Del agua al desierto

 

Del agua al desierto, Azriel Bibliowicz

Bogotá, Tusquets editores, 2022, 352 pp.


Por Consuelo Triviño Anzola

Escritora colombiana


         ¿Cómo escribir un libro en medio de la adversidad? ¿Cómo preservar el espacio de la escritura mientras tu casa se inunda y la familia te abandona? A este reto se enfrenta el escritor David Goldstein en la más reciente novela del colombiano Azriel Bibliowicz (Bogotá, 1949). El relato propone al lector una travesía en el tiempo y el espacio. Vamos del presente al pasado, de los resguardos indígenas, hasta sumergirnos en los mitos originarios. Se fija una trayectoria en la ciudad, desde los barrios acomodados, hasta los humedales de la periferia plagados de desechos. En uno y otro lado se encuentran conexiones entre distintas culturas que permiten la comprensión del otro.

         Del agua al desierto tiene como protagonistas a una mujer indígena, de la etnia muisca, llamada Zue y a un escritor de origen judío. Pero no se trata en modo alguno de una novela neoindigenista, sino de un relato que nos instala en la actualidad más palpitante. El autor, entre otros propósitos, recurre al simbolismo del agua, como origen de la vida, para llamar la atención sobre la responsabilidad que tenemos con el medio ambiente. También explora el simbolismo del desierto, principio y final de las primeras ciudades de Occidente. El desierto en las religiones judeocristianas se presenta como un lugar habitado por Dios, que invitaba al silencio y a la meditación. He aquí la paradoja entre un desierto que nadie reclamaba como propio, y que quizás por ello encarnaba la eternidad, y el humedal andino, lugar pleno de vida, aunque deteriorado, que se disputan los depredadores en contra de sus legítimos herederos.

         Si bien Zue es la conciencia de su comunidad, la sanadora, y reparadora de los daños históricos padecidos por su pueblo, David es el mediador, que recoge la información, ordena, y relaciona los datos con sus circunstancias histórico-culturales, de modo que es posible encontrar puntos en común que amplían horizontes e iluminan el camino.

         Más allá de los temas de la novela conviene pensar en esta propuesta narrativa que nos instala en la Colombia actual, en los humedales en el altiplano, sobre los que se funda la ciudad de Bogotá. David Goldstein se enfrenta al proceso creador luchando contra la fuerza de los acontecimientos, intentando preservar el espacio de la página donde puede existir. Sobreponiéndose a la adversidad, como la vida misma ante la naturaleza, el narrador se aferra a un diario, mientras la casa se le inunda, se destruye su relación de pareja y las hijas lo abandonan.

         El agua, origen de la vida en la mitología americana, se advierte en esta novela, está presente en las lagunas ceremoniales y en los humedales plagados de desechos. Contraviniendo los principios de la naturaleza los seres humanos cubrieron de piedra los terrenos para levantar sobre ellos urbanizaciones. Pero la fuerza de la corriente subterránea ruge buscando una salida presagiando catástrofes.

         Siguiendo un misterioso mandato, David pretende escribir una novela sobre el agua, para lo que requiere una guía. Entre montañas de plástico y latas de cerveza se abre camino hacia el lugar sagrado. Alrededor no hay más que desolación, el paisaje muestra las lomas devoradas por las excavadoras, reducidas a la mínima expresión.

         De origen judío, pero trasplantado en América, David entabla un diálogo con Zue, quien defiende su cultura ante la ignorancia y los prejuicios del entorno. Con ella llega hasta el lugar en disputa donde los esperan los especuladores inmobiliarios. La trama se complica con intereses políticos y económicos interpuestos.

         Sin embargo, el encuentro entre David y Zue permitirá un diálogo entre creencias y mitologías que guardan más semejanzas que discrepancias, con lo que se amortigua el resentimiento por las pasadas afrentas colonialistas. En su proceso de escritura, David conecta mitos ancestrales con modelos literarios; mientras que para Zue la escritura se presenta como medio de expresión y de denuncia.

