Lenguaje deportivo

 La gestación de un lenguaje deportivo internacional.

Algo más que una posibilidad teórica

 


Por José Luis Rojas Torrijos[1]

Universidad de Sevilla, España

 

 

“Los trabajos académicos siempre han tomado como
 referencia para el estudio de la realidad idiomática

el periodismo porque son los medios de comunicación

los que fijan el modelo lingüístico entre los ciudadanos”

 

 

Las Academias de la Lengua Española se asociaron hace ahora más de sesenta años con el objetivo común de preservar la unidad del idioma frente a la poderosa influencia del inglés en el español que se habla en Iberoamérica debido sobre todo a la expansión de los principales medios de comunicación estadounidenses (agencias y canales de televisión) en la zona. Ya desde sus inicios, advirtieron de la contaminación lingüística en este sentido y pusieron en marcha diferentes mecanismos para velar por la corrección gramatical y la amplitud léxica.

Décadas más tarde, a raíz del desarrollo imparable de internet como plataforma universal de contenidos y de otros medios de comunicación audiovisuales de alcance global, las veintidós Academias de la Lengua se han planteado como meta (así lo refrendan sus últimos trabajos como el Diccionario panhispánico de dudas, la nueva Gramática, el Diccionario de Americanismos y la Ortografía) la utilización de un español neutro o español internacional, es decir, la conformación de un lenguaje igualmente válido y comprensible en cualquier país del arco hispanohablante mediante el uso de un léxico universal que se sitúe siempre por encima de los localismos de cada comunidad lingüística. 

En los últimos años los trabajos académicos siempre han tomado como referencia para el estudio de la realidad idiomática el periodismo porque son los medios de comunicación los que fijan el modelo lingüístico entre los ciudadanos y, además, lo hacen siempre como terreno de avanzadilla, con el margen de tiempo suficiente para que los académicos puedan decidir sobre el uso de una determinada palabra o expresión está lo suficientemente asentado y ello justifica su aceptación y consiguiente inclusión en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).

 De esta forma, los medios se erigen como verdaderos laboratorios de ideas y pruebas en los que se hallan soluciones en tiempo récord, dadas las urgencias del día a día periodístico, a la llegada masiva de neologismos, extranjerismos, tecnicismos, modismos y regionalismos que, en muchos casos, no se encuentran registrados en el diccionario y que, presumiblemente, tardarán mucho tiempo en hacerlo. La praxis periodística otorga así un trabajo de campo más que fiable a los académicos para la formulación de sus tesis teóricas, esas mismas que luego aparecen en los textos normativos y que nos sirven a todos los hispanohablantes para tener una base científica a la hora de utilizar nuestra lengua con propiedad.

Además, esta capacidad de los medios de comunicación de ir casi siempre por delante de los académicos a la hora de encontrar respuesta al extraordinario dinamismo del idioma se ha visto reflejada en los libros de estilo, unas herramientas concebidas para la mejora del desempeño profesional de redactores y editores y que están encaminadas a dar coherencia y corrección a los productos periodísticos finales y en las que la preocupación por el buen uso del idioma ha sido una constante.

En este sentido, los manuales de estilo confeccionados por los medios de comunicación transnacionales como las agencias de noticias The Associated Press, Reuters y DPA u otros medios de clara vocación internacional como EFE o el canal de televisión CNN en Español han supuesto un claro acercamiento a esa necesidad expuesta por las autoridades académicas de dar forma a ese español internacional que, como señala Alberto Gómez Font (2006: 41), existe desde hace tiempo y, de hecho, se emplea en los principales medios de comunicación hispanos de Estados Unidos.

No obstante, esos libros de estilo, lejos de dar una respuesta clara y uniforme al problema, se limitan a esbozar objetivos y a sugerir a sus respectivos grupos de periodistas líneas de actuación con un carácter más general que específico. En cada caso, una misma duda idiomática puede resolverse de forma diversa según criterios de edición diferenciados y también en función del ámbito de difusión y tipo de público al que se dirige cada medio de comunicación. Además, en pleno debate sobre la idoneidad de fomentar un uso panhispánico del idioma, algunos de estos manuales también advierten de los riesgos que puede conllevar una aplicación exhaustiva de la idea si esta trae consigo un excesivo encorsetamiento de la actividad periodística y desprovee de naturalidad y eficacia al mensaje.

