ARTE

Peter Fritz

LA DESAPARICIÓN DEL ARTE

Por Darío Ruiz Gómez

Escritor y ensayista colombiano


En su análisis sobre el llamado Posmodernismo, Lyotard, señaló algo muy esclarecedor: el hecho de que aquel despliegue de vacío eclecticismo, de frivolidad vintage con la eliminación de la dificultad que supone el someterse a los interrogantes éticos que toda búsqueda estética supone para, instalarse en un espacio demodee, en recetas estéticas al uso, había servido únicamente para poner la cultura en manos de cualquiera que públicamente pregonara que “era culto” o lo peor, que se autodeclarara “crítico”. Era la banalización del conocimiento, la eliminación de la dificultad para enfrentarse a los interrogantes y desafíos que lo estético comporta para, instalarse a cambio, en el fácil artificio de la cultura comercial al uso de un nuevo snobismo, de unos nuevos idiotas culturales. El texto premonitorio de Adorno y Horkheimer “Crítica del iluminismo” sobre la cultura como espectáculo, la cultura como producto comercial o sea el fenómeno del kitsch, ya había adelantado y profundizado suficientemente este análisis crítico sobre la perversión de la cultura y la frivolización del arte en la era de las masas. Un texto, El hombre sin contenidos de Giorgio Agamben – Ed. Áltera, 1998- es ferozmente acertado en esta percepción de la desaparición de los contenidos que definieron la cultura, de los soportes conceptuales del arte. “Por lo tanto el juicio crítico parece atravesar un momento, de eclipse sobre cuya duración y consecuencias no podemos hacer más que hipótesis. Una de éstas- y desde luego la no menos halagüeña- es que si no empezamos ahora a interrogarnos con todas nuestras energías sobre el fundamento del juicio crítico, la idea del arte tal y como la conocemos acabará desintegrándose, sin que una nueva idea pueda ocupar satisfactoriamente su lugar”. A lo cual agrega Agamben: “A menos que decidamos extraer de esta provisional ocupación la pregunta capaz de quemar por completo el ave fénix del juicio estético, y de hacer que de sus cenizas renazca una manera más original, es decir inicial, de pensar el arte” ¿Por qué ha cesado la transmisibilidad entre arte y espectador? O lo peor ¿Cómo se ha manipulado esta desaparición? ¿Por qué terminó por abrirse un enorme vacío? ¿Qué fue entonces del connesseur? ¿Si por mera inanición conceptual ha muerto el gesto estético cómo se puede partir del vacío?

