José Saramago

En el centenario de José Saramago


Por Pedro García Cueto

Escritor y crítico literario español


La muerte de José Saramago el 18 de junio del 2010, nos invita a reflexionar sobre una obra y una figura sobresaliente de las letras portuguesas. La razón de su preeminencia en tantos foros culturales tiene que ver con el compromiso ideológico que el escritor portugués ha tenido con la justicia y con los derechos humanos, la denuncia de toda ideología que premiase al capitalismo furibundo, aniquilador de toda humanidad, ha quedado demostrada en muchas ocasiones. Se cumple este año el centenario de su nacimiento.

Saramago vino al mundo el 16 de noviembre de 1922, en Azinhaga, a 120 kms, al noroeste de Lisboa. Sus padres eran campesinos sin tierras y con escasos recursos económicos. A la familia paterna la llamaban “Saramago”, que proviene del jaramago, planta herbácea silvestre. El ilustre escritor se iba a llamar José Sousa, pero al inscribirlo en el registro civil, un amigo de su padre, que trabajaba allí, le puso, por error, Saramago, apodo por el que era conocido aquel.

Con ese principio, ya podemos ver que el mundo de las apariencias ya estaba presente en la retina del escritor, un apellido erróneo era también un síntoma de lo absurdo y errático del mundo que iba a recorrer.

Todo ese mundo se trasladó a sus novelas, si el joven comenzó estudios en una escuela industrial a los doce años, los cuales no pudo terminar, porque sus padres no pudieron costearlos. Sin embargo, ya empezó su voracidad lectora, descubrimiento del lenguaje, de los espejos que las palabras tenían, mimbres donde poco a poco iría encontrando su verdadera voz, la de novelista.

Comenzó a trabajar de administrativo en la Seguridad Social y en 1944 se casó con Ilda Reis. Escribió en 1947 su primera novela Tierra de pecado, pero no consiguió éxito alguno.

Trabajó poco después en una compañía de seguros, colaboró en Diario de noticias, del cual será expulsado por razones políticas.

Un gran momento de su vida fue su afiliación al Partido Comunista en 1969, año en que se divorció de Ilda y se dedicó de lleno a vivir de la literatura.

Llegaron entonces novelas tan valoradas como Memorial de Convento (1982), El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), La balsa de piedra (1986) y una de las más polémicas: El Evangelio según Jesucristo (1991).

Será esta obra la que le llevará al gobierno portugués a vetar su presentación al Premio Literario Europeo de ese año, lo que lleva al escritor a abandonar Portugal y a instalarse en Lanzarote.

Ensayo sobre la ceguera: LA CRÍTICA AL PODER

Pero es Ensayo sobre la ceguera (1995) una de las novelas que más prestigio le han dado, tres años antes de ganar el Premio Nobel de Literatura. La razón es el objeto de este estudio que pretende relacionar el espíritu reflexivo del autor con el compromiso ideológico que late entre sus venas.

En esta novela Saramago planteó una metáfora de la sociedad cegada por el poder, un espacio donde los seres humanos, en la terrible ficción que nos cuenta el autor, van quedándose misteriosamente ciegos, sin causa alguna, sin ninguna patología que hiciese pronosticar semejante mal.

Hay momentos de la novela que merecen citarse en este estudio, donde podemos ver como el gobierno, comprendiendo que el mal se propaga, pretende ponerle medida:

El Gobierno lamentaba haberse visto obligado a ejercer enérgicamente lo que considera que es su deber y su derecho, proteger a la población por todos los medios de que dispone en esta crisis por la que estamos pasando, cuando parece comprobarse algo parecido a un brote de ceguera.

Pero no queda ahí esa intención de protección, sino que se pretende actuar para evitar el contagio, segregando a la población que ha sido afectada por la ceguera:


La decisión de reunir en un mismo lugar a los afectados por el mal, y en un lugar próximo, pero separado, a aquellos que mantuvieron algún tipo de contacto, no ha sido tomada sin ponderar seriamente las consecuencias.

El Gobierno entonces se vuelve censor, en una máquina de control, ya no de forma solapada, sino claramente, para conseguir que ese “contagio” que no es, ni más ni menos, que la salida del adocenamiento de la masa, no pueda llegar a otros.

El poder, para el escritor portugués, es el claro propagador de la mentira, la bestia que, en la línea de control que ya presagiaba Orwell en su famosa novela 1984, acaba apoderándose de las mentes de los seres a los que dirige. Los medios de control son diversos: la televisión (exprimidor de mentes que adocena a la masa inculta) los medios de comunicación, en general, que abren la senda del oportunismo y de la conveniencia para convencer a la masa de las ideas que ellos sostienen, anulando el espíritu crítico y disidente.

El terror que se apodera de los ciegos es el terror que sentimos los que ahora vemos el mundo en su alto poder de manipulación y engaño.

