Tomaso Pieragnolo

Poemas de Tomaso Pieragnolo

Del libro “L’oceano e altri giorni” (Venezia, 2005)

Nicaragua – En el confín

(Costa Rica, 1995)

Subía en tus ojos la extensión

de un nombre que la tierra retenía,

el abierto calor de las aguas culminadas

en la ligereza de la distancia,

el fuego retenido de volcanes

que ahuyentaba el rocío de las flores,

el alba reunida en la frente de las madres

que se sumergían en el río,

el horizonte como una nube rozada

sobre la línea desnuda de una gota

y esa gota sola

era mi boca besándote.

Amiga mía, mujer de agua, o costa

donde aguardar un día sin edad,

hendidura en la madera tardía

donde meses pacientes aumentaron

la miel del amor de hora en hora

en la noche impasible del bosque;

cuando volvamos, un día,

donde ya hemos nacido,

sabrás que nuestro mundo

es un revés de medallas,

que un tiempo más perfecto no existe

y que los recuerdos son peces en los acuarios,

que una flor en el cabello puede volar

si los días custodiados no se aclaran;

sabrás que los universos son milímetros,

que tu nombre pertenece a todo el mundo

y que el amor sigue siendo un don posible

si una fuerte cordillera lo sostiene.

Sabrás, ese día, quizás todo y quizás nada,

y como finalmente nos rendimos

en el agua interminable de un beso.

***

Las tortugas de Juan

(arribada de las tortugas, Costa Rica, 1994)

Pescador arrepentido de ser hombre,

cortado de aire denso

en la cavidad del día

Juan depone sus lanzas arteriosas,

unas lianas que fijaron sílex,

las rápidas redes de ingenio vegetal

que cerraron en roncos canastos

el conflicto de plata en movimiento.

Espera la erupción de la tarde

sobre el plúmbeo galope oceánico,

el rumbo verde del follaje

que perpetúa latitudes,

el volumen del color que cae

en el pozo negro de la noche,

revelando lenguas de fuego azul

en las moradas deshabitadas.

Sólidas cabezas como piedras desnudas

de tortugas rumiantes

afloran a intervalos del agua oscura

varándose, rendidas, en la costa;

silencioso como la arena

sumerge entre las olas incendiadas

el pequeño hombre Juan,

pescador arrepentido o nuevo pez

desaparece en el tajo de la sal

apagando sus metamorfosis,

gravemente incorpóreo vuela

agarrado a la cáscara ciega

de sus inmensas mariposas.

Recuerdo que volverá en la orilla

con la noche en la grávida boca

y un don para mi que me quedé;

de las abismales evoluciones

un fragmento de gota, o cáscara, o estrella,

que llevo como amuleto nocturno

después de tantos lugares o segundos;

¿ pero bastará esta fragancia desnuda

para la sombra de una sola eternidad ?

***

El tren que nunca llega

(Costa Rica, 1995)

Huye un reptil de escamas ferrosas

rozando sobre rieles interminables,

soplando sumergidos reinos

que una vez fueron cometas

en el arco de las abiertas praderas,

llevándose un rebaño de nombres crudos

que nunca aprendieron a hablar,

a ser microbios de las minas,

bestias enyugadas en las plantaciones;

pero este tren que nunca llega,

que no arranca, que ya no viaja

donde lo esperan hirsutos recuerdos

a la lucha del puro sol desprotegidos,

hipnóticos mestizos en horizontes

como severas estatuas clavadas,

mujeres densas con hijos y pollos

en las espaldas fibrosas como troncos,

niños que jugaron desnudos,

leñosas estaciones que se pudrieron

bajo el agua de siglos elípticos

y viejos acurrucados en los zapatos

que prestaron al viento a tiempo

sus orejas carcomidas

acogiendo fragores de otras tierras,

perros vagabundos, arrugados e insolentes,

compañeros de provisionales amos

en la huella de rieles engullidos,

hasta que el día inicuo pase

y nubes enfermas deshagan

arco iris como peces lúcidos

en la hora del arbitrio cotidiano

de este tren que nunca llega,

que no arranca, que ya no viaja,

que también nosotros esperamos rendidos

en la multitud silenciosa

de esta esencial soledad.

