Miguel Antonio Chávez

 

    Miguel Antonio Chávez 

Guayaquil, Ecuador, 1979. Elegido por la FIL Guadalajara 2011 como uno de los 25 secretos literarios mejor guardados de América Latina. Finalista del Premio Juan Rulfo (Radio Francia Internacional, 2007). Autor del libro de cuentos Círculo vicioso para principiantes (2005), la pieza teatral La kriptonita del Sinaí (I Mención del Premio Nacional de Dramaturgia de la CCG, 2009) y la novela La maniobra de Heimlich (Lima, 2010). Co-antologador de tres compilaciones ecuatoriano-peruanas de cuento, Historias bajo el árbol (2008), Amigas del Yeti (2009) y Desafío de lo imaginario (2011), por lo que recibió en 2011 el Reconocimiento Consular a la Cooperación Cultural por parte del Consulado del Perú en Guayaquil y la Universidad peruana Inca Garcilaso de la Vega. Ha sido publicado en numerosas antologías nacionales e internacionales de cuento: El futuro no es nuestro (versión web, Piedepagina.com. Bogotá, 2008), Asamblea portátil (Casatomada. Lima, 2009), 22 escarabajos: antología hispánica del cuento Beatle (Páginas de Espuma. Madrid, 2009), Todos los juguetes (Dinediciones. Quito, 2011), Ecuador de Feria (Planeta. Bogotá, 2011), Cuentos de Guayaquil (M.I. Municipalidad de Guayaquil, 2011), La condición pornográfica (El Cuervo. Bolivia, 2011), entre otros. Colaborador de varias revistas web literarias como HermanoCerdo (México), Letras S5 (Chile) y Letralia (Venezuela). Miembro fundador del grupo cultural Buseta de papel.



La puta madre patria

Cuento Finalista del Premio Juan Rulfo, Radio Francia Internacional 2007

  

En cierto sentido todos somos, por el solo hecho

de nacer de mujer, hijos de la Chingada, hijos de Eva.

 El laberinto de la soledad, Octavio Paz

 

 

raska indio de mierda deberian castrate

pake no naskan mas weones imbesiles como vo hijo de…

Comentario en www.youtube.com

 1.



Lejos de sentirme frustrado por no poder vivir de mi gran afición, y más aún habiendo sido ésta cultivada desde la clandestinidad, decidí ingeniarme maneras de robarle horas a la oficina sin que se dieran cuenta y aprovecharme de la todopoderosa banda ancha (que en mi casa no había) para mis fines internautas más egoístas. Estaba claro que quería convertirme en pornógrafo; es decir: alguien experto en pornografía. Con ello no me refiero al
pornostar o al masturbador-consumidor sino al que reflexiona sobre este tipo de películas y sus innegables resonancias en la cultura y la sociedad. Eso fue lo que le mencioné a Naief en uno de nuestros primeros emails: “qué epifanía más chida tuve anoche, güey, ¿te imaginas si el informante de los periodistas que destaparon el caso Watergate se hubiera llamado, no sé, Popeye o Campanita y no Garganta Profunda? ¿De qué otro modo esa peli hubiera podido llegar a tal nivel de celebridad, más allá del “bizarro” planteamiento del personaje de Linda Lovelace, que tenía el clítoris en la garganta?”

