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Daniel Estefan Berrio

 

EL NIVEL CERO (2018)

POR

DANIEL ESTEFAN BERRIO

 


             Las guerras se intensificaron y muchos gobiernos se vinieron abajo, al igual que los tratados y acuerdos entre países y organizaciones como la ONU. Debido a la millonaria deuda externa, nuestro país cayó en la crisis más grande de su historia. La diplomacia desapareció y los estados más poderosos se impusieron como quisieron sobre los más débiles. Colombia fue saqueada y explotada por años, hasta que se consideró que la deuda externa fue saldada.

Después de eso, el país trató de levantarse, pero una guerra civil estalló. Esto, debido a la corrupción y a aquellos que se levantaron para pelear en contra de un estado tirano. Al final, todo acabó en división y el país se deshizo. Cada ciudad gobernó como bien le pareció.

Yo y mi familia vivimos en la ciudad de Salitre. Se llamó así porque después de que Bogotá fue asolada y destruida, los habitantes de ese barrio fueron los únicos que sobrevivieron; estos, volvieron a fundar una ciudad con ese nombre. Con los años, Salitre creció y terminó convirtiéndose en una metrópolis al igual que la capital que una vez estuvo allí. Debido a las guerras y a las invasiones, nuestro gobierno construyó una enorme muralla de acero que cercó y separó a Salitre de todo el resto del país. Nadie podía salir y mucho menos entrar, a excepción de los militares, quienes día a día, salían a patrullar y a combatir a las fuerzas invasoras y a los rebeldes de allá afuera.

Los años pasaron y el gobierno hizo construir una ciudad sobre nuestra ciudad. Por decirlo así, un segundo piso. Un techo para la mayoría de los que vivían abajo, y un cielo para la clase alta que vivía allá arriba.

Pero eso no fue todo lo que el estado hizo. Se clasificó y se ubicó a los ciudadanos por profesiones. En el caso de la de clase baja, los que no podemos ver la luz del sol por la estructura que tenemos encima, nos ubicaron por recolectores, recicladores, barrenderos, albañiles, cosechadores, etcétera. A los de clase media por enfermeros, lavanderos, cocineros, técnicos y demás.

Ahora, todos vivimos y trabajamos para sostener a la ciudad, para ser más específicos al gobierno; en especial al gobernador y a su grupo de políticos que se especializan en dormir en sus puestos de trabajo. Solo ellos reciben los mejores beneficios por su labor; solo los del segundo nivel, los de la clase alta. En cambio, nosotros estamos obligados a trabajar ocho horas diarias, siete días a la semana, para recibir los tres platos de comida al día, una pequeña caja de elementos de aseo al mes y una muda de ropa cada trimestre. Si queremos algo más tenemos que trabajar horas extras. Y así son todos los días de nuestra vida.

II

Las campanas sonaron, avisando que eran las 06:00 a.m. esa era la hora de levantarse, y más valía que todos se levantaran a trabajar o no recibirían sus tres comidas. En vez de eso, el infractor se la pasaría dos o tres días encarcelado sin probar un bocado.

Mi padre, mi hermano Jonás y yo, nos levantamos esa mañana para dirigirnos a uno de los centro de acopios. Por fortuna, a nosotros nos correspondía uno de los pocos en donde caían los residuos de un cuarto de la población del segundo nivel. Siempre podíamos encontrar cosas de utilidad y en perfecto estado. Algunas estaban descompuestas, pero yo me encargaba de repararlas para cambiárselas a los de la clase media, por comida, ropa, agua, o cualquier otra cosa, o también, se las regalaba a los de mi mismo extracto social. Y aunque estaba prohibido sacar elementos de los centros de acopio, siempre podíamos extraerlos por algunos agujeros en las cercas, que tapábamos con basura, latas o escombros, con el fin de que los guardias no los descubrieran.

Ese día, como de costumbre me levanté renegando por nuestra suerte. Estaba cansado de trabajar para un estado que se jactaba dándonos tres platos de comidas, cuando los de la clase alta, sin hacer gran cosa podían comer todo lo que quisieran. Estaba cansado de llevar esa vida miserable; tan cansado, que no evitaba expresar mi deseo de huir y de marcharme a otro lugar. Soñaba con atravesar esa muralla de acero para nunca más volver a Salitre.

A diferencia de mí, mi hermano Jonás, quería quedarse para siempre en esa horrible ciudad. Él soñaba con convertirse en un guardia, para después ascender e irse a vivir al segundo nivel con la clase alta. Siempre lo estaba repitiendo. Yo no entendía como alguien podía pensar semejante cosa. Como no podía darse cuenta del abuso tan evidente que se vivía en ese infierno, como la tiranía gobernaba, dictaba, obligaba, acusaba, encarcelaba y hasta mataba por poder, por un supuesto orden.

