Marta Ortiz | M. Aponte Alsina

        Lujos de la escritura. Sobre Colección de Arena de Marta Ortiz


Por Marta Ponte Alsina

Escritora y crítica literaria, Puerto Rico


 


Colección de arena (Editorial Fundación Ross, colección Narrativas Contemporáneas, 2013, Rosario, Argentina) reúnelos relatos que Marta Ortiz ha escrito después de El vuelo de la noche, un libro premiado por la Bienal Internacionalde Literatura Puerto Rico 2000 y publicado por la Editorial de la Universidadde Puerto Rico en 2006.

¿Puedeel cuento comunicar la densidad del mundo? El detalle, que da espesor y riquezaa  la novela, no ha tenido buena suerteen las poéticas funcionalistas del cuento. No obstante, ese espesor es larespiración de los cuentos de Marta Ortiz, poseídos por una rara calidadorgánica; dejan la sensación no tanto de verosimilitud en las acciones como deencontrarnos, en situaciones que no suelen ser extraordinarias, ante objetospalpables y autónomos, quizás lo desconocido que se desprende de la cosa máspequeña (Flaubert). Contrasta la transparencia quirúrgica del instrumento conla complejidad del objeto, pues el ojo es el lente de estos relatos orgánicoscomo las perlas de un collar que se disparan cuando la protagonista sufre unaviolación que puede ser falsa, el efecto de su identificación con las mujeresvioladas (“Lunares de sol sobre el verde del césped en el parque”).

Colección de arenafesteja la densidad del lenguaje exuberante, incluso extravagante, como un lujoverdadero, porque hay lujos verdaderos y la vida más ascética los tiene. Eldolor, al iluminarnos, bordea la belleza que estos cuentos atrapan. En más deuno, la protagonista es una mujer venida a menos. Si hombre, lector ydespistado. Los personajes masculinos tienen un don que alguien llamó el ojofemenino para el detalle y una perversa tendencia a la fascinación engañosa (“Muñecas”).La complicidad entre crueldad y belleza siempre ha sido perversa. Hay cuentosde familias empobrecidas en un gran país “bananero” (pág.40); cuentos quecontrastan la opulencia con la carencia en un cumpleaños de frívolos personajes(“Cumpleaños”); cuentos que reflejan la fragilidad de la clase media en unenigmático relato donde el automóvil tomado por los mendigos, detenido en elbarrio marginal de la costurera de la protagonista, parece una variación de lacasa tomada cortazariana (“El vestido de moaré”).

El ojoes el lente, pues, y la pérdida el móvil, pero la metáfora es el medio que privilegialas relaciones de oficio entre la costura bien medida y el oído y la paciencia:“Mi madre cosía y sostenía la tela bien tirante para que la costura no sefrunciera y yo pasaba horas mirándola, oyendo la lluvia rebotar en los techos…Tardes de costura, de papel de molde, de hilachas; recortes de génerosdiseminados por la galería donde se instalaba la Singer cuando hacía calor,tardes que estiraban el tiempo elástico que vertebraba los veranos de barrio” (“Cumpleaños”,25-26). En “El piano alemán”, otro cuento que hace juego como un gemelo con otro(la casa-libro de “Sicómoro”), la música baila al son de la costura, con esa“tendencia familiar al bordado y recamado de historias, atizada por el sonidoque replica en el aire”, ese “tejido mítico bordado y recamado aleteó por añosen los alborotados interiores de la casa” (130-131) y, justamente como una obrahecha de aplicaciones, inserta lo que podría ser el bosquejo de una novelahistórica en la ciudad embrionaria donde se asienta el piano, ciudad quepertenece a “un país con vientre de plumas que fue capaz de ahijar a miles deinmigrantes nostálgicos” (129).  El pianoy la casa son estuches. La maestra de piano se llama Cora, como la enfermeradel cuento de Cortázar. Ese piano, la casa de la infancia, la mesita de ruedasllena de frascos y algodones de la enfermera, son figuraciones de la memoriaque, además, traen recuerdos de las manos que los fabricaron. El piano encierrauna historia de ultramar, replica en la memoria de la niña, así como otras “imágenesseriadas sobre una luz opaca” (Cierto: es opaca la luz del recuerdo. Cierto: elinstrumento supera la vida de sus fabricantes y de sus dueños).