Desde un inicio, Naief fue muy preciso en sus guías, como cuando un lector experto le recomienda a un neófito cierta obra o autor relevante: “Quién sabe, Ecuador, quién sabe. Tarea para la casa: Tarzán-X, o su título en inglés, Tarzhard, o también Shame on Jane, dirigida por Joe D’Amato. Me cuentas luego”. Naief me llamaba por mi país de origen en respuesta a mi excesivo uso de jergas mexicanas clichés (que seguramente aprendí de las películas B del Caballo Rojas, Alfonso Zayas o el enano Tun Tún, esas pelis que pasaban en señal abierta los sábados después de las diez de la noche), a las cuales yo recurría como un burdo ejercicio de mimesis para resultarle más agradable. Nuestra amistad, valga la mención, había empezado de forma accidental. En una de mis tantas búsquedas, un día martes o miércoles, di por azar con su email, a través de una web literaria mexicana. Unas aparentemente inofensivas declaraciones en una entrevista (“me ocupé de decepcionar desde un principio a todos aquellos que tuvieron fe en mí. No me considero escritor, ahora me interesan otras cosas”) cobraron sentido luego, cuando empezó a firmar sus textos como “Naief G., escritor y experto en…”: no en filología, ni en lenguas muertas, ni en literatura inglesa en la Sorbona o en la Complutense, ni en ninguna de esas mariconadas de viejos inútiles. No. “escritor… y experto en pornografía.”

De no ser por la revelación que me despertó ese detalle, tan sutil pero trascendental, no me hubiera procurado una pornoteca digna de un pornógrafo del primer mundo ni mucho menos cultivado con ardor en los ensayos sobre el tema: Ron Jeremy vs. Kant: Crítica a la eyaculación pura; Cojo, luego existo; La influencia de Nietzsche en las penetraciones anales de John Holmes; Mayo del ‘69’; De lo platónico a lo hardcore en la relación de Batman y Robin, y otros títulos que poco a poco fui mostrándole a Naief.

Por cuestiones de trabajo, Naief siempre debía ir adonde lo enviaran a cubrir noticias. Vivió un tiempo en Nueva York y, paradójicamente, sintió que a raíz de los atentados del 11-S la ciudad más cosmopolita del mundo era también la más xenófoba hacia todo aquello que tuviera vestigios del mundo árabe, y él tenía, pues, esa ascendencia inequívoca heredada de sus padres, que emigraron al DF por los años cincuenta, durante la época de oro del cine mexicano.

“Xenofobia y racismo hay en todas partes”, le dije, y le hablé del caso de muchos inmigrantes ecuatorianos en España, en su inmensa mayoría indígenas. Cada vez los españoles les ponían más restricciones en los arriendos de los pisos, básicamente porque los acusaban de ruidosos, de grotescos, de sudacas y todo lo que venga por añadidura, y además de que se hacinaban, infiltrando sin previo aviso y a como diera lugar, al primo del cuñado del sobrino en segundo grado o a la hermana de la abuela de la madrina (por lo general recién llegados que tuvieron la suerte de que en el aeropuerto de Barajas no los devolvieran en el primer avión a Quito como cajas de banano defectuosas o pollos con gripe aviar), o sea, un “paguen dos, vivan doce”.

“¿Por qué no exportamos bananas y como hobbie inmigrantes ilegales? ¡La plata está botada, brother! Asociémonos. Tú eres la matriz de coyoterismo tex-mex; te llevo mi ganado hasta Honduras o Guatemala y de ahí tú lo jalas por tierra hasta la frontera en donde el pinche gringo de Bush tiene su muro.” “¡Cuando quieras, Ecuador! Oye, ¿y al final viste Tarzán-X? Qué propuesta actoral de Rocco Siffredi, ¿no? Tú te la crees que es un Tarzán virginal e ingenuo que nunca había tenido contacto con hembra alguna hasta que llega la ardiente exploradora Jane para sacarle del taparrabo la boa adormecida. ¡Qué guión, cabrón!” 

 

 

2.

 

Pocas personas los saben pero “El Fuete” Quishpe, antes de cada embestida, se encierra en el camerino y le reza a su Virgen con la misma devoción que un torero lo haría con la suya. “Oh Churona, protege a este hijo tuyo migrante, desterrado hijo de Eva, como todos los pecadores”. O también: “Churona, haz crecer cada vez más mi fe y mi instrumento de trabajo”. Y La Churona, como le dicen de cariño a la imagen de la Virgen del Cisne en su país, siempre lo escucha, desde su marco silencioso, falso pan de oro, cuidadosamente ubicado de tal manera que no pierda visibilidad entre los cientos de flores que los asistentes de producción acomodan como pueden en el camerino de “El Fuete” Quishpe.