***

Del libro nuovomondo (Passigli 2010)

Pero dime que vida abandona

cediendo la última frontera

el itinerante en la huella de sus pies,

cada momento asolado en su precedente

mitad y la temerosa sobrevivencia

de cada día como una memoria apenas

aferrada en el aire; un cuerpo rendido

y masticado por el morro torcido

del mar, escupido con restos

de balsa por la plúmbea garganta del agua,

levantado cien veces con bofetada

fragorosa en el firme lazo de la sal,

refugiado en fin en mudables geografías

con verbo disgregado y descompeustos huesos.

Y en el culmine de ríos rechazados,

de sacudidas selvas demolidas, de una órbita

que habitual desliza rechazando hombre

y roca, se diezma el constante éxodo,

la huella plantar removida por el aullido

del viento, el delirio culminante

sobre la piedra que llega cada noche

manchada por el suero de nuevas extinciones.

Pero siempre vuelve la luz como un litoral y la sombra

como un párpado verde continua

fermentando colores y lleva lábil

la lluvia sus celestes crines;

en la entereza crece el tiempo y sueña

el reciente pueblo que la vida

no se extravía.

***

Y que en tus manos yo oiga chirriar

el bosque, la gota constante que afila

como un astro el crecimiento del motivo,

el olor que nocturno trepa de invisibles

savias, o la regurgitación de la abeja en la lengua;

y una mañana de reciente otoño sean

tus besos largamente esperados por noches

de sólo una inmóvil estrella, mi grito

aturda así contra el mineral del cielo

y escondidos en esta loca roca sin

centinelas en el árbol ciegas lleguen

las vidas a tus pies, mujer

dulce, tu cabeza me roza el pecho

como un iris cayendo al fondo, describes

pétalos con tu saliva y es

un país entero el amor, una demora

a través del tiempo, podemos

volver a estar vivos con sólo la sombra

de un púdico abrazo, así tendría

más manos para tocarte, dedos

para recogerte, brazos para acogerte

y nombres para despertarte, podríamos estar

donde los peces se alisan lejos, radiante mía,

salto de gozo si tú me distraes,

come una sed me sacio con esta

sóla gota que no se suelta, considera

mis palabras como un don y haz

un fajo de ramas verdes aún, para que

desde mi sueño yo vea

despedirse los engaños.

***

Porque yo estaba destinado a tu cuerpo

como el neonato a la estrella más

lejana, conjunta sólo en el momento,

estaba pegado a tus caderas fundidas como

la niebla al tronco dilatado y a tus narices

una densa humedad de repente inhalada

y quizás por eso no me encontré

con el existir sin caminar, pude

ver más allá lo que tu nariz segura

señalaba, más allá de la ruidosa tierra

y de moradas acumuladas sin lema,

para ser un hombre y una mujer de nuevo

en la soledad reconciliados, despojados

con todo lo que quiere subsistir

y desertar la abundancia

del viejo Dios sin nuevos frutos

y de tantos males llegar

por una vez al comienzo de la vida.

***

Porque al comienzo de la vida tiende

cada buena cosa, la duda fugaz

o el decente perdón que la obtusa

insistencia atenaza, la madre verde

por rocíos agotada, fresca

de nubes y de recientes lluvias

que su nupcial espera peligrosa

todavía incierta entre el amor y el odio;

es el milenario astro

que no puede existir ni una hora

separado de su exceso, para que

cada gota viva atraída

para siempre por dos fuegos

y por la exacta alternancia de la luz,

para que sea posible en vez amarse

y nunca saber si aquí empieza

realmente un nuevo mundo o si ciegos

vivimos el fin del tiempo. Tierra mía,

largamente injuriada estás

entre mis dedos como un puñado

de toda la sal, todo el sol y la semilla

que gastó tu cuerpo, aferrada

a una posible vida aún así

me regalas una nueva flor

para oler el mundo.

***

Del libro Viaggio incolume (Passigli 2017)

Ella se pone su vestido de muchacha y dice

- hojas, sueños, senilidad de los reinos - hasta entonces

lo que ha sido su vida olvidándose rápida

de los bancos de septiembre, sin recuerdos

en las playas lanceoladas por vientos africanos

y por rugosos veteranos, por pinos

resinosos que observaron salinidad sombría

por los días de su luto. Ella recuerda

todo esto y siempre calla la fuga o falaz

nostalgia de la memoria, la abundante

privación religiosa que lleva una herencia

de vagones inmaculados, de carriles

que rebotan sobre el mar y en el ápice un sol

que se burla del regreso; ella

se mira en la mañana más contrita y dice

˂˂ vamos, amor, a casarnos nuevamente,

seré madre, seré vela, seré extrema

miniatura,

así que arrimada

a tus brazos devendré la mujer

acostumbrada a la salida y a cada desvío˃˃.