MartaOrtiz es maestra de escritores en su taller rosarino. El cuento de taller convencionalsuele ser un cuento “bien hecho”, con mudas, cortes y cierres claros. Sin embargo,jamás en sus cuentos incursiona el lugar común del cuento vulgar, con su cierreimpostado. En “La puerta del paraíso” una anciana sospecha que han sidoasesinadas unas amigas en un asilo e insiste en tocar los cadáveres y constatarla temperatura de los cuerpos, sospechando que un asesino anda suelto. Un sesgohábil, un giro al final, reubica todas las piezas y se aleja de los caminosandados del thriller. En “Sector de abedules”, la ramificación de las relacionesfamiliares encuentra un centro de gravedad provisional y abierto en un lugarcomún dicho al vuelo, y que por su familiaridad en el habla de las pérdidas,colocado aquí exhibe toda su ironía.  Enotros desenlaces la autora se atreve a quebrar las reglas ortopédicas y a construirlo que no necesita mucha más extensión para ser nouvelle (“Lunares de sol”, “Sicómoro”).

Uncuento espléndido con evocaciones de Aura(Fuentes), y por supuesto de Henry James y de Cortázar es “Sicómoro”. Cómo lologra es la pregunta que se harán los lectores centrados en la factura, como sicada pasaje en cada estancia fuera el capítulo de una novela donde se sumerge lanarradora desde el primer gesto que la lleva “a tientas por el zaguán estucadoen la gama de los verdes como apartando aguas profundas”. (44). La casa puedeevocar la fantasmal de Aura, o elvestíbulo donde Alicia se enfrenta a las puertas de su destino, en todo caso lanarradora cambia de identidades y roles y repasa su autobiografía en familia, centrándoseen la anodina imagen paterna. Las cosas que se aman del padre superan a losodios que el viejo ha sembrado. Porque el padre es lector de diccionarios y enla entrada que corresponde a un árbol, el sicómoro, está su cifra: “Mi padrevibraba con los árboles de acá y los de allá, pero no se movía de su lugar paraverlos y tocarlos”. (54)

Ladictadura militar satura el clima ominoso de cuentos como “Zapatos de fiesta”,Cada palabra se construye como una sospecha, porque tras la euforia provocadapor un partido de fútbol hay una “experiencia extraña, la tierra podríaromperse y tuviste miedo de caer en sótanos solapados, porque la tierra no servíasolo para plantar ciudades o árboles, también albergaba túneles inconfesables”(“Zapatos de fiesta”, 61)

Ruinamoral, ruina económica y el fetiche de los zapatos de fiesta y la ropa demodista. ¿Dónde, en esos paisajes aterradores, se recuperan los lugares delcontacto, la pausa para el encuentro? Ya no se habita sin más en la ciudad enruinas o capciosa, ciudad de memorias duras; se encuentra un foro más abiertoen el espacio virtual. Habla el argentino que regresa de Europa y relata a unamigo la historia de Belinda Wong, una mujer indigente que ilustra acaso comoparadigma, el arte máximo de estos relatos, convertir el horror en belleza:“Acondicionaba el espacio, buscaba rodearse de cierto confort, limpiaba loslunares blanquecinos de caca de paloma con pañuelitos de papel… Arrogancia. Osobre estima, o vaya uno a saber qué. Tuve la impresión de que la plazaarbolada era la sala de un trono; los árboles, cortinados de pana verde; yo, unbufón con gorro de cascabeles” (“Vigilia con estrellas”, 68). Así son tambiénlas mujeres violadas y cargadas de historias: “pero ni aun dispuesta alcorajudo cruce del pasillo en la oscuridad, porque el óxido inutilizó el farolde la entrada, pierde esa pátina de princesa venida a menos esquivando macetas,algún triciclo destartalado, trastos en el pasillo” (“Lunares de sol”, 115).

El ojode Magritte puede engendrar cuchillos (“Vigilia”, 69) o, de nuevo, cristales:“La esperanza es una pasión débil, pero a mí me da forma, forma díscola, peroforma, sentido, ¿viste por el ojo de un calidoscopio cómo se atraen y aglutinanlos trocitos de vidrio?” (“Vigilia”, 79). Ese ojo quijotesco del lector quedevora y deforma está presente en la sátira “Muñecas” como un valor añadido, unvelo tendido entre la percepción y las cosas, veladura de alucinaciones hechasde literatura: “En cuestión de segundos, cuanto percibo se carga de la referencialibresca capaz de contenerlo” (“Muñecas”, 83). Y en “Quiet Zone”, el cuartoclausurado construye una metáfora extendida de la caja negra del libro y un homenajeal insomnio de Proust, que desmenuza un recorrido alucinante por los planossobreimpuestos y sus complejas conexiones en misión ojiabierta: “cada gota deinsomnio confirma mi deseo de sentir que nada desaparece porque no esté yo allípara dar prueba visual de su existencia; como querer atrapar la mirada de mimadre. Porque pienso hasta el último borde este pensamiento... (“Quiet Zone”,113).