Agamben lo describe enfática y melancólicamente: “La ruptura de la tradición, que hoy día para nosotros es un hecho consumado, abre una época en la que entre lo viejo y lo nuevo ya no hay ningún vínculo posible más que la infinita acumulación de lo viejo en una especie de archivo monstruoso o el extrañamiento provocado por el mismo medio que debería servir para su transmisión”. Porque una cosa es ruptura y otra pérdida de la tradición. El arte contemporáneo nos presenta cada vez más a menudo unas producciones frente a las cuales ya no es posible recurrir al tradicional mecanismo del juicio estético, y por los cuales la pareja antagonista arte, no arte nos parece absolutamente inadecuada : ”Sin entrar en la verdad de todo esto, lo cierto- dice Hegel en su Estética- es que el arte ya no otorga aquella satisfacción de las necesidades espirituales que tiempos y pueblos anteriores buscaron”. Porque su forma ha dejado de ser la exigencia suprema del espíritu. Y ante este proceso de aumento del vacío, del fin de la transmisibilidad Agamben nos deja ante la desgarradora conclusión. ¿Cuál es, entonces, el fundamento del juicio estético? Y ¿cuál es el fundamento de una subjetividad sin contenido? En un alma vacía ya no es posible la herida del nihilismo, el verdadero desgarramiento espiritual ante la constatación de que lo que se aleja lo hace sin dejar una señal para que quienes han sido abandonados a su suerte tengan al menos un consuelo, una constatación de la pérdida. El libro de Mario Perniola El arte expandido – Casimiro editores, 2015- vino a arrojar más luces sobre la constatación de Lyotard pero con la ventaja de verificar sobre el terreno lo que suponen estas hipótesis teóricas tan ideologizadas por Burriaud o por Jacques Ranciére en esa terminología tan cara a lo que se llamó “cultura de sobaco” o sea libros de moda que los pedantes académicos calentaban en sus axilas sin haberlos leído. Bajo el lema secreto de que todos los artistas son “artistas”, la convocatoria de la Saach Online o Your Gallery en la que participaron más de 60.000 artistas que tuvieron la posibilidad de ser vistos en el mundo. La convocatoria dejaba por fuera el capricho de los jurados solamente que cuando esos 60.000 artistas exigieron pasar de lo online a las galerías reales se debió recurrir de nuevo al filtro de los jueces y naturalmente a una versión acomodaticia de lo que antes se llamó crítico de arte. Perniola narra lo que supone el colapso de una cultura estética y recaba sobre el concepto de lo Fringe como la lógica del desgarro a través de la cual se produce la indeferenciación entre lo “outsider” y lo institucional. En la Bienal de Venezia de 2013 bajo el título de “El Palacio Enciclopédico” el Comisario Maximiliano Gioni da paso abiertamente a esta inflación estética borrando las barreras entre lo estético y lo que se produce espontáneamente en otros órdenes de la vida, entre el creador que viene de una subjetividad que se indaga y la bonhomía del artista de fin de semana, el artesano popular, el arte expandido, los creadores de mapas imaginarios. “Sin embargo, dice Perniola, los coleccionistas no son capaces de revalorizar lo que se encuentra en una bolsa de basura o en una iglesia desconsagrada. La mercancía es barata pero su transformación en obra de arte es otra cosa”. Es la inesperada consagración entonces de los antropólogos y de los etnólogos pero también de los minorías étnicas, - recordemos la demagógica exposición “Lo crudo y lo cocido” de Cameron que estéticamente equiparaba una escultura griega con un canasto africano- de lo que desde esta estética se considera como la incorporación o el rescate de las distintas narrativas de lo marginal lo que se va a llamar arte estará en manos de quienes tengan la capacidad de observación de los antiguos exploradores, el mapa, el croquis entran en la tercera dimensión que les concede la maqueta pero la extravagancia, el escupitajo carecen de ese escenario de shock insultante del cual provino el desafío de los grandes maestros de la modernidad. “A los que pretenden –exclama colérico el gran George Steiner- que hacen gran arte poniendo unas botellas de orina en el suelo de la Tate Gallery, les digo claramente: ¡Son unos imbéciles”. Lo cual indica algo muy importante: no solamente la imprevista reacción de rechazo del ignorado espectador sino que también en esta monótona repetición de informes topográficos, de ensambles antropológicos, de demostraciones de ingenio se ha logrado introducir la bacteria no esperada de lo kitsch y algo peor: que ya se repiten las academias donde se enseña a alumnos y alumnas esta práctica del vacío que por mucho que lo pregonen los profesores -pues de algo tienen de qué vivir- debería carecer, siguiendo su misma lógica de cualquier clase de pedagogía. ¿Es acaso lo mismo el salto al vacío que la deconstrucción? Recordaba José Luis Pardo que todo arte que hoy se denomine político es un arte estalinista. ¿De cuáles víctimas reales parten esas obvias y simplistas alegorías de Doris Salcedo sobre “el conflicto armado”? ¿Es arte político el de los ambientalistas, los desafiantes veganos, los animalistas? ¿Existe acaso una nueva tipología arquitectónica cuya espacialidad pueda acoger esta abrumadora producción de necedades? ¿Qué son en estos momentos las llamadas Galerías de Arte? ¿Almacenes o monstruosos depósitos donde después del show de los nuevos “artistas” se vende “arte del pasado”?