         Así, Del agua al desierto también puede ser leía como el aprendizaje de un oficio. Zue concluye que escribir es una artesanía que requiere práctica. David lo corrobora citando a Yeats, para quien escribir se resume en corregir, borrar, tachar y buscar…

         No es la primera vez que Azriel Bibliowicz explora la rica mitología de sus orígenes para integrarla a la patria de acogida de los antepasados, ya en El rumor del astracán (1991) había ofrecido un relato de la inmigración, aportando el rico imaginario de una comunidad que en Colombia buscó la tierra prometida, huyendo de la persecución y del estigma. También en Migas de pan (2013) el autor relacionaba con el Holocausto el flagelo del secuestro padecido por la comunidad judía, a manos de uno de los grupos armados.

         En estas tres novelas en las que no faltan el sentido del humor ni la ternura, se conjura el dolor por la vulneración de los derechos elementales del ser humano, mediante escritura a través de la cual intenta sobreponerse a la violencia o a la adversidad. Del agua al desierto, es una historia de amor, en medio del desastre y la disolución de un mundo, donde la violencia y la intolerancia conspiran contra la felicidad.

         Pero siempre nos quedará el libro como testimonio y la escritura como la cifra que preserva el pensamiento. David se aferra a un diario escrito con los trozos de vida, con el recuerdo de Zue, que emerge en la ceremonia de las velas de Janucá, fiesta de las luces luminarias de la tradición judía, lo que le permite conectar con la leyenda del Ave Fénix, que vuela hasta sus antepasados para encontrarse con la diosa Güitaca, que se unió al Sol para alumbrar las noches.

         Pienso en la princesa taína Anacaona, que impresionó por su belleza e inteligencia a Cristóbal Colón y que quizás por el poder que emanaba de ella fue sacrificada cruelmente. Sobre la maldad y la ambición se impone la voluntad de preservar la memoria de nuestras culturas ancestrales, de lo que es muestra la escritura en esta luminosa novela que celebro emocionada.                                                         

Azriel Bibliowicz nació en Bogotá en 1949. Estudió Sociología en la Universidad Nacional de Colombia. Obtuvo su Ph.D. en la Universidad de Cornell (Estados Unidos) en 1979. Ha sido profesor visitante y conferencista en Sociología y Literatura en universidades de Estados Unidos y Europa. Fue columnista de El Espectador, y en 1981 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Des de 1983 ha estado vinculado a la Universidad Nacional de Colombia, en donde se le otorgó en 2004 la Medalla al Mérito Académico. Fue profesor fundador de la Escuela de Cine y Televisión, y también gestor, fundador y director de la Maestría en Escrituras Creativas hasta 2012. Sus obras literarias incluyen El rumor del astracán, con cuatro ediciones; Sobre la faz del abismo (2002), Flaubert: historia de una cama (2004), la novela Migas de pan (Alfaguara) o Del agua al desierto (Tusquets) y la compilación de los Seminarios y talleres con invitados internacionales de la Maestría en Escrituras Creativas (2012). Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, al alemán y al italiano.  

Consuelo Triviño Anzola


Bogotá, 1956. Es doctora en Filología. Reside en Madrid donde trabaja en el Instituto Cervantes. Ha publicado las novelas Prohibido salir a la calle (Planeta 1998, Mirada Malva 2009, Sílaba Editores 2011, Seix Barral 2022), La semilla de la ira (Seix Barral, 2008), Una isla en la luna (2009), Transterrados (2019) y Ventana o pasillo (Seix Barral, 2021), los libros de cuentos La casa imposible (2005), Letra herida (2012), Extravíos y desvaríos (2013) y El ojo en la aguja (2019), así como biografías de José Martí (2004) y de Cervantes (2013). También tiene obra de crítica literaria. Esta su primera novela, Prohibido salir a la calle, fue considerada por la revista Semana, de Bogotá, como una de las mejores de la literatura colombiana moderna. En el volumen No era fácil callar a los niños varios críticos conmemoran los veinte años de esa novela y destacan la fuerza de su ficción testimonial y el profundo e íntimo concepto de su lengua.