Recuerdo que mi padre siempre tenía que controlarnos para que no termináramos agarrándonos a golpe. A veces tenía que recurrir a golpearnos con algún objeto pesado de la basura o darnos un par de puñetazos para detenernos y hacernos desistir de nuestras riñas.

Cuando la jornada laboral terminaba, subíamos a la camioneta que nos había asignado la administración y la dejábamos parqueada junto a un poste, cerca de la deshuesadora. Allí cada quien se dirigía al lugar de la cerca donde había escondido los  elementos que había encontrado durante el trabajo.

Recuerdo que ese día, después de trabajar, al ir a recoger los residuos que dejé escondidos entre unas latas oxidadas, encontré un cuadrado de cartón con un mensaje que me llenó de sorpresa y curiosidad. El mensaje decía:

 Te hemos estado observando y queremos que te nos unas. Nosotros también estamos cansados de este infierno.

Cuando vi ese mensaje emergieron en mí varios sentimientos a la vez. Uno fue miedo; miedo al pensar que por tener ese letrero en mis manos me podrían castigar o incluso matar, y era muy posible de que me acusaran por estar involucrado en un grupo rebelde. Otro sentimiento fue alegría; el saber de qué un grupo de personas estaba buscando liberarse de ese gobierno, me reconfortó.

Me mantuve de pie con el cartón en las manos y procedí a romperlo, para después desecharlo. Allí, en ese mismo sitio me pregunté si en verdad alguien llevaba días, tal vez semanas, meses o quizás años, observándome. Deseché esa idea al considerar que el viento pudo haber traído el cartón hasta mi escondite.

La bocina de la camioneta me despertó de mi sueño de preguntas y pensamientos, y volví hasta el vehículo. Me introduje en él y nos marchamos.

III

A la mañana siguiente, la pesadilla de todos los días se repitió. A la hora del almuerzo le pregunté a mi padre, que cómo era posible que en sus cuarenta años hubiera soportado toda esa vida de esclavitud. Su respuesta me dejó en silencio y con una sonrisa en el rostro. Él dijo que lo que lo mantenía aun en la lucha éramos nosotros; su familia. Cuando mi madre murió, nosotros apenas teníamos once y diez años. Fue en ese entonces cuando mi padre tuvo que luchar con mayor esfuerzo por sacarnos adelante. Cuando alguien tenía hijos menores de doce años, debía trabajar más horas para el sustento de ellos. Al cumplir los doce, todo menor debía trabajar con sus padres.

 Cuando se hicieron las 05:00 p.m. y llegó la hora de marcharnos, volví a dirigirme al lugar donde había escondido los elementos que encontré durante la jornada. Me volví a llevar otra sorpresa. Otro trozo de cartón estaba allí con otro mensaje, y mi nombre estaba explícito en él.

Darwin, te necesitamos para pelear contra el estado.

Mi piel se erizó al leerlo y automáticamente miré hacia todas las direcciones. No vi a nadie. Saqué un lápiz de mi mochila y escribí:

No sé quién eres, o quiénes son. Debemos vernos para cerciórame de que no sea una trampa.

 Dejé el cartón boca abajo en el mismo lugar y le puse una piedra encima para evitar que el viento se lo llevara. Di media vuelta y regresé con mi padre y mi irritante hermano. Recogimos la cena en el despacho de alimentos y la llevamos a casa para consumirla en nuestra residencia. La cena era la única comida que podíamos transportar a otro lugar. El desayuno y el almuerzo, debían comerse en los comederos del despacho. Después de eso todos debían volver a sus labores.

Llegamos a nuestra pequeña casa y nos sentamos en la sala. Encendimos el radio para escuchar la transmisión, pues el radio era el único aparato que nos permitían portar. Cualquiera que fuera visto con una computadora, una Table, celular o cualquier otro dispositivo seria llevado a prisión. Esa era la regla que con más frecuencia violábamos. Siempre estábamos encontrando y cargando esa clase de aparatos. Pero como ya teníamos varios de esos debajo del piso de la casa, los que encontrábamos eran para intercambiarlos u obsequiarlos.

Mi hermano le subió el volumen a la radio y procedió a sacar del escondite subterráneo un televisor, lo encendió y le bajó el volumen. Lo mismo que transmitían por el radio era lo mismo que mostraban por la televisión. Así cualquier persona o guardia que pasara cerca de nuestra casa, no tendría ni la más mínima sospecha.

Mi padre se sentó junto a nosotros y vimos el noticiero. Casi un cuarto de la transmisión se dedicó a una muchacha llamada Yina; una joven de la clase alta, una residente del segundo nivel. Ella había desaparecido hacía quince días y nadie sabía de su paradero. Las autoridades la buscaban y ofrecían una buena recompensa por hallarla o por dar información que conllevara a localizarla.

Cuando Jonás escuchó acerca de la oferta, los ojos se le abrieron de par en par, parecían un par de huevos fritos, brillantes y enormes. En ese momento me imaginé que él veía eso como una oportunidad para surgir y llevarse el premio. El siempre creyó que el reconocimiento lo llevaría a la fama y a las oportunidades.

