Luis Benítez

VICENTE HUIDOBRO EN BUENOS AIRES

Luis Benítez

 

El reinado de la literatura terminó. El siglo veinte verá nacer el reinado de la poesía en el verdadero sentido de la palabra, 
es decir, en el de creación, como la llamaron los griegos, aunque jamás lograron realizar su definición.

V. Huidobro, revista Musa Joven, Santiago de Chile


En nuestros desengañados tiempos, el primer cuarto del siglo XXI, va siendo difícil acercarnos intelectual y emocionalmente a la comprensión de la energía, los principios y las metas que animaban a las vanguardias propias de la centuria pasada, en la época anterior a la posmodernidad.

Incluso resulta complejo entendernos a la hora de admitir y consensuar, en un sentido general, una definición básica, muy básica, de lo que era entonces una “vanguardia”. Con la desmedida sorna que singulariza a nuestra visión actual, hasta se puede motejar de excesivamente castrense al término, dejando de lado el hecho de que, efectivamente, en aquellas décadas el conflicto entre lo que se resistía a retirarse y lo que se afanaba por terminar de ocupar el primer plano estético tenía, sí, muchas similitudes con una guerra o, al menos, con una guerrilla.

Solo que también en esa porción del siglo XX, como en las contiendas estéticas anteriores -fuesen conscientes de ello o no sus gestores, subrayaran o no esta característica- no se trataba exclusivamente de modificar el gusto literario del momento, sino de transformar la misma imago mundi que hasta esa ruptura había regido las consciencias y las imaginaciones en la fase pretérita. Lo esboza muy bien en su tracto final la obligada mención a una definición de vanguardia propuesta por Saúl Yurkiévich (1931-2005): “La vanguardia instaura la ruptura de la tradición y la tradición de la ruptura. Surge íntimamente ligada a la noción de crisis generalizada, de corte radical con el pasado, de gran colapso. Aparece consubstanciada con la necesidad de cambio e impone al arte una transformación continua. Promueve una renovación profunda de las concepciones, las conductas y las realizaciones artísticas concorde con aquella que se opera en el orden tecnológico, revolución instrumental que tiene por correlato una revolución mental.[1]

              No por casualidad el subtítulo que precede a este primer párrafo que acabamos de citar es: “Revolución tecnológica, revolución mental, revolución literaria”: implica que los alcances del fenómeno que muestra sus aristas en el terreno del arte literario no surgen de la nada sino que, como todo suceso conmocionante de esa esfera, es parte de un suceso mayor, que afecta muchas otras áreas de lo que genéricamente denominamos como la cultura en su tan difundida acepción sociológica, la de la suma de todas las actividades humanas. Aquello que la refranería popular alude como “el asunto del huevo y la gallina”, esto es, en nuestro caso, qué se manifiesta primero, el conflicto anticipador de necesidad de cambio en el campo de lo tecnológico, en el conjunto de lo mental o en la fértil planicie del arte y la literatura, es parte de otra discusión aquí improcedente.

Nos afincamos en un aspecto de la cuestión que nos interesa relevar: el hecho de que la vanguardia literaria, su eclosión en la cultura, acompañaba y manifestaba otras necesidades de transformación vital y de ello desprendemos un aspecto que entendemos significativo y muy propio de su misma constitución; esto es, que dichas vanguardias entendían que el cambio estético implicaba forzosamente no solo un cambio en el modo de ver el mundo, sino también de actuar en él.

Se podrá objetar fácilmente que esto último nos conduce al hoy añejo concepto de la vida inseparable de la letra, premisa romántica si las hay, pero acaso: ¿no son en mayor o en menor medida, las vanguardias del siglo XX, hijas belicosas del revolucionario romanticismo de la centuria anterior? ¿No está implícito el mismo criterio en la célebre premisa de Charles Baudelaire (1821-1867), precisamente el padre de la poesía moderna, y a la que tanto apelaron posteriormente aquellos destacados vanguardistas de los años  ’20, los surrealistas? Aquella que refiere: “— Certes, je sortirai, quant à moi, satisfait / D’un monde où l’action n’est pas la sœur du rêve (Por lo que hace a mí, satisfecho / abandonaré un mundo donde la acción no es hermana del sueño)”. [2] Y de igual manera, esta obsesión por llevar al mundo de la acción las premisas “del sueño” es algo que está medularmente presente en la vida y la obra de Arthur Rimbaud (1854-1891), quizá el caso más extremo de todos los tiempos. 