Tal como advierte Jorge Covarrubias en el Manual de Técnicas de Redacción Periodística de The Associated Press (1996: 22), si bien el ideal de una agencia noticiosa de alcance internacional consiste en emplear un lenguaje común para todas las latitudes del idioma, de forma que la redacción y presentación de los teletipos sea homogénea en cada una de las corresponsalías y delegaciones, resultaría negativo "tratar de uniformizar a ultranza todo el material informativo" porque eso sería también privar a este de vida y dinamismo, dando incluso la sensación de que todos los despachos han sido escritos por la misma persona.

 Esto supone para muchos editores de agencia un verdadero dilema, al tener que debatirse entre la necesidad de fijar a toda costa unos estándares lingüísticos y hacerlos prevalecer en pro de la consecución de un español neutro o internacional, y la obligación de respetar en la medida de lo posible el estilo literario de cada periodista o colaborador. ¿Qué ha de primar en el caso que el autor haya escrito una crónica perfectamente construida, entretenida e impecable desde el punto de vista gramatical, pero lo haya hecho empleando términos que a lo mejor solo son comprensibles en su país o en un reducido número de países?

Para resolver este problema, AP aboga por "preservar en la medida de lo posible la frescura de las modalidades regionales del idioma" y por no cambiar los términos locales siempre que todos los lectores los puedan entender. Sin embargo, señala que sí corresponde evitar los regionalismos y modismos exclusivos de una zona geográfica determinada, como, por ejemplo, ocurre con el argentinismo pileta o el mexicanismo alberca (en ambos casos se recomienda el uso de piscina), ya que lo que se persigue es la intercomunicación con otras comunidades lingüísticas del mismo idioma.

Precisamente con este objetivo, el Servicio en Español de AP, coordinado desde México D.F. para Latinoamérica y desde Madrid para el continente europeo, ultima nuevo libro de estilo que incorporará los nuevos usos y acepciones recogidas en las últimas obras panhispánicas de las Academias de la Lengua y, con ello, pueda concretar y esclarecer aún más cuáles son los criterios lingüísticos por los que deberán regirse sus periodistas a partir de ahora para la consecución de ese castellano estándar.

Sobre esta cuestión, la agencia alemana Deutsche Presse Agentur (DPA), que cuenta con un Servicio de Español con bases operativas en Buenos Aires (1961) y Madrid (1997), apuesta en su Manual de Estilo por la utilización de un "lenguaje que debe ser comprensible para todos", independientemente de su lugar natural de procedencia o su condición social y nivel educativo. Así, insta a sus redactores a emplear "términos neutros y comunes, pero no vulgares", pero realmente no explica en qué ha de consistir exactamente esa neutralidad (2006: p. 21).

Algo más explícita en este sentido es la agencia británica Reuters, que también cuenta con importante servicio de noticias en español desde su actual sede central en Santiago de Chile. En su Manual de Operaciones del Departamento Editorial (1999), se indica que es preciso emplear un vocabulario global que huya de localismos y sea accesible en cualquier parte de América Latina. No obstante, puntualiza que puede haber informaciones en las que sí sea necesario y conveniente usar un término local, ya sea para darle color a la nota o porque sea simplemente parte de una cita, en cuyo caso habrá 'traducir' a español neutro internacional entre paréntesis (p.169).

Por tanto, hay debate, y es que la realidad periodística señala que para un medio de comunicación no siempre resultan compatibles (al menos, a veces apenas pueden hacerse visibles) la aspiración de fijar unos estándares lingüísticos comunes en aras de la globalidad del idioma y la exigencia de dotar al producto periodístico resultante del suficiente atractivo y eficacia lingüística como para captar y fidelizar el interés de la comunidad de hablantes a la que se dirige expresando todo lo que ellos desean leer, escuchar o ver.

 

Del hecho universal a la diversidad intranacional

A este respecto, resulta especialmente significativo el comportamiento del periodismo deportivo, una modalidad informativa de alto impacto por la universalidad de la materia sobre la que se sustenta y, al mismo tiempo, por su arraigo intranacional. Efectivamente, el deporte no es solo el producto informativo de mayor interés colectivo y éxito social en la mayoría de los lugares, sino que además ha sido capaz de desarrollarse extraordinariamente estableciendo fuertes vínculos afectivos y de identificación cultural entre los habitantes de cada ciudad, región o país.