“Suspendido en el vacío, entre lo viejo y lo nuevo, entre el pasado y el futuro, el hombre es arrojado en el tiempo como en algo extraño que se le escapa incesantemente y que aún así lo arrastra hacia adelante sin poder encontrar en él su propio punto de consistencia” Agamben nos ha enseñado a adentrarnos en cualquier problemática huyendo de las farsas de las fraseologías al uso de supuestos pensadores. ¿Qué sería del mundo sin la poesía que aporta el homo faber, sin la risa inédita que abre las puertas de las casas en los barrios, sin el frescor de las siestas donde recuperamos los mundos originales, sin la perplejidad que nos recupera la visión de mamá? En un mundo donde todos fuéramos artistas y todo fuera arte ¿Qué sería si todo ya estaría “estetizado”? ¿Desaparecerían las viejas vecinas, el mensajero de “Tripp”? ¿También el grupo de desocupados que cuentan historias en la esquina hasta la madrugada terminarán por convertirse en “artistas”? Recuerden aquel burdel que describe Woody Allen donde hay putas que además de hacerte el amor te cobran unos dólares más por comentarte El ser y la nada de Sartre. Bourriaud el autor de Radial declara en una reciente entrevista que los verdaderos artistas de hoy “son los antropólogos del séptimo continente y su misión será captar las moléculas de los desechos del capitalismo”. Pero de otra manera haciendo de cualquier borrón kistch una obra de arte, presumiendo de relatar la guerra de Siria, los desplazamientos de poblaciones enteras en Sudán, las desapariciones en las Comunas de Medellín, Centroamérica o los suburbios mexicanos este arte ha pretendido apropiarse del relato literario, del periodismo, de la etnología y de la ciencia y los correctos análisis de los progres pijos del mundo pueden ahora poner de manifiesto sus sentimientos de repudio a la guerra, al capitalismo despiadado sin salir de su casa, sin renunciar a su vida de bares, vestidos para la ocasión en los partys de los grandes eventos internacionales de arte. ¿Quiénes entonces bajo las antiguas clasificaciones estéticas han pasado a ser considerado como los nuevos Naifs, los nuevos Pompiers, los nuevos majaretas, los nuevos artistas desconocidos? Porque la razón y lo razonable en una sociedad esquizofrénica siempre estarán definidos por los verdaderos outsiders, los verdaderos desgarrados que siempre son pudorosos, invisibles y que no tienen galerista.

Darío Ruiz Gómez. Se graduó en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid en 1961. Estudios de Urbanismo y de Estética. Colaboró como crítico de arte y literatura en la revista Acento, fue director de las páginas culturales del periódico Hierro de Bilbao. A su regreso a Colombia ha sido colaborador de El Tiempo, El Espectador, El Colombiano, y actualmente es columnista de El Mundo. Fue durante treinta años profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Medellín. Miembro fundador de las Bienales de Arte. Tiene grado de Escritor de la Universidad de Iowa.Obra narrativa:Cuentos: Para que no se olvide su nombre, La ternura que tengo para vos, Para decirle adiós a mamá, En tierra de paganos, Sombra de rosa y vino, Crímenes municipales.Novela: Hojas en el patio, En voz baja.Poesía: Señales en el techo de la casa, Geografía, A la sombra del ángel, La muchacha de la leyenda, En ese lejano país en donde ahora viven mis padres.Ensayos: De la razón a la soledad, Proceso de la cultura en Antioquia, Tarea crítica sobre arquitectura, Tarea crítica sobre literatura, Tarea sobre arte, Literatura, historia y circunstancia, Diario de ciudad.Ha publicado numerosos ensayos sobre urbanismo, teoría del espacio. Poemas y cuentos suyos han sido traducidos al inglés, francés, árabe.