Síguenos

RESEÑA

Reseña a Tendríamos que haber venido solos: Novela del desarraigo

 

Por M. Ángeles Vázquez

 Ómnibus Madrid, España

El argentino Guillermo Roz (Buenos Aires, 1973) nos sorprende nuevamente con su novela Tendríamos que haber venido solos (Alianza editorial, 2012),  título misterioso que ya desde el inicio de su lectura atrapa al lector. 

Con una narración trepidante, Roz reflexiona en torno a los hilvanes familiares con una ironía amarga sobre el amor filial (“a mí me estaban queriendo mucho, muchísimo, demasiado” estribillo que se repite a lo largo de todo el texto) y sobre la pérdida de una infancia en absoluto inocente y feliz.

Ubicada en la Argentina de los años 70, la novela es una intensa evocación que conforma una estética propia, una crónica social que denuncia en clave de ficción los vicios y miserias de una Argentina en plena dictadura militar en la que se expande la grieta entre ricos y pobres, permitiendo visibilizar una colectividad al borde del colapso donde la violencia absorbe a sus personajes y la vida adquiere unos matices que se perfilan al borde del precipicio emocional  (véase al licenciado Venturino y su aspiración frustrada de asesinar por pasión amorosa). Como  Pablo Castel, el personaje central de El túnel (1948) de Ernesto Sábato,  Roz se sumerge en la problemática social de su escenario a través de unos actores y una trama donde lo importante no es la descripción de los crímenes, ni siquiera quién los comete, sólo analiza las causas que, sin pretensión de justicia, nos llevan al drama de un fanatismo existencial que marca la condición humana del homicida.

También, igual que en Diario de un killer sentimental del chileno Luis Sepúlveda, la  narración de Tendríamos … descansa sobre distintas perspectivas que marcan a sus personajes como una galería de seres humanos marcados por la derrota y la marginalidad y que, entregados a un sueño imposible, conocen el lado más oscuro de sus vidas, lo más grotesco, la experiencia al límite de una descarnada actitud vital.

La trama gira en torno a la vida de Norberto “un hijo saturado de besos”, que, entusiasmado por lo que será su primera casa ubicada a las afueras de Buenos Aires, viaja en su Fiat 600 (“un cochecito de viento y resaca”) con Jimena, su esposa embarazada y con Lula, la caricatura de una suegra incómoda, hasta una urbanización fantasma en el medio de una nada densa y pesada, hostil y a la búsqueda placentera de esa casa –la número 56- que descubrirá  que no “protege”, un hogar que no acoge.

Como una gran mueca inquietante, será una tormenta y Lula, —es por ello que deberían “haber venido solos”— lo que les llevará a la precipitación de unos sucesos que arrastrarán sus vidas hacia una punzante entelequia asociada al naufragio como una exhortación de declive y muerte.  

Un  elemento que transita como un leit motiv  por la producción literaria de Roz es la emoción del exilio simbólico: la soledad y el desarraigo (“La soledad es una patria compleja” reflexionará el narrador omnisciente) cercarán especialmente al ingeniero Venturino y a Norberto en todo el desarrollo de la novela.

Con un conseguido recurso discursivo los personajes, los antihéroes desarraigados de Roz, se recrean en el vértigo de la vida misma, exploran la trampa a la que el destino les arrastra en una atmósfera de extraña enajenación, quedando atrapados en ella, en una soledad compartida que irrumpe cuando las bestias que llevan dentro aparecen de una manera inexorable. Este  ambiente vertiginoso de exploración que nos propone el autor, nos acerca a la violencia cotidiana del ser humano y  nos recuerda al desarrollo de la controvertida película Deliverance de John Boorman:  lo que se vislumbraba como un apacible fin de semana deviene en violencia y espanto.

Por otra parte, la historia narrada se engarza directamente con la evolución de sus personajes, que en un entramado de palabras y recuerdos, de contradicciones afectivas que con un estilo ágil y tierno, consigue que Roz “renombre” la realidad y lo absurdo de ella como un fatum  implacable y asfixiante.

El desenlace final no es tan sorpresivo como nos hubiera gustado, pero en realidad, esto no es relevante si tenemos en cuenta el ritmo fulgurante de la novela. Roz, nos da un respiro, una sutil esperanza de la posible existencia de otra vida mejor, a pesar de haber privado a los amantes de su naturaleza tradicional de hermosura y placidez, extremando el amor a un espejismo atormentado vinculado a la incertidumbre y al destierro.

Guillermo Roz tiene en su literatura, sin duda alguna, ese ángel perverso que envuelve y cautiva como una especie de tótem mágico que te lleva a los infiernos.  Así se manifestó ya en sus anteriores publicaciones La vida me engañó (Mirada Malva, 2007) y Avestruces por lanoche. Dos nouvelles (Mirada Malva, 2009).

 

 


blog comments powered by Disqus