Las palabras y los gatos

Por Fernando Sorrentino *
(BB.AA. Argentina. OM)

Vocablos inofensivos y diéresis despreciadas

Americo Castro

En la página 104 de su hilarante libro La peculiaridad lingüística rioplatense y su sentido histórico 1 (Madrid, Taurus, colección Persiles, "segunda edición muy renovada", 1961), 2 don Américo Castro previene:


Quien va al Uruguay o a la Argentina aprende luego a no usar la palabra coger. [...]. Esto es, por otra parte, muy explicable, dado que coger, en la Argentina, asume con exclusividad un sentido obsceno.

En rigor, depende del contexto. Es cierto que, en su empleo vulgar, el vocablo significa copular. Sin embargo -y es sólo un ejemplo-, cuando yo, en clase, explico el bello soneto de Garcilaso "En tanto que de rosa y azucena" y llego al primer terceto ("coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto"), ni los alumnos estallan en carcajadas ni nadie se siente incómodo, pues todos entendemos que se está hablando del carpe diem y no de sicalipsis.

En la página 105 nos topamos con otro hallazgo:


Algo semejante acontece al inofensivo vocablo concha.

Yo diría que ningún vocablo, por sí solo, puede ser inofensivo ni ofensivo. Su acepción es el resultado del acuerdo tácito entre los hablantes de una comunidad lingüística cualquiera. Si, para nosotros, esa palabra "inofensiva" significa el órgano sexual femenino, razonablemente tendremos cuidado de no utilizarla en determinadas circunstancias, y esto es lógico, no tiene nada de malo ni de extraño y, mutatis mutandis, sucede en todas partes del mundo.

El casamiento de Laucha

Lauchas versus ratones

Por otra parte, si bien conocemos al ratón Mickey y al ratón Jerry, sabemos que son meros monigotes de historietas. Si alguna de esas espeluznantes alimañas apareciera (¡Dios no lo permita!) en nuestra casa, nos mesaríamos los cabellos con desesperación y, ya al borde del suicidio y rasgándonos las vestiduras, gritaríamos: "¡Hay una laucha en la cocina! ¡Una laucha! ¿Qué mal hemos hecho para merecer este castigo?", pues no hay fuerza en el mundo capaz de lograr que -en el habla cotidiana- los argentinos llamemos ratón a la laucha 3. Debido a estas razones, la breve novelita picaresca (1906) de Roberto J. Payró se titula El casamiento de Laucha:

El nombre de Laucha -apodo y no apellido- le sentaba a las mil maravillas.

Era pequeñito, delgado, receloso, móvil; la boca parecía un hociquillo orlado de poco y rígido bigote; los ojos negros, como cuentas de azabache, algo saltones, sin blanco casi, añadían a la semejanza, completada por la cara angostita, la frente fugitiva y estrecha, el cabello descolorido, arratonado ...

Establecido por qué, en el río de la Plata, diríamos, o no diríamos, coger y ratón, parece oportuno relatar la siguiente anécdota.

La gata española y el gato argentino

El hecho de que hubiera nacido en la misma ciudad que don Luis de Góngora ya me predispuso en favor de Isabel Campillo Díez, a quien el azar me llevó a conocer en la Córdoba española. Además, sus aficiones literarias, su simpatía y, sobre todo, su belleza morena me llevaron a colocarla en un lugar de honor en el reducido círculo de personas que estimo.

Cuando, a su vez, Isabel me visitó en Buenos Aires, no tuve ningún inconveniente en que, mientras yo le mostraba algunas curiosidades de la ciudad, dejase en mi casa a Mili, su gata siamesa, la que, sin duda, haría buenas migas con mi siamés Osiris.

Así, pues, quedaron ambos gatos en la casa; cerramos la puerta con llave y nos fuimos Isabel y yo a vagar por esas calles de Buenos Aires.

Tiempo más tarde supe qué había ocurrido entre Osiris y Mili.

Apenas vio a Mili tan bonita y apetecible, Osiris se forjó cierto propósito non sancto.

