una trama a la otra se hace por una razón. La desorganización es superficial.
    La estructura puede explicarse mejor con referencia a la técnica pictórica del cubismo. El cubista presenta varias perspectivas y dimensiones en un mismo plano. Se pueden ver diferentes ángulos a la vez. Se presenta una totalidad, una suma de impresiones en un mismo plano; se quiebran la progresión y la perspectiva tradicionales. Hay un sólo momento «eterno» en que ocurre todo. Pedro Páramo puede decirse una novela «cubista» cuyo tema es Comala. Cada fragmento es un ángulo de visión. Hay núcleos narrativos que se destacan —la vida y la muerte de Miguel Páramo, la historia del padre Rentería, etc.— como los diferentes núcleos representativos en un cuadro. La perspectiva es la de la eternidad desde donde todos los niveles temporales se reducen a un mismo plano. El escritor no puede presentar todo a la vez como el pintor lo puede hacer en su cuadro; por eso, Rulfo recurre a la técnica de yuxtaposición y contrastes que rompen la progresión temporal. Los nexos que entrelazan las tramas y los niveles temporales, consisten mayormente en personajes y temas. Esto nos permite ver a la vez varias perspectivas de Comala. A veces, un nivel se superpone a otro. Damiana le explica a Juan «Y en días de aire, se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí como tú ves no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no, ¿de dónde saldrían esas hojas?». El pasado se ve proyectado en el presente como si existiese simultáneamente con él. El cubismo, al rechazar el concepto tradicional de la perspectiva, crea el multiperspectivismo. Rulfo, al rechazar la cronología tradicional, insiste en la atemporalidad y en la superposición de planos temporales. Pretende con ello demostrar, así lo creemos, que la cronología ininterrumpida, no es la mejor técnica para describir la vida humana. Aunque paradójico, podemos afirmar que Pedro Páramo es una novela visceralmente preocupada por el tiempo.
    Resumiendo diremos que la estructura de la novela consta de dos tramas que abarcan dos niveles temporales, por lo menos: el diálogo de Juan con Dorotea (pasado reciente) y la biografía del cacique de la Media Luna, Pedro Páramo (pasado remoto). La segunda trama sirve de complemento a la primera. No hay saltos inconexos, sino continuidad aunque a dos niveles. Los hechos están perfectamente organizados y equilibrados aunque haya rupturas temporales o espaciales. La originalidad de la novela no la constituyen los temas (amor, codicia, muerte violencia, depravación...); lo original está en la presentación de los mismos.
    Si se ha dicho de Los de Abajo que es un friso horizontal y continuo de la Revolución mexicana, podría decirse de Pedro Páramo que es un tapiz en relieve con motivos que se repiten hasta la saciedad o, si se quiere, un cuadro cubista con múltiples perspectivas de la vida en Comala durante el cacicazgo de Pedro Páramo, un rencor vivo precisamente porque él, que todo lo tenía a pedir de boca, nunca pudo conseguir lo único que realmente le importaba: el amor de Susana San Juan.