              Tan característica es esta meta de las vanguardias, que en mayor o menor medida ha estado invariablemente presente en cada una de ellas y no podemos concebirlas ni entenderlas adecuadamente sin admitir esta particularidad. Singularidad que llevó a los miembros de algunas de las vanguardias del siglo pasado no solo a escandalizar a los colegas de  su tiempo, sino también al hombre común que era su contemporáneo (un muy señalado ejemplo: los dadaístas), así como a querer cambiar las cosas por otras vías que las literarias y a escala general (con la adhesión, por ejemplo, del surrealismo francés al Partido Comunista en los ’30).

Siempre desde el escepticismo que nos impuso nuestro tiempo, de todas maneras haríamos muy mal en motejar de ilusorio y hasta de pueril (esto último, por parte de los desengañados más fundamentalistas), ese deseo general de las vanguardias por “transformar el arte y cambiar la vida” y tal negación nos llevaría no solo a no poder comprender íntimamente el sentido mismo que animaba a sus propulsores, sino a negar que la asunción de un compromiso con sus ideales de tan abarcadora proporción cobraba en ellos una dimensión que no podemos menos que aceptar –esto, con algún prurito, porque así somos- como admirable.

Vale la pena subrayar aquí y al respecto que ese compromiso asumido por las vanguardias –valgan los nombres y los ejemplos antes referidos- implicaba en no pocos casos una entrega absoluta a esa transformación del arte, la literatura y la vida misma, a punto tal que (y esto sí que se encuentra definitivamente relacionado con el héroe romántico, mas no en la ficción) los hombres y mujeres que animaban esas vanguardias no dudaron, repetidamente, en sacrificar familia, fortuna, posición, ventajas y posibilidades materiales y simbólicas y hasta sus mismas existencias en aras de una coherencia con sus principios que hoy nos resulta completamente fuera de la posible. Lo pragmático de nuestro tiempo nos impide contemplar un proceder de esas características siquiera como una opción hoy imaginable.

 

Vicente Huidobro, el hombre que renombró todas las cosas

             Hecho este paneo general, a más de un siglo del nacimiento del creacionismo  ubicaremos en su tiempo y en el panorama de las vanguardias a nuestro héroe, Vicente García Huidobro Fernández (1893-1948), a los 23 años ya un creacionista avant la lettre. Pero no solo nos referiremos a estos aspectos, sino que tomaremos un fragmento de su biografía como ejemplo de cómo el gran poeta chileno, desde su primera juventud, no dudaba en arriesgarlo todo, desafiar las convenciones de su época y defender las premisas de su concepción del mundo y del arte literario sin que le importaran las consecuencias: todo un ejemplo de coherencia en alguien que tenía mucho que perder a cada paso por sostener sus convicciones.

Nacido en el seno de una familia de muy elevada posición y dotado de un capital social y económico destacado, Huidobro vivió siempre en constante contradicción y pugna contra el estrecho marco a que procuraba ceñirlo su mismo origen. Comenzada la segunda década del siglo XX, su actividad literaria y contestataria ya le habían deparado sus buenos encontronazos no solo con su familia sino con la esfera general donde se desarrollaba: sirva como mero ejemplo el escándalo que suscitó la publicación de su volumen Pasando y Pasando. Crónicas y Comentarios [3], donde este ex alumno del Colegio San Ignacio, de Santiago de Chile y perteneciente a la Compañía de Jesús, desgranaba sus bien cargadas críticas sobre la orden fundada por San Ignacio de Loyola…

            Hasta entonces, Huidobro también había fundado y dirigido la revista “Musa Joven” y con otro grande de la poesía chilena, Pablo de Rokha (Carlos Ignacio Díaz Loyola, 1894-1968), la revista “Azul”, publicado el poemario Ecos del alma (1911) y dos años después La gruta del silencio y Canciones en la noche.

Casado en 1913 con Manuela Portales Bello y padre de dos hijos, protagonizó tres años más tarde un episodio que resultó escandaloso de un lado y otro de la Cordillera de los Andes, la que separa su país natal de la Argentina: ayudó denodadamente a que una joven de su misma edad lograra fugarse del convento santiaguino donde el furor de su esposo y de toda su familia la habían recluido desde meses antes.

