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Julián Nalber | Isabel Castro

El arribo de un nuevo detective a la literatura colombiana

Detective Santré, el caso Chang de Julián Nalber

 

Por Isabel Castro [1]

Utah Valley University

 

Hace un par de meses, una de las cadenas de televisión hispana en Estados Unidos lanzó una serie policíaca (Falco) que hasta la fecha ha gozado de mucha popularidad entre la audiencia. La serie con capítulos unitarios gira alrededor de un detective que reside en la Ciudad de México y que después de más de dos décadas de estar en coma, regresa a la vida y a su antiguo trabajo. Aunque la idea no es original, pues es una versión de otra serie de origen alemán, sí se debe reconocer la calidad de la producción. Y es que la temática policial ha sido tradicionalmente prolífica en la televisión norteamericana, un lenguaje que se ha prestado de manera exitosa para este tipo de aventuras urbanas. Las conexiones y las influencias entre la literatura, la televisión y el cine en este género particular han sido abundantes y en la mayoría de los casos memorables dentro de la historia cultural de este multicultural país. El desfile de investigadores privados, detectives y policías ha sido amplio desde el siglo anterior. 

En todo esto he venido divagando cuando contrasto tales aspectos y relaciones entre la literatura y los medios audiovisuales, pero en el caso de un país como Colombia. Y todo lo anterior lo realizo cavilando y releyendo una breve novela que me ha llamado la atención: Detective Santré, el caso Chang (2017).

La literatura colombiana parece tener una ausencia o un vacío en el género policíaco o en el subgénero de la literatura negra, aquella que los norteamericanos crearon a principios del siglo XX y llamaron Hard-boiled. Aunque han existido valiosas manifestaciones en la tradición literaria del país suramericano, también ha habido un tipo de clandestinidad o marginalidad hacia la temática. En los últimos decenios este tipo de narrativa ha disfrutado de mucha más preponderancia en las creaciones audiovisuales, ya sea en las telenovelas, series de televisión y películas, que en la misma literatura. En las pantallas ha brillado con éxito la excesiva explotación de relatos estereotipadas que intentan reflejar o documentar la reciente realidad nacional. En ellas los sicarios (Sicaresca) proliferan, los narcotraficantes son pan de cada día, las “prepagos” (prostitutas de alta categoría) abundan y la violencia, a veces desmedida, es el principal atractivo de las historias. Todo lo anterior como espejo de la polarización política, el caos social y económico de la nación. Sin embargo, a diferencia de otros países hispanohablantes, en la literatura nacional no se ha afianzado un personaje detective que cree una saga de aventuras como sí ha sucedido en otras latitudes. Estoy hablando de un protagonista modelo como se lee por ejemplo en muchas de las narrativas de países como España, México, Chile, Argentina, Cuba o Ecuador. Quizá la opción más cercana ha recaído en las páginas escritas por el narrador bogotano Mario Mendoza que dentro del género ha tenido un justo soporte editorial y cierta popularidad entre los jóvenes. Hay que recordar que Mendoza ha cultivado otros géneros en donde también ha contado con éxito. No quiero omitir los esfuerzos de muchos escritores nacionales menos conocidos por alcanzar la consolidación de un personaje detective con las características típicas del Hard-boiled norteamericano, porque sé que han existido y son muchos los que quizá en este preciso momento estén trabajando duro para que sus historias tengan figuración y sean leídas, pero me parece que muchas, debido a la falta de difusión y algo más, se han extraviado en el camino. Esto mismo podría sucederle a la novela que pasaré a reseñar.

            Mi propósito e interés en esta breve reseña es ofrecer un comentario, unas observaciones, en suma, un juicio de una novela que ha caído en mis manos y que pertenece a la escuela antes mencionada. Un trabajo de un autor novel y desconocido, Julián Nalber (seudónimo), que obviamente parece hacerse a las primeras armas cultivando este tipo de escritura. Lo que él se formula abiertamente, sin ambages, es entretener a sus lectores y jugarse un experimento.

Voy a pasar revista a cuatro aspectos que encuentro fundamentales: la estructura de la historia, el protagonista, el misterio del crimen y finalmente, la técnica o el oficio del autor. Considero que todos los anteriores componentes son fundamentales y están íntimamente ligados dentro de un gran engranaje que en suma representa la obra. En otras palabras, la propuesta del creador.