El fracaso de las expectativas del Gobierno, en la novela, le llevan a confinar a todos los ciegos (esos que han desvelado que la mentira nos inunda, nos pudre de arriba abajo cada día) en manicomios, en las casas para que las familias los escondiesen, etc.

El acto de pensar (nos transmite Saramago) debe ser escondido, al igual que los libros que los bomberos quemaban en la famosa película de Truffaut Fahrenheit 45, en la cual los hombres que se resistían a dejar de pensar, aprendían los libros de memoria.

Para Saramago, el médico y su mujer son esenciales en la novela, ya que sopesan la verdad, ayudan a los ciegos y comprenden que esa repentina ceguera es la verdadera luz, es el lugar donde uno descubre la mentira del poder que los estamentos han sostenido a través del engaño al pueblo.

Por ello, el escritor portugués nos describe con esa nitidez suya, como si al escribir, reflexionara para sí mismo, pero haciendo del lenguaje el campo idóneo para la denuncia, como si sus personajes, en ese estilo suyo, sin diálogos, fuesen la voz de su conciencia, perpetrada por el deseo de restablecer la verdad ante tanta mentira:

La mujer del médico puso en la mesa un poco de la comida que quedaba, después los ayudó a sentarse, dijo, Masticad despacio, ayuda a engañar el estómago.

La mujer del médico es el lazarillo, el ser que descubre, a través de los ciegos, la verdad de la manipulación que el sistema esconde, entregado a los brazos turbios de la política y de la religión:

Las llamas iluminaban los rostros, dirigidos hacia ellas, era como si el candil estuviese diciéndoles, Estoy aquí, vedme, aprovechaos, que esta luz no va a durar siempre. La mujer del médico acercó el vaso de agua hacia el niño estrábico…

Todo ese esfuerzo por ver en la oscuridad de los ciegos se transforma al final de la novela y ante la prosa esmerada de Saramago en la ceguera de la mujer, conociendo ya que lo que los ciegos abren es la luz que la mentira del Gobierno ha ido tapando a lo largo de los tiempos.

El final de la novela es de una claridad impresionante y nos confirma lo que Saramago ha denunciado siempre, podemos hacer lúcidos a otros a través de nuestra denuncia, podemos abrir el sendero de la verdad cuando hablamos de tú a tú, fuera de los poderes fácticos que nos engañan y nos venden al mejor postor:

La mujer del médico se levantó, se acercó a la ventana. Miró hacia abajo, a la calle cubierta de basura, a las personas que gritaban y cantaban. Luego alzó la cabeza al cielo y lo vio todo blanco. Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad aún estaba allí.

En ese instante, la mujer es ya patrimonio de la verdad, ha entendido el significado de la ceguera que, en este caso, en la enorme paradoja del libro, nos conduce a la denuncia y a la luz.

Este libro representa, sin duda, un legado fundamental en la obra de José Saramago, ya que no fue casual que su denuncia haya partido de la reflexión serena, una meditación que no podía quedarse en simple pensamiento, tenía que fundamentarse en el compromiso ideológico con los valores del progreso personal que excluyen el capitalismo atroz que nos invade.

Otros libros han dado fe de esta denuncia: Todos los nombres o La balsa de piedra, entre otros, libros donde el escritor portugués ha escrito desde la verdad contra la tiranía del poder y contra sus secuaces.

El lector inteligente que descubrió en El evangelio según Jesucristo la crítica a un estamento antiguo como la Iglesia, donde los estereotipos han degradado la posible fe en pos del poder y del adocenamiento de la masa por parte de la jerarquía clerical, es también el lector que descubre en Ensayo de la ceguera el mejor Saramago, el hombre íntegro que ha visto la blancura del cielo, donde el telón que nos envilece ha terminado y donde la reivindicación de unos valores (muy perdidos ya en el tiempo actual) se hace necesario.

Saramago nos ha dejado su voz y su elegancia en una prosa que no miente, donde nos abre el lenguaje para descifrar la torre de babel de las palabras, puras y vírgenes, no manipuladas por el poder que se sienta lamentablemente en nuestros gobiernos para hacer del pueblo, como diría Huxley, un mundo feliz, sin necesidad de pensar ni denunciar la mentira que anida dentro.

Licenciado en Filología Hispánica, Doctor en Filología y Licenciado en Antropología por la UNED. Profesor de Educación Secundaria en lengua castellana y literatura en la Comunidad de Madrid, Pedro García Cueto ha sido profesor asociado en la UNED, crítico literario en revistas literarias como República de las Letras, Quimera, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos del Matemático, Alhucema, la revista de cine Versión Original y revistas en la red como Letralia, Ómnibus y Cinecritic, entre otras. Ha publicado cuatro libros de ensayo, tres sobre la vida y la obra de Juan Gil-Albert (La obra en prosa de Juan Gil-Albert, El universo poético de Juan Gil-Albert y Juan Gil-Albert y el exilio español en México) y uno sobre doce poetas valencianos contemporáneos, titulado La mirada del Mediterráneo.