            ¿Quién era esta dama por la que Huidobro lo arriesgó todo, en tan complicadas circunstancias? Pertenecía a su mismo círculo social, se llamaba María Teresa de las Mercedes Wilms Montt (1893-1921) y eran amigos desde la infancia. Casada en 1910 –contando apenas 17 años- con Gustavo Balmaceda Valdés, Teresa, quien sería luego una bien determinada feminista, debió sufrir todo tipo de humillaciones por parte de su consorte, quien no veía con buenos ojos sus aspiraciones poéticas ni que frecuentara los ambientes literarios de la época. La joven desarrolló una muy estrecha amistad con un primo de su esposo, Vicente Balmaceda Zañartu, lo que ocasionó que el furibundo cónyuge solicitara la actuación de la familia, constituida en tribunal.

La decisión fue atroz: recluirla en 1915, por adúltera y por tiempo indeterminado, en el Convento de la Preciosa Sangre, en el barrio Brasil de Santiago de Chile, separada de sus libros y de sus dos hijas, Silvia Luz y Elisa. Presa en una celda, obligada a rezos interminables, ocho meses permaneció la cautiva en tan sombría situación, mientras los ecos del escándalo de su supuesta infidelidad no terminaban de ser la comidilla de la capital chilena. Inclusive intentó suicidarse para acabar con su miseria, pero lo fallido de su intentona no hizo más que agravar su situación.

Con los medios que supo poner a su alcance, el joven Huidobro rescató a su amiga de la reclusión y juntos, una gélida noche de junio de 1916, huyeron hacia la libertad sobre los rieles del ferrocarril Transandino, que unía Santiago con Buenos Aires tras la friolera de casi cuarenta horas de viaje. En aquel vagón de primera clase no había lugar alguno para el cálculo de las previsibles consecuencias que podía acarrearles a ambos su temeraria fuga. Simplemente escapaban hacia la libertad representada por la Buenos Aires de entonces, pretendidamente cosmopolita y liberal, que gustaba de llamarse a sí misma “la Atenas del Plata” y se preciaba de tener un ambiente literario y artístico acorde al modelo europeo que signaba su arquitectura, sus costumbres y su manera de ver la vida.

En realidad, Buenos Aires era no solamente bastante conservadora en lo político –pese a que había ya reglamentado el voto “universal, secreto y obligatorio” años antes- sino que se gestaba en ella el descontento de las clases trabajadoras (fogoneado por la agitación anarquista, socialista y comunista) que no demorarían mucho más en  traducirse en hechos masivos y sangrientos. Adolecía de un marcado snobismo en lo cultural  y, en lo específicamente poético, el “buen gusto” marcaba una resistencia a admitir la decadencia inexorable del modernismo, imperante en Iberoamérica desde fines del siglo anterior. La muerte de su alma mater latinoamericano y embajador itinerante, Rubén Darío (Félix Rubén García Sarmiento, 1867-1916), en febrero de aquel mismo año, no fue obstáculo para que el desgastado movimiento siguiera siendo el fiel de la balanza en cuanto al canon oficial se refería.

Sin embargo, en el modélico Viejo Mundo ya se habían gestado vientos de cambios estéticos acordes con el desmoronamiento de los valores concebidos en el siglo XIX, barridos por los cañones, la metralla y el gas mostaza de lo que se llamaba entonces “la Guerra Europea”. El dadaísmo –cuyos escandalosos y revulsivos preceptos demorarían mucho más en llegar a estas tranquilas costas- ya estaba haciendo su labor, socavando todo lo anterior.

En la Buenos Aires de la época, alentados por el hispanismo derivado de la celebración del primer centenario de la nación en 1910, surgían, desaparecían y tornaban a nacer tertulias, gérmenes de instituciones y círculos literarios tendientes a solidificar los nexos latinoamericanos con la vida intelectual peninsular. Uno de ellos era el Ateneo Hispano-Argentino, inaugurado en Buenos Aires en 1912 por el abogado, periodista y político barcelonés Carlos Malagarriga-Munnet (1858-1936), con toda pompa y circunstancia. Asistieron al acto inaugural Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), el mismísimo Rubén Darío, el ministro local de Instrucción Pública, los catedráticos hispanistas Joaquín Víctor González (1863-1923) y Estanislao Severo Zeballos (1854-1923), entre muchas otras personalidades del ámbito cultural de aquel entonces. [4]

                La presencia en Buenos Aires de Huidobro y su bellísima amiga ya era la comidilla de los círculos intelectuales y artísticos porteños, lo que no era obstáculo para que fuesen bien invitados y recibidos en ellos; se rumoreaba que Huidobro, aunque casado y con hijos, la pretendía, pero por supuesto que eso bien lejos de los oídos del temperamental poeta chileno, que nunca y entonces tampoco, guardaba mayores ambages en cuanto a plantarse ante quien fuera.