            En Detective Santré, el caso Chang la estructura o el esqueleto de la historia se presenta en términos básicos bien articulado. Un detective que es contratado para investigar un doble asesinato en un restaurante chino, que se entrelaza en infinidad de aventuras antes de dar con los responsables. El protagonista con algunas características personales cercanas a las de un vividor, léase borracho, marihuanero, medio vago, encaja en el lugar común de este tipo de personajes. El quid de la cuestión quizá es la doble faceta en la vida del protagonista. Es él un detective mundano y vicioso y a la vez un intelectual. Santré enseña clases de literatura, se le contrata por horas catedra en universidades de Bogotá, y a la par de su oficio de sabueso da pinceladas acerca de su labor ocasional de maestro. Claro que a veces los trabajos se invierten, y por falta de casos desafiantes, y por afujías económicas, la docencia parece ser su mejor salida laboral.

A nivel de la estructura narrativa, el texto se enfoca siempre desde la perspectiva de un narrador en primera persona que nos cuenta todo lo que le sucede. No hay otras voces o ángulos en el plano. Algunos diálogos salen creíbles y coloquiales, otros pueden ser acartonados. La historia es lineal, nada polifónica, poco innovadora en ese aspecto, capítulos cortos que seducen y que hacen que el lector continúe metido en el laberinto y en la búsqueda del o de los culpables. Aquí no hay expectativas de vanguardia, cero revoluciones estéticas. Todo lo contrario, un armazón unidimensional con una sola mirada, la de Santré describiendo día a día lo que le acontece. A pesar de la inmediatez del relato y la justa profundidad orgánica, la historia fluye, incita a continuarla. Aclaro que no hay necesidad de ensayos experimentales o de aproximaciones filosóficas rebuscadas para que se apruebe o descalifique un texto, y menos en este tipo de literatura. Hay que recordar que muchos relatos policiales exitosos en los que el detective contaba historias cautivantes estaban influenciados o ligados a la simplicidad y sencillez de los comics o incluso a las novelas gráficas. En Estados Unidos, el personaje de Dick Tracy fue clave e inspiración para el nacimiento de posteriores relatos policiacos. En España y en América Latina, por citar un ejemplo, El Inspector Dan de la Patrulla Volante de la famosa Editorial Bruguera con sus originales episodios acapararon la atención de chicos y grandes durante una larga época. En ese sentido, la novela de Nalber intenta seguir ese recorrido de simpleza textual, pero a la vez posee la habilidad de mantener al lector prendido de la historia. El autor, siguiendo ese patrón es competente, diestro y remata cada capítulo con una incógnita, con una pregunta tácita. En consecuencia, el lector que desee distraerse desde el inicio de la lectura estará en buena medida engolosinado con la intención de descubrir el móvil del asesinato.  

En cuanto al perfil del protagonista se percibe bien diseñado y encaja perfectamente con el tipo de literatura que se intenta hacer. El detective Santré es un individuo errante que no cumple horarios, amante de la lectura y que por motivos económicos alterna su trabajo con la enseñanza universitaria. Además, como ya se mencionó es amante del licor, las mujeres y la marihuana. Dentro de su caracterización se muestra como seguidor de un equipo de futbol muy popular entre las capas medias y trabajadoras de Bogotá de nombre Independiente Santa Fe (club que en la realidad existe). Algo así como el equivalente a un Atlético de Madrid en España, un Alianza Lima en Perú, un Cerro Porteño en Paraguay o cualquier escuadra del mundo cuyos fanáticos representen las clases trabajadoras. La anterior consideración no sale de mi conocimiento en el tema (poco o nada sé de este deporte), sino que me ha sido suministrada por varios amigos doctos en el futbol. Santré cuenta con una gama de amistades que en cualquier momento le pueden dar una mano para descifrar algún enrevesado caso: un expolicía de apellido indígena Achagua, un gringo hippy expendedor de drogas o su exalumna Yalena que en cualquier episodio podría resultar siendo su amante casual. Vive en un barrio lentamente marginalizado con rasgos de barriada y cuenta con una oficina en el centro histórico de la ciudad que se cae a pedazos. Por ahora eso es lo que se sabe en esta primera aventura que nos llega. Y digo primera porque parece que Nalber tiene la intención de seguir con una serie de casos del protagonista.