Llegadas las 08:00 p.m. todos los habitantes de Salitre, a excepción de los del segundo nivel, tuvimos que apagar las luces. Yo me acosté sobre mi catre pensando en aquellos mensajes que me habían dejado, mientras que Jonás se acostó con una manta de color negro encima, para evitar que la luz de su portátil saliera afuera. A los pocos segundos mi padre entró a la habitación y se despidió.

IV

Un nuevo día empezó y como todos los anteriores nos dispusimos a realizar nuestra rutina. La jornada de trabajo acabó, y salí a toda prisa hacia mi nuevo y único buzón de mensajes. La cuadricula de cartón estaba ahí, boca abajo entre mis cosas.

Con un poco de ansiedad, tomé el cartón y procedí a leerlo.

Nos vemos mañana a las 07:00 pm junto a la alcantarilla que está bañada en pintura amarilla.

Saqué un esfero y contesté:

De acuerdo.

Coloqué el cartón como lo había hecho con el del día anterior y me retiré.

Al llegar a la camioneta, mi hermano me cuestionó preguntándome que por qué en los últimos días me tardaba más que antes en regresar. Estaba enojado; temía que nos descubrieran. Yo no contesté sus preguntas ni alimenté su ira con gestos o palabras. Simplemente callé.

Cuando llegamos a casa, el semblante de mi hermano había cambiado. Ahora estaba contento. Algo se traía entre manos. Ya conocía ese rostro y esa sonrisa. Esos ojos y esa mirada. Tenía algo que decir y de seguro que era muy bueno para él.

La noticia era que se inscribiría en la oferta recién lanzada para guardias voluntarios. Cuando cumpliera seis años de servicio voluntario, seria investido como un guardia del estado de Salitre. Solo a partir de ahí gozaría de los beneficios de su profesión y subiría de clase social.

A papá y a mí nos pareció una idea absurda. Nada de eso era justo. Además que los guardias eran abusivos, extorsionadores y corruptos. Tratamos de convencerlo a que iniciara una carrera de alguna profesión de clase media, que solo durara algunos pocos meses, así ascendería a algún cargo como el de administrador y poco a poco subiría a la clase alta; pero Jonás se negó. El soñaba con el heroísmo. Quería la fama y el reconocimiento. Ser un guardia y luego un soldado. Ese era su sueño

A la tarde siguiente le explique a mi padre que me quedaría a hacer horas extras. El me preguntó el motivo y le dije que quería otra camisa. Mi hermano se mostró incrédulo.

Cuando ellos se hubieron marchado, pasé a la oficina de la administración y llené el formulario para reportar que me quedaría a hacer horas. En el mismo formato diligencié lo que quería recibir a cambio. Después de eso me encaminé a mi escondite de elementos y allí encontré otro mensaje donde me confirmaban que esa noche nos encontraríamos en el lugar señalado.

Me deshice del cartón y empecé a trabajar. Faltando diez minutos para la hora señalada, dejé mi oficio y verifiqué que el guarda estuviera en su caseta, junto a la portería. Él no se movería de ahí; nunca lo hacía. Cuando se hiciera la 01:00 a.m. su cabeza colgaría sobre su pecho, dormirá hasta el amanecer.

Me dirigí presuroso hacia la alcantarilla y allí esperé los tres minutos que hacían falta. Las campanas anunciaron que las 07:00 p.m. habían llegado.

Me asomé a la alcantarilla, y escuché el sonido de un juguete venir desde el interior. Era un carro a control remoto con una cámara y una linterna sobre su cabina. Apenas me hubo enfocado se detuvo. Tenía una nota.

Salté dentro de la alcantarilla y seguí la única instrucción que decía en el papel:

Sígueme. ATT: Black

Los minutos pasaron y comencé a dudar sobre lo que estaba haciendo. La idea de que podía ser una trampa del gobierno para casar traidores, era algo que mi cabeza empezaba a concebir.

Di la vuelta en una esquina y entonces vi al juguete alumbrándole los pies a dos sujetos. Yo me quedé rígido en mi lugar y detuve mi respiración. El alcantarillado fue iluminado por decenas de bombillos que previamente alguien había colocado en las paredes. Estaba en otro mundo. Un mundo subterráneo.

Quité la vista de todo aquello que me asombraba y la volví a poner en los sujetos. Ambos portaban ropa de color oscuro y equipo militar. Se veían sonrientes. Uno de ellos era un hombre; rubio, alto y musculoso se llamaba Leonardo, y el otro era una chica; estatura media, cabello rojo, tez blanca y ojos claros. Cuando la vi se me hizo familiar. Ya la había visto antes, pero no la recordaba.

