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Flavia Cosma | Uta Burcea

El Tiempo de cosecha de Flavia Cosma

Por Ofelia Uta Burcea
Dra. en Filología Románica

 


De la mano de Luis Raúl Calvo, tenemos aquí una nueva traducción de poemas, escritos por Flavia Cosma, que se apoyan en la metáfora contenida en la frase del título, tratándose de un Tiempo de cosecha.

El trabajo de la autora establece en su conjunto una especie de review, un resumen de lo vivido últimamente, centrado en marcar paso a paso algunos elementos considerados importantes, acompañados de un análisis poético y problemático de estas experiencias:

Llega un momento en que los demás

se convierten en magos sabios,

en videntes,

en jueces justos.

Ya que “La vejez es la antesala de la muerte, ellos declaran, y no puedes no creerles”, aunque

ellos te calmarán

asegurándote de que la muerte

no duele.

Es solo un paso más,  como llegar a  alcanzar

el sueño.

La poeta parece haber considerado el hecho de que “todos tenemos miedo a la muerte”, pero está convencida de que “morir es fácil/ más duro, mucho más duro/ es llegar ahí” (Vi en tus ojos...). Ella afirma que, antes de todo, vale la pena vivir y compartir la alegría de los sentidos y el espíritu de las vivencias:

El juego de mesa que quedó de la cena de anoche es un

testimonio de pasiones suaves con sabores a  fresa, uvas

negras, y granadas.

Cada pareja, cada hombre o mujer, guarda en cajones secretos

la emoción de los recuerdos, la fruta madura y jugosa,

algo para eternizar ocasiones muy importantes,

de su corto recorrido por la vida y el tiempo (Restos festivos).

Ligeramente, abriendo la puerta a la “antecámara de la muerte”, Flavia Cosma, resume momentos de su carrera, pareciendo entender mejor ahora sus significados, a la vez que los comparte con sus lectores:

Una noche entera floté sobre olas azules y suaves tratando de traducir la historia de mi vida, en un idioma extranjero;

recapitulaba mis sufrimientos, los momentos de respiro,

mis modestas victorias, todo subrayado por el coro de

voces que pululaban apresuradas debajo de mi balcón

peleándose o riendo (Insomnio).

Desde luego, la esencia existencial parece haber sido capturada en su juego temprano en “el umbral del día”, como igualmente en “la oscuridad del día”, milagrosa, apenas despertada del sueño-vigilia (Temprano, en la mañana), cuando

 Los santos ojos de La Virgen parpadean

velozmente, deteniendo el torrente

de lágrimas, en esa frontera que separa los mundos (Camisa nueva).

Su inteligencia emocional logra una percepción holística basada en las vibraciones de sus sentidos, acordes con los ritmos de los elementos del universo. Desde esta perspectiva, la referencia a los comienzos puede estar relacionada con el “Barrio de la Infancia”, en donde se ve con ojos muy ingenuos el mundo. Pero después, queriendo descubrir los “Secretos” de lo desconocido y lo invisible, ella percibe el “Día en el umbral” desbordándose. Hasta “Medianoche” profundo y lleno de misterios, la poetisa supera las “Búsquedas”, “Sin límites”, aunque llena de “Dudas” e “Inseguridades”.

Pero, sobre todo, su mundo se encuentra atrapado entre el principio y el final de un espacio humano lleno de amor. Emociones recordadas que van desde el éxtasis y el dolor, apresurándola y, tal vez, la esperanza en su corazón latiendo al ritmo de la ilusión y el dolor, se apoderan de los versos de Flavia Cosma. Finalmente eso es el amor, el encuentro de amantes en una realidad palpable, deseada, demasiado deseada por los dos. Asimismo es una realidad exorbitante señalada por el fuerte dolor de la imposibilidad de superar en su gran parte la distancia física (aquellos “miles de millas de distancia”, como diría ella):

hoy te veré después de ausencias aciagas,

me preocupo, ni siquiera sé qué haré

con las palabras, con los susurros que no expresamos en su tiempo;

estoy construyendo miles de escenarios en mi mente

y para colmo tengo algo así como un papel arrugado en mis pulmones,

que permanece allí desde no sé qué poema

escrito solo por la mitad (Dudas).

Es cierto que el sentimiento se comparte, la sed se apaga, la promesa se cumple y nada es equivalente a la armonización del ritmo vibratorio de los dos y al intenso movimiento del momento, envuelto en los hilos del deseo, cuando desatado, el amor llena el espacio con sabores de felicidad. Aunque tiene prisa, el amante

cansado y nervioso se sentó en la mesa,

comía y me apretaba en su pecho,

besándome con pasión, compartiendo conmigo

su ansiedad.