Ya sean de Gerona o de Valencia, sus admiradores, ecuatorianos migrantes en España como él, en el fondo solo se contentan con saber que su bouquet de fhores le llegó y que al menos alcanzará a leer el nombre y alguna línea de la dedicatoria, que en ocasiones suele incluir testimonios tan íntimos que podrían pasar por secretos de confesión. De hecho, esta semana le han llegado cartas tan conmovedoras como la de un tímido agricultor residente en Murcia que cuando vivía en su natal Sigsig, enclavado en la cordillera central de Los Andes, no se levantaba ni a una beata de iglesia, pero que luego de ver los prodigios de su compatriota en Follando por un sueño y Pajas sudacas, ligó con la bella hija caucásica del capataz y le sacó un par de mellizos.

Si él ha tenido el coraje, las agallas, los cojones, para plantarse desnudo frente a una cámara, piensan sus admiradores, si ha sido capaz de superar todos los vejámenes por los que pasa un inmigrante ilegal, hasta convertirse en un pornostar que somete con absoluto desenfado a verdaderas diosas ibéricas a punta de puro fuete viril del Tahuantinsuyo, ¡cómo no admitir que sus 29.4 centímetros tienen el poder de una vendetta histórica, de un ícono contracultural!

Así empezó el fenómeno mediático, la historia del self made man que antes de aparecer en las portadas de la prensa rosa española, estuvo en las de la roja, en su propio país. “Pos hombre, fueron errores cometidos por mi inmadurez y la pobreza en que vivía antes de venirme acá a Europa. Pero aun así creo que nunca debí llevarme esa vaca en medio de la noche, peor aún cuando no me había dado cuenta, por el hambre, que me estaba comiendo un burro… De ahí, sobre mi talento, la verdad nunca me ha gustado hacer tanto alarde, pero lo que puedo deciros es que yo no me inyecto nada, ni tomo nada artificial, solo soy un bendecido de la Paccha Mama”.

Si algo se destaca de “El Fuete” Quishpe es su profesionalismo. Erecto desde la primera escena hasta la última (aún en los recesos). Los críticos lo idolatran por su pasión casi animal y su deseo irrefrenable y consciente de dejar una impronta muy personal en sus películas, como si quisiera a través de ella darle una lección a aquellos que subestiman el potencial artístico del porno imaginándolo como un género cinematográfico incapaz de crear atmósferas, más allá de los coitos sosos y gratuitos. Las precursoras del género, Behind the green door y Garganta profunda, y otras pornos como Calígula, monumental filme de época protagonizado por Malcolm McDowell y Peter O’Toole, animaron al chiquillo que solía pastorear ovejas en el páramo andino a tomar el largo pero gratificante camino del cine de autor.

“Sí, bueno, todos hablan de la tradición, y eso está muy guay, pero si queréis saber en realidad por qué uso poncho, os diré. No es por tradición, como lo hacen los indígenas que venden artesanías en Barcelona, sino para que mi polla pase inadvertida en medio de mi vida civil. En parte por haber sido un poco introvertido y también porque me enseñaron a respetar a mis mayores: no podía andar yo a mis quince o dieciséis cachondo por ahí, asustando a las pobres viejecitas de Vilcabamba, que será tierra de longevas, increíblemente longevas como no hay más en Ecuador, pero no de folladoras. Eso no. Habría sido terrible. Yo a este oficio le tengo mucho respeto y ética como para tolerar el sexo con mujeres maduras, con muertos y, peor aún, con críos de instituto. Eso es para tíos enfermos, vamos, y yo soy sano, estoy en mis cabales”.