Leonardo se acercó a mí y me dijo que no tuviera miedo. Ellos estaban de mi lado. Habían estado observándome por dos años consecutivos. Y habían visto en mí la misma sed de libertad.

Los tres nos dirigimos hacia lo que ellos llamaban el Nivel Cero. Una ciudad subterránea. Un lugar donde las personas vivieron por siglos a la luz del sol. Ese lugar… era Bogotá. La capital de Colombia.

V

El asombro me llenó al ver ese inimaginable lugar; inexistente para los ciudadanos de Salitre. Era inmenso, no tenía edificios pues fueron destruidos por la guerra, y el espacio aéreo era bastante reducido: unos doscientos metros de altura

En el Nivel Cero vivían cerca de dos mil habitantes. Por siglos, muchas familias se habían desarrollado en ese lugar y aprendieron a subsistir por sí mismos. Las centrales de energía funcionaban correctamente, proporcionando luz sobre el asentamiento subterráneo y el agua que consumían provenía de las profundidades de la tierra; eran manantiales los que abastecían a la antigua capital.

Era maravilloso pensar cómo todas esas personas habían sobrevivido tanto tiempo y se las habían arreglado para hacerlo. Ellos sí que eran guerreros. Guerreros que buscaban a otros guerreros con el mismo ideal, liberarse del gobierno opresor.

Leonardo me condujo a lo que antes era el palacio de justicia y allí me presentó ante el consejo: un grupo de amables y amigables ancianos. Me extendieron una cordial bienvenida y conversaron conmigo. En otras palabras, yo les di información de lo que sucedía allá arriba.

Los ancianos me preguntaron que si deseaba ser uno de sus espías. La verdad, la pregunta me tomó por sorpresa. Y es que cuando entré a ese lugar, me sentí tan bien que deseé tanto quedarme y no volver al infierno que vivía allá arriba.

Aurelio, uno de los principales del consejo, me dijo que lo pensara. Que no me apresurara en tomar mi decisión; que al igual que la joven que me había acompañado junto con Leonardo, ella lo había pensado durante un par de días; luego accedió y se convirtió en una informante de la clase alta. Con el tiempo, por motivos de seguridad tuvo que irse a vivir al Nivel Cero. Eso sí que me sorprendió mucho. Esa muchacha era Yina, la chica desaparecida del segundo nivel; la que reportaron por los medios. Por eso era que se me hacía un poco familiar. Pero, ¿Cómo era posible de que ella hubiera dejado su vida de niña rica, para vivir en las profundidades? Solo había una respuesta. La misma que todos teníamos: la sed libertad.

 Mientras me acompañaba a la salida. Ella me contó el por qué se había hecho una espía del Nivel Cero. Estaba cansada de ver a su pueblo ser abusado por los políticos. Quería la igualdad para todos, los mismos derechos, pero al igual que yo, quería marcharse de Salitre.

Cuando hubimos llegado a la alcantarilla amarilla, Yina me contó algo que me sacudió hasta los huesos. La razón por la que tuvo que desaparecer del nivel dos, fue porque su padre fue asesinado por el gobierno. Él era un capitán del ejército que no pudo callar una verdad, un secreto de generaciones. Ese secreto era que no existía ningún peligro allá afuera. No había ninguna amenaza detrás de los muros de Salitre. Todo era una mentira para mantenernos bajo su control.

VI

Después de eso salí a toda prisa para mi casa, lleno de sorpresa y de ira. El estado de Salitre nos había mentido por siglos. Nos había usado para alimentarlo y sostenerlo. Nos había engañado como a un niño que se le dice que si se baja de la cama, el coco lo morderá, solo para que no lo haga. Nosotros éramos pequeñas criaturas que alimentábamos a un monstruo para que no nos devorara.

Cuando volvía a mi residencia, fui detenido por una patrulla de guardias. Ya eran más de las 09:00 p.m. y el toque de queda había comenzado una hora antes. Tuve que presentar la copia del formulario de las horas extras, para que no me llevaran a prisión. Al final los guardias terminaron dejándome en mi casa con mi papá.

Al verme, mi padre supo de inmediato que yo no estaba bien. Que algo me había pasado. Yo seguía anonadado. Me costaba creer la verdad, pero sabía que no había otra, que solo era esa. Papá me preguntó que qué era lo que me ocurría, pero no quise contarle nada. No quería poner su vida ni la de mi hermano en peligro.

A la mañana siguiente, volvimos a salir al trabajo. Para entonces, yo ya había asimilado aquella verdad tan incomodad. Trabajamos con diligencia y terminamos nuestras labores antes de tiempo. Nos sentamos a chequear algunos aparatos y después de un par de segundos, Jonás dijo que iría al baño. Tardó como quince minutos en regresar.

Se hicieron las 05:00 p.m. y nos dirigimos a la camioneta para regresar a nuestra casa, no sin antes que yo me dirigiera a mi lugar de mensajes. No había nada. Revisé una vez más, escarbé entre los desechos, y no encontré ningún mensaje. Resignado, volví a la camioneta y nos marchamos.

