Por Ana María Shua

Distancia Cero, libro de microrrelatos de Susana Szwarc


Ana María Shua

Escritora argentina

El microrrelato en español corría peligro. Parecía estar encerrado en una serie de fórmulas que giraban alrededor de los tópicos más trillados de la literatura fantástica. Otros textos reiteraban los antiguos juegos del supuesto final sorpresa, que ya no sorprende a nadie, la súbita revelación del detalle que faltaba. Entonces llegó Susana Szwarc. Entonces llegó su libro, Distancia Cero. Y vino a cambiar la historia.


No se trata de que en los textos de Distancia Cero no haya sorpresa. Sí la hay, pero de otro modo. Al contrario, creo que la elisión y al asombro son el magnífico secreto de este libro. El asombro no está en ese final supuestamente inesperado, sino que corre maravillosamente por el cauce de todas las palabras. Está en el lenguaje, en la búsqueda, en la resolución de estas pequeñas historias. Cada uno de estos textos es del todo inesperado. Susana Szwarc es poeta y eso queda muy claro en su narrativa, que lleva la impronta del misterio.


La elisión juega allí un papel esencial. Si bien escamotear parte de la información es lo habitual, casi una característica del género, el estilo de ausencia que practica Szwarc maneja otros registros. No se dice todo porque decirlo no es posible, porque muchas de estas historias son, precisamente, aproximaciones a lo indecible.


“Sorpresa” se llama, justamente, este texto:


Después de semanas de pasar en invierno varias veces en el mismo día por el mismo lugar, descubre un ramo de hojas que no murieron.


No sabemos qué hojas son, ni quien pasaba, ni qué están haciendo allí ni por qué, Pero no murieron, y eso es bastante para instalar la perturbación que solo la buena literatura provoca en el lector.


Nos encontramos en Distancia Cero con un prisma en donde todo se espeja y se invierte y se tensa entre sí: la increíble certeza de que, como en los mitos, todo resuena en todo. El lenguaje de este libro es capaz de captar al mismo tiempo lo mítico y lo cotidiano, lo alegórico y lo más sencillo. Es un lenguaje tenso, que se expande entre lo árido y lo húmedo, que le da materia y forma y un ángulo inesperado al umbral.


Léase, por ejemplo “En el café”:

El mozo me recomienda té negro con canela. Acepto. Antes de gritar el pedido, me dice sonriente: si no le gusta, que cercenen una pierna porque tengo dos.

Y no me gusta.


Szwarc no necesita resolver la cuestión de “Y qué pasó entonces”. Por lo que le interesa es plantar la semilla de la angustia en la mente del que lee. Curiosamente inacabados, estos microrrelatos dejan abierta la puerta al ingreso de todas las dudas, de todos los augurios, de todas las perplejidades.


Hay un humor muy particular, entre lo ácido y lo tierno; lo empático y lo cruel. Es siempre efectivo y fresco y vívido.


Molesto, se frota el ojo derecho. Aplasta un globo ocular hasta el cansancio. No quiere ver ese cuerpo extraño. Cierra un ojo, el otro.

No trate, el lector, de atrapar con la red de la lógica los microrrelatos de este libro. Son anfibios, escurridizos, absurdos, insensatos, y tienen, por eso mismo, todo el sentido que necesita el género. El malentendido se convierte en un motor de nuevos significados. En lugar de los golpes de sentido habituales en el microrrelato, lo que hay aquí son golpes de lenguaje. Es constante y práctica la reflexión sobre el lenguaje, sobre las posibilidades expresivas de las palabras. Qué y cómo comunican. Hay una contorsión del lenguaje, un malabarismo. Hay una apuesta. Como si las palabras fueran nuevas, como si recuperaran la frescura y la inocencia. Siempre al borde del sentido, Szwarc busca el límite del lenguaje, quiere llegar hasta la última posibilidad de comprensión que ofrecen las palabras, quiere marcar esa frontera, el punto donde el orden del idioma deja entrever el caos que asoma, aterrador y milagroso, por debajo de las palabras.


El sueño y los sueños es uno de los caminos sin señales en los que Szwarc se extravía, nos extravía. La elección de diálogos delirantes es otro. El fantasma de Kafka sobrevuela alguno de los textos, pero ninguno cae el la reiteración de los antiguos juegos sobre el famoso escarabajo. Hay allí una risa extraña, por momentos amarga, capaz, sin embargo, de constatar (sin descifrar) el disparate del universo.


Distancia Cero es un libro único, raro, por momentos angustioso, por momentos feliz, un libro del que, a pesar de todo, ningún lector exquisito querrá irse.

Ana María Shua, Buenos Aires, 1951. Sus libros de minificciones, género en el que ha obtenido amplio reconocimiento en el mundo de habla hispana, son La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caos y Temporada de fantasmas, incluidos todos ellos en Cazadores de letras, junto a Fenómenos de circo. También ha escrito varios libros de cuentos, reunidos en el volumen Que tengas una vida interesante, y antologados en Contra tiempo. En 1980 ganó con su novela Soy paciente el premio de la editorial Losada. Sus otras novelas son Los amores de Laurita, El libro de los recuerdos (Beca Guggenheim), La muerte como efecto secundario (Premio Club de los Trece y Premio Municipal de Novela) y El peso de la tentación. También es autora de poesía, de literatura infantil, con la que ha obtenido premios nacionales e internacionales, entre ellos el del Banco del Libro en Venezuela y el White Raven, en Alemania. Sus libros han sido publicados en Brasil, España, Italia, Francia, Alemania, Corea y Estados Unidos.