Aunque su cuerpo esté describiendo un misionero, un helicóptero, un talabartero, un sesenta ocho o sesenta y nueve, y su rostro acelerado gruña como un degenerado salvaje, no debe olvidarse que “El Fuete” Quishpe es un hombre sensible y que aún en esas pesadas pero placenteras horas de trabajo también piensa en aquellos que se esfuerzan como él por ser alguien en la Madre Patria. Con esto en mente, y acaso literalizando un poco las cosas, se ha puesto a trabajar en el guión de La puta madre patria. Para el rodaje se recrearán las oficinas de un típico Consulado General de España en Ecuador en donde “El Fuete” Quishpe personificará al ciudadano que se presenta con la esperanza de que le den el visado, pero que al no obtenerlo buscará tentar a la lujuriosa cónsul con aquello que la mujer no podrá resistir. Al registrar la escena, sin embargo, la cámara de vigilancia los meterá en aprietos y ambos decidirán fugarse para consumar otras aventuras mientras huyen de la policía, de Rodríguez Zapatero y hasta de George W. Bush.

Para el papel de la Puta Madre Patria se realizará un casting exhaustivo, de otro modo a los chavales no les prendería ponerla como fondo de pantalla en el ordenador. Hay que pensar en todo, hasta en la forma en cómo se vendrá “El Fuete” Quishpe: se ha considerado no recurrir a trucos de edición sino a una continuidad naturalista que se logrará a través de un esforzado celibato de setenta y dos horas como mínimo, que deberá mantener la estrella para acumular reservas. “La gente piensa que uno se mete en esto para follar como conejo, nada más falso. En eso le admiro a Rocco Siffreddi, a quien conocí en una entrega de los premios AVA: no fuma, no bebe, ni dice malas palabras (solo las necesarias y únicamente durante su trabajo). Al parecer le caí bien porque me confesó su secreto para poder eyacular cinco veces al día durante un mes ininterrumpido de rodaje: Ah, en esos días duros de gran demanda, proteína pura para el cazzo, caro amico, sempre, sempre, diez claras de huevo batidas en el desayuno. Yo tomé nota. Uno nunca deja de aprender en la vida”.

 

 

3.

 

“Ecuador”, escribía Naief, “chécate www.xxxchurch.com, no son curas ni monjas chingando, (¿ya te viste El decamerón X, con Sarah Young y Tania LaRiviere? Si te animas léete la obra original, del renacentista Bocaccio, que también se te para), es la idea de un pastor gringo para promover una liga anti porno a través de testimonios de ex trabajadores de la industria del sexo haciendo mea culpa de su “turbio pasado” y diciéndoles a los jovencitos que lleguen vírgenes al matrimonio. El activismo anti porno ha sido también utilizado para fines políticos, ofrecer limpieza moral a cambio de votos: ¡y pensar que en ese activismo anti porno terminó militando la grande, la diosa Linda Lovelace, la misma mujer que inspiró a generaciones!... Ah, y sobre tu pregunta de qué conozco yo de tu país, te diré que solo a Alex Aguinaga, el futbolista extranjero más grande de la década `e los 90 en México, y al puto pornógrafo amateur de Pablo Pardo, ja. ¡Yo que tú aprovecho que vives en un paraíso fiscal dolarizado y le propongo algo ipso facto a Rocco Siffredi y Ron Jeremy para que hagan allá un trío con tu paisana Lorena Bobbit!... Oye, ya que me preguntas, sácame de una duda: ¿cómo así los de tu selección de fútbol son prácticamente todos negros y los inmigrantes todos indios? ¿Se pusieron de acuerdo o qué?”

Naief solo logró olvidar su malestar hacia la Gran Manzana porque tuvo la fortuna de presenciar en SoHo un puñado de cortometrajes rodados con el cinematógrafo de Edison hacia 1902; en ellos aparecían miembros de la elite de Boston y Filadelfia, acompañados de sus mascotas, en una suerte de viñetas proto-pornográficas. “Me faltó tanto por ver que me hubiera quedado allá el resto de la semana y de mi vida, de no ser porque me tocaba cubrir una cumbre iberoamericana de viceministros de Obras Públicas y Sanitarias en Barcelona. ¿Puedes creerlo? ¡Habiendo cosas mucho más importantes que hacer allá!”