Apenas habíamos llegado a nuestra residencia, decidí volver al centro de acopio. Tenía que entrar al Nivel Cero y decirles que aceptaba ser un informante. Saqué la excusa de que había olvidado algo y corrí a toda prisa. Volví mi rostro hacia atrás y pude ver a mi padre junto a mi hermano en la mitad de la calle. Jonás tenía el ceño fruncido.

Corrí cuadra a cuadra, hasta llegar al centro de acopio. Entré por uno de los agujeros y luego me dirigí hacia la alcantarilla. Antes de llegar allí me encontré a Leonardo y a Yina, ocultos entre los residuos. Habían estado esperándome.

Leonardo me dijo que me había dejado un mensaje preguntándome que si aceptaba ser un espía y colaborador del Nivel Cero. Yo le dije que al llegar al escondite, no había encontrado nada. Nuestra conclusión fue que alguien lo había tomado, y yo sabía quién había sido: Jonás; él lo había hecho, él lo había tomado. Lo hizo cuando dijo que iría al baño.

Los reflectores del centro de acopio se encendieron e iluminaron todo el lugar. Una decena de patrullas cercó al perímetro y alrededor de cuarenta guardias salieron de ellas. Nos habían descubierto.

VII

Los disparos se escucharon y tuvimos que huir, y escondernos entre los desechos. No podíamos entrar a ninguna de las alcantarillas, si lo hacíamos revelaríamos nuestro escondite. Tampoco podíamos poner en riesgo al Nivel Cero.

Leonardo y Yina respondieron al fuego. Nos estaban acorralando y solo había un castigo para nosotros: la muerte. Yina me entregó un arma y me dijo que luchara. Yo lo pensé dos veces antes de tomarla, pero al final me decidí a hacerlo. Era el momento de luchar por nuestra libertad.

Abrí fuego contra uno de los guardias y lo derribé de inmediato. Eso me sorprendió mucho; no sabía que era tan bueno para disparar. Lo seguí haciendo y a los pocos segundos ya me había acostumbrado. Leonardo me alabó por eso, dándome unas palmadas en la espalda. Dijo que yo había nacido para liberar a ese pueblo.

Un aerodeslizador descendió del nivel dos, e hizo caer una lluvia de disparos sobre nosotros. Tal parecía que estábamos perdidos, pero no fue así. Un poderoso proyectil chocó contra el aerodeslizador y este voló en mil pedazos. ¡Las tropas del Nivel Cero habían venido en nuestro apoyo!

Los guardias y las patrullas fueron eliminados por los insurgentes, y reducidos en pocos segundos. Habíamos ganado. Las alarmas de toda la ciudad echaron a sonar y todo Salitre fue iluminado por miles de reflectores del nivel dos. El sonido de las sirenas de las patrullas que se acercaban se intensificó y decenas de aerodeslizadores llenaron el cielo. Era momento de retirarnos. Así lo hicimos.

Corrimos con ligereza por los subterráneos y escuchamos a nuestras espaldas detonación tras detonación. Granadas y bombas fueron arrojadas a través de los ductos y las alcantarillas, provocando un taponamiento de las salidas.

Al llegar a la ciudad subterránea, fue dirigido a lo que antes había sido la casa de Nariño. Ahora, en ese lugar se encontraba el comando central. Este estaba lleno de cientos y cientos, quizás miles, de pantallas, donde se mostraba imágenes transmitidas desde todas las cámaras de la ciudad. Quien se encargaba de jaquear el sistema de salitre, era un sujeto que se hacía llamar Black. El mismo que había firmado la nota que estaba sobre el carro a control remoto. Él era un genio. Podía hacer lo que quisiera con el sistema y nadie lo notaría.

Leonardo me dirigió a una pantalla y me mostró algo: mi hermano junto a un mayor del ejército. El militar le extendía la mano y lo felicitaba. Luego, por un minuto Jonás le hablaba sin parar y el hombre asentía varias veces, sujetando en su mano al cartón que los del Nivel Cero, me habían dejado. Mi hermano me había traicionado por convertirse en lo que siempre había soñado ser: un héroe.

Jonás se despidió del mayor y se marchó con otro comandante en una patrulla. Más atrás de donde había estado el vehículo, estaba mi padre; se veía nervioso y se lamentaba. Subió a otra patrulla y se lo llevaron.

El consejo convocó a todos los habitantes del Nivel Cero a una reunión y pidió que todos tuviéramos fe, que fuéramos fuerte y que nos preparáramos para luchar. El Nivel Cero había sido descubierto y el gobierno no dudaría en destruirnos.

VIII

Después de eso me dirigí al comando central y allí le pregunté a Leonardo cómo estaba la situación. Me dijo que las fuerzas militares habían dejado de arrojar bombas, ya que el suelo estaba comenzando a hundirse. Pero era muy probable de que nos atacarían con gas venenoso. Nos matarían como animales.