Estábamos bien así juntos,

amándonos en la oscuridad como dos desconocidos,

dos soñadores, construyendo castillos de arena, abrigados...

Pasamos de buenos momentos,

a momentos menos buenos,

nos reímos, suspiramos,

y finalmente él debió partir,

se levantó de la cama y se marchó (Él tenía que ...).

Las palabras parecen pobres, el estado emocional de los amantes se proponen superar cualquier límite a su nivel físico:

Su ser derretido en el mío,

mi ser derretido en el suyo,

 la piel gimiendo contenta, 

nuestros cuerpos gozando alegremente,

despertando fantasmas al acecho  (Calor húmedo).

En el encuentro, la pareja se alegra y cada uno se olvida de sí mismo, mirando en los ojos del otro para leer pensamientos y palabras no expresadas. Animus y Ánima, la unidad del amor con todos sus misterios y toda la belleza del mundo, están presentes:

Con amor loco, estaba acariciando su mejilla,

amándolo como a un muerto recién resucitado por milagro.

Estábamos contándonos historias,

confesándonos uno al otro nuestras necesidades, nuestros miedos.

De una cosa a la otra, me encontré diciéndole

qué gran poeta era él, y lo que pensaba yo

sobre su trabajo.

.....

el besó mi frente, tímido, como besando a un ícono.

Sujetado por su fe recién descubierta,

él ya no era capaz de separar sus labios de mi rostro,

permitiendo que nuestra historia y el tiempo fuera

naturalmente hacia adelante (Un hombre listo para llorar).

De la sincronía de sus movimientos, nace una vibración emocional única, no sin cierta connivencia (“tu sangre está latiendo/ dentro de mí”). Los amantes tienden a fusionarse en una sucesión de gestos rituales compartidos:

Me estabas apretando en tus brazos.

Te tenía también en mis brazos.

Me besabas, te besaba; yo bebía tu luz,

tú me iluminabas (Sabías que...).

A veces, el amor se desencadena en una furia que florece, cuando no están juntos, incluso “en ausencia de amor/ la cama se expande exponencialmente” (Sin límites). Las palabras parecen insinuar que solo a través del amor se puede hacer la reconciliación consigo mismo y con el mundo, más allá de las fronteras y de cualquier misterio. Seguramente más que la muerte, es el amor que hace posible el maravilloso encuentro de los tres cuerpos: físico, mental y emocional. Luego, sus energías los llevan a lo más alto, a lo sagrado, de aquella verdadera cosmogonía divina.

En el Tiempo de cosecha, el universo de los enamorados tiene algunas connotaciones especiales. La fuerza de la sinestesia hace que los poemas sean sensuales y translúcidos, llenos de esa luz en la que, supuestamente “las auras juntas, bailaban con grandes llamaradas verdes en las paredes” (En la iglesia de la esquina) mientras que en la realidad “flores sangrantes tiemblan en los balcones” (Día en los umbrales). Desde luego,

el sueño, acompañando el estruendo de la calle en la tarde,

continuaba a través de las horas con  los cuentos nocturnos.

Una panadería llena de panes, galletas y otras naderías,

un halcón sin cuello descendiendo por encima de mi cabeza,

un tigre bengalí con pelaje impreso, lleno de flores,

haciendo fiestas a mis pies, y ese poeta que ni siquiera era

tan gordo, declamando en un papel principal.

Un gato simbólico, la clave para situaciones urgentes,

estaba en el centro de esta acción, que no recuerdo ahora muy bien; (El sueño del día).

Otras veces, el amor maduro y cansado de la pasión extrema, de un Eros presente en un atmósfera jadeante, ya no puede despertar los sentidos como al principio:

¿Por qué debería ir ahora y dónde? ¿A dónde voy a ir?

Él ya no tiene alas y sus ojos cansados

no propagan más llamas mordaces.

Su voz no llena más mi corazón como antes

y su mano permanece sudada y flácida a un costado de la cama” (Piénsalo)

Su amor no es tanto un deseo, sino una avalancha (al parecer controlada) de sentimientos torrenciales a través de los cuales vive intensamente en la presencia de su amado, vibrando a cada paso en cuanto se acercan más y más, de acuerdo con sus ritmos habituales: “esperando a los bebés miramos/ las flores rojas floreciendo en la ventana” (Esperando la llegada de los bebés ...).