                Sin embargo, gracias a ese intempestivo viaje a la capital catalana —vagando por la rambla, en un bar para yonkis melancólicos retirados de las fiestas electrónicas de Ibiza, y luego de escaparse de una somnífera charla del viceministro de Surinam—, Naief conoció a Joanna Silvestri, actriz porno retirada y actual productora y directora, quien mientras encendía su tercer cigarrillo afirmó que tuvo el extraño lujo de haber salido con John Holmes y Roberto Bolaño, y de haber hablado alternadamente y sin problemas con ellos de porno y de literatura (nunca especificó si hubo ménage à trois). No era buena para ocultar su rostro de pena y por eso le confesó a Naief que sufría por algo incorpóreo, por un proyecto fallido, por esos dictámenes de nuestra intuición que deben ser escuchados antes de que sea tarde. “Él hubiese sido de lejos la estrella porno más grande de todos los tiempos”, le aseguró Joanna con voz ronca pero firme. “En la calle era un simple cargador de frutas en un mercado de abastos de Sant Gervasi, pero ante las cámaras se transformaba, tenía una visión muy clara acerca de su trabajo como actor. Él mismo eligió su nombre artístico (me consta, su polla golpeaba como un látigo implacable) y era muy profesional con las actrices, todas estaban asombradas de lo rápido que se había adaptado y solo porque tenía ese ángel le perdonaban el hedor. ¿Sabías que sus dientes de oro brillaban en pantalla como las joyas kitsch de la era disco? El único ecuatoriano por el que literalmente estábamos dispuestas a rompernos el culo por trabajar. No sé si me entiendes, en un país tan cabrón como el nuestro, en otras circunstancias, la simple suposición de tener siquiera contacto físico con un ilegal, con un paria, es por demás surrealista... Al principio dudé pero él tenía razón: las películas en sí venden fantasías, qué no decir de las de nuestro gremio. Leí una vez que en México las damas de la high fantasean con que sus amantes tengan puesto un pasamontañas como el del Subcomandante Marcos o una máscara del Santo, mientras se las follan. ¿Te das cuenta por qué te digo que él era un genio? De haber tenido más suerte quizá hasta Almodóvar o Medem lo hubiesen audicionado, pero Migración ya le tenía el ojo puesto. Le dije, no regreses a tu barrio, que te pueden pillar. Pero él me mencionó algo de no sé qué imagen de no sé qué Virgen del Cisne y que tenía que estar ahí porque la venían trayendo de Ecuador, en peregrinación por las ciudades más importantes de España, para que la comunidad ecuatoriana la venere. ¡Vienes justo ahora con tu jodido folklore, cuando corres peligro!, le llamé la atención, pero no me hizo caso. Por eso llegué a la conclusión de que no se requiere tanta ciencia para atrapar ilegales latinoamericanos, apenas ir a un partido de fútbol donde juegue su selección o a la peregrinación de una Virgen. Al día siguiente me descompuse al escuchar su voz entre jadeos desde el aeropuerto: Me están golpeando, me están golpeando. ¡Y no es como en la escena sadomaso que inventé para el final de La puta madre patria: es peor, mucho peor!, me dijo el pobre. ¡Me están tratando como a un jodido animal! Nada pude hacer yo, además tampoco podía sacar tanto los cueros, con dos cargos de tenencia ilegal y evasión tributaria desde el 99. Imagínate. Aún así fui al aeropuerto y logré, no me preguntes cómo, fisgonear en la sala donde le golpearon: un solitario diente de oro salpicado de sangre aguardaba en la esquina: era el suyo, segurísimo que era el suyo… ¿Oye, me invitas otro trago? Esto no termina aquí, falta aún la parte dos, y sabrás por qué en realidad estoy más apenada que la hostia”. Naief soltó unos euros sobre la barra sin quitar un ojo de Joanna Silvestri, quien lo dejaba cada vez más absorto. Ni el alucinante discurso bilingüe del viceministro paraguayo, en guaraní y español, sobre la instalación de tuberías de aguas servidas en las cataratas del Iguazú hubiera compensado las confesiones de esta cincuentona que le recordaba a Madame Collette, la dueña del burdel en Páprika, de Tinto Brass.