Salí de ahí desconcertado y en la plaza encontré a Yina sentada al pie de un viejo monumento. Me senté a su lado y le di mis condolencias por su padre, ya que no lo hice cuando ella me dijo que él había sido asesinado. En ese momento yo solo había huido anonadado.

Le pregunté por su madre y me dijo que era una mujer muy indiferente con ella. Nunca la había apoyado en nada, tampoco le mostraba afecto, era impulsiva y algo alocada, además que siempre estaba en su contra. Fue por culpa de ella que su padre había muerto. No era nada discreta, y cuando él le dijo que estaba cansado de guardar el oscuro secreto de su gobierno y de la tiranía de este, ella hizo un escándalo, provocando que los vecinos escucharan la conversación y se lo informaran a las autoridades. Fue después de la ejecución del capitán que Yina huyó del nivel dos.

Yo procedí a contarle un poco de mi vida. Le dije que mi madre había muerto de una enfermedad. El estado se negó a darle los medicamentos, diciendo que el trabajo de ella y el de mi padre no era suficiente para pagar las medinas ni los tratamientos. La dejaron morir. Después de contarle eso, Yina se sintió muy conmovida y se lamentó por mi perdida. Dijo que mientras en el nivel dos, los medicamentos sobraban, los de la clase baja tenían que morir por no tenerlos.

Después de eso el ambiente se hizo pesado, así que para cambiar de tema le pregunté que si no iría por una máscara antigás, para cuando arrojaran los gases. Ella me dijo que no. Me explicó que el gobierno no arrojaría gases por todos los ductos ni alcantarillados, ya que el gas volvería a salir y morirían las personas de la superficie. Por eso sellarían todas las salidas, cavidades y escapes del alcantarillado, a excepción de cuatro que usarían para introducir el gas a presión.

Cuando escuché eso, me horroricé. Además seguía sin entender por qué razón ella no iría por la máscara antigás. Todos los habitantes del Nivel Cero moriríamos envenenados.

Yina me calmó. Black ya le había enviado al consejo los planes del gobierno. Muchos de nuestros hombres ya habían sellado los ductos y túneles por donde entraría el gas. Cuando el gas no encontrara pasó, retornaría y saldría a la superficie. Esto los obligaría a detenerse o todos morirían envenenados.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro al escuchar tan brillante plan. No sé cómo no lo había pensado; supongo que por el miedo. Yina me entregó un dispositivo de comunicaciones, diciéndome que me sería útil para estar informado y comunicado. Pude verla esbozar una sonrisa. Desde que la había conocido, era la primera vez que le veía sonreír.

Mientras tanto en la superficie, todos hablaban sobre el Nivel Cero. Era una noticia que impresionaba a todos; una ciudad subterránea llena de habitantes, justo debajo de sus pies. Quien lo iba a imaginar.

Además de eso, mi rostro y nombre, al igual que el de Yina, eran transmitidos por los medios. Ahora éramos guerrilleros buscados por la ley. Sin querer, conseguí algo de lo que Jonás siempre había estado buscando. Pero el también recibió su premio; se hizo famoso y además de eso lo invistieron como un guardia de Salitre. Todo por haber ayudado a descubrir la más grande banda insurgente de la ciudad. A mi padre lo ubicaron en la clase media, donde le dieron a administrar un negocio, pero a pesar de que le estaba yendo tan bien, no había alegría en su rostro. Todos los días estaba preocupado, pensando en que sus hijos estaban expuestos a algún mal.

Las campanas anunciaron que eran la 01:00 p.m. el momento de lanzar el gas había llegado. En el Nivel Cero, todos corrimos a las pantallas para observar el desarrollo de los hechos. Una teniente lideraba una de las tropas. Al ver la expresión en el rostro de Yina, supe que era su madre.

IX

Un aerodeslizador descendió del nivel dos con un tanque de gas encima, y los guardias procedieron a inyectarle una manguera; el otro extremo lo acoplaron a un tubo que daba al subterráneo. Las válvulas se abrieron y el gas comenzó a circular. Este no tuvo por donde salir, y debido a que estaba muy bien acoplado al tubo, se fue comprimiendo, convirtiéndose en una bomba de tiempo. El tubo y la manguera estallaron y todo el gas se espació en la superficie. Los guardias y militares que realizaban la hazaña murieron por su propia mano.

Al ver a su madre muerta sobre el suelo, Yina tapó su boca con las manos, para ahogar un grito en su garganta. Yo me apresuré en sacarla del lugar, para después consolarla. A pesar de todo lo malo y del trato que le había dado esa mujer, era su madre.

Por ese día se suspendieron las maniobras y al día siguiente se dio por terminada, debido a que todos los guardias y militares que llevaron a cabo la operación, murieron por el gas. El estado había vuelto a perder, y todo el Nivel Cero celebró.