Así, los medios de comunicación deportivos refuerzan esta sensación de pertenencia a una comunidad y de cercanía con sus conciudadanos, a los que hace partícipes de los logros y resultados de los principales deportistas y equipos en competiciones sobre las que informa, especialmente aquellas de ámbito y repercusión internacional, tales como los Campeonatos del Mundo de fútbol o los Juegos Olímpicos, citas que están marcadas en rojo en el calendario y que sirven para pulsar el grado de cohesión y sentimiento patriótico de las naciones.

No obstante, la doble condición inherente al periodismo deportivo actual, situado a medio camino entre lo universal y lo intranacional, manifiesta diversas variantes en función de la disciplina de que se trate, así como del país o región desde y para la que trabaje el medio de comunicación. Estos dos aspectos son cruciales a la hora de entender el fenómeno deportivo y serán determinantes a la hora de plantearse la posibilidad de aplicar a este tipo de informaciones un español neutro o estándar de alcance global.

Por un lado, nos referimos a un área de información especializada que es plural y compleja al aglutinar un vasto y heterogéneo número de disciplinas (solo en España están reconocidas oficialmente 67, mientras que la suma de sus especialidades alcanza las 402), pruebas y competiciones a las que debe dedicar (y habitualmente no concede o no siempre puede dar) una cobertura continuada tanto en las páginas de los medios de comunicación impresos y digitales como en los espacios audiovisuales.

La diversidad que caracteriza a este campo periodístico, que no recoge una realidad unívoca ni concreta, exige un alto grado de competencia y especialización por parte de los profesionales con el fin de ofrecer una información adecuada, correcta y bien explicada, especialmente en las modalidades menos conocidas por los ciudadanos. De esta forma, como señala Antonio Alcoba (1984: 233), “el aficionado al deporte, profano en cuanto a la mayoría de las disciplinas, espera una comunicación inteligible de la mano del especialista, quien puede iniciarle en la comprensión de ese deporte específico, con indicaciones sobre la terminología y la reglamentación”.

En buena medida, la función educativa del periodismo deportivo a lo largo de estas últimas décadas ha residido precisamente en la divulgación de esa terminología que antes solo era utilizada por deportistas, técnicos, árbitros y demás especialistas para hacerla comprensible a todas las mentalidades e incorporarla al acervo léxico común. A través del periodismo, determinados deportes han alcanzado una enorme popularidad entre los ciudadanos, que siguen y admiran a sus ídolos, al mismo tiempo que demandan a los medios una mayor cantidad de informaciones, opiniones y análisis sobre la materia.

Esto mismo ha ocurrido con el fútbol, cuya preeminencia en España y en la mayor parte de Iberoamérica es casi absoluta al copar en muchos casos hasta tres cuartas partes de los contenidos deportivos que generan los medios y acabar así casi invisibilizando al resto de modalidades salvo contadas excepciones, que, además, se producen en un reducido número de países.

El desarrollo del balompié y su consiguiente proyección internacional en los medios han tenido como consecuencia la gestación de un lenguaje propio que actualmente es usado y conocido por todos, independientemente de la nacionalidad del hablante. El lenguaje del fútbol es universal y así se manifiesta en el periodismo deportivo, cuyas crónicas recogen términos y expresiones que, en la mayoría de los supuestos, no hace falta explicar porque forman parte del ideario colectivo global. Aunque en España, a diferencia de Latinoamérica, sea más común utilizar la palabra penalti en vez de penal, árbitro en lugar de réferi o referí, portero por arquero o regatear por gambetear, también se entienden las equivalencias más propias de otros países porque los medios de comunicación lo han hecho posible.

La cobertura mediática de acontecimientos internacionales y la masiva presencia de jugadores extranjeros en los campeonatos han acelerado este acercamiento cultural y, además, han originado un intercambio léxico continuo que amplía y diversifica el horizonte del idioma. Entre las expresiones importadas de América que a día de hoy son moneda de cambio habitual en el hablante español se encuentran hincha, clásico, cancha (pista o terreno de juego), dupla o definir (marcar un gol).

Por tanto, en el caso del llamado deporte rey la consecución de un español internacional no solo es una posibilidad, sino una realidad incontestable. De hecho, la mayoría de sus términos tienen un uso aceptado como general en la lengua y, además, se emplean en un área de distribución geográfica muy extensa. De denominarse así, el español internacional futbolístico ya existe y constituye un fenómeno que sigue imparable en su evolución.