“Apenas alcanzamos a hacer unos cuantos cameos”, dijo al encender otro cigarro, “un esbozo de todo lo que pensábamos grabar, no hubo tiempo para otra cosa. Me sugirió también la banda sonora. Decía que un primo suyo cantaba tecnofolklore andino y que quería darle una mano. La idea me parecía distinta, ¿sabes? Ya no me decía nada la típica musicalización funky de las pornos americanas”.

 

 

4.

 

No me repongo aún de lo que vi en Youtube. Fue un banquete demasiado freak, aún para un pornógrafo como yo. Para cuando cargó el enlace, el video ya había sido visto por un millón doscientas mil personas en el mundo. Un millón doscientas mil personas que no solo observaron antes que yo a ese indio de un metro sesenta y cinco y de verga kilométrica sino que bombardearon el video con comentarios. Algunos navegantes, básicamente extranjeros, esbozaron agudas reflexiones sobre el porno y sus límites morales con más o menos apertura. Los otros —ecuatorianos en su inmensa mayoría, se podía evidenciar— se desbandaron y vertieron sin piedad todo su arsenal de saña: “Una vergüenza para los ecuatorianos… ¡capaz que ni un mes tienes de haber estado en España y ya hablas como español! Te hubieras quedado sambrando papas en Murcia, cabrón de mierda”; “qué te has creído, indio asqueroso, venir a mostrar tu picha sin circuncidar, qué asco, pobre chica, tiene que haberle caído lepra o gangrena”; “esa música, por dios, esa música: ¡hasta en eso valen verga los que hicieron esto!”; “ni en quinientos años se me parará con algo tan horroroso”; “¿un indio culeando? Qué es esto, National Geographic?!”, además de las notas periodísticas que hicieron eco del escándalo. Muy pronto comenzaron a investigar y el tema se convirtió en un asunto de la prensa amarilla. ¿Quién era “El Fuete” Quishpe? ¿Era real? Los periodistas de los bajos fondos habían estado toda la semana concentrados en un caso grande de corrupción en la Corte Suprema de Justicia y de pronto todo se volcó hacia él: “no es por ser racista, pero ¿por qué este indio hijueputa culea con un poncho donde está bordado nuestro tricolor nacional? ¿qué se ha creído?”, “aberrante, no sabía que a las españolitas les gustaba la zoofilia”.

La Iglesia, las Ligas de Censura, Decencia Nacional y hasta las Confederaciones Indígenas iniciaron una cacería de brujas: las dos primeras porque, según sus portavoces, se trataba de una muestra atroz del resquebrajamiento de los prístinos valores morales y de un pésimo ejemplo para la juventud; las últimas porque repudiaban el comportamiento de su hermano de raza, además de que despreciaban a todos aquellos cara-pálidas que decían sentir vergüenza de él no por el acto sexual —ideado seguramente por algún esclavista blanco— sino por el hecho de ser indígena: “a los hermanos del mundo, no crean que todos los ecuatorianos somos así, ese malnacido no nos representa!”“deberían castrarte para que no nazcan más huevones imbéciles como vos, hijo de puta”; “bah, no creo que esa huevadota sea de él, es un doble, ¡se ve clarito!”, o cosas como: “a quién coño se le ocurrió subir este vídeo para quemarlo vivo!”.

Quizá nunca se sepa pero “El Fuete” Quishpe, con lo profesional que es, hace oídos sordos a las críticas (y a las amenazas de muerte por azote con hojas de ortiga, según le impone una vieja tradición), y más bien se concentra en su trabajo. Aprovechará, seguramente, la amplia y variada geografía del Ecuador para plantear un porno más paisajístico, y si consigue algún mecenas, tal vez se anime a adaptar el clásico mundial Huasipungo. La sangre siempre llama.