El mundo de Flavia Cosma se está convirtiendo gradualmente en uno en el que se pueden ver incluso los ángeles que descienden del cielo:

Unos ángeles innominados están listos para bajar

del cielo a nuestro mundo, con suelas blandas,

corriendo alegres por las hierbas azules del paraíso (Ídem).

No solamente el azul, sino también el blanco, está presente, es decir, los fríos colores de la autora. En sintonía con su imagen inmaculada, el frío de la tierra blanca parece llegarnos a través de las palabras. Además es algo que recordamos de sus volúmenes anteriores, por mucho que aquí se trata de la “Nada blanca” (en uno de los poemas), el que la invade, saltando a su regazo “como un gato esponjoso y acogedor”. De hecho, incluso aparece todo ello en la imagen de una boda que le obsesiona. Recuerda que incluso el hombre parecía haber notado algo, una vez en ella:

Yo estaba vestida con un tejido azul liso, tal vez

incluso azul marino, mi rostro tenía un

brillo oscuro, la gente atraía mi atención,

también yo estaba convencida que tenía que cambiarme,

ponerme una blusa blanca.

¿No era él quien me había dicho un día

que el color blanco me sentaba bien

para rejuvenecerme? (Invasiones).

En otras ocasiones “la arena blanca se cocina a la luz;” (Tu tierra labrada) y se estiraría tal vez si pudiera, hasta su último límite. Pero sobretodo Flavia Cosma habla de “un blanco vacío”, una forma de desierto interior, por la ausencia del amor presencial:

El blanco vacío salta en mi regazo

como un gato benevolente y mullido;

me promete cuentos

que yo no sabía que existían,

sólo para sacarme desde la neblina,

desde un estúpido sueño,

sin ningún rastro de sueños (El blanco vacío).

Otra vez, el azul, ya que en algún lugar, en el horizonte del espíritu de la poetisa, su camino sigue el vuelo del “pájaro azul” (Tu tierra labrada), o, a lo mejor, uno que ella nunca ha visto, pero que lo imagina “con plumas negras y azules;” (No hace mucho tiempo).

Sumamente, su existencia está condicionada por dos predisposiciones duales: una hacia la materia y la otra hacia el espíritu, dejando a su Yo atrapado en una especie de efímera ambigüedad, siempre oscilando entre mundos y mundos:

Luego, me encuentro en otros lugares:

palabras enfurecidas, habladas en un dialecto tropical

me atrapan y me empujan  hacia  pantanos ardientes  (Paren ya...).

Diríamos que precisamente este dualismo entre los ritmos internos primarios y los necesarios de la mismo índole, su existencia entre la trascendencia y la inmanencia, marcan el impulso tanático de Tiempo de cosecha. Con su fuerza poético-emocional, sus textos se mueven entre estados dolorosos y estados deseosos, entre devorar y reconciliar, entre tantas sombras de la vida y la infinita luz de la muerte, cuya expresión última sigue siendo el eterno amor. El mismo lenguaje realístico-poético, ya conocido en su caso (porque Flavia Cosma no abandona el enunciado poético racional, pero tampoco se desliza en un imaginario peligroso), un lenguaje con metáforas “a la vista”, con el que lleva sus búsquedas cercanas al final del camino de un viaje iniciático, lírico, sensitivo.

No menos importante: con este volumen Flavia Cosma demuestra que la metafísica y el plan mundano, el hombre y el tiempo, el amor y la muerte, siguen siendo preocupaciones constantes de su pensamiento y escritura, dándole ahora al público lector, otra metamorfosis lírica de su experiencia de vida, relacionada con un metafórico “tiempo de cosecha”.

Por otra parte, la traducción de Luis Raúl Calvo tiene mucho mérito, encaminando al éxito de este libro, ya que es una traducción e interpretación respetuosa de los dos idiomas, (que no siempre se da de esta forma, como ya sabemos), demostrando que el autor (él mismo, conocido poeta), tiene una verdadera sapiencia de las vibraciones internas de las palabras de las dos lenguas. Además capta muy bien los estados emocionales de la autora de Tiempo de cosecha (con quien tiene ya bastante experiencia de traducciones), a través de las palabras y sintagmas rumanos. De esta forma, la traducción es el texto mismo de la poetisa. Con su aporte, la lectura de este nuevo libro de la autora, se convierte en toda una experiencia enriquecedora para el público lector.

 Madrid, 2019