Sin embargo, la generalización en el uso social de los términos deportivos difiere según la popularidad alcanzada por cada modalidad, es decir, según el grado de atención, más o menos preferente, que le presten habitualmente los medios de comunicación. Aparte del fútbol y de otros deportes que forman parte del carril mediático internacional, como puedan ser el baloncesto o básquetbol, el tenis, el ciclismo o el automovilismo (léase Fórmula Uno), la mayor parte de las modalidades siguen siendo de alcance más minoritario y, por ello, su léxico requiere de una traducción o explicación añadida para hacerlo efectivamente entendible.

Así, por ejemplo, mientras palabras como hat trick, asistencia, golaveraje, deuce, maillot o pole han pasado a formar parte del repertorio léxico habitual de una gran parte de los ciudadanos hispanohablantes, otras voces como passage (que en doma clásica significa ‘trote lento y cadenciado con un prolongado movimiento de suspensión en cada tranco), approach (‘golpe de aproximación’ en golf), clinch (en boxeo 'agarrada o trabado'), doble scull (‘bote de competición formado por dos remeros con dos remos cada uno’) o ruck (‘melé abierta o espontánea’ en rugby) quedan constreñidas dentro de un registro más técnico y especializado y, por tanto,  alejado de la lengua común. Buena parte del léxico polideportivo sigue revistiendo todavía un carácter bastante críptico para el gran público, un hecho que despeja de momento cualquier opción de hacerlo universal.

Al margen de esta limitación conceptual, los contenidos del periodismo deportivo están estrechamente ligados a los intereses de la audiencia a la que se dirige. Por ello, la principal traba que suelen encontrar las grandes agencias y otros medios transnacionales que informan sobre deporte a un conjunto diverso de países en lengua española es hallar la fórmula idiomática más natural y eficaz para que los requerimientos de los diferentes mercados se vean igualmente atendidos y se mantenga la sensación de proximidad entre los medios y los públicos locales.

Así, las necesidades informativas del Caribe, donde el béisbol y los deportes de las grandes ligas profesionales de Estados Unidos son los más seguidos, no son las mismas que las de América del Sur, donde el fútbol es el dominador absoluto, o España, un país en el que, por ejemplo, el motociclismo o el balonmano tienen un interés mucho mayor que en el conjunto de Latinoamérica.

Esta disparidad en el grado de desarrollo de las diferentes disciplinas según el país o región de la que hablemos tiene como consecuencia la forja de un léxico característico de índole más local o regional que internacional. Al fin y al cabo, el aficionado a un deporte, en su barrio, en su ciudad o en su país, suele esperar siempre que le cuenten las historias de una determinada manera que le resulta familiar y que, además, le implica emocionalmente.

Teniendo en cuenta la diversidad de la comunidad idiomática en español y las particularidades de la realidad deportiva de cada país, los medios de comunicación de difusión internacional como las grandes agencias de noticias, suelen hallar diferentes soluciones para problemas similares con tal de garantizar que los clientes de los mercados a los que se dirigen comprenden perfectamente el lenguaje utilizado en los textos.

En algunos casos, la variante léxica dominante a la hora de informar de cada deporte suele ser la del lugar en el que hay un mayor número de practicantes y seguidores de esa disciplina. El ejemplo más claro en este sentido es el béisbol, una modalidad de enorme impacto en Venezuela, Cuba o Nicaragua, mientras apenas alcanza notoriedad en España y en el resto de América Latina. Esto hace que, indefectiblemente, los términos más empleados en los despachos en español sobre este deporte sean las procedentes de esos países, porque allí es donde se han creado esas voces y de donde proceden las acepciones más comúnmente aceptadas y utilizadas por los protagonistas del hecho deportivo.

Jorge Sáinz Herrero, editor del Servicio en Español de AP en Madrid[2], nos confirma este extremo y nos apunta cómo en su agencia prevalecen las traducciones y castellanizaciones que de esta modalidad se han hecho del inglés, tales como jonrón (en lugar de home run), ampáyer (umpire, árbitro) o pitcheo; y los nombres de las posiciones en el campo, como serpentinero (lanzador) y jardinero (jugador defensivo), o de movimientos y jugadas como abanico (swing) y ponchado (strike out).