Esamirada también puede ir a contrapelo del epígrafe de “Ejecución en la PiazzaNavona”, una cita de Susan Sontag: “la horrible fabricación en serie de lamuerte” (93). Un periódico abandonado por un turista reproduce la foto de doshombres ante un pelotón de fusilamiento y el ojo recrea a partir de esa imagenel origen y los ancestros en el segundo culminante de un cuento que dice muchoen una extensión mínima: “El humo de la polvareda ha desaparecido y los oloresse aquietaron dejando traslucir el aire limpio y un aroma renovado a café yconfituras […] recojo el periódico que el turista sueco dejó en la mesa dehierro naranja que fosforece en la tarde. Lo guardo en mi bolso. No quieroolvidar para siempre. El contraste es más que un claroscuro, la grieta ilusoriase ha ensanchado y la sangre de allá salpica por acá, me salpica. La piazzaasoma a través de un molesto cristal que la enrojece. La encharca (“Ejecución…”,96-97).

En elcuerpo de la narradora se acumulan los excesos, los sobrantes, las violacionesque germinan. Así en “Lunares de sol”, que rompe la fórmula, para añadir alcristal de la narración una extraña adherencia, el diario de la mujer que seidentifica con las mujeres violadas, y que recibe la semilla: “Hay un cuerpoextraño dentro de mí, rebalso archivos chismosos, una huella que a pequeñasdosis escupe… De cuando en cuando gotea un grito, una convulsión, un nombre yapellido, ratas, arañas…. Humo blanco, un chorro de humo blanco. Alguienlevantará la cabeza y leerá lo escrito. Primero creerá en un juego inocente, perouna segunda lectura develará el dibujo oculto” (“Lunares de sol”, 124-125).

Estecuento habla de traicionarse, de “sellar un pacto novelesco”. ¿Puede un cuentosimular una novela? El cuento ya no tiene límites, se ha roto, se ha mezclado, hasido traicionado por la apertura del ciberespacio, que de algún modo va armandotramas de solidaridad, derivadas de la comunicación misma. El enamorado de unachina de novela de Marguerite Duras no la busca acudiendo a un andén o a un aeropuerto,sino pescando en las aguas de Google, con la esperanza de una respuesta. La redvuelve al auxilio de una niña maltratada en “El cofre verde”, una reescrituradel “Vanya” de Chéjov.

Cadacuento tiene su coreografía, giros elegantes entre planos y tiempos. Algunarelación tiene esa coreografía con el ojo Magritte convertido en una cámaracinematográfica, la que en un párrafo gira por un asilo de ancianos y ata lasrutinas enajenadas de los viejos a los lugares del encierro. Es el caso de“Sector de abedules”,  que de todos loscaminos que marca, escoge el cierre más humilde y conmovedor. Esos cierres sonuna nueva visita al hábito, incluso al gesto humano de caminar o de cerrar unapuerta, apenas un cambio, una brusquedad en el gesto, la recuperación del coloren el fondo de la sombra. Incluso un desvío o una distracción, como en aquelcuento inolvidable de Carver, dedicado a Chéjov.  

Estoscuentos espesos, armados con planos en contrapunto (entre las huellasprehistóricas de las manos de un niño en una cueva de la Patagonia, el “Vanya”de Chéjov y la niña abusada que envía un mensaje por Google) con la polifoníapropia de la novela, tienen la intensidad de un licor fuerte. No se dejan leerde prisa. Entre ellos hay contrapuntos, como si en efecto se dejaran entrelazarcomo capítulos. No solo el oficio de escribir y la pasión de leer y laresistencia a la pobreza de los personajes, sino un pueblo llamado Pergamino,que se repite, como los andenes, y el gesto del desborde, “encharcar el papelcon palabras vivas y pastosas, modelar la imagen que pelea por abstraerse delcaos de óxidos y texturas en mi depósito de sentido” (“El cofre verde”, 155).

Enalgún lugar se menciona el aleph borgiano, pero en Colección de arena no abundan las enumeraciones, sino los cristalesdiminutos que se aglutinan con otros, en un reloj que pauta la forma y detieneel tiempo y lo fija como el instante del fusilamiento que se rescata en lalectura de un periódico abandonado en una heladería de Piazza Navona. Elcristal, la luz, el tacto, con sus asperezas hirientes. El que haya tenido queesperar este libro para publicarse, a causa del clima social que tan bien sereproduce en estos cuentos (las paradójicas penurias de un país rico) les dioel tiempo justo para alcanzar su punto de cocción.

Colección de arena liberael derecho a la belleza; reclama la extracción de la belleza de la piedra brutade la mercancía. Sus piezas facetadas quedarán como un lujo en las casasmodestas, con la materialidad del libro hermoso. Estos relatos de la experienciasórdida transformada en solidaridad sin programas ni cuotas, son lujos de laescritura.