***

Ella levanta su mano y le susurra ˂˂ yo

te ayudaré en este crujido de puente

donde cada paso es incierto y cada cielo

es como un alterno de locura y de clamor ˃˃;

porque desde esta noche tan buena

ella aprendió a blasfemar contra el mal,

enseñándole a imaginar con ojos cerrados

las pocas neurálgicas ilusiones como nuevas,

contando en su sueño todos los sueños

que en corto momento se erigían en fortaleza;

con la miel que conoce habrá llevado lejos

las fervientes utopías de historias colgadas

dentro del viento como trajes para secar, o dentro

del otoño como alas para volar, en la mañana

sólo alas para amar o para ser azules

aun quedando siempre solos, altivas

para alcanzar sus besos y por eso

inválidas en los sueños que miró

entregarse a la vida que se nos dieron. No será

su cuerpo el que comprende la avara

invención que obstinada nos colora, pero una ciega

mirada que todo lo ve y todo se olvida

excepto lo desconocido, que adivina

todo lo que ha preservado por este

presente claudicante en su oficio

de morir y luego revivir en cada día.

***

˂˂ yo canto en tu nombre para que tú

desde un lugar lejano tú me oigas llamar,

para que llegue a tu boca esta gota y una sed

colgante nos describa el viejo mundo, la tierra

ya perdida en lo esencial, pero siempre solvente

inalterada perfección ˃˃. Como los versos

necesarios de los pájaros, de árboles místicos

impregnados de sus nieblas, con un acto

de la mano en la frente tal vez él pueda

provocando una sonrisa con halagos

adornarla, cuando es la hora de partir

con palabras abrazarla, recordando

conjugado en su rostro como será

sobre sus pies un camino, sus manos

que manejan las flores y sobre las cumbres

una apariencia de silencio; oh muchacha

que un enigma vas tejiendo con nembos

de tinta bajo el don de las estaciones, que no

sabes terminar ni comenzar, ni quizás sumar

a tu imprevisto sedimento, confía

en la vida en lo que sueñas y cierto una mañana

tan cercana, trazando tu perfil

mientras duermes, ella te encantará

una y otra vez, y tú

desde el pasado sabrás sonreirle.


Tomaso Pierágnolo nació en 1965 en Padova, Italia, y desde hace treinta años vive entre Italia y Costa Rica. Ha publicado los poemarios Viaggio incolume (Passigli 2017); nuovomondo (Passigli 2010, ganador del Premio Saturo d’Argento Città di Leporano, finalista en los Premios Palmi, Metauro, Minturnae, rosa final del Premio Marazza); L’oceano e altri giorni (Venezia 2005, ganador del Premio Minturnae Giovani 2005, finalista en el Premio Libero de Libero, Gozzano di Belgirate 2005, Ultima Frontiera 2006 di Volterra e incluido en la rosa final de los Premios Rhegium Julii, Città di Penne, Frascati y Spallicci); Lettere lungo la strada (2002 Venezia, Premio Città di Marineo - Sicilia 2003, finalista en el Premio Gozzano di Belgirate 2004 e incluido en la rosa final de los Premios Alfonso Gatto y Camaiore). En 2009, en el ámbito del Festival Internacional de Poesía de Costa Rica, ha publicado la antología personal Poesía escogida.

Como traductor ha colaborado desde 2007 y por varios años con la revista Sagarana, donde realizó la difusión de autores de Costa Rica y Centro América inéditos en Italia. Ha traducido Eunice Odio (Questo è il bosco e altre poesie, editorial Via del Vento 2009, Premio Camaiore para la traducción) y, en colaboración con Rosa Gallitelli, la primera antología italiana bilingüe de la misma poetisa Eunice Odio Come le rose disordinando l’aria (editorial Passigli 2015, finalista en el Premio Città di Morlupo y en el Premio Città di Trento – Oltre le Mura).

Ha traducido Laureano Albán en los libros Gli infimi crepuscoli (editorial Via del Vento 2010) y Poesie imperdonabili (editorial Passigli 2011, finalista en el Premio Internazionale Camaiore, incluido en la rosa final del Premio Marazza para la traducción) y Juan Carlos Mestre (Non importa ormai vivere bensì la vita, Arcipelago Itaca Edizioni 2019, Premio Camaiore para la traducción).