 Sin embargo, la mayor parte de los deportes que ocupan porciones relevantes del pastel mediático no son exclusivos de un solo país; se han desarrollado paralelamente en diferentes puntos del arco hispanohablante a lo largo del tiempo, aunque de una manera asimétrica desde un punto de vista social y cultural. Este proceso evolutivo múltiple ha provocado que actualmente coexistan varias alternativas terminológicas dentro del idioma para referirse a un mismo concepto deportivo y que, si hablamos de español internacional, haya que elegir la opción más natural y extendida dentro del mercado en el que nos movamos. 

Por ejemplo, en las informaciones sobre tenis habrá que tener en consideración que el léxico que se emplea en buena parte de Suramérica difiere notablemente del más comúnmente aceptado y utilizado en España. En Argentina o Chile no se comprenderá la noticia si escribimos dejada en vez de drop, rotura/ruptura de servicio en lugar de quiebre de saque o pista de tierra batida y no cancha de polvo de ladrillo.

Igualmente si hablamos de rugby, la asunción de anglicismos es más habitual en América del Sur (try, drop, scrum, mark) que en el español europeo, donde se han españolizado un mayor número de términos (ensayo, botepronto, melé, parada de volea) e incluso se ha tomado más como referencia en algunos casos el francés para forjar palabras y expresiones como juego a la mano (jeu à la main), pilar (pillier), placaje (placage) o medio de apertura (demi d'ouverture).

Para conjugar en un mismo servicio de noticias deportivas esta amalgama de preferencias, agencias como AP optan por mantener en la mayoría de sus despachos el registro léxico particular del país de origen de la información, siempre y cuando el estilo del periodista no caiga en expresiones demasiado locales y familiares que pueden resultar extrañas fuera de los límites de la misma comunidad idiomática a la que presta sus servicios.

Por su parte, DPA apuesta por respetar en la medida de lo posible el estilo del autor siempre y cuando las palabras y expresiones empleadas estén admitidas en el DRAE y no supongan un impedimento a la intelección de los mensajes. A este respecto, el editor de Deportes del Servicio en Español de esta agencia en Madrid, Sebastián Fest[3], incide en la importancia de "no forzar el lenguaje" y en la idoneidad de escoger aquellos términos con mayor grado de consenso entre los países hispanohablantes.

De esta forma, al no despojar al teletipo del código lingüístico intranacional, las agencias internacionales evitan un posible distanciamiento respecto al receptor mientras contribuyen a flexibilizar aún más el idioma dando a conocer vocablos y expresiones que pueden resultar poco conocidos en determinados países pertenecientes a la comunidad pero que en un futuro pueden acabar expandiéndose y consolidándose.

El lenguaje deportivo internacional en español es algo más que una posibilidad teórica, y lo es, sobre todo, gracias a la labor de las principales agencias de noticias y resto de medios de comunicación de vocación panhispánica, que se han encargado de fijar unos criterios de estandarización en el uso del idioma para una aplicación válida en el conjunto de países en lengua española.

 

Referencias bibliográficas

ALCOBA, Antonio (1984). Deporte y Comunicación. Madrid: Comunidad Autónoma de Madrid

COVARRUBIAS, Jorge (1996). Manual de Técnicas de Redacción Periodística. Nueva York: The Associated Press

DEUTSCHE PRESSE-AGENTUR GMBH (2006). Manual de Estilo del Servicio Internacional en Español. Hamburgo: DPA

GÓMEZ FONT, Alberto (2006). "El español que se habla en los medios" en AA.VV. Lectura, escritura y comunicación. Málaga: VG Ediciones, págs. 35-50

REUTERS (1999). Manual de Operaciones del Departamento Editorial. Santiago de Chile: Reuters

 

[1] José Luis Rojas Torrijos, Periodista desde 1994, con experiencia en medios radiofónicos, escritos y digitales. Desde 2007 también está vinculado al ámbito académico. Doctor en Periodismo, forma parte del Grupo de Investigación Estudio de Medios para un Periodismo de Calidad, del Departamento de Periodismo II de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla. Especialidades en Periodismo deportivo, uso del lenguaje y libros de estilo.

[2] Conversación telefónica mantenida el 9 de marzo de 2012

[3] Conversación telefónica mantenida el 15 de marzo de 2012


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