NI LA BOCA ANDABA

De Héctor Perea *
(México D.F., México)


Furioso a rabiar por el pleito de ayer, lo iba a dejar flotando. Pero hubiera sido una crueldad, porque el agua de limón seguro que estaba ya medio amarga. Y la muerte de esa forma, trago a trago ... Así que corrió y se ocultó de la mirada cenital tras una concha. A la que dio una lamida para recuperar fuerzas y coraje. Atisbó a su alrededor. Nada, ni los ojos saltones ni la boca andaban cerca. Con la espalda bien pegada al pan se escurrió en redondo, poco a poco, hasta descubrir a lo lejos, en una esquina de la mesa, la torre cilíndrica y avidriada. De no haber sido por el frío, que comenzaba a hacer de piedra sus extremidades, hubiera trepado sobre un hielo de la limonada para alejarse del peligro. Al contrario, sin más remedio, siguió a flote en la marea tranquila y pegajosa, con el cuerpo estirado, las nalgas sobresalientes del líquido, bien dormidas. Descansaba la palma de las manos sobre la cara interior del vaso, con la mirada perdida más allá del muro translúcido que lo separaba de su vida cotidiana. De esa existencia vulgar que lo había hecho enfurecer de hartazgo, gritar, correr, volar y derrumbarse en el charco agridulce. ¿Cuánto más podría soportar ...? Y mientras tanto el otro, su amigo de siempre, aún debía superar un buen trecho de mesa para entonces, de llegar a tiempo, sin ser visto y con riesgo de su propia vida, trepar el vaso y salvarlo del próximo trago, que se hacía ya inminente ante lo pastoso de una lasagna que no terminaba de resbalar por la tronera mayor del enano.

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15 de enero de 2006

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