Ambos, Teresa y Vicente, disfrutaban a pleno de la activa vida cultural de la gran ciudad y fundamentalmente, siendo como eran espíritus libres y abiertos al mundo, encontraban en ella el ambiente más propicio para elaborar sus obras y ampliar su pensamiento.

La hoguera intelectual que era Huidobro no demoraría en incendiar esa apacible escena y las llamaradas de su genio luego consumirían otros ámbitos, más propicios para comprender el dilatado alcance de sus propuestas estéticas; pero fue un gélido sábado 1ro. de julio de 1916, en el Ateneo Hispano-Argentino, cuando daría el inicial y definitivo paso para fundar el primer movimiento estético latinoamericano en reconfigurar las nociones que en materia de poesía se aceptaban hasta entonces. En esa fecha y lugar, invitado a dar una conferencia por José Ingenieros (Giuseppe Ingegnieri, 1877 - 1925), Vicente Huidobro le hablaría al mundo de lo que iría a llamarse posteriormente creacionismo, una nueva manera no solo de entender la poesía sino también la condición de lo humano y sus más dilatadas posibilidades.

"La primera condición del poeta es crear; la segunda, crear, y la tercera, crear": Las concepciones del joven y decidido poeta chileno sorprendieron, asombraron, apabullaron, entusiasmaron y también fueron recibidas por algunos como meras imposibilidades. El mismo autor que lo había invitado a explayarse en público sobre sus criterios innovadores en materia de poesía se mostró escéptico: el muy positivista Ingenieros, aunque era hombre de talento, en el curso del banquete ofrecido a Huidobro tras su disertación le espetó que era cosa imposible aquello de un poesía absolutamente inventada, aunque admitió que la argumentación al respecto había sido impecable, transparente y realizada sobre bases científicas.

            Al día siguiente, la prensa porteña se mofó con mayor o menor virulencia de lo planteado por Huidobro y se le atribuye a algún anónimo periodista argentino el haber motejado de “creacionista” al novísimo postulado, sin saber el asalariado escriba que acababa de darle nombre a una entidad, un movimiento y una expresión poética que renovaría el género. En la tradición literaria occidental, el creacionismo tiene hoy un sitial bien ganado entre los mayores hitos de la poesía del siglo XX y el nombre del Colón chileno que descubrió sus costas permanece entre los mejores recuerdos de lo que fueron las vanguardias del período, aquellas que no separaban la vida de las letras, tanto en lo público como en lo privado.

              Noventa días, solo noventa días permaneció Vicente Huidobro en Buenos Aires. Ya lo vimos: no necesitó muchos más.     



[1] Saúl Yurkiévich. Los Avatares de la Vanguardia. En: Revista Iberoamericana, Vol. XLVIII, Núm. 118-119, Enero-Junio 1982. University of Pittsburgh, EE.UU.

[2] Charles Baudelaire. CXLIII - Le Reniement de Saint Pierre. Les Fleurs du Mal, Gallimard, París, 1975.

[3] Imprenta y Encuadernación Chile, Santiago de Chile, 1914, 208 pp. La dedicatoria no puede menos que ser premonitoria: “A los que componen la entusiasta falanje de mi generación. Dedico este libro de paz y de guerra. V. G. H. F.” (SIC)

[4] Ver: Marcela García Sebastiani. Patriotas entre Naciones: Elites Emigrantes Españolas en Argentina. Editorial Universidad Complutense, Madrid, 2011, 409 pp.


   

Luis Benítez (Buenos Aires, Argentina, 1956). Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University; de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina (SEA) y de la Asociación de Poetas Argentinos (APOA). Sus 36 libros de poesía, ensayo y novela fueron publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay. Entre otros reconocimientos nacionales e internacionales, ha recibido el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996);  el Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008).