La voz de Black se escuchó por el megáfono y dijo que Aurelio, el anciano del consejo, tenía algo muy importante que celebrar. Cuando todos quedaron en silencio el hombre habló:

«Queridos ciudadanos del Nivel Cero. Debo anunciarles… ¡que después de tantos años en la búsqueda de un túnel para escapar fuera de salitre! ¡Hoy lo hemos hallado!»

Cuando las personas escucharon esto, lanzaron gritos y silbidos. Celebraron como nunca antes lo habían hecho. Era increíble ver a tanta gente dichosa. Hasta yo salté de alegría junto con Yina. Saltamos y celebramos tanto, que terminamos abrazándonos; nos detuvimos en medio de la multitud y esta nos apretujó el uno contra el otro. Sus ojos claros se quedaron fijos en los míos; nuestros rostros se acercaron, y al ver aquellos delgados labios rosados, no pude evitar acercármeles en un intento por besarlos. Ella colocó su mejilla y allí se estrelló mi boca. Me brindó una sonrisa y volvió a abrazarme. A pesar de mi intento fallido, ese fue el mejor momento de todos. El abrazo fue tan cálido y tan cargado, ¡que sentí que mi alma se elevaba lejos de ese infierno! Después de eso seguimos celebrando.

Por muchos años, los habitantes del Nivel Cero, habían querido salir a la superficie, fuera de las murallas, pero no lo habían logrado. Habían recorrido innumerables túneles, pero no hallaban una salida o terminaban perdidos. Otros intentaron escavar sus propios túneles, pero se llevaron años haciéndolo; el terreno tenía demasiadas rocas y otros elementos y al final terminaban encontrado los profundos sedimentos de acero de la muralla de Salitre. Pero ahora, uno de los hombres que el día anterior había realizado la tarea de taponar los ductos, sin querer había descubierto un túnel que traspasaba la muralla y salía al otro lado. Él junto con otros hombres, inspeccionaron el túnel y al descubrir que era seguro, dieron la noticia.

El concejal dijo que ahora que el gobierno estaba tan empeñado y concentrado en destruirnos, era el momento indicado para escapar sin ser vistos por los vigías de la muralla, ni por los aerodeslizadores. Así que todos armaron su equipaje y se dirigieron hacia el túnel.

Yina me envió un mensaje pidiéndome que nos encontráramos en la plaza. Me encaminé hacia ese lugar y la vi muy sonriente con una mochila. Me preguntó que si ya estaba listo para que nos marcháramos. Yo le dije que no. No podía dejar a mi padre atrás y tampoco a toda esa gente que estaba deseosa de salir de la ciudad. Al menos no, sin hacer un intento por ayudarlos. La sonrisa se borró de su rostro y se marchó dando largas zancadas.

X

Yo me dirigí hacia las bodegas donde se almacenaban las armas; estaban totalmente vacías. Busqué con desespero y hallé una pistola y un par de granadas. Eso sería suficiente. Caminé por los túneles subterráneos y me encontré el bloqueo. Le arrojé las granadas y estas abrieron paso entre los escombros. Una vez más estaba afuera.

Ya iba a empezar a caminar cuando un mensaje llegó a mi dispositivo.

¿Te vas aun sabiendo que tenemos un beso pendiente?

Me di vuelta y vi a Yina acercarse acompañada de Leonardo. Ambos se veían sonrientes como la primera vez que nos vimos. Irían conmigo.

Los chicos sacaron ropas de un par de mochilas que portaban, y procedimos a disfrazarnos. Tomamos tres identidades falsas echas por nuestro amigo Black y nos pusimos unos micrófonos en los oídos.

Leonardo me explicó que debido a que los del Nivel Cero aun no terminaban de escapar de la ciudad, no podíamos entrar al sistema y avisar a través de la radio o los parlantes de la ciudad, que habíamos encontrado un túnel para escapar, además las tropas del estado impedirían tal cosa. Pero lo que si podríamos hacer era crear un gran caos, y también tendríamos que buscar la manera de avisarle a los habitantes que quisieran salir de Salitre, sin que los simpatizantes del estado lo supieran. Esa sería la tarea fácil.

En mis ocho años de estar trabajando en la ciudad, no como recolector si no como contrabandista de aparatos, conocía a todos los de la clase baja y media, sabia quien quería marcharse y quién no; quien estaba de nuestro lado y quién no lo estaba.

Así que después de que estuvimos disfrazados de lo que tanto había detestado: guardias, pero no de cualquiera, sino de tenientes; le dije a Black el nombre de todas personas simpatizantes y revolucionarias que conocía. Todas estas habían adquirido aparatos de mi parte. Black los localizó y se encargó de enviarles un mensaje con toda la información. Cuando se hicieran las 05:00 p.m. todos escaparíamos por el túnel.