Ambos gatos eran jóvenes, bellos y juguetones, y, al principio, se dedicaron a retozar libremente por la casa.


-¿Qué te parece si comemos algo? -sugirió Osiris-. En un platito, al pie de la heladera, mi amo ha dejado nuestra comida.
-De acuerdo -respondió Mili-, pero no se dice heladera: se dice nevera.
Luego dijo Osiris:
-¿Qué te parece si, por el balcón, curioseamos qué pasa en la vereda?
-De acuerdo -respondió Mili-, pero no se dice vereda: se dice acera.
-Muy bien, y luego vayamos a corretear a la terraza.
-De acuerdo, pero no se dice terraza: se dice azotea.
Y, ya que estamos, ¿qué te parece si cogemos un ratón?
-¡Maravilloso! -contestó Osiris-, pero no se dice ratón: se dice ratito.

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Notas:

* Fernando Sorrentino (Argentina, 1942). Es autor de los libros de cuentos, La regresión zoológica (1969), Imperios y servidumbres (1972), El mejor de los mundos posibles (1976), En defensa propia (1982), El remedio para el rey ciego (1984) y El rigor de las desdichas (1994); relatos, Costumbres de los muertos (1996) y una novela Sanitarios centenarios (1979). Son notables sus múltiples publicaciones libros para niños. Es también autor de dos libros de entrevistas, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974) y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (1992). Asimismo suele publicar ensayos sobre literatura argentina para diferentes medios. Su literatura es una curiosa mezcla de fantasía y humor que discurre en un marco a veces grotesco, pero siempre verosímil.
1. Como se sabe, la obra, cuya primera edición data de 1941 (Buenos Aires, Losada), fue objeto de una demoledora reseña que, firmada por Borges, apareció en la revista Sur en noviembre de ese año. Más tarde fue incluida en Otras inquisiciones (1952) con el título de "Las alarmas del doctor Américo Castro".
2. En realidad, las grafías lingüística e histórico responden a un acto mío de caridad cristiana, pues en la portada del libro se lee LINGUISTICA e HISTORICO, debido a la difundida superstición de que las mayúsculas pueden (o, peor aún, deben) escribirse sin tilde.
Cuando yo estaba en el primer grado de la escuela elemental, la señorita (todas las maestras argentinas, aunque sean tatarabuelas y tengan la edad de Matusalén, son llamadas señoritas), la señorita Francisca nos enseñó que, si queríamos escribir el nombre de cierta ave palmípeda que abunda en nuestra costa meridional, debíamos colocar una diéresis sobre la u, para que esta veleidosa letra no permaneciera muda; desde entonces tuve buen cuidado de seguir su consejo, y escribir pingüino y no pinguino. Sin embargo, no bastaron todas las fuerzas de la Editorial Taurus para utilizar ni siquiera una sola vez la diéresis tan temida: con plausible fidelidad al error, figuran (en orden de aparición y muchísimas veces) linguístico, linguísticas, linguística, linguísticamente, linguísticos y linguista. Como esto ocurrió hacia 1960, y aún faltaban doce años para que don Américo falleciera, me pregunto si estas grafías habrán gozado de su aprobación.
3. No obstante, ignoro cuál sería la preferencia léxica en el siglo XIX. Por ejemplo, en el Martín Fierro (1872-1879) no se habla de laucha ni de lauchas, pero aparece dos veces ratón ("Ni envidia tengo al ratón", I, III, 384; "hacé las que hace el ratón", II, XV, 2338) y dos veces ratones ("la pobreza y los ratones", I, IV, 648; "Ahi dejé que los ratones", II, XVIII, 2709). También opta por ratón ("como juega el gato maula / con el mísero ratón") Celedonio Esteban Flores en su celebérrimo tango Mano a mano (1923), con música de Carlos Gardel y José Razzano.
En favor de laucha tenemos "El Laucha Benítez cantaba boleros" (1969), cuento de Ricardo Piglia, y la película Más pobre que una laucha (1955), de Julio Saraceni.
Claro que estas citas tienen valor muy relativo, ya que se trata de registros literarios y no espontáneos.



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15 de marzo de 2006

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