El misterio del crimen se maneja correctamente en buena parte de la novela. Ir descifrando poco a poco el acertijo hace que el lector se vuelva un testigo o un investigador más. La pesquisa avanza, a veces lenta, otras tantas con repentina rapidez. Se van conociendo detalles, surgen nuevos caminos y la telaraña por momentos parece desentrañarse. Pero casi desde el principio el personaje malvado se va develando el mismo (en este caso ella misma). Quizá antes de llegar a la resolución del conflicto se sabe quién fue el culpable y esto le resta acción y emoción a toda la travesía. Previo al final, lo que queda por averiguar es el cómo y el porqué. Idealmente estas dos preguntas deberían contestarse hasta el último tramo, en las últimas veinte o diez páginas de la novela, y simultáneamente con la incógnita del homicida.  

Con respecto a la técnica del trabajo, o lo que tiene que ver con toda ingeniería de la novela, el oficio, la experiencia del escritor, se debe decir que Nalber es leal a su empresa, aquel de contar un relato policiaco escueto. No busca falsos adornos o elucubraciones para impresionar. Desde luego tendrá que concentrarse, depurar y vencer algunas “debilidades” o vacilaciones mencionadas que de superarlas le darían la oportunidad de, tal vez, consolidar su proyecto a largo plazo. Se intuye que el autor está en proceso también de aprendizaje y si continua con su personaje se verá abocado a sobrepasar siempre su anterior trabajo y convencer a sus lectores. Por ahora, Detective Santré, el caso Chang, se lee de corrido, de un solo envión, tiene dosis de humor caustico, hay mucha “colombianidad”, evoca las historias de viñetas o de tebeos. Pero entre líneas también la novela deja reflexiones acerca de la corrupción de la sociedad local; la precariedad socioeconómica de un país; la pauperización de la labor docente (profesores pagados por horas sin ningún tipo de beneficios); el debate ético de la prostitución con todas sus ramificaciones del presente; la incesante cosificación del cuerpo de la mujer, o el calvario de la trata de personas. Pueden ser muchos los temas que quedan entre el tintero, algunos se enuncian o insinúan sin llegar a debatirse en todo el transcurso del libro. Es por eso que digo que esta aventura del detective Santré, aunque elemental y contada llanamente, deja igual sembradas algunas inquietudes acerca de la sociedad y el mundo en el que vivimos. A la par en toda la narración se observa el elemento urbano puntual para este estilo de literatura en el que la ciudad es escenario de muchos homicidios anónimos sin resolver, el lugar de las calles misteriosas y los seres anónimos. Y esa ciudad en la que vive el detective y en la que suceden diariamente muertes, secuestros y atentados con alto grado impunidad es una capital latinoamericana que se muestra saturada de contrastes y disconformidades.

Después de leer este episodio en la vida de este nuevo detective quedo, al igual que varios lectores, a la espera de otro encuentro con su rutina y trasegar diario. A la espera de releer cómo se vive y se lucha diariamente en ciertos sectores de una ciudad como la Bogotá actual. A la espera de otro desafío que encierre nuevos retos no solo para el protagonista sino para el autor. Como se diría en inglés y muy relacionado con las tramas de estas novelas, esta historia: “it is worth a shot”. Es decir, merece un intento, vale la pena. Literalmente: “vale un disparo”.  

Julián Nalber
Detective Santré, el caso Chang
Bogotá: Colgraf, 2017, pp.146
ISBN 978-958-48-1689-4
 



[1] Isabel Castro cuenta con una licenciatura en Ciencias de la Conducta (Behavioral Sciences) de Utah Valley University en Estados Unidos. Aunque su perfil a nivel de estudios está ligado con las Ciencias Sociales, siempre ha contado con un gran interés en las Artes y las Humanidades. Ha sido educadora de niveles infantil y primario, gestora de proyectos culturales y educativos. Ganadora del "Project Read 2018, Writing Contest", certamen asociado con la biblioteca pública de la ciudad de Provo en Utah. En la actualidad trabaja con el distrito escolar en el estado de Utah.