Después de que el mensaje fue difundido, cada quien se encargó de hacerle saber a sus simpatizantes, que había la posibilidad de escapar de las murallas de Salitre. Muchos no esperaron a que llegara la hora indicada si no que se adelantaron a escapar. Dentro del Nivel Cero, encontraron a personas que les indicaron cómo y por donde salir.

Faltando un cuarto para las 05:00 p.m. Leonardo, Yina y yo, nos desplazamos hasta el lugar donde trabajaba mi padre. Este se puso muy contento al verme, pero se  mostró inseguro cuando le conté sobre mi plan para escapar. Él temía que nos capturaran. Así que Leonardo tuvo que entregarle su uniforme. A él no le importó porque nadie lo conocía ni lo buscaban. Mi padre se sintió más confiado

Salimos del lugar y apresuramos el paso al darnos cuenta que nos quedaba poco tiempo. Pero aún estábamos muy lejos, no alcanzaríamos a llegar. Miré a mi izquierda y vi Yina despojando una patrulla de la guardia. Eso sí que me impresionó.

«¡Todos abajo! ¡Debemos llevar a este sujeto a la prisión!» Ordenó Yina señalando a Leonardo.

Los guardias obedecieron de inmediato y salieron del vehículo. Nosotros nos apresuramos a entrar. Dirigí mi vista hacia la ventana y vi a mi hermano mirando hacia adentro. Al verme me identificó de inmediato y alertó sobre la trampa. Yina aceleró y huimos del lugar a toda prisa. A los pocos segundos vimos por el retrovisor a un par de patrullas tras de nosotros. No nos quedó de otra; tuvimos que recurrir a Black.

La voz de Black se escuchó en todos los megáfonos y parlantes de la ciudad; en radios, televisores y toda clase de dispositivos. Él reveló el engaño que el gobierno de Salitre mantenía para tenernos bajo su control. No había fuerzas rebeldes o enemigas detrás de las murallas. Todo era una mentira.

XI

Al escuchar el mensaje, el caos se desató en toda la ciudad, pero fue tres veces mayor, cuando Black, transmitió imágenes actuales y a través de los años de las cámaras del exterior de las murallas, además de grabaciones de conversaciones del gobernador y de los altos mandos.

Fue increíble ver como aquellos que deseaban hacer valer sus derechos se enfrentaban al gobierno y a sus títeres.

Debido al caos provocado, pudimos escapar y llegar a la alcantarilla para dirigirnos al Nivel Cero. Eran muchos los que entraban al subterráneo para escapar. Le pedí a Yina y Leonardo que llevaran a mi padre a la salida, para poder quedarme en el lugar y orientar a las personas que huían de la ciudad. Ellos así lo hicieron.

Yo estaba concentrando en mi labor, cuando escuché un disparo. La bala dio muy cerca de mí y las personas se alborotaron llenas de pánico. De inmediato supe que yo era el blanco. Me aparté de la alcantarilla.

Otro disparo dio cerca de mies pies y otro me alcanzó a rosar un brazo. Busqué cubierta detrás de unos escombros y vi a mi hermano tratando de matarme. Nunca me imaginé que algún día él intentaría hacer tal cosa.

Las campanas resonaron avisando que ya eran las 05:00 p.m. las personas comenzaron a llegar a montones. Jonás le disparó a varias de ellas para impedir que escaparan. Yo emití un gritó y procedí a dispararle en el brazo. Él lanzó un alarido y dejó caer la pistola sobre el suelo. Me acerqué a él y traté de levantarlo, para llevarlo a través del Nivel Cero, pero él no me lo permitió. Intentó apuñalarme y luego gritó.

«¡Esta es mi ciudad! ¡Yo soy la ley! ¡Esta es mi ciudad!»

Ambos alzamos los ojos y vimos como llovían balas y explosivos desde el segundo nivel, matando sin distinción a todo el mundo. Luego vimos como muchos de los mismos guardias del gobierno se enfrentaban contra el estado, usando todo tipo de armas y hasta aerodeslizadores.

Nuevamente volví a mirar a Jonás a los ojos y nuestras miradas lo dijeron todo. Yo le pedí que se diera cuenta del error en el que estaba, y que huyera conmigo fuera de las murallas de Salitre. Él me dijo que no se iría, que lucharía por imponer su gobierno hasta el final.

Las balas avanzaron y barrieron todo el terreno, obligándome a marcharme y a respetarla decisión de mi hermano.

Cuando hube atravesado el muro por el túnel subterráneo y salí al otro lado de las murallas, en medio de hermosos paisajes, páramos y montañas; después de mirar hacia atrás y ver el humo salir de la inmensa ciudad, ascender al cielo, pude darme cuenta de todo lo que por tantos años nos habían robado. Ahora éramos un pueblo libre. Habíamos conseguido nuestra libertad, y no permitiríamos que nadie, absolutamente nadie, nos la volviera a quitar.